Mahfuz / Prieto | A la deriva en el Nilo | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 104, 176 Seiten

Reihe: Narrativas

Mahfuz / Prieto A la deriva en el Nilo


1. Auflage 2025
ISBN: 978-84-19168-79-5
Verlag: Gallo Nero
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, Band 104, 176 Seiten

Reihe: Narrativas

ISBN: 978-84-19168-79-5
Verlag: Gallo Nero
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



«El narguile prosiguió su ronda melodiosa e incandescente. Un halo de mosquitos giraba alrededor de la lámpara de neón. Fuera del balcón, la oscuridad se había instalado y en el Nilo solo aparecían formas geométricas regulares e irregulares reflejadas por las farolas de la calle en la otra orilla y las ventanas iluminadas de las casas flotantes.» A la deriva en el Nilo, hasta hoy inédita en español, se publicó por primera vez en 1966, y en ella el premio nobel Naguib Mahfuz escenifica el desarraigo de la cosmopolita clase media egipcia. Anís Zaki, su protagonista, es un funcionario aburrido que todas las noches acoge en una casa flotante en el Nilo a un grupo variopinto de amigos cínicos y desencantados para compartir una pipa de agua llena de kif. Se trata de una novela de tintes oníricos y nostálgicos que podría definirse como un pequeño y elegante drama existencial. La casa flotante representa una isla permisiva, una huida de la vida real, en la que Anís marca el paso de una noche a otra, cuando él y sus amigos de treinta y tantos se reúnen para mantener conversaciones interminables y sin rumbo sobre la sociedad egipcia, la política y la religión que hoy resultan sorprendentemente actuales.

Naguib Mahfuz (1911 - 2006) nació en el histórico barrio cariota de al-Gamaliya, escenario de algunas de sus obras. Publicó su primera novela, ambientada en el Egipto de los faraones, en 1939 y desde entonces no dejó nunca de escribir. Considerado por la crítica como uno de los mejores escritores árabes de todos los tiempos, tras la obtención del Premio Nobel de Literatura en 1988 se convirtió en un autor muy admirado por los lectores occidentales. Toda sus obras se centran en la cultura egipcia y especialmente en la relación sentimental del escritor con la ciudad de El Cairo, sus barrios populares y sus cafés.
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1


Abril, mes de polvo e inocentadas.1 La habitación, alargada y de techo alto, es un lúgubre depósito de humo de cigarrillos. En los estantes, las carpetas disfrutan de una muerte tranquila. ¡Qué divertido es observar al empleado de aspecto serio realizando una tarea trivial: registrar en los cuadernos el correo entrante y saliente, y archivarlo en las carpetas! Hormigas, cucarachas, arañas y el olor a polvo infiltrándose por las ventanas cerradas.

—¿Ha terminado el informe? —le preguntó el jefe de la oficina.

—Sí —respondió con indolencia—. Se lo he enviado al director general.

El superior le dirigió una mirada penetrante, de resplandor cristalino, a través de sus gruesas gafas. ¿Lo había pillado in fraganti con una sonrisa tonta e injustificada? Pero en abril, mes de polvo e inocentadas, hay que permitir estas tonterías.

Entonces se produjo un cambio extraño en las partes del cuerpo del jefe del departamento visibles sobre el escritorio, en una lenta ondulación pero con un efecto decisivo. Poco a poco comenzó a hincharse desde el pecho hasta el cuello, pasando a la cara y después a la cabeza. Anís Zaki, atónito, miró fijamente a su jefe. La hinchazón, iniciada en el pecho, se había expandido y había engullido el cuello y la cabeza, borrando todos los rasgos del rostro, transformando al hombre finalmente en una gran bola de carne. Pareció que su peso se aligeraba de una manera asombrosa, y la bola comenzó a elevarse, lentamente al principio, luego cada vez más rápido, hasta volar como un globo y pegarse al techo balanceándose.

