E-Book, Spanisch, Band 33, 208 Seiten
Reihe: Literaria
Mencarelli Todos quieren salvarse
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-1339-526-5
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 33, 208 Seiten
Reihe: Literaria
ISBN: 978-84-1339-526-5
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Es junio de 1994, verano del Mundial de fútbol. Daniele tiene veinte años cuando, tras un violento arrebato de ira, es ingresado en un hospital psiquiátrico y sometido a un tratamiento médico obligatorio (TSO). A su lado, los compañeros que pasarán con él la semana de internamiento forzoso: cinco hombres en el confín del mundo. Personajes inquietantes y tiernos, alborotadores pero sabios, abrumados por la vida como él. Como él, incapaz de no sufrir y de no amar desmesuradamente.
Reunidos por la hospitalización y el calor sofocante, interrogados por médicos indiferentes, tratados por enfermeras asustadas, Daniele y los demás sienten día tras día un sentimiento de fraternidad y una necesidad de apoyo mutuo que nunca antes habían experimentado. En los precipicios de la locura brilla una humanidad de criatura, a la que Mencarelli sabe dar voz con delicadeza y fuerza únicas.
Tras el éxito de La casa de las miradas, Daniele Mencarelli regresa con una intensa historia de sufrimiento y esperanza: «Son los cinco tontos con los que compartí la habitación y esta semana de mi vida. Con ellos no tuve oportunidad de mentir, de jugar el papel de perfecto, me aceptaron por lo que soy, por mi naturaleza tan parecida a la suya». En esta extraordinaria novela, Mencarelli pone en escena la desesperada y furiosa búsqueda de sentido de un joven que quiere salvarse.
Daniele Mencarelli (Roma, 1974) es poeta y escritor. Colabora, además, en diversos medios italianos en los que escribe de cultura y sociedad.
Mencarelli inició su actividad poética en 1997, con la aparición de algunos de sus textos en la revista de poesía ClanDestino. Después de haber publicado seis colecciones de poemas y un cuento de Navidad, en 2018 presenta al público italiano su primera novela, La casa degli sguardi (Mondadori), de corte fuertemente autobiográfico, que se convierte en un enorme éxito de público (más de 50.000 ejemplares vendidos) y de crítica (premio Severino Cesari opera prima, premio Volponi, premio John Fante, premio Cral Mondadori). La casa de las miradas es su primera obra traducida al castellano y publicada en Ediciones Encuentro en 2020.
En el año 2019 se publica Tempo circolare (poesie 2019-1997), una recopilación de poemas inéditos, acompañados de algunos de sus textos más significativos. En marzo de 2020 sale a la luz su segunda novela, Tutto chiede salvezza, premio Strega giovani 2020, finalista del premio Strega general y llevada a la pantalla en formato serie para la plataforma Netflix.
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
Día 2. Miércoles Abro los ojos y veo luz. El caramelito de la enfermera Rossana, el Farganesse o como coño se llame, es un portento de substancia. A diferencia de las benzodiazepinas, que dan un despertar aturdido, muy lento, con esta cuando te desvelas estás absolutamente lúcido. Las horas de sueño, en cambio, no te dejan particularmente satisfecho; pero es un fármaco para tener en cuenta. Uno de los psiquiatras a los que he ido, creo Sanfilippo, al final de un encuentro me dijo que tiendo a la toxicofilia, a sentirme instintivamente atraído por sustancias de todo tipo. Inicialmente, quizá por miedo, me convencí de que iba equivocado, en cambio, la suya fue una de las pocas valoraciones acertadas que me han hecho. Si la sustancia en cuestión tiene el poder de enajenarme un poco de mí mismo, si logra aplacar el motor enloquecido que cabalga en mi pecho, entonces, bienvenida sea. Sin embargo, son pocas las drogas que logran darme tranquilidad, mucho menos las «blandas». El hachís me produce exactamente el efecto contrario: relaja el cuerpo, pero excita la mente, te hace razonar de manera rapidísima, hasta tal punto que olvidas el pensamiento en