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E-Book, Spanisch, Band 558, 196 Seiten

Reihe: Nuevos Tiempos

Lecca Veneno para escritores

Misterio en las Cinco Tierras
1. Auflage 2025
ISBN: 979-13-8768800-4
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Misterio en las Cinco Tierras

E-Book, Spanisch, Band 558, 196 Seiten

Reihe: Nuevos Tiempos

ISBN: 979-13-8768800-4
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Una ágil y mordaz novela sobre los entresijos y contradicciones del mundo editorial. La buena escritura ya no interesa a nadie. Un posible asesinato, en cambio, intriga al mundo entero. Esta noche, en directo desde la BBC, lady Doris Coleman, el famoso rostro del periodismo anglosajón, entrevista a Antonina Pistuddi, una novelista tan prestigiosa como poco vendedora, acusada de homicidio voluntario múltiple. Cuatro son las víctimas, todas exponentes de esa nouvelle vague literaria que Antonina siempre ha despreciado, y todas, como ella, huéspedes de Villa Soledad, un centro internacional para la protección de la literatura. Una es Álvaro Moret, autor de un best seller que desvela los secretos para convertirse en influencer; otra, Lizzie Eden, diputada británica que narra en sus memorias su pasado como scort; también está Arlanda Levin, cantante sueca que no ha leído ni una sola página de la novela que le ha escrito un autor fantasma. Y por último, Julien Corbusier, ídolo adolescente gracias a una colección de versos decididamente instagrameables. Antes de morir, todos le habían pedido a Antonina que les preparase uno de sus legendarios risotti, a base de setas recogidas durante un paseo por el bosque... Con perversa ironía y despiadada irreverencia, Nicola Lecca arroja en esta novela una ágil y mordaz mirada sobre los entresijos y contradicciones del mundo editorial. «Un ritmo trepidante y una mirada ligera e irónica sobre el oficio de escribir».La Lettura

Nicola Lecca (Cagliari, 1976) es un escritor nómada que ha vivido largas temporadas en Reikiavik, Visby, Londres, Venecia y Viena. Sus obras han merecido numerosos reconocimientos y han sido publicadas en más de una veintena de países. Es editorialista de L'Unione Sarda y firma regularmente artículos para la Repubblica.
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Vernazza – Casa de Alberto Malagamba

(Durante la misma pausa publicitaria)


La casa de Alberto Malagamba, el joven portero que abastecía a los escritores que residieron en Villa Soledad hasta el día de la tragedia, no dista mucho del cementerio del pueblo: está aislada y envuelta en una oscuridad interrumpida únicamente por unas cuantas farolas, cuya luz tenue apenas ilumina el destartalado camino que desciende hasta las murallas medievales de Vernazza rozando una iglesia desacralizada, que ha quedado allí a modo de oscuro presagio, abandonada y sin frailes.

El lebeche sopla y las hojas de los árboles se quejan continuamente.

Los Malagamba, empobrecidos a raíz de la riada de 2013 —que los obligó a emplear a su único hijo como chico para todo en Villa Soledad—, están sentados frente a un televisor grande y plano, que contrasta por completo con los muebles apilados que lo rodean. Las ventanas están cerradas. Una vieja estufa despide un calor insuficiente para aplacar el frío de enero. El vapor que emana la menestra típica de Liguria impregna el aire en el interior de la casa. Cristales empañados, olor a ajo y albahaca.

Encima de la mesita hay cuatro vasos vacíos, una botella de vino a medias y las sobras del pastel de arroz que la vieja señora Maria, ganadora del concurso anual de la mejor tarta de arroz de las Cinco Tierras, ha llevado a los Malagamba para agradecerles que la hayan invitado a ver con ellos el programa de lady Doris Coleman.