—¿Por qué mira al techo, Anís Effendi? —le preguntó el jefe del departamento.

¡Ay! Lo había vuelto a pillar in fraganti. Todos lo miraron con lástima y burla. Sacudieron la cabeza en señal de lamento, celebrando y respaldando el comentario del jefe.

Que las estrellas sean testigos. ¡Hasta los mosquitos y las ranas me tratan con más generosidad y amabilidad! La serpiente moteada le prestó un valioso servicio a la reina del antiguo Egipto, pero vosotros, compañeros, carecéis de bondad. Mi consuelo, cuando lo busco, son las palabras de aquel amigo que me dijo: «Quédate en la casa flotante,2 no te costará ni un céntimo de alquiler, pero deberás prepararlo todo para nosotros».

Con una repentina determinación, empezó a despachar un montón de correo: «Muy señor mío, en relación con su carta, referencia 1911, del 2 de febrero de 1964, y la siguiente, referencia 2008, de fecha 28 de marzo de 1964, me complace informarle…».

Junto con el olor del polvo que se filtraba, se esparcía de una radio de la calle la canción Madre, la luna está en la puerta. Él dejó de escribir murmurando: «¡Dios mío!».

Entonces, su compañero de la derecha le dijo:

—¡Qué afortunado eres por no tener preocupaciones!

¡Hijos de la antigüedad absoluta! A la espera de un sueño imposible, sois expertos en acrobacias. Y yo estoy entre vosotros cruzando el espacio interplanetario milagrosamente sin cohete.

La entrada del ordenanza provocó un temblor de deseo en su cuerpo:

—Un café sin azúcar —le dijo.

—Lo encontrará en su mesa cuando vuelva de su entrevista con el señor director general —respondió el ordenanza parándose ante su mesa.

Salió de la habitación. Era alto y fuerte, debido al tamaño de sus huesos, no a estar grueso.

En el despacho del director se detuvo humildemente ante la mesa. La cabeza calva, inclinada sobre los documentos que estaba revisando, le parecía la popa de un barco volcado. Ahuyentó con el resto de su voluntad cualquier pensamiento que pudiera perturbarlo y ponerlo en un aprieto de terribles consecuencias. El hombre levantó una cara afilada y rugosa, y le dirigió una mirada penetrante. ¿Qué error se podría haber deslizado en el informe que había redactado con tanto cuidado?

—Le pedí un informe detallado sobre el movimiento del correo entrante del mes pasado.

—Sí, excelencia, ya se lo envié a su excelencia.

—¿Es este?

Anís miró el informe y leyó en la portada, escrito por él a mano: «Informe sobre el correo entrante del mes de marzo, a la atención del Sr. Director General de Archivos».

—Este, señor.

—Mire y lea.

Anís vio unas líneas escritas claramente, seguidas de un espacio en blanco. Hojeó los papeles con asombro, luego miró al director general como un idiota.

—Lea —repitió el hombre enfadado.

—Señor director… lo escribí palabra por palabra.

—Entonces dígame cómo ha desaparecido.

—La verdad es que es un misterio inexplicable.

—Pero tiene delante las marcas del plumín.

—¿El plumín?

—¡Deme su pluma mágica!

El director tomó la pluma con un movimiento brusco y empezó a trazar líneas en la portada del informe sin que ninguna quedara visible.

—¡No tiene ni una gota de tinta!

El ancho rostro de Anís expresó consternación.

—Usted empezó a escribir estas líneas, luego se acabó la tinta, pero continuó escribiendo —dijo el director amargamente, pero él no respondió.

—No se dio cuenta de que la pluma no escribía.

Anís movió la mano, perplejo.

—Dígame, señor Anís, ¿cómo es posible que haya sucedido eso?

Sí, ¿cómo? ¿Cómo surgió la vida por primera vez en las algas de las grietas de las rocas, en las profundidades oceánicas?

