Murdoch | La máquina del amor sagrado y profano | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 243, 424 Seiten

Reihe: Impedimenta

Murdoch La máquina del amor sagrado y profano


1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-18668-48-7
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, Band 243, 424 Seiten

Reihe: Impedimenta

ISBN: 978-84-18668-48-7
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



WHITBREAD NOVEL AWARD. Iris Murdoch en la cumbre de su talento creativo. Un complicado juego de pasiones sobre las paradojas de la vida humana y la naturaleza del amor. Montague «Monty» Small, popular escritor de novelas de detectives, acaba de ver morir a su esposa. Incapaz de sobreponerse al colapso emocional que le ocasiona la pérdida, se centra en los problemas de sus amigos, Blaise Gavender, un psicoterapeuta mediocre, y su mujer, Harriet, que siente por su marido y su hijo un enorme amor que la desborda. Lo que pocos saben es que desde hace una década, Blaise ama a otra mujer, Emily, y el propio Monty es cómplice del engaño, pues lleva años encubriéndolo. Hasta que la verdad amenaza con salir a la luz, y Blaise ha de tomar una decisión. Aunque albergue la esperanza de mantener su relación con ambas mujeres, que se rebelan de maneras distintas, debe elegir entre el amor nupcial y la emoción de lo prohibido. Ágape y Eros. Lo sagrado y lo profano. CRÍTICAS «La fuerza de La máquina del amor sagrado y profano radica en la intención compasiva de Murdoch y en su extraordinaria mirada analítica sobre la historia.» -The New York Times «Murdoch presenta en La máquina del amor sagrado y profano una firmeza inquebrantable de su mirada sobre el horror y la obsesión al que nos enfrentamos día a día.» -The New York Times «La máquina del amor sagrado y profano es una las novelas más memorables de Iris Mudoch.» -El Cultural «Se basta por sí sola para persuadir al lector más reticente del genio y la bondad impagables de la considerada mujer más brillante de Inglaterra.» -El Cultural «Iris Murdoch ha agarrado los elementos fundacionales de la novela gótica y ha exprimido con ellos una pesadilla... Una extraña combinación de cuento de hadas y melodrama.» -Books and Bookmen «Murdoch plasma en sus libros su inteligencia característica con una prosa brillante.» -The Irish Times  «Las novelas de Murdoch son adictivas.» -LA Review of Books «Una novelista simplemente prodigiosa, una entre un millón.» -Kingsley Amis «Iris Murdoch pinta sus escenas de manera consumada y atractiva.» -The Times «El mundo duro y despiadado al que nos llevan las novelas de Iris Murdoch es real; es el mundo en el que realmente vivimos y debemos enfrentarnos.» -The New York Times «'¿Hay algún novelista inglés con la exuberancia y el pulso narrativo de Murdoch?', se preguntaba Harold Bloom. La respuesta categórica es: no.» -Ignacio Echevarría, El Cultural «Una novela de infinita variedad e inteligencia; el trabajo de una novelista en el apogeo de su gran poder.» -Christopher Hudson «[Iris Murdoch] sigue siendo una consumada y sensual pintora de escenas.» -Michael Ratcliffe, The Times (London)

Dame Jean Iris Murdoch nació en Dublín en 1919, aunque con semanas sus padres se trasladaron a Londres. Estudió en el Somerville College, de Oxford. En Cambridge tuvo como maestro a Wittgenstein. Escribió su primera novela, Bajo la red, en 1954 (Impedimenta, 2018). Autora tremendamente prolífica, Impedimenta ha publicado también El unicornio (1963) y Henry y Cato (1976), Monjas y soldados (1980) y El libro y la hermandad (1987). Falleció a los 79 años, en 1999, y sus cenizas fueron esparcidas por el jardín del crematorio de Oxford.

