E-Book, Spanisch, 264 Seiten
Reihe: Ensayo
Meadows / Blascos / Blasco Pensando en sistemas
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-125285-1-0
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 264 Seiten
Reihe: Ensayo
ISBN: 978-84-125285-1-0
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Científica ambiental, maestra y escritora estadounidense. Autora de 'Límites al crecimiento' y 'Pensando en sistemas'. Estudió Química y un doctorado en Biofísica. Después se convirtió en investigadora del MIT. Dio clases en el Dartmouth Collage durante 29 años. En 1981 fundó el INRIC (Red Internacional de Centros de Información de Recursos), un proceso global de mecanismos de colaboración y para compartir información entre cientos de académicos, investigadores y activistas del movimiento de desarrollo sostenible. Su columna 'El ciudadano global', fue nominada al Pulitzer en 1991.
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Introducción
La lente de los sistemas
«Los gestores no se enfrentan a problemas aislados, sino a situaciones dinámicas integradas por sistemas complejos de problemas que cambian e interactúan entre sí. Yo llamo a este tipo de situaciones “embrollos” […]. Los gestores no solucionan problemas, gestionan embrollos».
RUSELL ACKOFF, teórico de operaciones[1]
Desde que empecé a impartir clases de teoría de sistemas, tengo por costumbre utilizar un Slinky para ayudarme en mis explicaciones. Quienes no tuvisteis uno de estos juguetes en vuestra infancia, sabed que se trata de un muelle helicoidal muy largo, capaz de realizar por sí solo movimientos muy curiosos, como rebotar, pasar de una mano a otra o bajar unas escaleras.
Lo que suelo hacer es colocarme el Slinky en la palma de una mano y agarrarlo desde arriba con los dedos de la otra, sujetando los muelles por la mitad. Después retiro la mano de debajo. La parte inferior del Slinky cae, rebota, sube y baja como un yoyó, mientras el muelle queda suspendido de mis dedos.
—¿Qué es lo que ha hecho que el muelle suba y baje de esa manera? —les pregunto a los alumnos.
—Tu mano. Has quitado la mano de debajo —me responden.
Entonces saco la caja de cartón donde se guarda el Slinky y la coloco en la misma posición, apoyada en la palma de una mano, y la sujeto desde arriba con los dedos de la otra. Con el gesto más teatral que soy capaz de realizar, retiro la mano de debajo.
No sucede nada, por supuesto. La caja se queda ahí colgada.
—Ahora repetiré la pregunta. ¿Qué es lo que hace que el Slinky suba y baje?
Está claro que la respuesta se encuentra en el propio Slinky. Las manos que lo manipulan evitan o activan un comportamiento característico, inherente a la estructura del propio muelle.
Esta es una idea fundamental de la teoría de sistemas.
Una vez que descubrimos que existe una relación entre la estructura y el comportamiento, podemos empezar a comprender cómo funcionan los sistemas, por qué a veces tienen consecuencias negativas y qué se puede hacer para transformarlos y lograr pautas de comportamiento más positivas. En un mundo que cambia constantemente y se vuelve cada vez más complejo, la teoría de sistemas nos puede ayudar a gestionar, adaptar y observar la amplia variedad de opciones que tenemos a nuestra disposición. Es una manera de pensar que nos permite identificar el origen de los problemas y descubrir nuevas oportunidades.
Por tanto, ¿qué es un sistema? Un sistema es un conjunto de cosas —personas, células, moléculas o lo que sea— interrelacionadas de tal manera que dan lugar a una pauta de comportamiento característica en un periodo de tiempo determinado. Las fuerzas externas pueden afectar, restringir, activar o impulsar un sistema. Pero cada sistema responde a esas fuerzas de una manera específica y, en el mundo real, rara vez encontramos respuestas sencillas.
Cuando se aplica a un Slinky, es una idea bastante fácil de entender. Cuando se aplica a individuos, compañías, ciudades o sistemas económicos, puede llegar a considerarse una auténtica herejía. ¡Los sistemas son, en gran medida, los responsables de su propio comportamiento! Los acontecimientos exteriores pueden provocar ese comportamiento, pero es probable que esos mismos acontecimientos exteriores aplicados a un sistema diferente tengan consecuencias diferentes.
Pensemos, por un momento, en las implicaciones de esta idea:
Los líderes políticos no son los responsables de los periodos de crisis o de bonanza económica. Los altibajos son inherentes a la estructura de la economía de mercado.
Las empresas de la competencia casi nunca son las responsables de que una compañía pierda su cuota de mercado. Puede que la competencia aproveche la ventaja, pero las compañías generan sus propias pérdidas, al menos en parte, a través de sus políticas comerciales.
