Nardone | Hipnoterapia sin trance | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 176 Seiten

Nardone Hipnoterapia sin trance

Hablar a la mente emocional del otro
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-254-5096-9
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

Hablar a la mente emocional del otro

E-Book, Spanisch, 176 Seiten

ISBN: 978-84-254-5096-9
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



La hipnosis sin trance es una herramienta formidable para mejorar nuestras habilidades. Para los terapeutas, también es una de las técnicas más poderosas y efectivas para ayudar al paciente a desbloquear sus percepciones rígidas y disfuncionales de la realidad. El propósito de la hipnosis es preparar al sujeto para el cambio, porque convence mucho más un estado emocional que un argumento lógico. Solo así es posible ayudar a los pacientes a liberarse de sus conductas patológicas gracias a la autopersuasión. Tras veinte años de trabajo con el método de la hipnosis, Giorgio Nardone explica su funcionamiento y sus beneficios, entre otros, la capacidad de utilizar habilidades comunicativas basadas en la sugestión, que pueden hacer más efectivo el trabajo de terapeutas e investigadores.

Giorgio Nardone es director del Centro di Terapia Strategica de Arezzo, que fundó junto con Paul Watzlawick. Dirige la Escuela de Especialización en Psicoterapia Breve Estratégica y la Escuela de Comunicación y Problem Solving Estratégico, con sedes en Arezzo, Milán, Madrid y Barcelona. Reconocido internacionalmente como el máximo exponente de los investigadores que impulsaron la evolución de la Escuela de Palo Alto, es autor de numerosos trabajos que se han convertido en una referencia teórica y práctica para estudiosos, psicoterapeutas y managers de todo el mundo.

