Lem | Provocación | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 213, 192 Seiten

Reihe: Impedimenta

Lem Provocación


1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-17553-66-1
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, Band 213, 192 Seiten

Reihe: Impedimenta

ISBN: 978-84-17553-66-1
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Provocación es una hazaña intelectual sin precedentes. En ella Lem hace coincidir la obra de Horst Aspernicus, un supuesto historiador alemán del Holocausto, cuyos 'trabajos' suponen un análisis radical del genocidio y un salto mortal en los abismos de la naturaleza del sujeto; 'Un minuto humano' -un libro imaginario escrito por Johnson & Johnson-, que se propone presentar 'lo que todo el mundo está haciendo simultáneamente durante un minuto'; 'El mundo como Holocausto', una introducción a un libro aún no escrito, donde Lem predice desarrollos futuros en el conocimiento sobre la creación de la vida en el Universo; y 'La evolución al revés', otra reseña de otro libro ficticio que Lem afirma haber leído (una historia militar del mundo escrita en un futuro siglo XXI) y utilizado para sus novelas. Provocación es un libro heterodoxo, profundo y exigente que cuestiona las convicciones culturales del individuo contemporáneo, de uno de los grandes maestros de la literatura del siglo XX.

Stanis?aw Lem nació en la ciudad polaca de Lvov en 1921, en el seno de una familia de la clase media acomodada. Aunque nunca fue una persona religiosa, era de ascendencia judía. Siguiendo los pasos de su padre, se matriculó en la Facultad de Medicina de Lvov hasta que, en 1939, los alemanes ocuparon la ciudad. Durante los siguientes cinco años, Lem, miembro de la resistencia, vivirá con papeles falsos y se dedicará a trabajar como mecánico y soldador, y a sabotear coches alemanes. En 1942 su familia se libró de milagro de las cámaras de gas de Belzec. Al final de la guerra, Lem regresó a la Facultad de Medicina, pero la abandonó al poco tiempo debido a diversas discrepancias ideológicas y a que no quería que lo alistaran como médico militar. En 1946 fue 'repatriado' a la fuerza a Cracovia, donde fijaría su residencia.No tardaría demasiado en iniciar una titubeante carrera literaria. Se considera que su primera novela es El hospital de la transfiguración (Impedimenta, 2007), escrita en 1948 pero no publicada en Polonia hasta 1955 debido a problemas con la censura comunista. De hecho, esta novela fue considerada 'contrarrevolucionaria' por las autoridades polacas.No fue hasta 1951, año en que publicó Astronautas (Impedimenta, 2016), cuando por fin despegó su carrera literaria.Las novelas que escribió a partir de ese momento, pertenecientes en su mayoría al género de la ciencia ficción, harían de él un maestro indiscutible de la moderna literatura polaca: Edén(1959), La investigación (1959; Impedimenta, 2011), Memorias encontradas en una bañera (1961), Solaris (1961; Impedimenta, 2011, por primera vez en traducción directa del polaco), El invencible (1964; Impedimenta, próximamente), Relatos del piloto Pirx (1968), La Voz del Amo (1968; Impedimenta 2017), Diarios de las estrellas (1971; próxima publicación en Impedimenta), Congreso de futurología (1971) o La fiebre del heno (1976; Impedimenta 2018). Cabe también destacar el conjunto de relatos Máscara (Impedimenta, 2015). Lem fue, asimismo, autor de una variada obra filosófica y metaliteraria. Destaca en este ámbito, aparte de su obra Summa Technologiae (1964), la llamada 'Biblioteca del Siglo XXI', conformada por Vacío perfecto (1971; Impedimenta, 2008), Magnitud imaginaria (1973; Impedimenta, 2010), Golem XIV (1981; Impedimenta, 2012) y Provocación (1982, Impedimenta 2020). Lem fue miembro honorario de la SFWA (Asociación Americana de Escritores de Ciencia Ficción), de la que sería expulsado en 1976 tras declarar que la ciencia ficción estadounidense era de baja calidad. Falleció el 27 de marzo de 2006 en Cracovia, a los ochenta y cuatro años de edad, tras una larga enfermedad coronaria.Traductores: Abel Murcia. Director del Instituto Cervantes de Moscú, compagina su labor poética con diversos trabajos de traductor. Tras graduarse en la Universidad de Barcelona, trabajó como profesor de español en las Universidades de ?ód? y Varsovia, en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander y en el Instituto Cervantes de Varsovia. Ha sido director del Instituto Cervantes de Varsovia y director del Instituto Cervantes de Cracovia. Es el responsable de varios diccionarios bilingües tanto generales como especializados del polaco al castellano. Miembro de honor de la Asociación de Escritores de Polonia, es el traductor oficial de la ganadora del Nobel de Literatura Wis?awa Szymborska y de autores polacos internacionalmente reconocidos como Czes?aw Mi?osz y Adam Zagajews. Katerzyna Mo?oniewicz estudió Lengua Española y Filología y ha vivido más de 14 años en Madrid, donde trabajaba para el Instituto Cervantes. Ambos forman un equipo de traducción que ya ha demostrado sus excelentes resultados en anteriores publicaciones.

