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E-Book, Spanisch, 264 Seiten

Metz Por una mística de ojos abiertos

Cuando irrumpe la espiritualidad
1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-254-2932-3
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

Cuando irrumpe la espiritualidad

E-Book, Spanisch, 264 Seiten

ISBN: 978-84-254-2932-3
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
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El propósito de la presente obra es incidir, desde una perspectiva teológica, en el discurso de la espiritualidad y las espiritualidades, un discurso tan generalizado como poco o mal definido en muchas ocasiones. En esta propuesta de una mística de ojos abiertos, el autor no hablará solo del perfil irrenunciable de la espiritualidad cristiana, sino que también irrumpirá en el debate actual, marcado por la crisis, sobre Dios y la Iglesia, sobre las religiones y los ámbitos seculares. Según Metz, la espiritualidad cristiana no debe rehuir dicho debate ni neutralizar las decepciones ocasionadas por las fallidas reformas de la Iglesia. Estas decepciones, muy arraigadas ya en gran parte de la sociedad, degeneran a menudo en una gran indiferencia con respecto a la vida de la institución. ¿Puede contribuir una espiritualidad teológicamente imbuida a que la Iglesia recupere lo que ha perdido a lo largo de la historia? El autor ha escrito estas páginas porque cree en esa posibilidad y no considera sustituible el perfil católico del cristianismo eclesial -en el sentido más ecuménico de la palabra- cuando se trata de enfrentarse finalmente con los ojos abiertos a los retos de una crisis (de Dios) histórica. 'La fe cristiana es, a no dudarlo, una fe buscadora de justicia. Ciertamente, los cristianos deben ser místicos, pero no exclusivamente en el sentido de una experiencia individual espiritual, sino en el de una experiencia de solidaridad espiritual. Han de ser 'místicos de ojos abiertos'. [...] Son ojos bien abiertos [...] los que nos hacen volver a sufrir por el dolor de los demás: los que nos instan a sublevarnos contra el sinsentido del dolor inocente e injusto; los que suscitan en nosotros hambre y sed de justicia, de una justicia para todos.'

