Henry Newman | Perder y ganar | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 6, 408 Seiten

Reihe: Literaria

Henry Newman Perder y ganar


1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-9055-825-6
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 6, 408 Seiten

Reihe: Literaria

ISBN: 978-84-9055-825-6
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Perder y ganar (1848) es una novela autobiográfica escrita por el beato John Henry Newman, una de las figuras religiosas y teológicas más relevantes del panorama europeo del siglo XIX, que en su búsqueda de las raíces del anglicanismo terminó por descubrir la Iglesia Católica bajo una nueva luz. Publicada poco después de su conversión, Perder y ganar nos permite adentrarnos en la fascinante personalidad de Newman a través de su protagonista, Charles Reading, y descubrir en toda su hondura las cuestiones que tuvo que afrontar este inglés extraordinario en su búsqueda de la verdad. En Perder y ganar comparece en vivo retrato --y por primera vez en la literatura-- el mundo universitario de Oxford con sus peculiaridades, sus polémicas y sus pintorescos personajes. Encantadora por su lenguaje, sorprendente por su lirismo y sus tonos satíricos, admirable por el rigor de sus ideas, Perder y ganar es ante todo una conmovedora historia de conversión que quedará para siempre en el recuerdo de sus lectores. La traducción ha sido completamente renovada para la presente edición. Las notas explicativas, muchas de ellas también nuevas, hacen todavía más accesible la lectura de la novela al público hispanohablante.

John Henry Newman (Londres 1801 - Birmingham 1890) es sin duda uno de los pensadores cristianos con mayor influencia en la actualidad, especialmente en el mundo anglosajón. Ordenado sacerdote anglicano en 1825, durante los años siguientes fue uno de los principales impulsores del Movimiento de Oxford, cuya aspiración principal era que la Iglesia de Inglaterra volviera a sus raíces católicas. Tras un largo proceso, sus estudios sobre los Padres de la Iglesia le acaban llevando a convertirse al catolicismo en 1845, siendo ordenado sacerdote católico en 1847. En 1879 fue nombrado cardenal por el papa León XIII. Considerado por muchos como uno de los inspiradores del Concilio Vaticano II, en 1991 fue declarado Venerable por san Juan Pablo II y en 2010 beatificado por Benedicto XVI. Encuentro ha publicado en español buena parte de su extensa obra, de la que destacan Ensayo para contribuir a una Gramática del Asentimiento, Apologia pro vita sua, Suyo con afecto y los Sermones parroquiales (ocho volúmenes).