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Horst Aspernicus «Der Völkermord. i. Die Endlösung als Erlösung. ii. Fremdkörper Tod» Gotinga 1980 Alguien dijo que era una suerte que la historia del genocidio la hubiese escrito un alemán porque a otro autor se le habría acusado de germanofobia. No creo que fuese así. Nuestro antropólogo considera que el carácter germánico de la «solución final de la cuestión judía» en el Tercer Reich es parte secundaria de un proceso que no se limita ni a los asesinos alemanes ni a las víctimas judías. Más de una vez se han escrito cosas atroces sobre el hombre contemporáneo. Nuestro autor, sin embargo, decidió darle un escarmiento de una vez por todas; crucificarlo de manera que no pudiese levantar cabeza nunca más. Aspernicus, cuyo apellido recuerda vagamente al de Copérnico, pretendía, al igual que su gran predecesor hiciese con la astronomía, dar un giro a la antropología del mal. Corresponderá al lector, una vez leído el presente resumen de los dos tomos de la obra de Aspernicus, juzgar si el autor ha logrado su objetivo. El primer tomo lo abre, como es lógico, por tratarse de un estudio tan amplio, una reflexión en torno a las relaciones que se dan en el mundo animal. El autor se ocupa de los depredadores: animales que matan por instinto, para sobrevivir. Subraya que el depredador, especialmente el grande, no mata por encima de sus necesidades, las propias y las de los suyos, pues se sabe que toda especie depredadora cuenta con un séquito compuesto por animales más débiles que aprovechan los restos del botín. Los animales no depredadores se vuelven agresivos solo en época de celo. Una excepción a esta regla son los casos en los que la lucha entre machos que compiten por una hembra acaba con la muerte de uno de los rivales. Matar desinteresadamente es un fenómeno muy poco habitual entre los animales. Donde más se produce, en todo caso, es entre los animales domesticados. No ocurre lo mismo con los seres humanos. Según apuntan las crónicas, desde tiempos remotos, los conflictos bélicos acababan convirtiéndose en asesinatos en masa. Los motivos solían ser de orden práctico: exterminando a la descendencia de los derrotados, el vencedor intentaba prevenir la venganza futura. En las civilizaciones antiguas este tipo de matanzas era algo por todos conocido, algo de lo que se hacía ostentación, de ahí que cestas llenas de miembros cercenados y genitales formaban parte del desfile triunfal de los vencedores como trofeos de la victoria conseguida. En la antigüedad nadie cuestionaba ese derecho. Mataban a los vencidos o los hacían prisioneros. Aspernicus expone, basándose en un amplio material, cómo las reglas de la guerra se han visto gradualmente modificadas por limitaciones reflejadas en los códigos de caballería, limitaciones que, no obstante, no se respetaban en las guerras civiles, ya que un enemigo interno sin rematar era más peligroso que un enemigo externo, lo cual explicaría que los católicos se mostrasen más despiadados con los cátaros que con los sarracenos. El incremento gradual de las restricciones llevaría finalmente a acuerdos como la Convención de la Haya. Lo esencial de esos convenios era separar para siempre la victoria militar de la matanza de los vencidos. La primera no podía, en ningún caso, conllevar la segunda. Dicha diferenciación se veía como una muestra del progreso que se iba imponiendo en la deontología de los conflictos bélicos. También se han producido actos genocidas en la época moderna, pero a los autores les eran ajenos tanto la ostentación arcaica como el afán explícito de beneficio. Llegado a ese punto, Aspernicus analiza los intentos de racionalización que a lo largo de los siglos se fueron sucediendo como justificación de los genocidios. En el mundo cristianizado, esos intentos de racionalización se convirtieron en un fenómeno común. Hay que añadir, no obstante, que ni las expediciones colonizadoras, ni las capturas de esclavos africanos, ni la anterior liberación de Tierra Santa o la destrucción de los estados nativos americanos llevaban consigo una intención genocida, pues se trataba de conseguir mano de obra, de convertir a paganos, de conquistar tierras de ultramar, y las matanzas de aborígenes eran una forma de eliminar obstáculos para conseguir el fin que se perseguía. En la historia de los genocidios podemos advertir, sin embargo, la disminución del afán de beneficio, esto es, del factor motivacional con respecto al factor justificativo, o en otras palabras, un predominio creciente del provecho espiritual sobre el material. Para Aspernicus, el antecedente del genocidio nazi fue la matanza de los armenios por parte de los turcos durante la Primera Guerra Mundial, pues cumplía ya con todas las características de un genocidio moderno: no les supuso ningún dividendo importante a los turcos, sus