Guelbenzu | Los poderosos lo quieren todo | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 328, 320 Seiten

Reihe: Nuevos Tiempos

Guelbenzu Los poderosos lo quieren todo


1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-16638-41-3
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 328, 320 Seiten

Reihe: Nuevos Tiempos

ISBN: 978-84-16638-41-3
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Premio de la Crítica de Madrid 2016 «Una familia disparatada, una peripecia esotérica, un relato cargado de humor y una serena fábula moral. Se lee sin parar y deja un gusto ácido y tierno».Eduardo Mendoza Hermógenes Arbusto, asesor fiscal y exitoso hombre de todo tipo de negocios, ve un día entrar a la muerte en su despacho, y, reaccionando con celeridad, logra esquivar el golpe de la guadaña, se abalanza hacia la puerta, sale a toda prisa y cierra con doble llave, dejando encerrada a la parca. Al poco y mientras repone ánimos en la plaza Mayor de Madrid, llega a un pacto fáustico con el diablo, el distinguido Forcas (con permiso de viaje a la Tierra), a quien vende su alma a fin de librarse, al menos temporalmente, de volver a encontrarse con la Fría Dama. Entre tanto, Tomás Beovide, poeta y profesor de Literatura en el Instituto de Enseñanza Secundaria Juan García Hortelano, corrige exámenes, se lamenta por el abandono de su novia, se duele feliz por el descalabrado encuentro de amor con Maribel Arbusto y se consuela oyendo con goce las sufridas canciones de amor de su admirada Julie London.Y no seguimos contando porque todo lo que sigue es puro disparate, un inverosímil narrativo donde un sinsentido alocado y pertinaz construye su propia lógica hasta sacar de quicio cualquier expectativa o argumento razonable.

José María Guelbenzu (Madrid, 1944), vinculado desde siempre al mundo de la cultura, dirigió las editoriales Taurus y Alfaguara. Entre sus novelas destacan El Mercurio, La noche en casa, El río de la luna, El esperado, El sentimiento, Un peso en el mundo y Esta pared de hielo. Ha obtenido el Premio de la Crítica, el Internacional de novela Plaza & Janés y el premio Fundación Sánchez Ruipérez de periodismo.
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II
El Círculo Gongorino

Tomás Beovide, de padre y madre gallegos aunque criado en Madrid a causa de su temprana orfandad, descendió las escaleras de su edificio sin que se apreciara si subía o bajaba y salió a la calle. Era miércoles y allí, en medio de la semana, plantaba sus reales el Círculo Gongorino, una institución ciudadana de ámbito cerrado que reunía a un selecto grupo de amantes de la literatura y de los libros en general. La mayoría era de la edad de Beovide, ganaban unos sueldos que iban desde el salario mínimo hasta unos desahogados dos mil euros, leían en e-book, escribían (los que lo hacían) en tablet y consideraban los libros impresos en papel como piezas objeto de veneración que colocaban artísticamente en baldas de madera y los acariciaban, olían y consultaban de manera periódica como quien se regala un whisky con soda al término de su jornada de trabajo.

El Círculo Gongorino había nacido y se había desarrollado a la sombra de un eminente crítico literario y profesor jubilado: don Fernando García de las Letras. Estaba formado por un conjunto de aspirantes a escritor, gacetilleros culturales, poetas a medio hacer y reseñistas de libros que se reunían los miércoles, día que mediaba la semana, para hablar de la actualidad intelectual del país. Solían reunirse al fondo de una cafetería céntrica y allí aguardaban hasta que hacía su entrada el preboste. Éste, con pasos medidos y un punto de solemnidad artrítica, atravesaba el antiguo café, que todavía mostraba su decoración art déco; alguno de los concurrentes le acercaba su sillón, el único resto del mobiliario de los viejos tiempos junto con unos sofás arrimados a la pared y, antes de tomar asiento, se dirigía a los concurrentes con estas palabras:

—Caballeros del Sifán...

