E-Book, Spanisch, 296 Seiten
Reihe: Qué se sabe de...
González Echegaray Qué se sabe de... La Biblia desde la arqueología
1. Auflage 2011
ISBN: 978-84-9945-154-1
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 296 Seiten
Reihe: Qué se sabe de...
ISBN: 978-84-9945-154-1
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Las investigaciones arqueológicas en el Oriente, ya desde el siglo XIX, siempre han ido acompañadas de un entorno de aventura y riesgo. Pero más allá de la historia anecdótica y romántica, los arqueólogos nos han descubierto multitud de ruinas y valiosos objetos, que permiten reconstruir el mundo en que se desarrolló la historia bíblica.Los belicosos filisteos, la bien defendida y lujosa ciudad de Samaría, capital del reino de Israel, la vieja y sagrada Jerusalén, todo ello en el entorno del Antiguo Testamento, van desfilando por las páginas de este libro. Igualmente otros lugares íntimamente relacionados con Jesús de Nazaret, como Cafarnaúm, Cesarea de Filipo, Jericó y, sobre todo, el mítico templo de Jerusalén.Pero ¿qué nos dicen de la Biblia todas estas excavaciones? ¿Cuantos desafíos nos plantean? ¿Qué retos quedan al descubierto?
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
Para comprender este libro INTRODUCCIÓN D urante siglos, nuestros conocimientos sobre la historia antigua del Próximo Oriente se fundaban en los datos contenidos en la Biblia y en algunas fuentes principalmente griegas, como los Nueve libros de la Historia de Heródoto, los fragmentos conservados de la Aegyptiaca de Manetón, la Ciropedia y la Anábasis de Jenofonte, así como otras referencias menores de ciertos autores griegos y latinos. Nadie discutía su veracidad, ni tampoco existía mayor interés en un conocimiento más profundo del tema. Hay que esperar al siglo XVIII, para que los viajes de europeos a esos países de oriente, la contemplación de las monumentales ruinas aún visibles y el descubrimiento fortuito de inscripciones y objetos despertara interés en nuestro mundo occidental. A este respecto debemos citar aquí, entre otros, los viajes de Niebuhr, y después de Burckhard, y la conquista de Egipto en 1798 por Napoleón, quien llevó consigo un grupo de estudiosos, los cuales comenzaron a desarrollar allí el interés por la arqueología. Las figuras de Lepsius y Mariotte en Egipto, juntamente con Champolion el descifrador de la escritura jeroglífica, y las de Botta y Layard en Mesopotamia, con Rawlison descifrador de la escritura cuneiforme, sobresalen como los personajes más famosos en el descubrimiento de las grandes civilizaciones del Próximo Oriente durante el siglo XIX. En Palestina habrá que citar los estudios arqueológicos del estadounidense E. Robinson, del inglés Ch. Warren y del francés Ch. Clermont-Ganneau. Con la llegada del siglo XX, la acumulación de datos, nuevos hallazgos, excavaciones y estudios se fueron multiplicando, hasta quedar bien iluminado el pasado fantástico de aquellas espléndidas culturas, en medio de las cuales estaba situado el modesto país de la Biblia, conocido como Tierra Santa. Algunas de las aportaciones ofrecidas por la arqueología y los textos e inscripciones, ahora ya bien interpretados, no siempre parecían coincidir necesariamente con la historia tal y como la presenta la Biblia. A su vez, los estudios llevados a cabo en el seno del propio ámbito filológico de la Biblia sembraban de dudas ciertas interpretaciones literales del libro sagrado. Frente a esta crisis, se consolidó a mediados de siglo una corriente fundamentalista, según la cual los últimos descubrimientos arqueológicos vendrían a confirmar, hasta casi en sus detalles más mínimos, la versión bíblica tradicional sobre la historia y ambientación cultural del Próximo Oriente y más concretamente de la historia de Israel. En este contexto se explica el éxito obtenido por un libro, publicado en Alemania en 1955, inmediatamente traducido a otras lenguas. Se trata de la obra de W. Keller con el significativo título Y la Biblia tenía razón. Todavía en el año 2006 se ha hecho con éxito en España una nueva edición de la obra. Sin embargo, con el curso del desarrollo tanto de la arqueología como de los estudios bíblicos en sí, se han producido serias dudas sobre el carácter estrictamente histórico de algunas narraciones bíblicas, y, lejos de mitigarse con el comienzo del siglo XXI, tales interrogantes se han extendido más. Es cierto que la situación no afecta indiscriminadamente a todos los relatos bíblicos, ni al hecho de que, por su posible inconsistencia histórica, tales narraciones vean mermado el valor religioso de su contenido, pero este es el estado de la cuestión en el día de hoy. La misma expresión «arqueología bíblica», como designación de una ciencia auxiliar de los estudios bíblicos, destinada en su caso a confirmar el valor histórico de la Biblia, ha sido objeto de múltiples discusiones entre los estudiosos del tema. La opinión más extendida hoy es que la arqueología, especialmente la de Tierra Santa, no tiene por qué estar sometida, ni siquiera condicionada, a la confirmación o, en su caso, a la negación de los datos que nos proporciona la Biblia. Ha de considerarse, tal y como sucede con la arqueología en el resto del mundo, como una disciplina científica independiente, con sus propios objetivos