Martorell Campos | Contra la distopía | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 25, 256 Seiten

Reihe: Caja baja

Martorell Campos Contra la distopía

La cara B de un género de masas
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-17496-57-9
Verlag: La Caja Books
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

La cara B de un género de masas

E-Book, Spanisch, Band 25, 256 Seiten

Reihe: Caja baja

ISBN: 978-84-17496-57-9
Verlag: La Caja Books
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Vivimos tiempos distópicos. Cada día aparecen nuevos best-sellers y blockbusters empeñados en dibujar futuros atroces. Su éxito sin precedentes se suma al de ciertos discursos científicos, políticos y filosóficos afianzados alrededor del miedo. El diagnóstico que ofrecen proyecta un horizonte sin alternativas donde resulta más sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Con una prosa ágil y caústica, Contra la distopía destapa las inconsistencias teóricas y contraindicaciones prácticas de las narraciones distópicas fabricadas por el cine y la literatura. Muestra cómo su multiplicación actual no está exenta de ideología sino que juega a favor del orden imperante al incentivar la desmovilización y el derrotismo o la adopción de activismos defensivos, limitados a la queja y la denuncia. Hasta las obras que escenifican revoluciones populares esconden, casi siempre, un fondo conservador. Francisco Martorell Campos ha firmado el primer libro consagrado específicamente a cuestionar la distopía. En sus páginas asoma una original guía introductoria a este género de moda que recorre sus principales escuelas, temáticas y clichés. El viaje va de los textos fundadores a hitos contemporáneos como Matrix y V de Vendetta. De las rarezas más desconocidas a Los juegos del hambre, El cuento de la criada y Black Mirror. De los clásicos de Orwell, Huxley y Bradbury a las distopías reaccionarias escritas en la Segunda República. Martorell suministra herramientas para seguir disfrutando de la distopía, pero ahora con mirada crítica e informada. Su conclusión es clara: solo conseguiremos una sociedad distinta y mejor si complementamos las historias inspiradas en nuestros temores con historias inspiradas en nuestros deseos.

Francisco Martorell Campos es doctor en Filosofía por la Universitat de València. Su larga trayectoria investigadora en torno al fenómeno utópico, plasmada en decenas de artículos y participaciones en congresos, antologías y proyectos de investigación, cristalizó en 2015 con la tesis Transformaciones de la utopía y la distopía en la posmodernidad, galardonada en 2017 con el premio extraordinario de doctorado. En 2019 publicó Soñar de otro modo. Cómo perdimos la utopía y de qué forma recuperarla, ensayo que llamó la atención de numerosos medios y que le permitió difundir su trabajo a un público más amplio. Este es el segundo libro de uno de los mayores referentes españoles en el ámbito de los Estudios Utópicos, disciplina que ejerce con una clara vocación activista que se apoya en el análisis riguroso de los textos y los contextos.
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2. ¿Vivimos en una distopía a causa de la pandemia?

Cuando quisimos darnos cuenta, la covid-19 campaba a sus anchas. Las sensaciones de miedo, riesgo y vulnerabilidad crecieron sin más oposición que la de los optimistas patológicos que recomendaban mirar «el lado bueno» y pensar que saldríamos «mejores y más fuertes». En la acera de enfrente, los ecomasoquistas vociferaban: «¡Nosotros somos el auténtico virus!»; «¡merecemos la extinción por haber dañado a la Madre Naturaleza!». La palma se la llevaron los conspiracionistas, gentes a las que el coronavirus les parecía demasiado poco. Necesitadas de que el devenir obedezca a las intenciones de algo más retorcido y autoerigidas en las únicas que avistan la realidad verdadera, predicaron la existencia de un gran Otro todopoderoso camuflado tras las apariencias (el Nuevo Orden Mundial, el Estado profundo) que perpetra sibilinamente los acontecimientos (pandemia inclusive) de cara a optimizar el dominio de la población.9

