E-Book, Spanisch, Band 307, 608 Seiten
Reihe: Libros del Tiempo
Martín Gaite El proceso de Macanaz
1. Auflage 2014
ISBN: 978-84-16280-17-9
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Historia de un empapelamiento
E-Book, Spanisch, Band 307, 608 Seiten
Reihe: Libros del Tiempo
ISBN: 978-84-16280-17-9
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
«[Este libro] es bastante más que una biografía. Es en realidad toda una historia política de los reinados de Felipe V y Fernando VI y en particular de los quince primeros años del de aquel... Cuando los lectores aseguraron, tanto de Macanaz como de los Usos amorosos, que se leían 'como una novela', la autora recibió ese comentario como el mejor elogio que podían hacerle.» Del prólogo de Pedro Álvarez de Miranda Este magnífico ensayo recoge la exhaustiva investigación que la autora realizó en el Archivo Histórico Nacional, el de Simancas y el de Affaires étrangères de París para esclarecer el complejo proceso seguido por parte de la Inquisición contra Melchor Rafael de Macanaz (Hellín, 1670-1760). Pensador, escritor, político regalista y fiscal general del Consejo de Castilla con Felipe V, Macanaz pasó gran parte de su vida exiliado en Francia. Conocedor de los secretos diplomáticos entre España, Francia y la Santa Sede, es un personaje clave para entender buena parte de nuestra historia.
Carmen Martín Gaite (Salamanca 1925-Madrid 2000), novelista, poeta, ensayista y traductora, publicó su primera novela El balneario en 1955 y es una de las más destacadas representantes de la generación de la posguerra. De sus libros hay que destacar Entre visillos (Premio Nadal 1958), Ritmo lento (1963), El cuarto de atrás (1978), El cuento de nunca acabar (1983), Usos amorosos de la postguerra española (Premio Anagrama de Ensayo 1987), Nubosidad variable (1992), Lo raro es vivir (1996) o Irse de casa (1998). Carmen Martín Gaite ha recibido también los premios Príncipe de Asturias 1988 y el Nacional de las Letras Españolas 1994.
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Prólogo Macanaz encuentra, por fin, interlocutora En el Madrid de principios de los sesenta una joven licenciada en Filología Románica que se llama Carmen Martín Gaite oscila entre su incipiente carrera literaria, sus ocupaciones domésticas y unos vagos planes, ya prácticamente abandonados, de redacción de una tesis sobre los cancioneros galaico-portugueses. Al mismo tiempo, intuye que entre las lagunas de su formación hay una importante, la que concierne a un siglo que se le representa como el pariente pobre de la historiografía oficial. Decide refugiarse por las noches, su casa ya «sosegada», en la biblioteca del Ateneo, se da allí a la lectura de libros sobre el XVIII español y descubre sorprendida que ha dado con un auténtico caladero de «historias dignas de ser contadas». Fue su amigo José Antonio Llardent, según ella misma contaría, quien le suscitó el interés por la época de la Ilustración. En uno de aquellos libros –la Historia del reinado de Carlos III de Antonio Ferrer del Río– tropieza con un nombre, el de Melchor de Macanaz, que ya le sonaba vagamente de los Heterodoxos de don Marcelino. La persona y la peripecia de aquel olvidado ministro de Felipe V la atrapan desde el primer momento. «Si uno pensase –escribirá años después– en los insospechados berenjenales donde nos acaba metiendo casi siempre nuestra curiosidad por las personas» –así los vivos como los difuntos, aclarará enseguida–, «...posiblemente cerraríamos la puerta a todo nuevo conocimiento y casi estoy por decir que llegaríamos a no salir más de casa». Nada más lejos de los propósitos y la disposición de quien toda su vida se obstinó en abrir puertas, nunca en cerrarlas. En el libro que Henry Kamen dedicó en 1969 a la Guerra de Sucesión, aparecido, en la original versión inglesa, un poco antes que El proceso de Macanaz, se sorprendía el historiador británico de que, dada la importancia de Macanaz, nadie hubiera intentado escribir su biografía. Así era, en efecto. Lo que Kamen no sabía entonces es que en ese mismo año una animosa escritora –que no historiadora profesional– había puesto el punto final precisamente a una biografía del personaje, a la que había dedicado seis años de trabajo y que aparecería al año siguiente. Se diría que el propio Kamen había sucumbido ante un intento similar, conformándose con ofrecer al lector, en uno de los apéndices de su libro, un útil listado de «The writings of Melchor de Macanaz». Y es que el cúmulo de manuscritos que la pluma del fiscal destiló a lo largo de los noventa años de su existencia alcanza tales proporciones y tal enmarañamiento que nadie se había atrevido con él. Nadie ha vuelto a hacerlo después, tampoco. Es prácticamente imposible, además, determinar si son auténticos o apócrifos muchos de los escritos que circularon con su nombre, varios de los cuales pasaron a letras de molde en el Semanario erudito (1787-1791) de Valladares. La bibliografía sobre Macanaz era, y sigue siendo, sorprendentemente escasa. Le prestaron atención dos descendientes: en el XIX, Joaquín Maldonado Macanaz, que publicó en 1879 las Regalías de los señores reyes de Aragón de don Melchor; en el XX, Francisco Maldonado de Guevara, que hizo otro tanto en 1972 –¿espoleado acaso por la aparición del libro de Martín Gaite?