Gómez Cerdá | Sin máscara | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 144 Seiten

Reihe: Los libros de...

Gómez Cerdá Sin máscara


1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-675-6376-4
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 144 Seiten

Reihe: Los libros de...

ISBN: 978-84-675-6376-4
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
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En un principio, la relación entre Roberto y Luna parece difícil de concebir. Él es un chico de buena familia y ella vive en un barrio obrero de Madrid. Sin embargo, se enamorarán y su relación, sincera y honesta, servirá de contrapunto a un mundo duro, lleno de hipocresía, donde cada persona no es lo que parece.

Alfredo Gómez Cerdá nació en Madrid, en el verano de 1951. Atraído por la lectura desde la adolescencia, estudió Filología Española, especializándose en Literatura. Comenzó escribiendo teatro, género en el que publicó y representó varias de sus obras en los años 70. Sin embargo, en los 80 descubrió la literatura infantil y juvenil y pronto conoció el éxito. Desde entonces ha publicado más de setenta títulos, varios de ellos traducidos a otros idiomas.Gómez Cerdá ha colaborado en prensa y en revistas especializadas, además de participar en numerosas actividades en torno a la literatura infantil y juvenil, como charlas, libro-fórum, programas radiofónicos, mesas redondas, conferencias, etc. Asimismo, ha formado parte de proyectos educativos realizados en Estados Unidos (Aprenda II, en San Antonio, Texas). Sus libros se venden en varios países de Europa, América y Asia. Ha escrito además varios guiones para cómic.Su labor literaria le ha reportado más de veinticinco galardones, entre los que se encuentran el segundo premio El Barco de Vapor 1982, el segundo premio Gran Angular de literatura juvenil en 1983, Premio Altea 1984, accésit del Premio Lazarillo 1985 y segundo premio de El Barco de Vapor del mismo año. En 1987 dos de sus libros (La casa de verano y Timo Rompebombillas) fueron incluidos en la Lista de Honor de la CCEI, y desde entonces ha repetido en numerosas ocasiones, casi cada año. En 1994 logró el Premio Il Paese dei Bambini de Italia, y en 1996 fue accésit del Premio de novela corta Gabriel Sijé. Se hizo con otro Premio Gran Angular en 2005 por su libro Noche de alacranes. Ese año también logró el White Raven de Munich. En 2006 fue Premio Fray Luis de León, mientras que en 2008 se hizo con el Premio Ala Delta, el Premio Lector 2008 y el prestigioso Cervantes Chico por el conjunto de su obra. 2009 le trajo de nuevo el White Raven, así como el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
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2


El abuelo Isaac y la abuela Berta habían ido a comer. Se lo dijo Antonia, la asistenta, cuando se cruzó con Roberto por el pasillo. Pero apenas un segundo después las figuras de sus abuelos se recortaron en el umbral de la puerta del salón.

—¡Déjame que te vea, muchacho! -era el saludo típico de su abuelo, quien lo repetía una y otra vez, aunque lo hubiese visto cinco minutos antes.

—¡Ven a dar un beso a tu abuela! -era el saludo típico de su abuela, al que seguían un par de besos que le dejaban las mejillas pringadas de carmín y maquillaje.

Entró en el salón con sus abuelos y se encontró la mesa puesta. Milagros ya estaba sentada en su sitio.

—Y tú, ¿no vas esta tarde al cole? -preguntó a su hermana.

—No.

—Tiene hora en el dentista a las cuatro para que le revisen la ortodoncia -le explicó su madre, mientras limpiaba con una servilleta los bordes limpios de las copas.

Milagros sonrió, y abrió la boca como si quisiera mostrar a todo el mundo el aparato que el dentista tenía que revisar.

—¡Comida en familia! -exclamó su padre, y luego, dirigiéndose a su mujer, añadió-: Lástima que tus padres vivan en Salamanca.

—¿Por qué es una lástima que mis padres vivan en Salamanca?

—Si vivieran aquí, podríamos invitarlos también.

Ella se encogió de hombros y, cuando terminó de limpiar las copas limpias, comenzó a pasar la servilleta por los platos limpios.

Antonia entró en el salón con una fuente llena de comida.

—¿Sirvo ya el primer plato? -preguntó.

—Sí, sí -respondió la madre-. ¡Todo el mundo a la mesa!

Antonia dejó la fuente en el centro de la mesa y la madre sirvió los platos. Luego, el abuelo rezó mecánicamente una oración y, tras el amén colectivo, todos empezaron a comer.

—Y bueno, muchacho, ¿qué tal en ese instituto? -preguntó enseguida el abuelo.

—Muy bien.

—¿No echas de menos el colegio de los frailes?

—No.

—Hombre, no me negarás que el colegio de los frailes te pilla prácticamente enfrente de casa. Además, un colegio como ese, con la fama que tiene...

Intervino la madre resuelta y, al hablar, apuntó a su marido con el tenedor:

—Roberto va a ese instituto porque su padre, es decir, tu hijo, se empeñó. Ya sabes que él es muy... liberal.

—Hemos discutido de sobra ese asunto -puntualizó el padre tratando de zanjar de raíz una posible polémica.

—Y a la niña -intervino ahora la abuela- ¿también vais a llevarla a ese instituto?

—¡De ninguna manera! -sentenció la madre-. ¡La niña se queda en las monjas hasta que entre en la Universidad! ¡De eso podéis estar seguros!

Los abuelos asintieron. Roberto miró a su padre, que no levantaba la vista del plato.

—Saco buenas notas en el instituto -dijo.

—Eso está muy bien, muchacho -afirmó el abuelo con ostensibles gestos de la cabeza-. Y la gente, ¿qué tal es? Me refiero a tus compañeros de estudios.

—Me llevo bien con ellos.