el momento mismo en el que lo estás pariendo. Y, además, me aumenta la ansiedad, no se lo digo a nadie, pero es así. La hierba, según el tipo, es menos agresiva, pero sé de algunas que son tremendas. La más potente es la de mi amigo Damiano, cultivada en el balcón, secada bocabajo en el armario del garaje. Una noche salimos con un compañero suyo militar, un genovés, supersimpático, el sábado estaba acostumbrado a esnifar heroína con sus amigos. Nos pasamos un porro en el coche mientras íbamos a Roma. Nos tuvimos que parar, no lográbamos mantener los ojos abiertos, y a las sustancias estamos acostumbrados. Un porro, uno solo, tumbó a cuatro chavales. Nos despertamos por la mañana, todavía con la cabeza pesada, el amigo militar de Damiano nos dijo que ni siquiera una esnifada de heroína lo había dejado tan para el arrastre. Las otras drogas, las químicas, no aplacan el afán que llevo dentro, pero lo vuelven más sociable, lo transforman en un juego divertido, al menos cuando hacen efecto; pero la caída es devastadora, a cada pastilla más, y con mis problemas de insomnio se convierte en un monstruo invencible. Y luego, sábado tras sábado, el subidón dura cada vez menos, así que venga a comer pastillas, de una a dos, después tres, diez. Algunos amigos ya llegan a unas quince cada sábado, al final parecen monstruos, con la mandíbula desencajada hasta el punto de que parecen unos zombis. Las primeras pastillas de éxtasis…, es como volver a tener seis años el día de Navidad: levantarse por la mañana y encontrar debajo del árbol el regalo que habías deseado durante meses y meses. La misma felicidad, la misma alegría inmensa e infinita, y una energía que podrías bailar toda una noche sin parar. Pero solo pasa con las primeras. El hechizo de sábado en sábado se transforma en embrujo, pues ese estado de gracia se va alejando cada vez más, se escapa de discoteca en discoteca, y, para mantener el ritmo, te alimentas de pastillas. La alegría no vuelve, mientras llegan otros amigos que no están invitados a la fiesta, los accidentes de tráfico, las detenciones, cerebros y más cerebros consumidos buscando la diversión. En cualquier caso, en honor a la verdad, al doctor Sanfilippo hay que reconocerle una de las pocas intuiciones correctas respecto al volcán que está a punto de despertar en mi interior. En mi mesita de noche encuentro una taza de té, o algo que quiere parecérsele, todavía humeante. Al lado, un solo paquete de bizcochos y otro de mermelada de cereza. Mis compañeros de habitación ya han desayunado, Gianluca y Virgencita no están, mi vecino, en cambio, sigue a medio metro por encima de mi cabeza hipnotizado. ¿Y si la catatonia de Alessandro fuese precisamente esto? ¿Una hipnosis? Su padre dijo que cuando le dio estaba solo levantando el tabique, ¿y si hubiese sido alguien quien lo dejó en este estado? No me refiero a una persona humana, sino a algún extraterrestre o un demonio o un ente cualquiera. ¿Qué sabremos nosotros? Me arrepiento casi enseguida de mis pensamientos, me habrán condicionado todas las Noches de Horror que dan por Italia Uno, nada más. Pero, en el fondo, lo sustancial no cambia: enfermedad o demonio, Alessandro es como un insecto cristalizado en un ámbar invisible, y de momento nadie puede liberarlo. Virgencita, en cambio, todavía duerme, un pajarito de ser humano acurrucado sobre sí mismo, con la cabeza entre los brazos. —Pss... Es Mario, y se dirige precisamente a mí. Con un gesto de la mano, me invita a acercarme a él, lo hago; ayer, aparte de la pregunta sobre la manzana asada, no hubo el más mínimo contacto entre nosotros. En cuanto llego a su lado, en respuesta, me coge por los hombros y me da la vuelta hacia el follaje siempre verde del árbol, luego me inclina ligeramente hacia un lado. —Mira entre las dos ramas más grandes, ¿lo ves? —ejecuto la orden, pero no veo nada—. ¿Qué? ¿Lo ves? No sé qué hacer, ¿complacerlo o no? Luego, entre hoja y hoja, mimetizado como solo los animales saben hacer, un pequeño nido, y en el trono él: un pajarito, precioso, mueve