– con el Testamento político y el Pedimento fiscal. Uno y otro adoptan un tono apologético que está fuera de lugar. Y, para colmo, el segundo de ellos no accedió a que Carmen Martín Gaite, ni tampoco Kamen, consultaran la abundante documentación manuscrita de y sobre su antepasado que tenía en su poder. El proceso de Macanaz. Historia de un empapelamiento (que en las ediciones de 1975 y 1982 se tituló Macanaz, otro paciente de la Inquisición, para volver en las sucesivas al título inicial) es bastante más que una biografía del personaje. Es en realidad toda una historia política de los reinados de Felipe V y Fernando VI y en particular de los quince primeros años del de aquel. Asistimos en paralelo al desarrollo de la Guerra de Sucesión y las tensiones y equilibrios entre los grupos de poder, de una parte, y de otra al ascenso de don Melchor de Macanaz hasta su nombramiento como Fiscal General (1713) y su caída (1715). Estrechamente identificado con la princesa de los Ursinos, el ministro Orry y el confesor regio Robinet, la caída de aquella, como consecuencia de la muerte de María Luisa de Saboya y la llegada al trono de Isabel de Farnesio, arrastró la de los demás. Macanaz, en cualquier caso, había hecho «méritos» suficientes para concitar en su contra fuerzas muy poderosas. Se había enfrentado a la Inquisición y a la Iglesia, a figuras tan poderosas como los cardenales Del Giudice y Belluga, y también al Consejo de Castilla (donde tenía otro poderoso enemigo, don Luis Curiel) y a grupos de poder como el de los colegiales mayores. Se había mostrado partidario de aplicar sin muchas contemplaciones la política centralista y antiforalista que a él le parecía coherente con el resultado de la guerra. Y todo ello en el complicadísimo tablero de la política internacional y del complejo juego triangular de las relaciones entre las cortes de Madrid, París y Roma. Excesivamente confiado en la protección del rey, el fiscal se obsesionó con la necesidad de subordinar el poder eclesiástico al civil y planteó unas reformas de una osadía espectacular, que llegaron a rozar medidas –como la supresión misma del Santo Oficio o la política de desamortización– no afrontadas hasta el XIX. Las consecuencias fueron la excomunión que fulminó contra él el arzobispo Folc de Cardona y el edicto de condenación inquisitorial provocado por su famoso Pedimento de los 55 puntos (1714). Comienza al poco para Macanaz un larguísimo y peculiar exilio de 33 años, durante los cuales, pese a todo, él seguía considerándose agente de España y no cesó de bombardear con escritos, opiniones, consejos e informaciones supuestamente confidenciales al rey y a sus ministros. Tanto que en ocasiones estos llegaban a aceptar ese papel que el ex fiscal se atribuía a sí mismo. Tras su comisión no oficial pero sí oficiosa en el congreso de Soissons, se produce el hecho sorprendente de que el equipo de Ensenada y Carvajal, que llegan al poder con Fernando VI, nombren a Macanaz representante de España en el congreso de Breda. Lo hacen no porque esperen nada de un anciano ya bastante desconectado de la realidad, sino, parece, como paso previo a la trampa mortal que querían tenderle y le tendieron. Ensenada llegó a estar muy inquieto por el hecho de que Macanaz pudiera estar en posesión de papeles comprometedores para los intereses nacionales, y decidió poner fin al juego. Un casi octogenario Macanaz recibió alborozado autorización para regresar a España, pero en cuanto puso los pies en ella fue detenido y encarcelado durante más de diez años en La Coruña. Sólo el nuevo rey, Carlos III, se apiadará de él, y le permitirá cruzar toda la península para ir a morir (1760) a su Hellín natal, con noventa años cumplidos. El libro de Martín Gaite cautiva al lector en el seguimiento de esta peripecia vital. Para desarrollarla hubo de empaparse a fondo de las complejidades de la política interior y exterior de la España borbónica, y sobre todo hubo de sumergirse en el «hojaldre» –como ella misma dice, con estupenda imagen– de docenas de legajos, pacientemente examinados en Madrid (Archivo Histórico Nacional), Simancas y París (Archives des Affaires Étrangeres). Nos cuenta una historia, pero también capta admirablemente una psicología. La tragedia de Macanaz podría explicarse muy bien, aunque de un plumazo entre chusco y paradójico, diciendo que cometió el error de ser más papista que el Papa; solo que, enfrentado precisamente a la Iglesia romana y española, lo que fue, exactamente, es más regalista que el rey, que el titular mismo de las regalías de la Corona. Creyendo servir fielmente a Felipe V, asumió lo que entendía era el programa político del monarca, pero lo hizo con mucha más convicción que quien supuestamente lo inspiraba y respaldaba, y en esas sus trece se mantuvo tercamente hasta el final, sin poder o querer darse cuenta de que «el Amo», mucho más inconstante y voluble, había abandonado sus planes, y lo que es peor –y un tanto canalla–, lo había abandonado a él. Con un rescoldo de mala conciencia, Felipe V mantuvo a Macanaz fuera de España porque sabía que, si regresaba, ni él mismo podría salvarle de las garras inquisitoriales. Entre tanto su antiguo ministro, con una ingenuidad y un optimismo que resultan desarmantes, borrajeaba insomne, desde Pau, Lieja o París, la desmañada catarata de cartas, propuestas, memorándums y autojustificaciones que, con mil variantes incluso internamente contradictorias, enviaba a Madrid y aquí ya nadie leía. Este último detalle tocó la sensibilidad de nuestra novelista. Captó que lo que estaba buscando incansablemente el caótico y alucinado grafómano en que se había convertido el Macanaz del exilio con sus prolijas y descuidadas «retahílas» era ni más ni menos que un interlocutor. No lo tenía ya en los despachos cortesanos, pero lo iba a hallar, dos siglos más tarde, en ella misma, acaso primera y única lectora de una buena parte de aquella montaña de papeles. Así ha sabido verlo la excelente conocedora de la obra de Carmen Martín Gaite que es Maria Vittoria Calvi. Hasta en la prisión de La Coruña se inventó Macanaz un «interlocutor...