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Emily McHugh se arrepentía profundamente de haberle hecho confidencias a Constance Pinn. ¿Y cómo la había dejado entrar ahora en casa? Pinn debía tenerla hipnotizada. Pinn, que había sido su asistenta, y era ahora su huésped. En efecto, hacía mucho que era imposible ocultarle nada a Pinn. Que Pinn se ocupara de Luca había hecho posible el empleo de Emily, actualmente inexistente. Con el trabajo fuera del tablero, Pinn se había instalado. La razón por la que Emily perdió su empleo fue la siguiente. Emily había sido contratada a tiempo parcial para enseñar Francés en un internado para señoritas, caro y progresista, en la vecindad. El nivel académico no era elevado. Las niñas, sin duda al igual que sus padres antes que ellas, eran preparadas para los vulgares placeres de la vida. Las señoritas montaban a caballo, nadaban, bailaban, practicaban la esgrima, jugaban al bridge y leían un poco de sociología. No había exámenes. Los idiomas eran considerados una elección difícil, y Emily, a quien no le gustaba el estudio y no era una estrella en francés, había sobrevivido gracias a que sus alumnas eran unas holgazanas, unas inmaduras, y era fácil conspirar con ellas. Un acuerdo tácito permitía que las ineficaces lecciones siguieran adelante. Un día, sin embargo, sucedió lo que Emily llevaba temiéndose desde hacía tiempo. Una chica francesa apareció en clase. Kiki St Loy poseía, en realidad, una ascendencia peculiar. Su padre, diplomático, era medio francés, medio natural de Cornualles. Su madre venía de Andalucía. Kiki hablaba inglés, francés y español, todo con soltura, aunque no del todo perfectamente. Era la pesadilla de cualquier maestra: una hermosa, precoz, popular, mandona, sexual, rebelde e inteligente alumna. Emily, que enseguida vio las señales de peligro, no podía remediar sentir simpatía por Kiki. De hecho, al principio casi se sintió cautivada por la chica, e imaginó que podría reclutarla como aliada. Eso resultó en vano. Así que Kiki se dio cuenta de su poder y empezó a utilizarlo. Estallaba en largos y contagiosos ataques de risa provocados por el acento de Emily, que ella imitaba con gran ingenio. Corregía los errores, cada vez más frecuentes, de Emily, haciendo ella las veces de maestra y Emily de alumna. La clase lo pasaba en grande. Emily empezó a sentirse no solo disgustada, sino asustada. Trató de conquistarlas haciendo la vista gorda incluso más que antes, hacía más concesiones a la rebeldía y al desorden. Todo simulacro de trabajo serio fue abandonado. Sus lecciones se convirtieron en unos espectáculos dirigidos por Kiki. Otras maestras se quejaron de la incesante algarabía. Al final, después de varias advertencias a Emily, la directora, que nunca había llegado a entender la situación, porque Emily no era capaz de explicarla, le pidió que se fuera. Humillada, pero a la par sintiendo un desalentado alivio estilo fin-del-mundo, Emily se marchó. No se lo había podido ocultar a Pinn, quien, a través de los buenos oficios de Emily, también trabajaba ahora a tiempo parcial en la escuela, en la secretaría. Ella decía que le iba bien. Emily contemplaba el éxito de su amiga embargada por confusos sentimientos. Había aceptado a Pinn como huésped en parte por motivos financieros tras perder su empleo de maestra. Pinn era útil. Tenía más maña que Emily para tratar con Luca. Asimismo, la cocina se le daba mucho mejor y ella decía que le gustaba. Pinn, que conocía todo lo relativo a la curiosa forma de vida de Emily, era la única persona con quien esto podía comentarse. Y Emily le tenía afecto. Solo que Emily no había previsto lo irritante que resultaría el conocimiento que Pinn tenía sobre ella y su vida a la hora de convivir juntas, aunque Pinn, que era muy lista, también poseía mucho tacto. Naturalmente, Pinn se sentía fascinada; eso no podía ocultarlo. Pinn, desde que, según ella, había entrado a formar parte de la «categoría de secretarias», iba mucho más elegante. Su pelo corto y castaño lo llevaba peinado a la moda. Sus estrechas y alargadas gafas eran de lo más moderno. Sus ropas conseguían parecer caras. Se movía con vitalidad. Emily, desde que había perdido su empleo, llevaba a diario los mismos pantalones viejos y jerséis de algodón. Con menos en qué ocuparse, se sentía más cansada. Llevaba casi un mes desempleada. Luca tenía ahora ocho años. A Dios gracias, la fase de hacerse pipí en la cama había pasado. Se le había impuesto (nunca fue bautizado) el nombre de Luke, que de algún modo acabó italianizándose. Luca moraba en la conciencia de Emily cual persistente, misterioso y oscuro dolor. De pequeño, ella le había querido con obsesiva violencia, sin poder contener la necesidad de tocarle, abrazarle, estrecharle contra sí. Habían vivido como animales anidando juntos en un agujero. Ella todavía lo quería