la cabeza a tirones, por ojos tiene dos perlas negras, centelleantes. —¡Lo he visto! —me giro hacia Mario, le sonrío, agradecido por la belleza que me ha invitado a compartir, él me devuelve la sonrisa mostrando pura satisfacción en su rostro. Me viene a la mente ese bocazas de Gianluca; en cuanto lo vea, tengo que decirle que el pajarito de Mario no es un desvarío de los muchos que corren por aquí dentro. —Tú ahora no te lo vas a creer, pero una vez vi a uno que resucitaba, estoy seguro de que estaba muerto, pero luego volvió a la vida, a moverse, al final salió volando, seguro que no me crees, pero si lo hubieras visto tú tampoco dudarías. No sé qué decir. Es él quien me saca del aprieto. —Estoy aquí desde hace un par de semanas, me llamo Mario, sé que lo sabes. —Sí, ayer por la mañana Gianluca me hizo las presentaciones de toda la habitación, yo soy Daniele. —Lo sé. ¿Sabes que yo era maestro? Asiento. —¿Cómo es que estás aquí? Es una pregunta estúpida, pero la curiosidad ansía respuestas, incluso cuando no existen, tanto de niños como de mayores. —No sabría qué responder, desde hace algunos años vagabundeo de un doctor a otro, han sacado a relucir casi todas las patologías. —¿Las habituales? —¿En qué sentido? —Me refiero a las neurosis, las que dependen de la ansiedad, las fobias, la depresión, son las que están más de moda. —Sí, más o menos el cuadro es ese. Estoy a punto de hablarle de su increíble parecido con Bryan May, de los Queen, pero al final desisto por vergüenza. Mientras tanto, el doctor Cimaroli se asoma por la puerta. —Buenos días, señores —y se va. —Llegó el brujo —me dice Mario, mirando hacia la puerta. Su definición me hace sonreír. —¿Por qué brujo? —Porque desde la punta de los pies hasta el cuello, la ciencia algo ha entendido, pero de aquí arriba —e indica la cabeza— todavía nada, seguimos en los tiempos de la brujería, han cambiado los ritos, las fórmulas mágicas, en lugar de hierbas ahora te dan pastillas, pero la verdad es que la medicina anda a tientas en la oscuridad, quizá mañana se despierten y nos digan que no está tan claro que tengamos la enfermedad que nos habían endilgado, que el mecanismo de acción de esto o de aquello no es como habían pensado siempre. No quiero herirlo, pero su visión me parece exagerada, él se da cuenta. —Haces bien en no creerme, pero te aseguro que es así. Mañana, de Boston o Tokio o de cualquier parte, llega la noticia de un científico brujo que ha hecho un nuevo estudio sobre una parte específica del cerebro y su estudio afirma con certeza que ese trastorno mental no es como la comunidad científica pensó siempre. Te dicen: «Señores, esta es la verdad sobre ese trastorno». Y, en realidad, es simplemente la última hipótesis. Y todo cambia. Pero tú haces bien en no creerme, todavía eres joven, y, si tienes suerte, encontrarás a algún médico inteligente, uno de esos dispuestos a apostarlo todo con tal de comprender el dolor de los demás; yo había encontrado uno así, pero se fue al cielo demasiado pronto. Mario habla un italiano sin ningún acento, limpio, bien pronunciado, como debe ser. No sé si es consciente de ello, pero parece que acaricia con los ojos a su interlocutor cada vez que lo mira, un don, una dulzura que más bien debería residir en otro lugar que no dentro de esta jaula de locos. —Si puedo preguntar, usted, en cambio, ¿cómo es que está aquí? Mario me interrumpe. —Entre locos nos tuteamos. —Tú, en cambio, ¿cómo es que estás aquí? Mario vuelve a ser el pajarito de carne y hueso, su pelo rizado baila con el hilo de viento, ya muy caliente, que entra por la ventana. —Me persiguen algunas cosas, de las que no logro deshacerme, no hay escapatoria posible. Me ahogo en mi mente. Los ojos de Mario, llenos siempre de dulzura, ahora navegan en el abismo. Se da la vuelta hacia la bata gastada y se la pone. Donde está ahora hace mucho frío. —Señores, ¡un nuevo huésped! Es Pino, acompaña el anuncio con un gesto teatral, se detiene frente la cama junto a la mía. —¡Os presento a Giorgio! ¡Va por el...