—Eso está muy bien, muchacho -repitió el abuelo-. El compañerismo es muy valioso a tu edad. A los compañeros de ahora los recordarás siempre, por eso es importante tener buenos compañeros a tu edad. ¿Entiendes lo que quiero decirte?

—Perfectamente, abuelo.

Tras el postre, los mayores se sentaron en el tresillo para tomar el café. Milagros se marchó a su habitación, pues tenía que cambiarse de ropa para ir al dentista, y Roberto se acomodó entre el brazo de un sillón y la pared.

—¿No puedes sentarte como es debido? -le reprochó su madre.

El abuelo se echó cuatro cucharadas de azúcar en el café y luego dio un sorbito.

—¡Ay! -suspiró, dirigiéndose a su nieto-. ¡Si mi padre, es decir, tu bisabuelo, pudiera verte! Creo que has heredado de él toda la afición que sentía por la música. Sería feliz al verte con el violín entre las manos. Y yo también lo soy. ¿Te he contado alguna vez por qué me llamo Isaac? ¿Y por qué tu padre también se llama Isaac?

—Sí, abuelo -respondió Roberto.

Pero el abuelo, ajeno a la respuesta de su nieto, volvió a contarle una vez más aquella historia.

—Mi padre, tu bisabuelo, Heliodoro Castro, conoció en persona al mismísimo Isaac Albéniz; pero no vayas a creer que lo conoció en España, lo conoció en París. ¡Ah, París! ¡En el París de principio de siglo! ¿Te imaginas, Roberto? Esa ciudad maravillosa llena de genios: músicos, escritores, pintores...

—¿Conoció el bisabuelo Heliodoro a Claude Monet en París? -preguntó de pronto Roberto, interrumpiendo el relato que ya conocía.

—¿A Claude Monet? -recapacitó el abuelo-. ¿Te refieres al pintor?

—Sí.

—Pues... no lo sé, no tengo constancia de ello. ¿Por qué lo preguntas?

—Estamos estudiando el Impresionismo. Si el bisabuelo hubiese conocido a Monet, mañana se lo diría a la Chirri.

—¿A quién? -preguntaron a la vez el padre, la madre, el abuelo y la abuela.

—La Chirri es la profe de Arte.

—¡Pero qué falta de respeto es esa! -se indignó su padre-. Haz el favor de referirte a los profesores por su nombre.

—Es que no sé cómo se llama la Chirri -trató de disculparse Roberto-. Nadie lo sabe. Todos la llaman así y ella no se enfada.

El abuelo cruzó una mirada con la abuela, y el padre con la madre. Las miradas estaban cargadas de mensajes evidentes.

—Eso nunca pasaría en el colegio de los frailes -comentó la madre, levantando la mirada hacia el techo de la habitación.

—No creas, mamá -dijo Roberto-. Yo tengo amigos que van al colegio y no veas cómo...

—No seas impertinente, Roberto -le cortó la madre.

El abuelo y la abuela negaron con la cabeza y sorbieron un poco de café.

—Pues mi padre, tu bisabuelo, Heliodoro Castro, conoció a Isaac Albéniz -volvió a la carga el abuelo-. Y el músico despertó en él una admiración tan grande que no se apagó durante el resto de su vida. Por eso, cuando nací, me bautizó con el nombre de Isaac. Él albergaba la ilusión de que yo tuviese talento musical; pero se equivocó, como sabes. Soy un gran aficionado a la música, pero de talento, nada de nada. Cuando nació tu padre, le puse también el nombre de Isaac, tal vez él tuviese el talento que la naturaleza me había negado; pero tampoco. Tuviste que llegar tú, que no te llamas Isaac, para que el viejo sueño de mi padre comenzase a hacerse realidad: ¡un músico en la familia!

La madre, que había salido del salón, cuando el abuelo arremetió de nuevo con la historia de siempre, regresó con Milagros de la mano.

—Nosotras tenemos que marcharnos.

El abuelo se agarró las rodillas con las manos y se impulsó con fuerza para levantarse. Luego tendió una mano a la abuela y la ayudó a ponerse en pie.

—Nosotros tenemos que irnos también. Os acompañamos hasta la calle. Allí cogeremos el autobús. En el rellano de la escalera, el abuelo se volvió a Roberto.

—Por cierto, muchacho, falta poco para tu cumpleaños. ¿Has pensado ya en lo que te gustaría que te regalasen tus abuelos?

—No.

—¿Quieres un violín?

—Tengo cuatro, y el último que me regalasteis sin estrenar.

—¿Prefieres una buena colección de compact-discs? ¿Partituras?

—No lo sé.

—Bueno, pues ve pensándolo.

Llegó el ascensor y la madre abrió la puerta, y entraron la abuela y Milagros. Cuando lo estaba haciendo el abuelo, se detuvo en seco y se volvió hacia su hijo.

—¿Has pensado ya en lo que te dije de Chicago? -le preguntó.

—Sí, claro que lo he pensado. Ya hablaremos de ello otro día con calma.

—Vamos, abuelo -cortó la conversación la madre-, que no podemos tener el ascensor así, parado.

Cuando el ascensor comenzó a descender, Roberto y su padre entraron en casa, recorrieron el pasillo y se sentaron en el salón. Roberto conectó el televisor con el mando a distancia. Pasó de una cadena a otra y finalmente dejó un documental sobre temas submarinos.

—¿Te gustaría ir a Chicago? -le preguntó de pronto su padre.

—¿A mí?

—Pues claro.

—¿Para qué?

—En Chicago está una de las mejores escuelas de violín del mundo, la de Alexis Bondarchuck, un ruso que lleva muchos años en Estados Unidos. El abuelo se ha informado bien de todo. Creo que sería muy importante para ti completar...



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