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De qué se trata
La «espiritualidad» se ha convertido en una palabra de moda, cargada de ambigüedad. Para unos, es la expresión de un movimiento de búsqueda —semánticamente un tanto confuso— de una «nueva religiosidad»; para otros, cumple la función de una especie de «tapagujeros» en una época que se siente netamente posreligiosa. Como ocurre siempre en tales situaciones, es oportuno preguntarse por el núcleo mismo de la espiritualidad cristiana. Esta primera parte aborda la cuestión fundamental de una espiritualidad teológicamente permeada que no rehúya los debates actuales sobre la crisis que nos abruma sino que, por el contrario, intente estar a la altura de ellos. Se trata del perfil espiritual del cristianismo y de la Iglesia, así como del peligro de una destemporización teológica y de una privatización adialéctica de sus fundamentos bíblicos; se trata, en fin, de una puesta a prueba de la mística divina en el horizonte humano a la vista de los procesos de dilucidación política y de secularización de nuestro mundo, así como del pluralismo de las distintas esferas religiosas; no de una espiritualidad adormilada, sino de una espiritualidad que despierte y se levante.1 Mística de la justicia divina
Para un perfil mesiánico de la espiritualidad cristiana
Deus caritas est, «Dios es amor», recordaba la primera gran encíclica de Benedicto XVI. Cierto. Pero en la Biblia hay una segunda denominación de Dios que también encuentra eco y confirmación en el mensaje neotestamentario y que, por tanto, tampoco debe desaparecer de la memoria de los cristianos: Deus et justitia est, «Dios es (también) justicia». «Este es el nombre con que lo llamarán: “Yahveh, nuestra justicia”» (Jr 23,6).* Para la fe cristiana, la justicia no es solo un tema político, o social, sino un tema estrictamente teológico: una información de la fe sobre Dios y su Cristo. La Justicia como nombre divino podría parecer algo secundario en el discurso sobre un Dios ideal o platónico, pero resulta irrenunciable para el Dios histórico bíblicamente atestiguado en los dos Testamentos de la fe cristiana. Este nombre expone la afirmación «Dios es amor» al ámbito público de nuestras experiencias históricas y a la responsabilidad concreta de nuestra fe, que en dicho ámbito se refrenda. Por tanto, el discurso cristiano sobre Dios debe ser un discurso sensible a los tiempos, que no solo ilustre y enseñe, sino que también experimente y aprenda. He aquí una fuente para la crisis de fe de muchos cristianos de hoy, que creemos que llega más hondo de lo que suele percibir y tener en cuenta el discurso sobre la fe más extendido. En el fondo de la profesión de fe bíblica siempre late la cuestión —no zanjada— de la justicia, de hacer justicia a las víctimas inocentes de nuestro acontecer histórico. Esta cuestión apunta —en el lenguaje escolástico— a la versión teológica de la denominada «pregunta de la teodicea», es decir, la pregunta sobre la existencia de Dios a la vista de la dolorosa historia del mundo, de «su» mundo. ¿Cómo es posible preguntar por la propia salvación y redención dando la espalda a esta historia de dolor? Quien habla de Dios, en el sentido de Jesús, está aceptando la conculcación de las preconcebidas certezas religiosas por parte de la clamorosa desdicha ajena. Nadie tiene derecho a justificar tal desdicha. En mi opinión, nada habría podido dilucidar mejor para la Iglesia la relación indisoluble entre la pregunta por Dios y la pregunta por la justicia que el hecho de que, en su último concilio, la Iglesia se descubrió por primera vez, no solo en el plano dogmático sino también en el empírico, como una Iglesia del mundo en la que las historias de dolor sociales y culturales calan en la imagen mundial de la Iglesia, una imagen hasta ahora eurocéntricamente configurada e instalada: se trata de unos procesos que, en medio de los tornados de la globalización, entre otras cosas, no parecen igualarse de manera razonable, sino que amenazan con agudizarse cada vez más bajo la presión anónima de la globalización de los mercados. Con respecto a la relación entre la pregunta por Dios y la pregunta por la justicia, se puede descubrir un filón literario en los textos bíblicos y en su teodicea, es decir, allí donde la historia de la pasión del ser humano aparece desde el principio incardinada en el mensaje de una salvación de la humanidad en el contexto de la justicia. El lenguaje de estas tradiciones trata de ser un recordatorio del grito del ser humano y de dar al tiempo del mundo su temporalidad, es decir, un plazo fijo. La tardía irrupción del pensamiento temporal en las religiones y culturas del mundo a través de la apocalíptica bíblica —apuntalada por el lenguaje «de crisis» de los profetas y de dolor de los salmos— puede reconocerse como un lenguaje histórico-religioso e histórico-cultural.2 Básicamente, estos textos apocalípticos no versan en modo alguno sobre fantasías apocalípticas descerebradas ni están destinados al uso y consumo de zelotes, sino que son testimonios literarios de una apreciación del mundo empeñada en «descubrir» los rostros de las víctimas, testimonios de una visión del mundo «alerta» y «desveladora» de lo que «está ahí» realmente (en contra de la tendencia de muchas cosmovisiones al encubrimiento mítico o metafísico del clamoroso dolor del mundo y en contra de esa amnesia cultural que hoy también intenta tornar invisibles a los que han sufrido en el pasado y silenciar sus gritos). La apocalíptica bíblica, que «desvela» la huella del sufrimiento en la historia de la humanidad, puede estimularnos a formular esa única gran narrativa o «gran narración» que —después de la crítica de la religión y de la ideología de la Ilustración, después del marxismo, de Nietzsche y de la fragmentación posmoderna de la historia— aún mantiene hoy su vigor: la legibilidad del mundo como historia de la pasión del ser humano. Asimismo, esta formula —por una especie de vía negativa, es decir, mediante una dialéctica negativa de la memoria passionis— el trasfondo de ese universalismo histórico que pertenece de manera irrenunciable al monoteísmo del discurso cristiano sobre Dios. Pues dicho discurso solo puede ser universal —y por tanto no solo tema de la Iglesia sino también de la humanidad— si es en su núcleo un discurso empático, tendente a hacer justicia frente al sufrimiento de los demás. Dado su enfoque transcultural, semejante universalismo debe ser antitotalitario y defensor del pluralismo. «Bienaventurados los que lloran», proclama Jesús en el Sermón de la Montaña. «Bienaventurados los que olvidan», anuncia por su parte Nietzsche, profeta del posmodernismo. Pero ¿qué sería de los humanos si, contra la desgracia y las pasiones del mundo, solo pudieran defenderse con el arma del olvido? ¿Qué pasaría si un día solo pudieran construir su propia felicidad sobre el olvido inmisericorde de las víctimas, es decir, sobre una amnesia cultural en la que el tiempo —imaginado sin plazo alguno— debiera curar todas las heridas? ¿De dónde podrían sacar entonces su fuerza para la rebelión los que sufren sin culpa y de manera injusta? ¿Qué podría entonces inspirar para una mayor justicia, para una lucha por una «mayor igualdad» entre todos los humanos en un mundo único? Y ¿qué pasaría si se agotara definitivamente en nuestro mundo secular la visión de una última gran justicia? ¿Qué pasaría si lo que hoy llamamos «espiritualidad» dejara de estar tocado por esta visión de una justicia divina (para todos, en una coalición entre vivos y muertos)? Ya sé que la «espiritualidad» se ha convertido en una especie de palabra de moda sin contenido. Tal vez deberíamos decir también que, en el mundo occidental, ha devenido en lema para designar el núcleo nada claro de una vivencia posmoderna. Así, este uso indefinido le ha hecho perder prácticamente toda precisión conceptual. Las confusiones semánticas parecen inevitables. La manera como hoy se emplea la palabra «espiritualidad» se desmarca en muchos sentidos de cualquier contexto religioso o pararreligioso. E incluso dentro de los distintos ámbitos religiosos se presenta con distintas connotaciones. En medio de todas estas ofertas, en constante proliferación, ¿qué significa la expresión «espiritualidad cristiana»?3 Sin dejar el plano de la semántica, me gustaría aludir a dos propuestas distintas (remitiendo, para su mejor enjuiciamiento, a cada uno de los textos siguientes). En mi opinión, deberíamos distinguir, por una parte, y dentro del ámbito religioso, entre mística y espiritualidad religiosa, limitando el empleo de «mística» a las religiones monoteístas, pues su espiritualidad hace referencia expresa a una especial proximidad vivencial con respecto a Dios. Por la otra, deberíamos recalcar que, a la vista de las oscilaciones de significado imperantes incluso en el cristianismo eclesial con respecto a la espiritualidad, los cristianos tendrían que considerar otro aspecto básico. A través de la aludida y unitaria relación entre la cuestión de Dios y la cuestión de la justicia, a los cristianos se les recuerda permanentemente el fundamental rasgo mesiánico del cristianismo y de su espiritualidad. Es en este sentido como aquí hablamos del «perfil mesiánico de la espiritualidad cristiana». ¿Qué queremos decir propiamente con ello? La mirada primigenia de Jesús es una mirada mesiánica. No se dirige primero a los pecados de los humanos, sino al sufrimiento de estos. Esta empatía mesiánica no niega el peso bíblico de la culpa y...



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