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PARA LEER AL PRINCIPIO O AL FINAL
En el verano de 1847 John Henry Newman vive y estudia en Roma. Hace solo unos meses que es sacerdote y va para dos años que es católico. Su conversión, después de una década larga de trabajo, oración y predicación en favor de la pureza espiritual de la Iglesia de Inglaterra, resonó en los oídos de la sociedad británica más benigna con la fuerza de una catástrofe; para otros, la mayoría, fue un estruendo de traición. Pero, en realidad, suponía solo el hito postrero de un camino de fidelidad a Dios que Newman empezó a recorrer en la adolescencia. Entonces, en medio de un ambiente familiar más bien convencional en cuanto a lo religioso, tuvo con nitidez una primera experiencia en forma de radical conversión a Dios. No fue una experiencia instantánea a lo San Pablo sino un convencimiento progresivo e inamovible de que en el mundo no había más que dos existencias de las que no cabía dudar: «yo y mi Creador». Estas inquietudes cuajaron en su adhesión al único movimiento con vitalidad dentro de la Iglesia Anglicana: el Evangelismo. En él se mantuvo Newman hasta percibir que esta opinión religiosa de corte calvinista conducía al liberalismo religioso. A partir de ahí, la causa de la religión revelada o, si se quiere, el Movimiento de Oxford, le llevaría hasta la Iglesia Católica, en compañía de bastantes otros. Ahora, en el verano de 1847, Newman lee un relato recién aparecido en Inglaterra, breve, poco airoso y muy descaminado, acerca de las conversiones al catolicismo entre miembros de la comunidad universitaria de Oxford. La acusación es bastante clara: deslealtad y falta de honradez. Hay que decir algo. Pero no se puede explicar, hay que mostrar. Y para mostrar algo que ha sido un largo proceso el mejor medio es contarlo. He ahí el origen de Loss and Gain, Perder y ganar, la «historia de un converso», según el subtítulo original. Pero más allá de la cuestión personal y polémica, la historia de este mozo tan reflexivo y sentimental, Charles Reding, dio ocasión a Newman de expresar una de sus ideas más fecundas: que la vida intelectual y moral es desarrollo; que supone mudanza y permanencia porque implica la inyección del tiempo en la misma esencia de las cosas. Deseaba mostrar que su conversión fue un acto de conciencia que procedía de un proceso perfectamente leal y honrado. Por eso recurre a la imagen de un ciclo: «A menudo –escribe ya septuagenario– he dicho que los tres años de vida universitaria en Oxford retratan toda una vida: la juventud, la madurez y la vejez». Con Loss and Gain no pretendía Newman componer una obra de arte, puesto que entonces a la novela como género literario no se le atribuían las dimensiones de creación estética que hoy le reconocemos. Sin embargo, puede que justamente esta ausencia de un designio artístico deliberado haya tenido beneficiosas consecuencias para el lector del siglo XXI. Puesto que no estaba «haciendo literatura», Newman se sintió libre para volcar sin trabas retóricas su mundo interior, tocado tan a lo vivo por la incomprensión. El resultado de esa necesidad de comunicarse más esa desinhibición estética es la espléndida y polifacética modernidad de Loss and Gain. Porque modernidad supone la creación, el mismo año que Jane Eyre, Cumbres borrascosas o las primeras entregas de La feria de las vanidades, de un mundo intensamente realista donde Oxford aparece como espacio novelístico bastantes décadas antes de que Zuleika Dobson, Sinister Street, Evelyn Waugh y su Retorno a Brideshead, o Barbara Pym consolidaran el mito de Oxford –las inclinaciones intensamente alcohólicas de la fauna universitaria, los pintoresquismos de los «dons», el vivero de espías y demás tópicos. Vislumbres sorprendentemente anticipadores son también esas intuiciones casi proustianas acerca de los olores, el sentimiento aniquilador del otoño, la agudeza casi punzante de algunas observaciones o aquella escena en que la irreprimible presión de la experiencia interior de Charles avasalla el frío invernal como un anuncio del inolvidable Pierre Bezujov, enamorado y correspondido al final de la primera parte de Guerra y paz. La índole autobiográfica de esta «Historia de un converso» contribuye igualmente a que el lector de hoy la sienta cercana. De hecho, es un relato muy autobiográfico. Pero precisemos: autobiografía no en el sentido de una novela de clave sino en otro, obvio para nosotros, pero nada vulgar a mediados del siglo XIX: la captación del detalle menudo y concreto unida a la intuición de que la ficción y la vida pacen en el mismo prado. Casi todo lo que se cuenta o se menciona en Perder y ganar es relacionable con algún aspecto concreto de la