E-Book, Spanisch, 265 Seiten
Lalana Conspiración Chafarinas
1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-16873-06-7
Verlag: Metaforic Club de Lectura
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 265 Seiten
ISBN: 978-84-16873-06-7
Verlag: Metaforic Club de Lectura
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Han pasado diez años y Jaime Galdós es un conocido escritor, cuya novela de intriga ambientada en las islas Chafarinas va a ser llevada al cine, aunque altos miembros del Ejército están en contra. Jaime no ha tenido noticias de Álvaro Cidraque en todo este tiempo. Pero pronto descubrirá que sigue vivo. Si 'Morirás en Chafarinas' era una novela sobre el mundo militar, Conspiración Chafarinas es una novela sobre gente de cine.
Diez años tardó Fernando Lalana en decidirse a escribir esta obra, en la que están resueltas todas las dudas y preguntas que suscita la primera parte. Aunque las respuestas casi nunca son las que el lector espera.
Fernando Lalana nació hace más de medio siglo y es Piscis. De pequeño, pensaba ser arquitecto y luego soñó con dedicarse al teatro. En medio estudió Derecho pero, a la hora de elegir profesión, eligió la de escritor. Lo hizo el 20 de febrero de 1985, cuando lo llamaron para decirle que El Zulo, su primera novela juvenil, había ganado el 'Premio Gran Angular.' Desde entonces ha publicado más de cien libros, ha vendido tres millones de ejemplares y ha ganado muchos premios. Entre ellos, el 'Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil' y el 'Cervantes Chico.'
Fernando Lalana vive en Zaragoza, donde el ayuntamiento convoca cada año un concurso literario con su nombre. Está casado y tiene dos hijas que no quieren ser escritoras.
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Melilla Grupo de Fuerzas Regulares de Infantería Melilla Nº2 Primavera de 1985 SECUENCIA 1: EL COLOR DEL DINERO (Martin Scorsese, 1986) —Tres para mí. Benítez me da las cartas. Leeentamente. Cuando vuelvo a tener las cinco en la mano, me las acerco a dos dedos de la punta de la nariz y las voy mirando con calma, de una en una, como siempre. Primero, las dos que ya tenía: Un rey y un as. Detrás van apareciendo sucesivamente un cuatro... un cinco... y un... a ver, a ver... un ocho. Hay que jorobarse... Lo mío no tiene arreglo, está visto. Una cosa es no ligar con la hija del teniente Picabea, que eso es algo que le puede pasar a cualquiera, y otra, muy distinta, no ligar una jugada superior a dobles parejas en todo lo que llevamos de mili, que eso es algo que solo me pasa a mí. Malditos sean mis galones coloraos de cabo segunda... Y ahora, ¿qué hago? ¡A ver! ¿Voy de farol, una vez más? No sé... Pese a tener anestesiado el sentido común por el hecho de vivir en un cuartel desde hace infinitos meses, algo me dice que el riesgo sería excesivo. Mis faroles empiezan a ser más conocidos en Melilla que los dry-martinis del Metropol. No sé si es la cara de primo que pongo o los sudores fríos que me entran de inmediato, pero el caso es que mis compañeros —lo de «compañeros», por supuesto, es solo un modo coloquial de referirse a los malditos traidores con los que comparto uniforme— han hecho correr la voz de que jugar conmigo al póquer es más seguro que invertir en deuda pública. Así que será mejor no seguir alimentando la codicia de estos jóvenes sin escrúpulos. Creo que no voy. Con esta birria de jugada, no. Ni hablar. Definitivamente, no voy. No voy, no. Que no. —¿Qué? ¿Vas o no vas? —¡Ejem! Esta vez, mucho me temo que... Pero... ¡Un momento, un momento, un