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Prólogo
Una gran multitud ruidosa espera que comience la charla de un prestigioso conferenciante. El público está compuesto por médicos, psicólogos y psiquiatras, personas por lo general poco conformistas, sobre todo ante alguien que les presenta una cosa que se anuncia como innovadora. El personaje aparece silenciosamente, con paso ágil y elegante; solo una parte del auditorio se da cuenta y se sienta, observándolo, mientras los demás siguen hablando entre sí. Al llegar al escenario, el conferenciante se detiene y, sin decir palabra, comienza a observar al público utilizando la mirada como si fuera un cono de luz que se desplaza por la sala, de una zona a otra. En pocos segundos, como atraídos por una potente energía, todos los asistentes callan y se sientan fijando su atención en él. Con este comportamiento el experimentado comunicador ha creado un portentoso efecto sugestivo, bien conocido ya tanto por el arte de la persuasión sofista (Untersteiner, 2008) como por la oratoria romana (Cicerón, 2015): la imposición del propio carisma a la multitud. De manera parecida el encantador de serpientes «hipnotiza» a la cobra con el movimiento de la cabeza y de la mirada y no, como suele creerse, con el sonido de la flauta; la serpiente, que durante estas exhibiciones se yergue y mira fijamente a su encantador, en realidad es prácticamente sorda. Otro ejemplo es también el de la persona acrofóbica, es decir, que tiene miedo a las alturas, que, guiada por un terapeuta experimentado, ejerce una fuerte presión en su dedo pulgar hasta sentir dolor y al fin consigue contemplar el panorama que se ofrece desde la terraza de la Carnegie Hall Tower de Nueva York y luego, gradualmente, bajar la vista desde los más de doscientos metros de altura hasta el suelo y, desplazándola de derecha a izquierda, experimentar la propia capacidad de anular lo que había sido hasta entonces una fobia invalidante.1 ¿Qué tienen en común estos tres casos aparentemente tan distintos y sorprendentes, cada uno a su manera? La acción de un sujeto experto, capaz de cambiar la percepción de la realidad de una multitud, de una serpiente y de una persona acrofóbica, orientando su experiencia y, por consiguiente, sus emociones, cogniciones y comportamientos. La acción de la que estamos hablando es la forma de comunicar utilizada por el orador, por el encantador de serpientes y por el terapeuta experimentado: un lenguaje verbal, no verbal y paraverbal capaz de activar un estado de poderosa sugestión en el sujeto y que, asociado a experiencias de cambio hábilmente prescritas, crea efectos en apariencia mágicos. Esto es lo que Paul Watzlawick definió como «hipnosis sin trance» y que, aplicado al mundo de la psicoterapia, se convierte en «hipnoterapia sin trance». Son muchos los colegas hipnotistas que tienden a negar esta realidad sugestiva y la atribuyen a fenómenos estrictamente hipnóticos (Loriedo, Zeig y Nardone, 2011); en realidad, sugestión e hipnosis son fenómenos cercanos y a la vez muy distintos. Si, en el caso de la hipnosis, tenemos la posibilidad de efectuar mediciones objetivas, como las ondas que pueden medirse con el electroencefalograma y las escalas de inducción hipnótica rigurosamente aplicables (Weitzenhoffer y Hilgard, 1959; Yapko, 1990; Nash y Barnier, 2008), en el caso de la sugestión es mucho más difícil realizar una medición, porque se trata de un fenómeno con muchas más variantes y que se produce en un estado de vigilia total y de actividad normal del individuo implicado. Si bien al estado hipnótico se le pueden asociar determinadas predicciones, sobre todo en el caso de las expresiones no verbales, estas señales no aparecen obligatoriamente en un estado sugestivo. Un ejemplo de ello es el «efecto masas» estudiado por Gustav Le Bon a principios del siglo pasado, ese estado de sugestión en que el individuo, «inmerso» en una masa de personas unidas por un mismo objetivo, pierde los frenos inhibidores y adapta su comportamiento personal al del grupo. En palabras de Le Bon (1895), el individuo se convierte en «la gota de agua empujada por la corriente» representada por muchas gotas individuales que, al unirse, forman una nueva e irrefrenable realidad: la ola que barre todo lo que encuentra a su paso. Este fenómeno, como bien saben los psicólogos sociales, está en la raíz de los crímenes perpetrados por las masas. Como confirmación de la dificultad de medir objetivamente la sugestión, puesto que se trata de un fenómeno que está siempre presente en nuestra realidad de seres vivos en constante relación consigo mismos, con los otros y con el mundo, permítanme que les explique un caso ocurrido recientemente. En la Link Campus University de Roma, un renombrado investigador dio una conferencia en relación con los avances de sus estudios sobre las llamadas «neuronas espejo». Al acabar la presentación, tuvimos ocasión de intercambiar nuestras experiencias con vistas a una posible colaboración en la investigación. Durante esta charla le pregunté al investigador si alguna vez se había detectado la activación de las neuronas espejo en individuos en estado de sugestión; él, con el entusiasmo propio de los auténticos investigadores, respondió que sería realmente interesante realizar ese tipo de experimento y me preguntó cómo podía medirse objetiva y cuantitativamente la existencia de un estado de sugestión. Cuando le repliqué que por el momento no había otros instrumentos objetivos capaces de medir ese fenómeno que no fueran una observación atenta de los cambios en la capacidad de sentir y de actuar de las personas en ese estado, él concluyó que no era posible realizar estudio alguno. Esta conversación ponía de manifiesto uno de los límites más insidiosos de la investigación científica, esto es, el hecho de limitarse a los métodos cuantitativos y, por tanto, a los fenómenos a los que estos métodos pueden aplicarse. Es como si todos los fenómenos puramente cualitativos, no «operacionalizables», no fuesen importantes o ni siquiera existieran porque están excluidos de la investigación (Nardone y Milanese, 2018; Castelnuovo et al., 2013); los fenómenos sugestivos, no reducibles a una operacionalización cuantitativa, son ignorados pese a que su evidencia empírica es a menudo clamorosa. Desde la Antigüedad se conocen casos de sugestión tanto individual como colectiva, en los que se produce una especie de «imposición» externa a la que la mente de los individuos no puede resistirse, la acción de una fuerza oscura que somete la voluntad de las personas. Sin embargo, tampoco ahora las descripciones de los fenómenos sugestivos difieren mucho de las antiguas, a pesar del progreso y del avance de los conocimientos. Basta buscar el término, no solo en las enciclopedias o en los diccionarios, sino también en los tratados especializados de psicología, para comprobar cuán oscura, vaga y muy poco esclarecedora es la explicación del fenómeno, reducida a la observación del hecho de que la sugestión se opondría a la voluntad, a la lógica y a la capacidad de elección racional. Los estados sugestivos serían no conscientes, o solo parcialmente, porque están producidos por algo que altera la presencia lúcida y la voluntad del individuo. De ahí que la acepción del término sea generalmente negativa: la sugestión es peligrosa porque puede inducir a hacer cosas en contra de la voluntad y de la razón. Ninguna de estas definiciones tiene en cuenta que gran parte de los descubrimientos científicos, de las obras de arte, de las gestas y de los récords ha sido posible gracias a que se han realizado en un estado de sugestión, definido como «trance performativo» (Nardone y Bartoli, 2019): un estado de inconsciencia, pero educado por el ejercicio repetido, que libera la mente de las ataduras de la conciencia lúcida y de la razón y permite al sujeto expresar potencialidades que, de no ser así, estarían bloqueadas. Tampoco se tienen en cuenta los poderes terapéuticos de la sugestión, como en el caso del efecto placebo y del de las expectativas, efectos que han sido tan demostrados a nivel experimental como, en general, ignorados por la medicina y por la psicología, cuando, paradójicamente, tratan de evidencias terapéuticas. Lo mismo cabe decir de los estudios relativos al lenguaje y a la comunicación, sector en el que —si bien el poder de las sugestiones evocadoras está bien descrito y explicitado— se sigue considerando preferible una comunicación «carente de oropeles retóricos» y sugestiones. Por otra parte, esta es la suerte milenaria de la persuasión que, pese a ser considerada «el arte más noble» (Nardone, 2015), es mayoritariamente contemplada con recelo y hasta juzgada como una forma incorrecta, e incluso deshonesta, de comunicar. Platón sigue dominando la escena de la filosofía (Whitehead, 2014) y, desgraciadamente, además de la limitación de las ciencias a los métodos cuantitativos, las disciplinas lógicas y filosóficas siguen lastradas por el prejuicio de que solo lo que puede reducirse a una lógica rigurosa y a una clara racionalidad se considera válido y legítimo. No obstante, esta forma de interpretar el conocimiento que el hombre puede desarrollar limita su ámbito a lo que es reducible a esos criterios de evaluación y medición; lo hace reduccionista, pues lo desequilibra en el contexto de la justificación y del control y corta las alas al descubrimiento. Sin embargo, como sostuvo Albert Einstein, «la lógica nos lleva de A a B, la imaginación a todas partes». Y en cuanto a la excesiva confianza en la lógica basada en la matemática, hay que considerar que si se invierte el orden de los sumandos el resultado no...



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