A lo que los aludidos respondían a coro al tiempo que se levantaban de sus asientos en señal de reconocimiento:

—Poderoso señor...

Era una liturgia que repetían con fruición y que el preboste, gran aficionado al cine, había tomado de las películas de Fu Manchú. Luego todos tomaban asiento y comenzaba la tertulia.

Esa tarde se discutía, una vez más, sobre los premios literarios. Más que discutir hay que decir que se amontonaban las opiniones, si es que se podían considerar como tales los exabruptos que se cruzaban entre ellos. En principio, todo el mundo estaba de acuerdo en que se trataba de una filfa, pero mientras unos manifestaban un desdén bajo el que se ocultaba un orgullo satánico, otros se aferraban al posibilismo con tenacidad digna de mejor causa.

—Nada, no hay más que hablar, todos los premios de importancia económica están dados de antemano. ¿O es que creéis que un editor va a arriesgar un anticipo importante por un escritor desconocido? —decía uno.

Y el de al lado, o el de enfrente, o el de la esquina de la mesa respondía:

—Lo importante no es ganar el premio; lo importante es que se fijen en ti.

O bien:

—Lo importante es escribir sin pensar en otra cosa que en el logro de la suprema belleza.

O bien:

—Los premios no son más que una feria de ganado literario en la que sólo cuenta la apariencia mercantil vestida de literatura de calidad, pero la mona, aunque vestida de seda, mona se queda.

O bien:

—A tomar por culo los premios. Yo seré inmortal.

E inmediatamente detrás venían los cotilleos, los chismes, los «bolos» en perspectiva, las tetas de una poetisa, la última borrachera de un ensayista radical o quién se acostaba con quién en la corte. Era una tertulia ruidosa en la que todos los contertulios, como es habitual en España, se quitaban la palabra unos a otros sin escucharse. No siempre había quórum, pero siempre había perfidia, envidia y pavoneo. Naturalmente, no todos los asistentes respondían al mismo talante; también había jóvenes en los que, como era el caso de Beovide y de su compinche y amigo Gregorio Espínola, alias el Plumillas, el empeño literario surfeaba sobre el oleaje de las bajas pasiones. En todo caso, si considerados uno a uno y con benevolencia no podía decirse que se tratara de personas malvadas, inútiles o pobres de espíritu, en conjunto representaban con bastante exactitud a una juventud tan dispuesta a triunfar como poco leída, muy audiovisual y de discutible enjundia intelectual.

Don Fernando García de las Letras consiguió el respeto e incluso la reverencia de todos ellos gracias a una conferencia que pronunció en el Círculo Mercantil sobre el Polifemo de don Luis de Góngora. Si bien la mayoría de los jóvenes sólo conocía a Góngora de oídas, la memorable explicación de las imágenes del poema provenientes de la formación neoclásica del poeta y la no menos absorbente exposición de sus cualidades sonoras, que culminaron en el glorioso análisis fonético del verso «sordo huye el bajel a vela y remo», que describe la huida de Odiseo y sus compañeros bajo la lluvia de rocas que les arroja el gigante cegado, concluyó con un momento de ebullición del auditorio, que rompió espontáneamente el silencio sacral con que escuchaba al ponente; un aplauso cerrado, certificado y unánime de varios minutos. Ese acto y ese suceso pueden considerarse, de hecho, el momento fundacional del Círculo Gongorino.

