Le Guillou | El rostro del resucitado | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, 424 Seiten

Reihe: Ensayo

Le Guillou El rostro del resucitado

Grandeza profética, espiritual y doctrinal, pasatoral y misionera del Concilio Vaticano II
1. Auflage 2012
ISBN: 978-84-9920-805-3
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Grandeza profética, espiritual y doctrinal, pasatoral y misionera del Concilio Vaticano II

E-Book, Spanisch, 424 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-9920-805-3
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
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'Una obra sólida sobre el Concilio y un estimulante de la vida cristiana'. Con estas palabras describe Henri de Lubac El Rostro del Resucitado, volumen con el que Marie-Josep Le Guillou, perito en el Concilio Vaticano II y uno de los protagonistas de la teología católica de la segunda mitad del siglo XX, ofrece a los lectores 'una especie de vade-mecum conciliar, un manual con las líneas fundamentales de Vaticano II'. El Rostro del Resucitado, que permite reconocer la 'contemplación del Rostro de Cristo suscitada por el Espíritu' como la 'pulsación primordial del corazón quizá escondido pero infinitamente real y dinámico del Vaticano II', constituye un ejemplo paradigmático de la 'hermenéutica la renovación y de la reforma dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia' solicitada por Benedicto XVI a cincuenta años de la apertura del último Concilio Ecuménico.

Marie-Joseph Le Guillou o.p. (1920-1990) estudió con maestros como Congar, Chenu y Dumont en Le Saulchoir, donde fue profesor de Moral en las facultades de Filosofía y Teología. Miembro del Centro Istina en París, por su experiencia en el ámbito del trabajo ecuménico fue llamado como perito por algunos obispos franceses a partir del segundo período del Concilio Vaticano II. Fundador y primer director del Instituto Superior de Estudios Ecuménicos del Institut Catholique de París, fue miembro de la Comisión Teológica Internacional y secretario especial de la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre el sacerdocio en 1971. Amigo de Henri de Lubac, Hans Urs von Balthasar y Joseph Ratzinger, para afrontar la crisis de los años 70 propone la recuperación de la lectura hermenéutica de la tradición católica en volúmenes como El misterio del Padre (Encuentro 1998) y El Inocente (Monte Carmelo 2005). En 1974, con 54 años, una grave enfermedad le impidió continuar establemente su trabajo académico, no así la predicación y la formación de seglares y religiosos. Murió el 25 de enero de 1990 en el Priorato de Béthanie de las Benedictinas del Sacré Coeur de Mont-Martre (Blaru, Francia), donde se había retirado en 1979.
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La presencia permanente del Resucitado junto a su Esposa entre las vicisitudes

del mundo

Invitación a la lectura

Gabriel Richi Alberti

El concilio ecuménico Vaticano II fue un don del Espíritu a su Iglesia. Por esto motivo sigue siendo un acontecimiento fundamental, no sólo para comprender la historia de la Iglesia en este tramo del siglo, sino también, y sobre todo, para verificar la presencia permanente del Resucitado junto a su Esposa entre las vicisitudes del mundo1.

Así se expresaba el beato Juan Pablo II en el acto de clausura del Congreso Internacional sobre la aplicación del concilio Vaticano II, que el Papa padre conciliar promovió durante el Gran Jubileo del año 2000. Son palabras que, sintéticamente, nos ofrecen algunas claves fundamentales para acercarnos al evento conciliar con plena fidelidad a las indicaciones que Benedicto XVI ha ofrecido en la ya célebre alocución a la Curia Romana con ocasión de la felicitación navideña del 22 de diciembre de 20052.

Y son palabras que concuerdan a la perfección con la perspectiva de lectura que el padre Marie-Joseph Le Guillou ofrece en El Rostro del Resucitado.

Como el mismo autor nos informa, la publicación de este volumen estaba prevista para el mes de diciembre de 1966: sólo un año después de la clausura del Concilio. Su redacción fue propiciada por la invitación recibida por parte de algunos obispos con los que el padre Le Guillou había colaborado a partir del segundo período conciliar -el autor cita a algunos obispos africanos: S.E. Mons. Zoa, arzobispo de Yaundé, S.E. Mons. Ndongmo, obispo de Nkongsamba, y S.E. Mons. Malula, arzobispo de Léopoldville- a «a esbozar una síntesis global del Concilio susceptible de ayudar a sus sacerdotes y a sus laicos a realizar los descubrimientos que ellos mismos habían hecho a lo largo de las sesiones»3.

Sin embargo, la obra vio la luz sólo dos años más tarde por motivos de salud del autor y, sobre todo, a causa del trabajo necesario para la fundación del Institut Supérieur d’Etudes Œcuméniques del Institut Catholique de París. De hecho, la publicación coincidió con el clima cultural sucesivo al célebre mayo del 684, clima que repercutió en la vida de la Iglesia promoviendo juicios sobre el Vaticano II como el citado explícitamente por nuestro autor al comienzo de esta obra: «¿No es verdad que en numerosos medios católicos está bien visto dar a entender que el Concilio está superado?»5.

