E-Book, Spanisch, 256 Seiten
Kermode El sentido de un final
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-9784-687-5
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Estudios sobre la teoría de la ficción
E-Book, Spanisch, 256 Seiten
ISBN: 978-84-9784-687-5
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
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Desde tiempos inmemoriales, la creación de ficciones ha estado estrechamente relacionada con la idea de caos y crisis, convirtiéndose en uno de los mayores enigmas de la cultura. A través de la obra de escritores tales como Platón y Sorokin, Homero y Robbe-Grillet, San Agustín y William Burroughs, el autor muestra cómo han impuesto sus «ficciones» a la eternidad y el modo en que estas han reflejado el espíritu apocalíptico. El desarrollo de la tesis central del libro muestra que en el paradigma, como en la literatura, la representación de un final es necesaria para que veamos sentido al mundo. En la oposición de las diferentes visiones apocalípticas del devenir o en la descripción de cómo la ficción degenera en mito, Kermode despliega una asombrosa erudición, llena de agudeza y fuerza expresiva, que convierte este libro en una obra maestra en su género.
Frank Kermode (Isla de Man, 1919 - Cambridge, Reino Unido, 2010) fue profesor de literatura de las Universidades de Cambridge, Columbia y Londres, y una de las figuras más relevantes dentro de la crítica literaria angloamericana. Junto con Northrop Frye, impulsó la revisión del canon interpretativo e introdujo una nueva noción de la lectura. Gedisa ha publicado sus obras D. H. Lawrence y Formas de atención.
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No se espera de los críticos, como se espera de los poetas, que nos ayuden a hallar sentido a nuestra vida. Les corresponde tan solo intentar la hazaña menor de hallar sentido a las formas en que intentamos hallar sentido a nuestra vida. Esta serie de lecciones tratará sobre dichos intentos y sé muy bien que ni los buenos libros ni el buen criterio han logrado eliminar de ellos la ignorancia ni la visión opaca, pero me reconforta el convencimiento de que el tema tiene un interés seguro, sobre todo en un momento de la historia en que puede ser más difícil que nunca aceptar precedentes de buscar sentido, creer que pueda ser suficiente cualquier forma anterior de haber satisfecho nuestra necesidad de conocer la forma de la vida en relación con las perspectivas del tiempo. Recordarán ustedes el pájaro dorado del poema de Yeats: cantaba de lo pasado, lo presente y lo por venir y así llegó a interesar a un emperador hastiado. Para lograrlo, el pájaro tenía que estar «fuera de la naturaleza». Hablar en términos humanos de devenir y de saber es tarea del ser puro y este se representa humanamente en el poema por medio de un pájaro artificial. El «artífice de la eternidad» es una notable perífrasis para «forma», para las formas que sirven de consuelo a las generaciones moribundas. En este sentido no tiene mucha importancia —aunque sí hasta cierto punto— que creamos que la edad del mundo es de seis mil años o de cinco mil millones de años, que el tiempo se detendrá o que el mundo es eterno. Hay la necesidad de hablar humanamente de la importancia de una vida en relación con él, una necesidad en el momento de la existencia de pertenecer, de estar relacionados con un principio y con un fin. El médico Alcmeón observó, con la aprobación de Aristóteles, que los hombres mueren porque no pueden unir el principio con el fin. Lo que ellos, los hombres que mueren, pueden hacer es imaginar para sí mismos una significación en estos hechos no recordados, pero imaginables. Una de las formas en que pueden hacerlo es crear objetos en los que todo, en la medida en que existe, está en concordancia con todo y ninguna otra cosa es, lo cual implica que esta disposición refleja los designios de un creador, real o posible: ...como las Formas Primitivas de todo (si comparamos las grandes cosas con las pequeñas) que se encuentran sin Discordia o Confusión En ese extraño Espejo de la Deidad. Estos modelos del mundo hacen tolerable nuestro paso entre el comienzo y el fin o al menos nos mantienen como al emperador, aburridos pero despiertos. Hay otros profetas además del pájaro dorado y somos capaces de establecer si son falsos u obsoletos. Me ocuparé no solo de la persistencia de las ficciones sino también de su verdad y su decadencia. Existe asimismo el problema de nuestra cada vez mayor suspicacia frente a las ficciones en general, aunque al parecer seguimos teniendo necesidad de ellas. Nuestra pobreza —ese rico concepto de Wallace Stevens— es lo bastante grande, en un mundo que no es el propio, como para que necesitemos preocuparnos continuamente de la ficción que cambia. Comienzo por considerar las ficciones relacionadas con el Fin, las formas en que, bajo diversas influencias existenciales, hemos imaginado diversos fines del mundo. Ello proporcionará, según creo, claves en cuanto a las formas en que las ficciones, cuyos fines están en consonancia con sus orígenes y de acuerdo, por inesperado que sea esto, con sus precedentes, satisfacen nuestras necesidades. Comenzamos, pues, por el Apocalipsis, que termina, transforma y está en concordancia. En términos generales, el pensamiento apocalíptico es más propio de las visiones del mundo rectilíneas que de las cíclicas, si bien esta no es una distinción muy clara. Y aun en el pensamiento judío no existió la