—Me permito decirles a ustedes, mis jóvenes amigos —dijo don Fernando metiendo baza en el asunto que se dilucidaba entre los discípulos—, ahora que veo que piensan en adentrarse en la exuberante selva de los premios literarios, tan exuberante como desprovista de sentido, que no son sino espejismos que sólo conducen a la frustración y el adocenamiento. Yo tengo ya edad de haber empezado a escribir a mano, haber seguido a máquina y haber hecho modestos progresos en un ordenador; ustedes, en cambio, han nacido directamente en otra era. Escriben con sus artefactos y procuran ser breves. No dudo que de ahí saldrá un nuevo concepto de literatura y que, pese al poder expansivo de lo digital, el ciberespacio se poblará de textos literarios, tanto más banales cuantos más sean. Pero tampoco olviden que aunque esto derive en una popularización fácil y grosera de las historias narrativas e incluso de los espasmos líricos, el principio de selectividad hará que emerja algo nuevo, distinto, acaso original. ¿O es que han olvidado ustedes que el canon de la novela lo fundaron autores de literatura popular como Dickens o Balzac? Muchos progresos hemos visto desde entonces, nuevos y fantásticos hallazgos cada vez más exigentes, aventurados y elitistas; en consecuencia: ¿quién nos dice que la ciberliteratura no será una forma tan nueva como lo fue la novela y que a su vez no generará nuevas refitolerías formales? Pero nunca, ¡nunca!, debemos olvidar que la literatura, señores, es una vocación desnuda, heroica e inmarcesible. —Y dicho esto, se quedó profundamente dormido en su sillón, agotado y con expresión de beatitud.

Un coro de murmullos fue alzándose poco a poco a su alrededor a medida que el preboste comenzaba a emitir ronquidos cada vez más contundentes; sin duda la semilla arrojada por el maestro echaba raíces en aquellas juveniles mentes.

Beovide y el Plumillas se habían ido a los servicios y allí comentaban la lección recibida.

—Don Fernando está ya para los buitres —comentó el segundo—, ¿pues no dice el tío que la miniescritura acabará sustituyendo a la novela? ¡Venga, hombre!

—Don Fernando es un máquina, Plumillas, un máquina. Mal que nos pese, tiene razón en lo que dice. Yo veo un futuro en el que la ligereza será el territorio a conquistar; y la ligereza irá acompañada por la sencillez porque, como dice Maese Pedro en su retablo, toda afectación es mala.

—Tú eres un poeta y no entiendes las complejidades de la narrativa. Los poetas os movéis a golpe de inspiración. Lo nuestro es el trabajo duro, el cincel, no el golpe de luz que ilumina un sentimiento. Lo nuestro es la lucha constante.

—En la prosperidad y en la adversidad —apostilló, sarcástico, Tom interrumpiendo la micción.

—Así es la vida del verdadero escritor —respondió Gregorio con no menor sarcasmo—. Y hablando de vida, ¿me puedes prestar diez euros?

—Sólo hasta fin de mes. Maldita Crisis. Los recortes presupuestarios nos van a matar. ¿A ti cómo te ha afectado?

—¿A mí? Nada. No he notado nada. Es a lo que estoy acostumbrado; yo siempre he estado en crisis de efectivo, no he conocido otra cosa desde mi nacimiento. Soy pobre natural.

—Pues es una ventaja.

Ambos literatos sacudieron enérgicamente sus respectivas fuentes, las pusieron a buen recaudo y acudieron al lavabo a enjabonarse las manos. Aún seguían discutiendo después de arrojar las toallitas de papel a la papelera, y cuando al fin abandonaron los servicios y se adentraron de nuevo en el recinto de la cafetería se encontraron ante una escena de todo punto extraordinaria.

Una verdadera batalla campal entre dos grupos de gente se desarrollaba ante sus ojos. En realidad, todo el local estaba revuelto, pero el núcleo de combate lo formaban unas personas a las que, por su aspecto, Beovide tildó enseguida de inmigrantes y otras a las que, por sus gritos, no dudó en calificar de xenófobos. Los integrantes del Círculo Gongorino se habían puesto a resguardo bajo las mesas que ocuparan unos momentos antes, dejando a su maestro, que seguía roncando sin inmutarse, a tiro de los objetos que volaban en todas direcciones. Probablemente, los inmigrantes, procedentes de alguna manifestación reivindicativa, se habían refugiado en el local y los xenófobos los...



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