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E-Book, Spanisch, 485 Seiten

Leff Ecología política

De la deconstrucción del capital a la territorialización de la vida
1. Auflage 2019
ISBN: 978-607-03-1040-9
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

De la deconstrucción del capital a la territorialización de la vida

E-Book, Spanisch, 485 Seiten

ISBN: 978-607-03-1040-9
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
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Este libro despliega la trama conceptual de la ecologi?a poli?tica latinoamericana en la que late una pulsio?n de emancipacio?n de la vida. Ma?s alla? de la voluntad de cuestionar el legado del pensamiento filoso?fico y de la ciencia logoce?ntrica como las causas histo?ricas que desencadenaron la crisis ambiental, asume la responsabilidad de dar palabras al proceso de desposesio?n de los pueblos y a la degradacio?n ecolo?gica del planeta. Este libro nace del abismo de la vida, de la falla constitutiva del ser desde donde irrumpe y se constituye el campo de una ontologi?a poli?tica. No so?lo como una nueva disciplina en el campo de las humanidades y las ciencias sociales, sino como un proceso de rexistencia de la vida que reorienta el proceso civilizatorio de la humanidad, desde las condiciones de la vida y los derechos de existencia de los Pueblos de la Tierra, a trave?s del dia?logo de saberes que abre los horizontes del devenir y la sustentabilidad dela vida en el planeta. Las letras y las palabras de este libro se articulan en el compromiso e?tico de deconstruir el re?gimen ontolo?gico del capital que ha dislocado la vida para recorrer los caminos que esta? abriendo el ambientalismo cri?tico hacia la territorializacio?n de la vida.

Enrique Leff ess investigador titular del Instituto de Investigaciones Sociales y profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue Coordinador de la Red de Formación Ambiental para América Latina y el Caribe en el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (1986-2008). Es autor pionero en los campos del ecomarxismo, la ecología política, la sociología ambiental y la educación ambiental. Es considerado como uno de los principales exponentes del Pensamiento Ambiental Latinoamericano. Fue galardonado con el Premio Nacional a la Investigación Socio-Humanitaria por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, en 2015; el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma del Estado de México en 2016; y el Premio Universidad Nacional de Investigación en Ciencias Sociales (UNAM), en 2016.