de esa forma; pero en un extraño y terrible momento, quizá dos, quizá tres años antes, a medida que la incipiente consciencia iba llenando sus ojos de desconcierto, él había empezado a alejarse de ella. Se apartaba de sus caricias. Cesó de parlotear. Y también lloraba menos. Ahora, y Emily no se atrevía a pensar en ello, por lo mucho que la angustiaba, él apenas hablaba con ella. A veces parecía que se hubiera vuelto mudo. Cuando ella le hacía una pregunta, él contestaba, si es que lo hacía, con un gesto. En ocasiones, sin embargo, ella le oía hablar con Pinn. Y aunque su rendimiento en la escuela era nulo, nadie le había sugerido aún que el chico pudiera tener una discapacidad o ser mentalmente deficiente. No sabía leer, pero eso les sucedía a muchos niños que iban a la misma pésima escuela. Se pasaba mucho tiempo viendo la televisión, cosa que también hacía Emily. A veces, mientras ambos se hallaban sentados en silencio frente a la pequeña pantalla, ella giraba la cabeza para mirarle con disimulo, y comprobaba que él la estaba observando. «¿Qué pasa, Luca?» No había respuesta. Él desviaba la vista otra vez. Ella ignoraba hasta qué punto comprendía él los programas indiscriminadamente misceláneos que veían juntos. Nunca hablaba de ellos, y rara vez reía o sonreía, ni siquiera con los programas infantiles. No parecía apetecerle jugar con otros niños fuera de las horas de clase. Emily sospechaba que les tenía miedo. Cuando le preguntaba si quería que invitasen a un amiguito a merendar, él se limitaba a sacudir la cabeza. No le era difícil entretenerse solo, sin embargo, y al menos en este aspecto era un chiquillo fácil. Lo que hacía no siempre estaba claro para Emily, pero en los ratos en los que no se encontraba frente la televisión, parecía estar tramando algo. Cuando jugaba fuera, era a solas, y a veces desaparecía durante largo rato. Cuando estaba en casa, pasaba mucho tiempo en su habitación con la puerta cerrada y en silencio. Sí que se comunicaba extensamente con los dos gatos, Richardson y Little Bilham. Richardson era un elegante gato color melocotón y gris, Little Bilham era atigrado, enano y con manchas blancas. Los dos eran machos capados y tirando a gordos. Luca se paseaba a veces una hora entera con un gato en brazos. Los insectos le interesaban enormemente, y en su habitación tenía una especie de zoo de insectos, donde unas arañas, carcomas, escarabajos y demás bichos eran guardados periódicamente en unas cajas. No era un niño violento. Desde hacía algún tiempo, Emily trataba de convencer a Blaise para que fuera a hablar con el profesor de Luca y obtener un informe sobre el niño. «A un hombre sí que le harán caso —decía ella—. No sirve de nada que vaya yo. Ya verás cómo se espabilan en cuanto vean que el chico tiene un padre de carne y hueso que lleva corbata y sabe hablar inglés.» Pero Blaise lo iba aplazando. Decía: «A Luca no le ocurre nada, ya nos habrían informado». Claro es que Blaise siempre se ponía algo nervioso con lo que él llamaba «seguridad». Pero a Emily le parecía que lo que realmente temía era descubrir que Luca no era del todo normal. «Puede que necesite tratamiento», decía Emily. «¿Tratamiento para qué?», contestaba Blaise. En efecto, la escuela era tan caótica, que sin duda sería muy difícil identificar a un niño con problemas. Luca parecía normal, desde luego. Hasta era un chico muy presentable, con el rostro cuadrado de Blaise, el pelo casi negro y los ojos azules de Emily. Disfrutaba de una salud física perfecta, y cuando se quedaba mirando fijamente una carcoma o una mosca, parecía bastante inteligente. Emily acababa de darse un baño. Aunque no era una fanática de los baños, siempre tomaba uno los días que venía Blaise. Tiempo atrás, a él le gustaba venir y encontrarla en el baño. Ese era uno de tantos rituales que se habían abandonado. Emily se sentía ahora cálida y limpia y levemente fragante con el perfume del baño. Pero le olía el aliento, sospechaba ella cuando trataba de olfatearlo. Ayer su dentista le había dicho que tendría que extraerle tres dientes de atrás y ponerle coronas en todos los dientes de delante. Era necesario colocarle varios puentes. Lo de las coronas y los puentes iba a costar más de cien libras. Tendría que decírselo a Blaise. También tendría que decirle lo que hasta ahora había ocultado, que Pinn se había instalado en casa. Y que a partir de septiembre iban a subir el alquiler del piso. Y todavía no se veía con ánimos para comunicarle que había perdido su empleo. Estaba decidida a contarle que lo había dejado de manera voluntaria. Eso sonaba más digno y sería parte de la campaña que Emily emprendía intermitentemente contra su amante. Emily, vestida con una bata acolchada bastante sucia, descansaba en la salita, acariciando a Little Bilham y...



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