E-Book, Spanisch, 400 Seiten
Prevas El juramento de Aníbal
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-350-4945-0
Verlag: EDHASA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 400 Seiten
ISBN: 978-84-350-4945-0
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JOHN PREVAS es autor, educador y mediador. Académico y profesor de historia griega y romana, de latín y derecho en el Eckerd College desde 2001 hasta el 2011, también ha sido profesor visitante en la Universidad del Sur de Florida, Sarasota. Hasta la publicación de este ensayo, tiene en su haber el best-seller del New York Times Power Ambition Glory (Crown, 2009), en coautoría con Steve Forbes, Enry of the Gods (De Capo, 2004), Xenophon's March (De Capo, 2002) y Hannibal Crosses de Alps (De Capo, 2011).
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Capítulo 2
En marcha
El plan para llevar la guerra a Italia por los Alpes fue revolucionario. La manera de pensar convencional tanto en Cartago como en Roma habría dictado que la guerra entre las dos ciudades-estado se librara primero en España y que la campaña decisiva se desarrollara en el norte de África. Para Aníbal, la invasión directa de Italia por mar conllevaba demasiados riesgos. Las distancias eran enormes y los mares podían ser implacables para los barcos propulsados por remos. Los romanos se habían dedicado a construir una flota formidable desde el final de la Primera Guerra Púnica, y gracias a ello patrullaban activamente las aguas alrededor de Italia y Sicilia. Cartago ya no era la potencia naval que una vez fue, y si los romanos interceptaban sus barcos de transporte de carga lenta y pesada o si una tormenta los atrapaba en el mar, todo podía venirse abajo y perder la guerra antes de que tuviera lugar la primera batalla terrestre.
Se desconoce con exactitud de quién era el plan de invadir Italia a través de los Alpes, si de Amílcar, Asdrúbal o Aníbal. Las fuentes no nos lo aclaran y bien pudo haber sido una idea de Amílcar llevada a cabo por Aníbal, de la misma manera que Alejandro Magno, un siglo antes, materializara el plan de su padre Filipo de unir a los griegos e invadir Persia. Fuera quien fuese el promotor de la idea, se basó en el convencimiento de que la siguiente guerra con Roma había de ser muy diferente de la que había tenido lugar en Sicilia. Este nuevo enfrentamiento había de presentar elementos innovadores e inesperados, siendo Cartago quien llevase la iniciativa en lugar de Roma.
El plan se basaba en el hecho de que Italia, en aquellos momentos, no estaba unificada, algo que sucedería después de la última de las tres Guerras Púnicas. Italia era una tierra de ciudades-estado y tribus semiautónomas: galos en el norte, italos en el centro y griegos en el sur, todos unidos en una confederación laxa bajo una tenue hegemonía romana. Los galos en el norte eran semibárbaros, y habían constituido una molestia para los romanos desde que atacaron la ciudad en el año 390 a. C. Eran independientes, valoraban su libertad y consideraban que cualquier movimiento romano en el norte de Italia era una amenaza. En la mayor parte de los casos, los romanos habían preferido dejarlos a su aire. Los italianos, que poblaban el centro y algunas partes del sur de la península, eran en su mayoría pequeños agricultores. Sus comunidades estaban vinculadas a Roma mediante tratados que les exigían pagar impuestos y enviar a sus hijos a servir en las legiones de Roma. Se trataba de tribus indígenas: sabinos, volscos, samnitas, que habían sido subyugadas por los romanos en una serie de conflictos relativamente cortos pero feroces durante los siglos IV y III a. C.
Los griegos se habían establecido desde el siglo VIII a.C. en el sur de Italia y en la isla de Sicilia, desarrollando un área cultural fuerte y próspera. Muchas de sus colonias rivalizaban con sus metrópolis en Grecia, tanto en desarrollo cultural como en riqueza. Los griegos habían sufrido cierto grado de control romano como resultado de una guerra librada en el siglo III a. C. Cuando estalló la Segunda Guerra Púnica, los romanos ejercían un control considerable sobre el centro y el sur de Italia, parte de Sicilia, Cerdeña y Córcega. El norte de Italia, desde el norte y el oeste de Cremona, estaba en gran parte bajo control galo.
* * *
Aníbal creía que la confederación italiana era intrínsecamente débil y que se disolvería si la autoridad romana sufría un fuerte desafío. Confiaba en que los italianos y los griegos, resentidos hacia los romanos por los impuestos y los hombres que debían pagarles, abandonarían la confederación y se unirían a él en lo que presentaría como una guerra de liberación. Como resultado, Roma perdería su poder sobre Italia y sus legiones estarían entretenidas sofocando las insurrecciones que estallarían de un extremo al otro de la península. El objetivo de Aníbal no parece haber sido la destrucción de Roma, sino hacerle perder el control sobre Italia, disminuyendo así su creciente poder en el Mediterráneo para poder retenerla en la parte continental italiana tanto como fuera posible. La mejor manera de proteger los intereses comerciales de Cartago era mantener a los romanos fuera de España y del norte de África.