A decir verdad, los Malagamba no la convidaron, más bien fue ella la que se impuso, como de costumbre, agarrándolos por el cuello. La señora Maria no habla inglés y no ha comprendido una sola palabra de lo que han dicho en la BBC. Por esa razón, apenas empieza la pausa publicitaria, se vuelve hacia Alberto sumamente inquieta y le pregunta: «Entonces, ?1 ¿Qué han dicho? ¿Fue ella la que mató a esos pobres muchachos?».

ALBERTO (titubeante): No he entendido todo. En cualquier caso, la periodista inglesa está convencida de que la señora Pistuddi lo hizo e intenta arrinconarla. Pero ella es lista. Es más lista que el hambre y se escabulle como una anguila.

EL SEÑOR MALAGAMBA: ¡Ojalá que la absuelvan! En las Cinco Tierras no necesitamos más escándalos. 2

LA SEÑORA MALAGAMBA: En mi opinión, es inocente.

EL SEÑOR MALAGAMBA (exasperado): ¿Culpable? ¿Inocente? ¡Qué más da! Lo único que nos interesa es que esa historia acabe cuanto antes. Ojalá que el tribunal de La Spezia archive todo.

LA SEÑORA MALAGAMBA (en voz mucho más baja que su marido): El sobrino de Marcella, el juez, ha oído decir que, en caso de que los de La Spezia no hagan bien las cosas, los de Génova se ocuparán de la investigación.

EL SEÑOR MALAGAMBA: Sería una desgracia: …3

LA SEÑORA MARIA (cuya panadería familiar, en verano, llega a ganar ochenta mil euros al mes): ¡Dios mío! Esta pompa de jabón debe deshacerse con la misma rapidez con la que se formó.

ALBERTO: Sea como fuere, un día, mientras ordenaba la despensa, oí que esa escritora sarda le gritaba al francés, al modelo. Le montó una escena.

LA SEÑORA MALAGAMBA (sorprendida de que su hijo haya guardado silencio sobre un detalle tan relevante): ¿Por qué, qué le dijo?

ALBERTO (esforzándose por recordar cada palabra con exactitud e imitando la voz ronca y el acento sardo de Antonina Pistuddi): Ella le preguntó: «¿Quién te crees que eres?, ¿eh? ¿Jimi Hendrix? ¿Bob Dylan? ¿Cómo te atreves a ignorar una carta que yo, ANTONINA PISTUDDI, te escribí de mi puño y letra y, por si fuera poco, con mi membrete?».

Y cuando él respondió que no había tenido tiempo, ella se enfadó mucho y le gritó: «¿Que no has tenido tiempo? ¿Tú? ¡Tenías exactamente veinticuatro horas al día, igual que yo, que el presidente de los Estados Unidos de América y que el resto del mundo! La gente como tú no debería poner siquiera un pie en Villa Soledad: ¡impostor! ¡Basura!».

LA SEÑORA MALAGAMBA (preocupada): Pero ¿esa señora sabe que oíste todo?

ALBERTO: No, creo que no. Estaba lejos.

LA SEÑORA MALAGAMBA (vacilante): Quizá habría que contar esas cosas a la policía…

EL SEÑOR MALAGAMBA (levantándose bruscamente de su silla): Pero ¿estás loca? Así el niño acabará saliendo en los periódicos y tendrá que declarar durante diez años en los juicios de primer, segundo y tercer grado. ¡Menudo infierno! Olvídalo, hijo mío. Olvídalo todo. ¡Nunca viste ni oíste nada! —Luego, volviéndose hacia su invitada—: Y tú Maria: 4

LA SEÑORA MARIA (sabedora de que la consideran la chismosa del pueblo): ¿Yo? ¡Faltaría más! 5

ALBERTO (irritado): Ya no soy un niño. Y, de todos modos, los otros escritores también parecían un poco extraños. La inglesa, la parlamentaria, siempre estaba deprimida. Una vez, mientras regaba las flores en la terraza, me dijo: «Manarola es tan hermosa que cuando muera, quiero que esparzan mis cenizas en el mar que la baña».