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1. LIBERANDO LA SUSTENTABILIDAD DE LA VIDA 1 Hace medio siglo sonó la alarma ecológica anunciando un acontecimiento inédito en la historia humana: una crisis ambiental planetaria. No se trataba de una catástrofe ecológica debida al reajuste del metabolismo de la vida en la biosfera, de la manera como ocurriera anteriormente en la historia geológica de la Tierra. Este “fenómeno de la naturaleza” fue percibido como una crisis de civilización: de los modos de intervención de la humanidad sobre los cursos y los destinos de la vida; de los límites del crecimiento económico y el desencadenamiento de las fuerzas prometeicas de la tecnología que habían sobrepasado la “capacidad de carga” y las “funciones de resiliencia” de la frágil trama de la vida en la biosfera. Para controlar la degradación entrópica del sistema de soporte de la vida en el planeta y contrabalancear los efectos destructivos generados por la inercia de la pulsión del proceso de globalización tecno-económica fue forjada una palabra maestra: sustentabilidad. La construcción de la sustentabilidad de la vida fue el llamado para salvar a la Tierra de una catástrofe tan no intencionada como impredecible. De esta manera, la humanidad fue convocada para dar bases de sustentabilidad al proceso de desarrollo. Pero en esa búsqueda por asegurar la vida en el planeta, varias preguntas quedaban en el aire: ¿cómo se había constituido el régimen de racionalidad que atenta contra la sustentabilidad de la vida en el planeta?, ¿cómo incorporar las condiciones de sustentabilidad a la economía? El llamado a la sustentabilidad ha sido percibido como la ocasión para cortar el listón en la glamurosa celebración de un simulacro; como el Guasón que nos esperaba a la vuelta de la esquina luego de haberse escondido de nuestra mirada durante toda la historia de la humanidad. Pero, ¿cuál es el sentido profundo de la sustentabilidad? ¿Qué la ha cegado, acallando su mensaje revelador, bloqueando y restringiendo sus potencialidades, constriñendo su propósito transgresor? ¿De qué maleficios habríamos de exorcizarla y liberarla? ¿Está encadenada por los poderes hegemónicos que dominan y gobiernan el orden mundial, o es el temor de abrir un proceso revolucionario capaz de subvertir la seguridad ontológica del orden establecido sacudido por el riesgo ecológico? Pareciera que hay algo enigmático y sospechoso en el término “sustentabilidad”, una falsa promesa, un riesgo peligroso, un poder no revelado que quisiera constreñir su significado, limitando y desviando su sentido hacia la miope visión de un mundo enverdecido. De hecho, sustentabilidad era una palabra prácticamente inexistente en el vocabulario de la teoría económica, de las políticas públicas y de los asuntos internacionales antes del 22 de abril de 1970, el día que fuera fundado el Día de la Tierra en la cúspide del movimiento contracultural en Estados Unidos, dando voz a una conciencia emergente que canalizó la energía de la protesta antinuclear y contra la guerra de Vietnam hacia la irrupción del movimiento ambientalista. El gerundio “sosteniendo” o “sustentando” y el adjetivo “sustentable” o “sostenible” aparecen en diccionarios definiendo “la habilidad de sostener algo” o como descriptor de “algo susceptible de ser sostenido”. Pero el concepto de sustentabilidad, entendido como una norma social, como una condición del proceso económico y de la vida misma, emergió como un neologismo con el Informe Brundtland: Nuestro Futuro Común (WCDE, 1987), habiendo sido inseminado por los debates y las publicaciones de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) durante los ochenta. Antes de ello vivíamos en un mundo gobernado por la ideología del progreso, del crecimiento económico y la potencia tecnológica sin límites. En esos tiempos, la irrupción de la crisis ambiental, la idea de un posible colapso ecológico fue un “shock” cultural. Un día amanecimos confrontados con una crisis civilizatoria que no habíamos anticipado. ¿Cómo es que tal resultado de la historia había podido mantenerse invisible para la moderna cultura del conocimiento, ciega al Iluminismo de la Razón, oculta a la verdad de la ciencia? ¿Cómo es que los principios del progreso, basados en los derechos y el deber de los seres humanos de explotar la naturaleza –una ideología tan arraigada en la civilización judeo-cristiana occidental y en el principium rationis de la modernidad– pudieran mostrarse tan fallidos? Qué es lo que se había abismado del pretendido fundamento –de la transparencia, la objetividad y el control– del conocimiento de nuestro mundo moderno? Lo que estaba emergiendo a la claridad era algo que estaba profundamente equivocado en la concepción moderna de la vida humana y de su desarrollo, en las formas dominantes del conocimiento y en los modos de producción, en nuestras maneras de comprender la vida, de habitar el planeta y de ser-en-elmundo. El mundo civilizado, la sociedad del conocimiento, despertó un día cegada por el Iluminismo de la Razón; los ciudadanos fueron impedidos de respirar su aire enrarecido, de bañarse en sus aguas contaminadas; la humanidad entera se vio manchada y embarrada por el lodoso y pantanoso mundo creado por la historia de la ceguera de la vida, viviendo la metáfora escatológica de José Saramago. Grandes pensadores habían anticipado con sus intuiciones premonitorias, el advenimiento del mundo siniestro de la tecnología: la frase emblemática de Nietzsche “el desierto crece” simbolizó el nihilismo de la razón. Heidegger caracterizó el mundo de la Gestell gobernado por la tecnología (Heidegger, 1935). Freud desentrañó el fondo inconsciente de lo unheimlich manifiesto en el Malestar de la cultura (Freud, 1930). Más recientemente la Nube de smog de Italo Calvino (1958) y la Primavera silenciosa de Rachel Carlson (1962) ponían de manifiesto la visión fantasmagórica del mundo contaminado por venir de Fernando Pessoa (2002), “inaprensible a la razón y a los sentidos”. Pero fue con Los límites del crecimiento –el estudio del MIT y el Club de Roma publicado al tiempo de la Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, celebrada en Estocolmo en 1972– que sonó la alarma ecológica. Ésta anunciaba que si la economía, la población y la tecnología continuaran sus tendencias de crecimiento se produciría un colapso ecológico en el planeta a la vuelta del siglo (Meadows et al., 1972). La humanidad no estaba preparada para recibir tan aciagas y amargas noticias. Las primeras reacciones surgieron de inmediato, como antídoto para el mal: control de la natalidad, crecimiento cero, responsabilidad ética y control social de la tecnología. En tanto que los países “subdesarrollados” respondieron reclamando su “derecho al desarrollo”, en tanto que veían en el freno al crecimiento su condenación a la pobreza, el sistema económico resistía el desafío desde la voluntad de poder instaurada en sus paradigmas teóricos e intereses prácticos. Incapaz de asimilar la crítica radical de la crisis ambiental a la racionalidad de la modernidad –y a la historia metafísica de la civilización occidental–, el “establishment” económico trató de minimizar el problema, al tiempo que buscó reabsorber y superar la crisis dentro de sus principios de racionalidad. La respuesta desde la racionalidad económica fue su propósito de internalizar las externalidades ecológicas ignoradas hasta ese momento, extendiendo los tentáculos de la economía a los elementos anteriormente libres y abundantes de la naturaleza: primeramente la valoración económica del aire y el agua, los bosques y la biodiversidad; para terminar incorporando al sistema económico los sistemas de soporte de la vida, los bienes y los servicios ambientales, y el cambio climático. De esta manera, la naturaleza ha sido recodificada y resignificada, valorizada y despreciada por el sistema económico; absorbida y consumida por una racionalidad tecno-económica totalitaria y omnívora. Si la gran transformación (Polanyi, 1944) operada por el capitalismo naciente había convertido a la naturaleza en recursos y materias primas, y a los seres humanos en fuerza de trabajo, dispuestos para ser apropiados y movilizados por el mecanismo auto-regulado del mercado, en la fase actual de la globalización económica, la Naturaleza organizada de la biosfera se desintegra en masa y energía manipulable por la tecnología. El homo sapiens se ha convertido en homo economicus; ya no precisa pensar para establecer su lugar en la Tierra; le basta con ejercer su juicio racional –su rational choice– para responder a las señales del mercado. La respuesta desde la disciplina emergente de la economía ecológica fue de alguna manera naive y, desde otra perspectiva, radical. En su vena más optimista, postulaba que el sistema económico tendría que restringirse a las condiciones de sustentabilidad de la biosfera, a un “estado estacionario” y de balance ecológico, a las condiciones de reproducción de los recursos naturales y de restauración de los ambientes degradados (Daly, 1991). Desde la corriente más radical abierta por Nicholas Georgescu-Roegen (1971), el proceso económico era visto como una mega-máquina que se alimenta de naturaleza, que es transformada en el proceso de producción siguiendo la ley de la entropía, la segunda ley de la termodinámica. Por consiguiente, la auto-complacencia de la racionalidad económica y su promesa de un crecimiento ilimitado, ha resultado en un proceso económico insostenible: en un horno que consume una naturaleza...



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