Nadie discute que las medidas adoptadas con la intención de reducir el número de contagios y evitar el colapso sanitario sean duras y polémicas. Giorgio Agamben, Byung-Chul Han, Paul B. Preciado, Naomi Klein y otros pensadores temen que las élites aprovechen el crecimiento del miedo para aplicar la agenda biopolítica que, según ellos, tenían guardada a la espera del instante oportuno: convertir el estado de alarma y, por ende, la limitación drástica de las libertades en el paradigma habitual de gobierno. De ser correcto su presentimiento, terminaremos cautivos de un Leviatán distópico que liberará al capital del compromiso de respetar, aunque sea a nivel cosmético, los derechos individuales y sociales distintivos de las democracias. Contemplada así, la distopía no surgirá del coronavirus, sino de las ordenanzas gubernamentales que aseguran combatirlo en aras de la salud pública y la seguridad nacional, según refieren la película V de Vendetta (McTeigue, 2005) y la serie La valla (2020).10

Existe un parecer según el cual ya estamos viviendo una distopía a consecuencia de la pandemia. La búsqueda más rutinaria por la red proporciona centenares de columnas periodísticas que lo difunden con nula precisión, citando obras que no son distopías o distopías vacías de parentescos con nuestra condición. Creo que todos estaremos de acuerdo en que la crisis del coronavirus evoca, más que a la distopía estricta, a la panorámica captada por Contagio (Soderbergh, 2011) y Virus (Sung-su, 2013), películas apocalípticas de vocación realista y enmarcadas en el presente cuyas pandemias no tienen por resolución el fin del mundo. Las calles desiertas, los toques de queda, el uso obligatorio de mascarilla, los hospitales desbordados, los comunicados televisivos del presidente, la presencia del ejército en las ciudades y las estanterías vacías de los supermercados construyen semejantes ficciones.

Dicho esto, ¿existen vivencias vinculadas a la covid-19 que se parezcan a las localizadas en las historias distópicas? Sí, las referidas al confinamiento. Gran cantidad de distopías hablan de poblaciones confinadas, recluidas dentro de ciudades amuralladas o espacios cerrados. Desde Nosotros (Zamiatin, 1924) a La fuga de Logan (Anderson, 1976), pasando por Un mundo feliz (Huxley, 1932), THX 1138 (Lucas, 1971), El mundo interior (Silverberg, 1971), Globalia (Rufin, 2004), Æon flux (Kusama, 2005), Delirium (Oliver, 2001) y Snowpiercer (Joon-ho, 2013) el motivo del confinamiento grupal se repite. No obstante, el encierro de 2020 fue distinto. Tuvo por sede los domicilios y acarreó el distanciamiento mutuo, detalles que lo hermanan, comprobaremos que solo hasta cierto punto, con las «distopías del yo enclaustrado», referidas a individuos del mañana similares a los hikikomoris, es decir, separados físicamente unos de otros, enjaulados las veinticuatro horas del día en habitáculos particulares, automatizados y autosuficientes. Repasemos algunas muestras.

Lo que será el mundo en el año tres mil (Souvestre, 1846) vislumbró con perspicacia el confinamiento del yo. Las viviendas de las élites poseen dispositivos telegráficos, pantallas televisivas y entramados laberínticos de conductos por los que llegan cartas, alimentos y periódicos. Don Atodo, ideólogo del lugar, afirma: «En una casa como esta, nadie necesita de otro […]. Algunos esfuerzos más, y la civilización conquistará para el hombre el aislamiento, es decir, la libertad; porque cada cual podrá prescindir completamente de los servicios de sus semejantes».11