verdadera apocalíptica hasta que falló la profecía, ya que la apocalíptica judía pertenece a lo que los especialistas denominan el Período Intertestamentario. Básicamente, sin embargo, cabe pensar en una serie ordenada de hechos que terminan no en un gran Año Nuevo, sino en un sabbat final. La importancia de dichos hechos deriva de un sistema unitario, no de su correspondencia con hechos registrados en otros ciclos. Esto cambia los hechos mismos y las relaciones temporales entre ellos. En Homero, según nos cuentan,1 los episodios de la Odisea están relacionados por su correspondencia con un ritual cíclico: el tiempo que los separa es insignificante, o bien nulo. Virgilio, al describir el paso de Eneas desde la destruida Troya hasta una Roma símbolo de un imperio sin fin, está más próximo a nuestra apocalíptica tradicional y es por esta razón que su imperium se ha incorporado a la apocalíptica occidental como un modelo de la Ciudad de Dios. Además, en el viaje de Eneas los episodios tienen relaciones internas: todos existen bajo la sombra del fin. Erich Auerbach apunta términos semejantes en el primer capítulo de su Mimesis, cuando contrasta la historia de la cicatriz de Odiseo con la historia del sacrificio de Isaac. La segunda historia debe sufrir constantes modificaciones mediante la referencia a lo conocido del plan divino desde la Creación hasta los Últimos Días. Constantemente está abierta a la historia, a la reinterpretación —recordemos lo fundamental que era esta historia para Kierkegaard— en términos de nuevas formas humanas de referirse a la forma única del mundo. La Odisea no es, en este sentido, abierta. Virgilio y el Génesis pertenecen a nuestras ficciones determinadas por un fin. Sus historias se ubican en lo que Dante llamaría el punto donde todos los tiempos están presentes, il punto a cui tutti li tempi son presenti, o dentro de su sombra. Esto da a cada momento su plenitud. Y si bien para nosotros el Fin ha perdido quizá su ingenua inminencia, su sombra se proyecta todavía sobre las crisis de nuestras ficciones: podemos referirnos a ella como inmanente. Esta es una posición que trataré de justificar en el curso de mi segunda lección. Entretanto, deseo asumirla desde ya. En términos generales, nuestras ficciones se han apartado, por cierto, de la simplicidad del paradigma: se han vuelto más «abiertas», pero tienen aún y continuarán teniendo, dentro de lo que cabe prever, una relación real con ficciones más simples sobre el mundo. El Apocalipsis es un ejemplo radical de tales ficciones y una fuente de otras. Me referiré a él como tipo y como fuente. En vista de mis propias limitaciones y de que el fin de nuestra propia lección es siempre algo inmanente, me veré obligado a efectuar grandes abreviaciones, pero si me concentro en los aspectos del tema que son importantes en mi tesis, lo haré, espero, sin introducir un elemento de falsedad en los demás aspectos. La Biblia es un modelo conocido de historia. Comienza con el principio («En el principio...») y termina con una visión del fin («Amén, sí, ven, Señor Jesús»). El primer libro es el Génesis, y el último, el Apocalipsis. En términos ideales, es una estructura enteramente concordante, con un fin en armonía con el medio, y un medio, con el principio y el fin. El fin, el Apocalipsis, se considera tradicionalmente como el resumen de toda la estructura, cosa que puede lograr tan solo por medio de figuras que predicen aquella parte que no ha sido revelada históricamente. El libro de la Revelación se abrió camino solo con gran lentitud en el canon —sigue siendo aún inaceptable para la Ortodoxia Griega—, tal vez a causa de una erudita desconfianza frente a las interpretaciones excesivamente literales de las figuras. Pero una vez establecido, mostró y continúa mostrando una vitalidad y riqueza de recursos que sugiere su consonancia con nuestros requerimientos más ingenuos en cuanto a la ficción. Los hombres, al igual que los poetas, nos lanzamos «en el mismo medio»,2 in medias res, cuando nacemos. También morimos in mediis rebus, y para hallar sentido en el lapso de nuestra vida requerimos acuerdos ficticios con los orígenes y con los fines que puedan dar sentido a la vida y a los poemas. El Fin que imaginan los hombres reflejará sus irreducibles preocupaciones intermedias. Lo temen, y dentro de lo que podemos juzgar, siempre lo temieron. El Fin es una figura para su propia muerte. (También lo son, quizá, todos los finales en la narrativa, aun cuando se representen, como lo hace por ejemplo Kenneth Burke, como descargas catárticas). Algunos argumentan a veces —como lo hacen críticos tan dispares como D. H. Lawrence y Austin Farrer—3 que detrás de la Revelación existe una serie de mitos totalmente inexplicables, superpuestos mediante aplicaciones tópicas posteriores sobre el tema. Pero, ¿qué necesidad humana puede ser tan profunda como la de humanizar la muerte común a todos? Cuando sobrevivimos, forjamos pequeñas imágenes de los momentos que nos parecieron finales, nos nutrimos de las épocas. Fowler hace la austera observación de que si siempre nos refiriésemos con seriedad al «final de una época» viviríamos en incesante transición. En fecha reciente Harold Rosenberg4 ha afirmado con igual seriedad que lo estamos. Los intelectuales sienten afinidad por la época, y los filósofos —sobre todo Ortega y Gasset y Jaspers—5 han tratado de dar definición al concepto. Sin duda la cuestión se halla enteramente en nuestras manos, pero nuestro interés...