«Piense en vivir, señora Eden», le dije.

Y ella me respondió: «¿Por qué? ¿Acaso vale la pena?».

El SEÑOR MALAGAMBA: ¡Menuda alegría!

ALBERTO: Por cierto, esa sí que era una ignorante: dijo que las Cinco Tierras eran los pueblos más bonitos de toda Toscana. Y a Corniglia la llamó «Cornazza».

LA SEÑORA MALAGAMBA: En Toscana, sí, claro… ¡y en Cornazza! Es increíble que alguien así llegara a ser parlamentaria.

LA SEÑORA MARIA (en voz baja, como si fuera un secreto): Igual que Cicciolina, la actriz porno. A esa también la eligieron diputada. 6

ALBERTO: De todas maneras, la más rara era la sueca, la cantante. Uno de los primeros días que fui a la casa el sol pegaba fuerte, así que, después de subir todos esos escalones con la cesta llena de provisiones sobre los hombros, llegué a Villa Soledad empapado de sudor. «Pobre Alberto, estás mojado como un pollito. ¡Tienes que refrescarte!», me dijo y después me invitó a darme una ducha en su habitación.

EL SEÑOR MALAGAMBA: ¿Y tú fuiste?

ALBERTO: Bueno, sí… La verdad es que no olía demasiado bien.

EL SEÑOR MALAGAMBA (impaciente): ¿Cómo acabó la historia?

ALBERTO (mirando al suelo): Bueno, charlamos un poco. Me preguntó cuántos años tenía. «Ya eres mayor», me dijo antes de salir de la habitación. Cuando me quedé solo, me quité la ropa, la dejé bien doblada en una silla y entré en el cuarto de baño. No había ducha, solo una bañera, sin cortina siquiera. Así que abrí poco los grifos para no inundarlo todo. Y mientras me enjuagaba el pelo, con los ojos cerrados y la cara llena de espuma, ella entró sin llamar. «Se me olvidó darte una toalla. Si necesitas algo más, estoy fuera…».

LA SEÑORA MARIA (escandalizada a más no poder y tapándose la boca con una mano): ¡Menuda indecencia! Incomodar así a un chiquillo de quince años…

EL SEÑOR MALAGAMBA (en tono inquisitorial): ¿Y después?

ALBERTO (con las mejillas ya rojas): ¡Y después nada! Cuando terminé, salí del baño con la toalla atada a la cintura. Mi ropa ya no estaba donde la había dejado y la sueca tenía mi camiseta en una mano. «Estaba volviendo a doblar todo», dijo, avergonzada, y sonriendo de forma extraña se acercó a mí, me puso una mano en el pecho y me preguntó por qué no me afeitaba las axilas. Le contesté que solo las mujeres se las afeitan. Entonces, salió de la habitación y por fin me dejó en paz.

LA SEÑORA MALAGAMBA (en tono de reproche): ¿Por qué no nos has contado antes todas esas cosas, eh?

ALBERTO: 7 ¿No?

LA SEÑORA MARIA (interrumpiendo la conversación y haciendo un gesto con la mano en el aire): 8 ¡El programa vuelve a empezar!



En realidad, Alberto sabe que ese día las cosas sucedieron de otra manera. Que Arlanda Levin no salió de la habitación después de haberle acariciado el torso. Al contrario, le quitó la toalla mojada y, acto seguido, animada por su mudo consentimiento, hizo todo lo que había planeado hacer.

1 ¿Qué dicen en la televisión? .

2 Después de que se muriera el cura y de la riada, ¡solo nos faltaba esto!

3 Esta historia se prolongaría durante años…

4 ¡No digas nada a nadie y llévate este secreto a la tumba!

5 ¡Jamás le cuento nada a nadie!

6 ¡Menuda vergüenza!

7 Porque no sucedió nada...



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