momento...! ¿Qué es lo que ven mis cansados ojos de veterano regular? Un as, un cuatro, un cinco, un ocho y un rey. Sí, bien, aparentemente basura pero... ¡Por todos los sargentos primeros del glorioso ejército español! ¿Qué es este bello símbolo que aparece bajo el dígito de cada uno de mis cinco naipes? ¿Eh? ¿Acaso no es un negro trébol? ¡Sí, lo es! ¡Cinco tréboles como cinco palmeras del Rif! Lo cual significa que tengo... ¡color! ¡Color! ¡He estado a punto de tirar las cartas llevando color! Virgencica del Pilar... No ligaba una jugada así desde... desde... ¡qué digo...! Nunca. Nunca jamás. ¡Color! ¡Ahora, calma! ¡Ojo con la cara! ¡Ni una sonrisa! ¡Color! Sigue con tu habitual expresión de panoli con pareja de cuatros, por lo que más quieras. ¡Que nadie se dé cuenta! ¡Color! Piensa: «Tengo dos asquerosos cuatros. Tengo dos asquerosos cuatros. Tengo...» —Bueno ¿qué? ¿Vas o no, Olivetti? ¡Que anochece! —¿Qué? ¡Ah...! Pueees... ¡Ejem! Sí, bueno ¿por qué no? Bah... Voy. Ejem... Voy, voy. —Entonces, pon los cien duros. —¿Cien duros? Caramba. Va fuerte la cosa ¿eh? —Ya ves: el «furri», que tiene prisa por arruinarse. —Es que hoy he recibido giro y no sé qué hacer con tanta pasta —comenta Adolfo con su acento de la barceloneta, atusándose el bigotito—. Ya sabéis: El que tenga miedo, que salga corriendo. Y me mira. No sé si quiere decirme algo. Yo, por si acaso, me encojo de hombros, que es una buena respuesta para casi cualquier situación. —En fin, se trata de un juego, ¿no? Pues voy. Ahí están las quinientas pelas y... y... veamos... y otras… quinientas. —¡Tomá! —exclama Adolfo. —¡Vaya! ¡Ojo con el oficinista de la Plana, que lleva jugada! —anuncia Carrascosa—. ¡Por fin! Habrá que anunciarlo en la orden del día. ¿O será otro farol de los suyos? —Cuidadito con este, que hoy viene dispuesto a desplumarnos a todos. ¡Ja, ja! Perfecto, perfecto, perfecto. Esto marcha. Al tontolculo de Aguilera ni se le pasa por la cabeza que yo haya podido hacerme con una mano que merezca la pena. Y los demás le han reído la bromita, señal de que también se lo han tragado. Mi fama de perdedor empedernido se impone al buen criterio de todos estos listillos. Bueno, no. Al de todos, no. Cidraque ni siquiera ha parpadeado. Solo me mira, arqueando un poco las cajas. Él lo sabe, claro. No sé cómo demonios, pero lo sabe. ¿Es posible que pueda leerme el pensamiento? ¿Que nos lo pueda leer a todos? Se apoya en el respaldo de la silla y arroja sus cartas sobre la mesa, con un estudiado gesto de fastidio. —No voy —dice calmosamente, sin dejar de mirarme, amagando una sonrisa indescifrable. Claro que no va. Cidraque es demasiado listo para esta partida de idiotas. Los demás aún no se han dado cuenta pero yo sí. Cidraque es como el hombre invisible: invisible. Siempre pasa desapercibido. Gana de cuando en cuando pero lo hace en manos con poca apuesta. Bien, eso no tiene importancia. Casi todo el mundo gana alguna que otra vez. Casi todo el mundo, menos yo, quiero decir. El secreto de Cidraque estriba en que gana de cuando en cuando… pero jamás pierde. Jamás. Nunca se da el batacazo. Al final de la partida, de todas las partidas, Cidraque siempre se echa al bolsillo algún dinero más del que traía. Y nadie se da cuenta. Después de cinco meses de póker salvaje casi a diario, todos hemos perdido: Yo, bastante. Adolfo, pese a algún día de ganancias espectaculares, se ha dejado en la mesa hasta las pestañas. Los demás, quizá menos. Pero todos hemos perdido. Y lo que hemos perdido entre todos, lo ha ganado Cidraque a la chita callando y nadie más