Las naciones exportadoras de petróleo no son las únicas responsables de la subida del precio del crudo. Sus acciones por sí solas no podrían hacer que se disparasen los precios globales y el caos económico si el consumo de petróleo, las políticas de precios y de inversión de las naciones importadoras de petróleo no hubieran construido economías vulnerables a las interrupciones de suministro.
El virus de la gripe no nos ataca; somos nosotros quienes creamos las condiciones para que se desarrolle dentro de nuestro organismo.
La drogadicción no es un error de un individuo, y ninguna persona, por mucho empeño o cariño que invierta, puede curar a un drogadicto —ni siquiera el propio adicto—. Solo si comprendemos que la adicción forma parte de un conjunto más amplio de influencias y de problemas sociales podremos empezar a luchar contra ella.
Este tipo de afirmaciones resultan profundamente inquietantes. Sin embargo, están cargadas de sentido común. A mi modo de ver, tanto la reticencia como la aceptación de los principios de la teoría de sistemas proceden de dos tipos de experiencia humana con los que todos estamos familiarizados.
Por una parte, nos han enseñado a emplear el pensamiento analítico, nuestra capacidad racional, a relacionar directamente las causas con los efectos, a estudiar los fenómenos descomponiéndolos en partes pequeñas y comprensibles, a resolver problemas interviniendo en el mundo que nos rodea o sometiéndolo a nuestro control. Esa educación, que ha generado una gran cantidad de poder personal y social, es la que nos lleva a considerar que los presidentes y las empresas de la competencia, la OPEP y la gripe y las drogas son las causas de nuestros problemas.
Por otra parte, mucho antes de que nos educaran en el análisis racional, todos nos hemos enfrentado en alguna ocasión con sistemas complejos. Nosotros mismos somos sistemas complejos: nuestros cuerpos son un ejemplo magnífico de complejidad integrada, interrelacionada, autosuficiente. Todas las personas con las que nos cruzamos, todas las organizaciones, todos los animales, los jardines, los árboles y los bosques son sistemas complejos. Hemos desarrollado intuitivamente, sin recurrir al pensamiento analítico, en muchas ocasiones sin verbalizarlo, un conocimiento práctico que nos permite saber cómo funcionan estos sistemas y cómo debemos trabajar con ellos.
La teoría de sistemas moderna, a pesar de que se encuentra estrechamente relacionada con los ordenadores y las ecuaciones, trabaja en realidad con verdades que en cierta medida todo el mundo conoce. A veces es posible, por tanto, traducir directamente la jerga de la teoría de sistemas a la sabiduría tradicional.
Por culpa de los retrasos en la transmisión de información que se producen en los sistemas complejos, puede darse el caso de que en el momento en que se descubre un problema resulte tan difícil de resolver que no merezca la pena hacerlo.
—Más vale prevenir que curar.
Según el principio de exclusión competitiva, si un bucle de retroalimentación reforzador recompensa al ganador de una competición con los medios para ganar futuras competiciones, la consecuencia será la desaparición de la inmensa mayoría de los competidores.
—Pues al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado (Marcos, 4:25)
o
—Los ricos serán más ricos y los pobres más pobres.
Un sistema diversificado con múltiples rutas y redundancias es más estable y menos vulnerable a las agresiones externas que un sistema uniforme, menos diversificado.
—Es mejor no poner todos los huevos en la misma cesta.
Desde la Revolución Industrial, la sociedad occidental se ha beneficiado de la ciencia, la lógica y el reduccionismo en detrimento de la intuición y el holismo. Desde el punto de vista psicológico y político, preferimos pensar que la causa de un problema está «ahí fuera» que afirmar que se encuentra «aquí dentro». Es prácticamente imposible resistirse a culpar a otra circunstancia o a otra persona, descargarnos de las responsabilidades e intentar encontrar el botón rojo, el producto, la pastilla, la solución técnica que acabará con el problema.
Hemos solucionado muchos problemas graves centrándonos en los agentes externos: hemos sido capaces de prevenir la viruela, de incrementar la producción de alimentos, de mejorar el transporte rápido, a larga distancia, de mercancías y personas. Sin embargo, al estar integradas en sistemas más generales, algunas de nuestras «soluciones» han creado nuevos problemas. Y algunos problemas, los más arraigados en la estructura interna de los sistemas complejos, los verdaderos embrollos, han persistido.
El hambre, la pobreza, la degradación del medio ambiente, la inestabilidad económica, el desempleo, las enfermedades crónicas, la drogadicción y la guerra, por ejemplo, persisten a pesar de...