—Creo que usted no es ciego, señor Anís.

Él bajó la cabeza con sumisión.

—Yo le responderé. ¡No vio la página porque estaba drogado!

—Excelencia…

—Esa es la verdad. La verdad que todos conocen, hasta los ordenanzas y los conserjes. No soy un predicador, ni tampoco su guardián. Haga lo que le parezca, pero tengo derecho a exigirle que se abstenga de drogarse durante las horas de trabajo.

—Excelencia...

—¡Déjese de excelencias y evasivas! Simplemente cumpla mi petición de no drogarse durante el trabajo.

—¡Dios es testigo de que estoy enfermo!

—Usted es el eterno enfermo.

—No crea lo que…

—¡Ya basta! Mírese los ojos.

—Es la enfermedad, nada más.

—En sus ojos solo he visto enrojecimiento, oscuridad y pesadez.

—No escuche lo que digan…

—Sus ojos miran hacia adentro, no hacia afuera, como el resto de la creación de Dios.

Con las manos cubiertas de vello blanco y enredado, el director hizo un gesto amenazador, luego dijo en tono brusco:

—La paciencia tiene límites, así que no se entregue a un deterioro ilimitado. Es un hombre de cuarenta años, la edad de la sensatez, déjese de disparates.

Anís retrocedió dos pasos, con la intención de marcharse, pero el director añadió:

—Solo le descontaré dos días de sueldo, pero que no se vuelva a repetir.

Al dirigirse a la puerta, le oyó decir con desprecio:

—¿Cuándo va a diferenciar la Administración del fumadero?

Cuando volvió a su departamento, las cabezas se alzaron para mirarlo con curiosidad. Ignorándolos, se sentó y contempló la taza de café. Notó que su compañero se inclinaba hacia él, seguramente para preguntarle, y murmuró con fastidio:

—Ocúpate de lo tuyo.

Sacó un tintero del cajón y se dispuso a cargar la pluma. Tenía que volver de nuevo al informe. «Movimiento del correo entrante.» En realidad no había ninguno. Un movimiento circular en torno a un eje fijo, un movimiento circular que se divierte con el absurdo. Un movimiento circular cuyo resultado inevitable es el mareo. En el desvanecimiento por el mareo, todas las cosas de valor desaparecen, entre ellas la medicina, la ciencia, el derecho y la familia olvidada en el buen pueblo… la esposa y la hija pequeña yaciendo bajo la tierra y palabras ardientes de entusiasmo enterradas bajo un montón de nieve. Ningún hombre quedó en el camino. Las puertas y las ventanas se cerraron. El polvo se levantó por el impacto de los cascos de los caballos y los mamelucos gritaron de alegría en la expedición de tiro. Cada vez que encontraban a alguien en los barrios de Maryush o Yamaliyya lo convertían en un objetivo para su entrenamiento. Las víctimas se perdían entre los vítores de alegría loca y los gritos de los afligidos: «¡Piedad, mameluco!». El cazador se abalanzó sobre ella el día de la diversión.

El café se había enfriado y tenía otro sabor…

Los mamelucos seguían riéndose a mandíbula batiente. La jaqueca sustituyó a la imaginación mientras los mamelucos no cesaban de reír, soltando insultos, levantando polvo y deleitándose con el esplendor y la tortura.

Una alegre actividad invadió la sombría habitación anunciando la hora de salida.

  1. 1 Se refiere a las inocentadas que se realizan cada 1 de abril, considerado el día de los Inocentes.

  2. 2 En árabe, awwama. Estructuras de madera que bordeaban el Nilo desde el siglo xix y se conectaban por jardines con la parte continental de El Cairo. Comenzaron a aparecer entre la aristocracia y los artistas como una forma de prestigio social. También se convirtieron en parte de la historia del cine egipcio, especialmente desde que se rodaron allí algunas películas como Charlas en el Nilo, basada en esta novela de Naguib Mahfuz....



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