y técnicas específicas, al margen de cualquier finalidad apologética o detractora del valor histórico de los textos bíblicos. No es que la arqueología resulte incapaz de demostrar inequívocamente la existencia real de muchos personajes de los que habla la Biblia. Así, por ejemplo, una inscripción del siglo IX a.C., hallada en varios trozos entre 1992 y 1994 durante las excavaciones de la ciudad de Dan, al norte del país, se refiere al monarca Ococías de Jerusalén, a quien llama «rey de la casa de David». Otra inscripción del siglo I d.C., descubierta en Cesarea del Mar en 1962, cita a Poncio Pilato como «prefecto de Judea». Se trata de dos personajes, David y Pilato, que de distinta manera desempeñan un papel importante en el Antiguo y el Nuevo Testamento respectivamente, y su existencia, conocida también por otras fuentes, está ahora atestiguada por la arqueología. Pero no es esta la misión directa que incumbe a la investigación arqueológica, sino más bien el proporcionarnos los elementos necesarios para reconstruir el ambiente y las circunstancias de los hechos narrados en la Biblia, como puede ser el aspecto que tenía la ciudad de Jerusalén en el siglo X a.C., o en el siglo I d.C., ya que no es presumible que un día se encuentre una inscripción o un hallazgo que atestigüe inequívocamente la conquista de la ciudad jebusea por David, o la condena a muerte de Jesús por Pilato. A pesar de ello, se han dado –como decimos– y se darán casos en que las investigaciones arqueológicas han permitido confirmar la historicidad de algunos datos aportados por la Biblia. Pero insistimos en que la habitual misión de la arqueología es descubrirnos las condiciones materiales y culturales en que se desarrollaba la vida del país en los días a que se refiere el relato bíblico, lo que, sin duda, contribuye eficazmente a comprender las circunstancias de la narración e incluso a valorar el significado religioso que pueda tener. La Biblia no es simplemente una fuente histórica para el conocimiento de la antigüedad en el Próximo Oriente y más en concreto en la región palestinense. Se trata más bien de un libro –o mejor, de un conjunto armónico de libros– de carácter esencialmente religioso, que demuestran la trayectoria evolutiva de las ideas que sobre la divinidad y acerca del comportamiento ético tenía un pueblo, el de Israel, y de las que después ya en el Nuevo Testamento, conforman el ideario del «nuevo pueblo de Dios», es decir, la Iglesia. Para ello y precisamente en virtud de su condición evolutiva, las grandes ideas van desarrolladas en un proceso histórico, que se remonta a los orígenes de Israel, con alusiones incluso a épocas más antiguas, y que desembocará en los escritos de la primitiva comunidad cristiana –las llamadas «cartas católicas»– y el libro del Apocalipsis, como visión de la teología de la historia y del proceso final de salvación. En este contexto, entre los libros «históricos», los hay donde se narran hechos reales, aunque siempre teñidos de un enfoque religioso, que matiza y conforma la visión de los mismos. También aparecen otros libros, en los que el fondo histórico se halla mucho más difuminado a través de tradiciones y leyendas populares, utilizadas por los redactores para su encaje en el esquema literario con fines religiosos. Finalmente hay «historias ejemplares», que no son más que relatos de ficción con un sentido moralizante, pero que aparecen enmarcados en un contexto histórico determinado. Precisar el carácter de cada uno de ellos es el tema concreto de las «Introducciones a la Biblia» y no entra dentro de los fines del presente libro. Pero sí llamar la atención sobre la necesidad de contar con las aportaciones del mundo de la arqueología para contextualizar y entender las narraciones, incluso en los libros reconocidos como de ficción, como, por ejemplo, el libro de Tobías. De igual manera que no podría seguirse con provecho la lectura del Quijote, sin saber de las ideas, mentalidad y costumbres de la España de los siglos XVI y XVII, y hasta sin conocer el ámbito geográfico de la región manchega, donde se desarrolla la mayor parte de la narración. Este aspecto de la arqueología, como ilustradora para iluminar pasajes y textos de la Biblia, es el que tratamos aquí de presentar, para lo cual hemos seleccionado ocho momentos de la historia bíblica del Antiguo y Nuevo Testamento. Las tres primeras ilustraciones se refieren a temas muy significativos del Antiguo Testamento. Quien lea, por ejemplo, los libros de Jueces y Samuel se encontrará con la alusión reiterada a un pueblo, tradicional enemigo de Israel, con el que se ve confrontado en numerosos episodios y batallas. Se trata de los filisteos, de quienes ahora, gracias a la arqueología, conocemos mucho acerca de sus ciudades, ajuares y costumbres, que, sin duda, va a proporcionarnos una lectura mucho más comprensiva de los textos bíblicos, que antes apenas nos evocaban vagas historias de un confuso pasado. Los reinos de Israel en el norte y de Judá en el sur, cuya historia constituye el argumento de los libros de los Reyes y las Crónicas, son a su vez el escenario en que se mueven algunos de los más relevantes profetas. Israel, además del país de los profetas que no escribieron, como Elías y Eliseo, es la tierra donde actuaron los más antiguos...