motivos fueron falseados y se intentó por todos los medios ocultárselo a la opinión pública mundial. Téngase en cuenta que, según el autor, no es el genocidio tout court el distintivo del siglo XX, sino el asesinato infame, cuya evolución y resultados se falsean tanto como sea posible. El beneficio material que podía suponer el saqueo de las víctimas solía ser insignificante, llegando incluso a situaciones como en el caso de los judíos y los alemanes: en el balance estatal de Alemania, el judeocidio supuso una pérdida cultural y material, según demostrarían posteriormente autores alemanes en un análisis de los hechos de gran amplitud realizado tras la guerra. Lo sucedido a lo largo de los siglos fue, por tanto, una inversión de la situación de inicio: el fruto de la práctica del genocidio, ya fuese militar, ya fuese económico, dejó de ser real y se convirtió en imaginario, y fue precisamente eso lo que motivó la necesidad de justificaciones totalmente novedosas a las matanzas. Si aquellas justificaciones hubiesen tenido una fuerza argumental incontestable no habría sido necesario ocultar ante el mundo las penas de muerte masivas ejecutadas en virtud de ellas. Pero, puesto que se silenciaban siempre, seguramente no eran lo suficientemente convincentes ni siquiera para los implicados en el propio genocidio. Aspernicus considera que se trata de un diagnóstico inesperado, pero, al mismo tiempo, incuestionable en vista de los hechos. Tal y como demuestran los documentos conservados, el nazismo establecía para el genocidio el orden siguiente: a los pueblos sometidos y diezmados, como era el caso de los eslavos, se les comunicaban públicamente algunas de las ejecuciones, mientras que a los grupos que iban a ser exterminados en su totalidad, como a los gitanos y a los judíos, no se les informaba de manera análoga de los ajusticiamientos que se estaban llevando a cabo. Cuanto más absoluta era la matanza, mayor era el secretismo que la envolvía. Aspernicus analiza la totalidad de estos fenómenos mediante aproximaciones sucesivas cuyo fin es llegar hasta las motivaciones más profundas del genocidio. Primero, muestra en el mapa de Europa un gradiente dirigido de Oeste a Este, que va desde el polo del secretismo hasta el polo de la transparencia o, en términos morales, desde el asesinato encubierto hasta el asesinato a cara descubierta. Lo que los alemanes hacían en Europa Occidental a escala local, de manera secreta, no masiva, y progresivamente, en el Este de Europa lo efectuaban a una escala mayor, de manera violenta, salvaje y abierta. Si empezamos por la frontera de los territorios polacos ocupados —el llamado General Gouvernement—, cuanto más al Este se encontraban más manifiesto era el genocidio y más evidente su carácter de norma de aplicación inmediata: con frecuencia mataban a los judíos en el lugar en que estos vivían, sin encerrarlos en guetos ni transportarlos a campos de exterminio. El autor considera que esa diferencia testimoniaba la hipocresía de los genocidas, a los que les avergonzaba hacer en Europa Occidental lo que se hacía en el Este, donde ya no se preocupaban por guardar las apariencias. El plan de la «solución final de la cuestión judía» encerraba en su origen algunas variantes de distinto grado de crueldad, pero de idéntico final. Aspernicus observa con acierto la existencia de una variante no sangrienta, susceptible de ser implantada y, al mismo tiempo, más productiva militar y económicamente para el Tercer Reich, que consistía en dividir a los judíos según el sexo y aislarlos en guetos o campos de concentración. Si se toma en consideración que a los alemanes no les guiaban los principios éticos a la hora de elegir la forma de proceder, deberían haber valorado, al menos, el factor de beneficio propio que indudablemente les aportaba dicha opción, pues habría significado la liberación para fines militares de una gran parte del parque móvil ferroviario (necesario para transportar a los judíos de los guetos a los campos de exterminio), que a su vez habría reducido las dotaciones de los destacamentos destinados a llevar a cabo el genocidio (la supervisión de los guetos habría requerido muchos menos medios humanos), que también habría disminuido la carga que tenía que soportar la industria, obligada a fabricar hornos crematorios, molinos de huesos humanos, gas Zyklon B y otros utensilios para el genocidio. Los judíos, separados por sexos, no habrían vivido más de cuarenta años, considerando el ritmo al que la población de los guetos desaparecía a causa del hambre, las enfermedades y el agotamiento al que conducían los trabajos forzados. A principios de 1942, el Estado Mayor de la Endlösung era consciente del tiempo que llevaría ese genocidio indirecto y cuando se tomaron las decisiones definitivas, la...



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