Desde finales de los años 60 hasta nuestros días, han pasado casi cincuenta años. Medio siglo en el que la Iglesia ha vivido, con sus luces y sombras, el proceso de recepción del último concilio ecuménico. Las componentes de dicho proceso que deberían ser estudiadas son diversas y de naturaleza diferente. Citamos sólo algunas de las más significativas: las tres fases que, según Pottmeyer, se sucedieron desde la clausura del Concilio hasta 19856, la importancia objetiva de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985 con ocasión del vigésimo aniversario de su conclusión7, el protagonismo del arzobispo Karol Wojtyla primero y del papa Juan Pablo II después8, el Gran Jubileo del año 2000, la publicación completa de la Historia del Concilio Ecuménico Vaticano II dirigida por Giuseppe Alberigo9 y de toda una serie de estudios y propuestas editoriales del último decenio en torno al Concilio y a su recepción10, la propuesta hermenéutica de Benedicto XVI11...

No es ciertamente éste el lugar adecuado para estudiar cada una de estas iniciativas. Su número y su variedad, sin embargo, obligan a dar razón de la oportunidad de volver a proponer, a cincuenta años de la apertura del Vaticano II, un volumen de introducción general redactado por uno de los peritos que estuvieron al servicio de los padres conciliares. Los textos sobre el Concilio se multiplicarán en los próximos años: ¿vale verdaderamente la pena recuperar El Rostro del Resucitado?

Sin duda y por varias razones.

Ante todo por la hipótesis general de lectura que el padre Le Guillou propone: el Vaticano II es un concilio cuyo centro es el misterio de Jesucristo ofrecido a los hombres en el hoy de la historia12. En efecto, un rasgo específico de la presentación del Concilio por parte de nuestro autor es la afirmación del carácter cristológico del legado del Vaticano II13. Al hablar de carácter cristológico, Le Guillou no se refiere principalmente al contenido preciso de las diversas constituciones, decretos y declaraciones conciliares, sino que busca ofrecer una clave de acceso sintética que permita descubrir la profundidad teológica de los diferentes contenidos propuestos por el Concilio: «Jesucristo centro absoluto de atracción y de referencia para el mundo entero es el mensaje del Concilio a nuestro tiempo»14. Esta clave de lectura consiste en contemplar el misterio de Cristo: «contemplación del Rostro de Cristo suscitada por el Espíritu, ésta es la pulsación primordial del corazón quizás escondido pero infinitamente real y dinámico del Vaticano II»15. A través de esta contemplación, que nos revela a Cristo como imagen del Dios invisible en la que la Iglesia se refleja como en un espejo, se nos manifiesta el esplendor profético del Vaticano II16. Esta perspectiva ha sido retomada autorizadamente por la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985, en cuya relación final se afirma con claridad que cuanto el Concilio afirma sobre la Iglesia posee un profundo carácter trinitario y cristocéntrico17. Los documentos del Vaticano II, en efecto, consideran como su objeto propio la realidad de la Iglesia y su relación con el mundo y, sin embargo, el punto de vista que adoptan no es eclesiológico, sino profundamente cristológico y trinitario. Y así lo afirma con claridad nuestro autor: «¡qué paradoja que un Concilio, cuyo objeto propio es la Iglesia, aparezca completamente dominado por el misterio del Dios trinitario!»18.

Esta lectura cristológica del Vaticano II conduce a nuestro autor a poner de manifiesto la particular importancia de la constitución dogmática Dei verbum19. Jesucristo es la plenitud de la revelación: en su Persona singular se revela, de una vez para siempre, el designio del amor de Dios20. Él es, en el realismo de su encarnación redentora, la imagen del Padre, y recapitula en sí toda la creación, manifestando la unidad del designio salvífico. Esta plenitud de la revelación, que da a conocer e invita a vivir en la comunión de la Trinidad, es posible gracias a la obra del Espíritu.

Sólo a partir de esta clave sintética es posible afrontar adecuadamente cuanto el Concilio enseña sobre la Iglesia. Esta perspectiva permite al padre Le Guillou, en primer lugar, contemplar en profunda unidad las imágenes de “pueblo de Dios” y “cuerpo de Cristo”21; pero, sobre todo, le posibilita reconocer en el misterio de Cristo la clave de comprensión de la Iglesia como sacramento universal de salvación, noción clave del Vaticano II22. Esta noción contempla de nuevo la Iglesia a partir de su fuente: el misterio trinitario23.

Le Guillou considera que se pueden leer adecuadamente los principales argumentos presentes en los documentos conciliares a partir de la afirmación de la sacramentalidad de la Iglesia: la catolicidad y las misiones (cuya fuente se encuentra en el misterio de la Trinidad), la libertad religiosa (nuestro autor denomina bellamente a la Iglesia el “sacramento de la libertad”), el ecumenismo, el diálogo interreligioso (profundización de la catolicidad), la relación con el mundo (del que se distingue y del que es responsable), el carácter histórico de la Iglesia (ámbito de transfiguración de la experiencia humana).

Como consecuencia de este planteamiento el teólogo dominico considera que, según la enseñanza conciliar, la existencia cristiana deriva toda ella de su contemplación del misterio de Cristo, y se resume en una frase de san Juan que nuestro autor traduce así: «Tel il est, lui, tels nous sommes, nous, dans le monde» (1 Jn 4,17)24. ¿Cuáles son los rasgos característicos del cristiano? Ante todo la conformidad con Jesucristo: Él es el hombre nuevo en el que se revela completamente el misterio del hombre. Dicha conformidad hace de la vida del cristiano un permanente sacrificio espiritual, cuyo centro es la Eucaristía y cuya forma concreta es la vida fraternal de la comunión orgánica que es la Iglesia (con sus diferentes carismas y ministerios en la unidad de una vocación y misión comunes). La imagen...



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