La aspiración de Don Atodo se hace realidad en La máquina se para (Forster, 1909), relato sobre una civilización subterránea cuyos miembros pasan la vida atrincherados en «celdas» hexagonales de uso exclusivo. Las relaciones intersubjetivas se ejercen con devoción. Eso sí, a través de pantallas y mecanismos electrónicos. Legitimada mediante la patraña de que el aire de la superficie destila sustancias tóxicas, la biopolítica del aislamiento administrada por el «Comité Central» provoca que la simple idea de hallarse cara a cara frente a los semejantes produzca angustia entre los residentes, igual que la expectativa de abandonar la celda, tecnoútero higienizado capaz de saciar los deseos al instante. Solo es menester pulsar el botón oportuno. Kuno, galán de la obra, declara: «La gente no se tocaba nunca. Esa costumbre había quedado obsoleta».12

Los patrones de La máquina se para reaparecen, con pequeñas variaciones, en Ciudad (Simak, 1952), Una vida muy privada (Frayn, 1972), Ora:cle (O’Donnell, 1983), La posibilidad de una isla (Houellebecq, 2005) y Surrogates (Venditti, 2005). Especialmente brillante fue «Unidad de cuidados intensivos» (Ballard, 1977), parábola sobre una sociedad en la que las personas nunca se ausentan de sus hogares y la clausura individual es extrema. Ni los miembros de la misma familia contactan directamente, fuera de los feudos de la pantalla televisiva, espacio que acoge la realización de las actividades y la gestación de los vínculos. El narrador rememora la tesitura:«Mi propia crianza, mi educación y mi ejercicio de la medicina, mi noviazgo con Margaret y nuestro feliz matrimonio, todo ocurrió dentro del generoso rectángulo del televisor […]. Durante toda mi vida […], nunca había visto, y mucho menos tocado, a otro ser humano».13

El hombre que despertó en el futuro (Manning, 1933) y El sol desnudo (Asimov, 1957) sacan el confinamiento del yo de los microcosmos supeditados a la agorafobia y lo implantan en territorios grandes y abiertos. El cambio no trastoca la repulsión a encontrarse en carne y hueso con los demás. «¿Compañía? ¿Estás loco? Es la tontería más grande», apunta el nativo del año veinte mil a Norman Winters, crononauta de El hombre que despertó en el futuro.14

Los textos anotados denuncian los impactos alienantes de las tecnologías de la comunicación, culpadas de sustituir lo real por lo virtual, lo natural por lo artificial, el cuerpo carnal por el cuerpo digital, la conjunción offline por la conexión online, el concepto por la imagen.15 Lo interesante es que la figura del sujeto confinado que pasa las horas delante de pantallas para trabajar, entretenerse, aprender, comprar o relacionarse rebasó hace tiempo el campo de la ciencia ficción. Durante los episodios más duros de la pandemia, todos fuimos personas así. ¿Significa eso que se han cumplido los vaticinios distópicos y que vivimos en una distopía? Yo diría que no. Entre otras cosas, porque la causa primera de que nos hayamos confinado ha sido un virus, no la comunión manifiesta de gobiernos totalitarios y tecnologías deshumanizadoras. Esta desavenencia, de por sí trascendental, no es la única que delinea serias discrepancias entre el confinamiento efectivo y el figurado por La máquina se para y su descendencia. En efecto, mientras que las distopías elucubran sobre confinamientos permanentes que nadie ambiciona abandonar, nosotros fuimos partícipes de un confinamiento transitorio que todos esperábamos que terminara. Y esperábamos que terminara, subráyese, porque codiciábamos separarnos de las pantallas, encontrarnos cuerpo a cuerpo con los nuestros y pasear por los parques y avenidas, perspectivas que los moradores de las distopías del yo enclaustrado considerarían asquerosas. Además, los afanes del héroe distópico, decidido a arriesgar la vida para vulnerar el aislamiento y salir al exterior, contradicen lo que entendemos ahora mismo por heroico, salvo que se pertenezca al clan negacionista. Si atendemos a estas consideraciones, queda manifiesto que el aislamiento forzoso dictado durante los primeros meses de 2020 contrasta, por procedencia y por contenido, con el de las distopías convencionales.16

Es de esperar que la emergencia médica termine tarde o temprano. El desafío vendrá...



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