peripecia vital, íntima o pública, del futuro Cardenal. Los hechos y los lugares de la vida propia y ajena son barajados artísticamente, calculadamente desplazados del puesto en que Dios quiso situarlos. Newman, que por encima o por debajo de su sesgo romántico poseía también los rasgos de una vigorosa mentalidad clásica, acudiría fácilmente a la Poética aristotélica: «historia» es lo ocurrido; en «poesía» lo que se narra no ocurrió, pero podía haber ocurrido, si... Él nunca tuvo que despedirse de su madre, porque ella había muerto antes de su conversión; pero si hubiera vivido Mrs. Newman en 1845, probablemente John Henry imaginara para él una escena semejante a la de Charles Reding con su madre. Él experimentó su evolución intelectual y religiosa siendo fellow de Oriel College; pero si hubiera sido estudiante en tiempos del Movimiento de Oxford... Charles, en muchos sentidos, es el receptáculo de otras tantas oraciones condicionales de un Newman de 46 años. Lo mismo que los demás personajes. Ninguno admite una correspondencia directa y completa con seres históricos de aquel entorno. Pero ninguno la resiste absolutamente; a ninguno le sientan mal las tentativas de aproximación, los paralelismos. Sheffield transparenta la primera amistad estudiantil con John Bowden en Trinity College, mantenida hasta la muerte del amigo; transparenta también la melancolía de otra primera amistad, la de Richard Whately, gran paseador, parlanchín, discutidor e iconoclasta, el primer fiador de Newman en el mundo profesoral de Oriel, su primer mentor intelectual. Pero la intimidad se fue apagando a medida que el discípulo maduraba, y concluyó en ruptura formal. En los años 50, Whately, Arzobispo de Dublín, por dos veces prefirió no recibir a su antiguo amigo. Esta amargura, sin embargo, el autor de Loss and Gain no podía adivinarla todavía. Carlton, el tutor y confidente, suele identificarse con John Keble, con quien Newman mantuvo una correspondencia íntima los años de sus incertidumbres religiosas. Hurrell Froude, aquel fellow de Oriel College, descarado, provocadoramente antiprotestante, activísimo y humanamente cautivador, de quien Newman aprendió la devoción a la Virgen y el amor a la Presencia de Cristo en la Eucaristía, muerto prematuramente de tuberculosis; este Froude, hijo de un clérigo del condado de Devonshire, educado en Eton y Oxford, a quien Newman no pudo recordar sino entre lágrimas durante toda su larga vida, ¿no tendrá un sitio en esta historia? Si hubiera vivido, ¿no tendría algún parecido con Willis? Y Campbell, que se casa con una hermana del protagonista, como las hermanas de Newman se casaron con los Mozley, amigos de John Henry... Y ese sacerdote que aparece al final de la novela «de aspecto grave y de mediana edad... aspecto ligeramente cansado... ¿Había visto esa cara?», tan bien informado de los asuntos de Oxford, ¿quién puede ser sino el que hincó los ojos –seguro que, miope, se ajustó las gafas– en la amada ciudad desde el tren que le llevaba desde Maryvale camino de Roma, donde ahora escribía y recordaba, recién ordenado? Bateman aparece colocado bajo una lente irreductiblemente satírica, como el don Abbondio de Manzoni, en Los novios. Pero me resulta difícil pensar que quien se abstenía de sembrar hiel en esta recreación de su antiguo mundo, pueda referirse en este caso a alguien en particular. A no ser él mismo, en su etapa –absurda, voluntarista, después lo vio– de confianza en el anglicanismo como via media entre Roma y la reforma protestante. Porque el «humor inglés», la sátira y la ironía, también la autoironía, tienen ancho espacio en Loss and Gain: la hilarante reunión evangélica, la exasperante retahíla de bienintencionados apóstoles, las escenas con las hermanas Bolton y algunas otras situaciones debieron de ser la causa de que Newman, según se cuenta, se echara a reír una y otra vez mientras escribía algunas partes de la novela. También fueron la causa probable de que determinados discípulos de Pusey, más bien estrictos, afirmaran que con semejante publicación el converso había caído más bajo que Dickens; lo cual, a nuestros ojos, resulta un elogio difícilmente superable para el arte del principiante. Por su parte, la reseña aparecida en Athenaeum condenó la novela por «absurda y poco seria». La estrategia narrativa es más sólida de lo que cabría esperar en este inexperto que se lanza a escribir urgentemente con el fin de aclarar ciertas cosas. Concretamente, los espacios de la ficción, el tiempo y los personajes están concebidos en forma sumamente equilibrada. Son media docena de años alternando entre Oxford, la casa, el campo, la rectoría de Sutton, Londres......



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