que yo parece darse cuenta de ello. Lo dicho: Demasiado listo para nosotros. Aunque no consigo que me caiga mal, a mí Cidraque me da un poco de miedo, esa es la verdad. Me pregunto qué clase de sujeto se esconde debajo de su gorra. Un universitario que prefiere no hacer milicias. Huuuy... Que terminó dos carreras en cuatro años. Dos carreras de esas inservibles, de lujo, que digo yo. Las que estudiaría alguien que no las va a necesitar después para ganarse la vida: Filosofía pura y Ciencias Políticas. Casi nada. Y con nota. Lo sé porque me las ingenié para echar un vistazo a su ficha personal en una visita a la oficina del tabor. Es que me picó la curiosidad después de que el coronel Cabeza le hiciese llegar, a través del teniente ayudante, una felicitación personal por haber realizado «el más brillante examen de ascenso a cabo que él recordaba haber visto nunca». Textual. Aún recuerdo la cara de bacalao de Escocia que puso el capitán Giménez. —¿Un brillante examen para ascenso a cabo? —dijo, con un punto de envidia y otro tanto de incredulidad—. ¿Y qué, con eso? Valiente tontería. ¿Quién es ese Cidraque? Un enchufado, seguro. Tú también hiciste el examen para cabo y aprobaste con buena nota. ¿Tan difícil era o qué? —Pues... no, mi capitán —recuerdo que contesté—. Sinceramente, a mí me pareció una memez. —Ahí está... tú lo has dicho: una memez. ¿A qué viene entonces tanta felicitación y tanta monserga a este Cidraque? ¡Bah...! Pues eso, precisamente eso, fue lo que me alertó sobre Álvaro Cidraque a quien, hasta entonces, no había prestado yo demasiada atención. Y es que... ¿Cómo explicarlo? Deslumbrar con una impecable tesis doctoral es algo relativamente frecuente. Ser el primero de tu promoción... ¡bah! Todos los años hay alguien que lo consigue. Y, de cuando en cuando, hay un fenómeno que termina una carrera universitaria con matrícula de honor. Vale, eso lo puedo entender. Pero mostrarse brillante en un examen para ascenso a cabo es... es otra cosa. Es como hacer poesía al rellenar una quiniela: Tan difícil que solo puede estar al alcance de verdaderos privilegiados. Y Cidraque es uno de ellos. Sin ninguna duda. —Yo, sí voy —dice el loco Carrascosa—. Las mil pelas... y dos mil más. Esto se anima. Bien. —Me faltan dos mil quinientas para cubrir la apuesta —proclama Benítez—. ¿Es eso? —Eso es. —Bien. Ahí van cinco talegos. Y el que pueda, que me siga. Nos quedamos todos instantáneamente helados. Hasta Cidraque se yergue en el asiento. ¡Cinco mil pelas! El mendrugo de Benítez ha puesto mil duros sobre el tapete. —¿Tú vas, furriel? —pregunta Benítez en tono desafiante. —¡Qué dices! —contesta Adolfo, arrojando las cartas—. Ni con diez litros de cruzcampo en las venas. Huy... —Yo tampoco voy —le imita Aguilera. Huuuy.... —Ni yo —se añade Carrascosa. Huyuyuuuy... —Tú hablas, olivetti. Mientras todos clavan en mí su mirada, me asalta una duda espantosa: ¿Cuánto vale el color? Desde luego, más que las dobles parejas pero ¿es más que el trío y menos que el ful? ¿O está entre el ful y el póquer? Porque... a ver si va a valer menos que el trío y hago el canelo. —¿Vas o no vas, tío? —me apremia Benítez— La apuesta está en cinco mil quinientas. Te faltan cuatro quinientas para ver. ¿Qué dice este? Yo no veo cuatro mil quinientas pelas juntas ni el día de paga. Estoy a punto de darme por vencido pero... tanta prisa me parece sospechosa. Yo puedo tener mala suerte con las cartas pero tonto, no soy. O, por lo menos, no del todo. Le acabo de ver el plumero a Benítez. Tiene miedo de que siga la mano. Ha apostado...