Una ruta por tierra desde España a Italia le permitiría a Aníbal evitar los problemas logísticos que, según él, habían contribuido a que su padre perdiera la guerra en Sicilia. Amílcar, recluido en la isla, dependía de los barcos de Cartago que le llevaban provisiones y refuerzos. Cuando la armada cartaginesa le falló una y otra vez debido a una combinación de varios elementos –desastres naturales, la presencia de la flota romana y algunos errores estratégicos–, a Amílcar no le había quedado más remedio que poner fin a la guerra. Aníbal tenía la intención de ser lo más autosuficiente posible, manteniendo una mínima línea de suministro y de comunicación con España y viviendo en gran medida de lo que sacara de la tierra, por el camino y en Italia. Su estrategia consistía en llevar la iniciativa, poner a Roma de inmediato a la defensiva y mantenerla así. En la Primera Guerra Púnica Roma había llevado la delantera al invadir Sicilia, y Cartago se había limitado a reaccionar. Aníbal se había prometido a sí mismo que aquella guerra iba a ser diferente, ya que llevaría la lucha al campo romano, invadiéndolos por el único lugar desde el cual menos se esperarían al enemigo: los Alpes franceses. Su intención era desplazarse del norte al sur de Italia, vivir de lo que ofreciese la tierra y obligar a los romanos a luchar según el tipo de batalla que él determinara.
Aníbal planeó incluir galos en su ejército para contrarrestar las reservas romanas de tropas. Si obtenía unas primeras victorias decisivas y espectaculares, estaba convencido de que los miembros de la confederación romana, especialmente las ciudades griegas, se unirían a él y se reajustaría rápidamente el equilibrio de poder en Italia. Cuando las tribus italianas y las ciudades griegas desertaran de la confederación, se agotarían las reservas romanas de mano de obra y se nivelaría el campo de juego. Con la confederación fracturada, Aníbal imaginó a las legiones romanas yendo de un lado a otro de la península italiana intentando reprimir múltiples rebeliones. Los romanos estarían tan ocupados tratando de mantener unida su propia casa que no tendrían tiempo de interferir con Cartago en el norte de África y España.
El plan de Aníbal dependía de poder convencer a los galos, a los italianos y a los griegos de que aquella era una guerra no sólo por el bien de sus intereses económicos, sino para liberarlos de la dominación cultural romana. Si ganaba las batallas iniciales y demostraba que las legiones romanas podían ser derrotadas, tenía pocas dudas de que la mayoría de los italianos y las ciudades-estado griegas se unirían a él. La guerra acabaría transformándose en una cruzada para liberar a Italia de la opresión romana, cuando en realidad la verdadera razón radicaba en la protección y la preservación de los intereses económicos cartagineses, además de constituir la venganza de los Barca.
Al parecer, los romanos nunca imaginaron que Aníbal invadiría Italia desde el norte. Calcularon correctamente que nunca se arriesgaría a llegar por mar, dada la distancia y la superioridad naval romana. Creían muy improbable que atacase Italia por tierra, pues se trataba de un viaje de más de mil seiscientos kilómetros a través de territorio hostil, además de los problemas logísticos de cruzar dos altas cadenas montañosas, los Pirineos y los Alpes. Si bien los Pirineos podían cruzarse con relativa facilidad por el Coll de Pertús, un paso oriental cerca del mar Mediterráneo, los Alpes eran otra cosa. Una invasión desde esas formidables montañas era impensable. No solo se trata de la cadena montañosa más alta de Europa, sino que, además, en aquel tiempo estaban pobladas de galos belicosos. Los romanos sabían poco sobre los Alpes en ese momento, y tendían a considerarlos como una barrera natural infranqueable que los protegía. No sería hasta el siglo I d. C., casi doscientos años después del final de la guerra con Aníbal, que estarían en disposición de controlar los Alpes tras pacificar a las tribus que vivían allí, construyendo carreteras sobre los pasos y estableciendo colonias al pie de las montañas.
Desde la perspectiva romana, la siguiente guerra se libraría en Sicilia, España y el norte de África. Creían que cualquier invasión cartaginesa, si ocurría, se lanzaría con toda probabilidad hacia Sicilia para recuperar las posesiones perdidas, por lo que se prepararon en ese sentido. El pensamiento predominante era que Aníbal presentaría una guerra defensiva, y esperaría que las legiones romanas invadieran España, tierra que los romanos vislumbraban como la siguiente adquisición de su imperio en expansión. Los barcos romanos podían trasladar a sus tropas desde Italia a la península Ibérica sin problemas, sin necesidad de navegar lejos de la costa, pues existían una multitud de puertos seguros donde recalar en caso de mal tiempo. La segunda guerra sería una simple repetición de la primera: tras la demostración de la superioridad naval, seguirían las victorias en el terreno. Lo que los romanos no anticiparon fue que Aníbal, contra viento y marea y con una velocidad asombrosa, lograría aquello que creían imposible y les llevaría la guerra hasta su propia puerta.
A principios de la...