E-Book, Spanisch, Band 149, 326 Seiten
Reihe: Nuevo Ensayo
Pérez de Laborda Filosofía de la misericordia
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-1339-528-9
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 149, 326 Seiten
Reihe: Nuevo Ensayo
ISBN: 978-84-1339-528-9
Verlag: Ediciones Encuentro
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Nosotros, transitando por ese largo camino de la historia de una filosofía del hay, sin habernos salido, por tanto, del ámbito del acto de la creación continuada; de la creación y de su seguimiento, siempre en discurso cosmológico, sin abandonar el ámbito global de la creación. Sustentados en sus aguas arreboladas y remontados en ellas, hemos vislumbrado el origen y la fuerza del Hay que ahora ya se nos presenta como fuerza de Ser. Ser de completud de quien oferta y regala toda Realidad, y rodeando el conjunto de toda la Realidad de esa completud, y ofertando la Realidad unitiva de su Ser, se nos hace ver en esos vislumbres cómo se adivina y se nutre la Realidad extremosa de quien es el único Dios.
Alfonso Pérez de Laborda es bilbaíno, nacido en San Sebastián en 1940, de orígenes y paisajes navarros. Doctor ingeniero industrial (Bilbao). Doctor en Teología (Lovaina). Luego, también, abulense y madrileño. Sacerdote secular. Fue profesor en la Universidad Pontificia de Salamanca y en la Université Catholique de Louvain. Fellow del Center for Philosophy of Science de la University of Pittsburgh. Desde 1998, profesor de filosofía en la ahora Universidad San Dámaso de Madrid.
Ha escrito numerosos libros y trabajos. En Encuentro ha publicado varios de sus libros, entre ellos Una mirada al ser (2013), Sobre el Dios que hay (2015) y La nada y la belleza (2018).
Autoren/Hrsg.
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Prólogo tardío al libro Un discurso sobre la carne (2022) (uno:) El libro Un discurso sobre la carne (Madrid Encuentro, 2021), ahora tan tardíamente prologado, quedó truncado por dos motivos. El primer truncamiento parecía provenir de la manera en la que el mismo libro se presentaba al lector: un conjunto de capítulos aparentemente dispersos, si únicamente miramos sus títulos. En ellos, de modo progresivo, se nos hace comprender el acercamiento recurrente a un conjunto de discursos de parcialidad que, sin embargo, buscan encontrar lo que tienen de unitariedad propia, mientras que no son, todavía, sino discursos de interioridades, esto es, discursos sobre las cosas que hay, todo lo que hay, las cosas que encontramos habiendo, tal como nosotros con nuestra mirada encontramos que funcionan cabe sí mismas, y en su conexión relacional con las demás cosas y demás quienes que se nos presentan como su exterior. Interioridad y exterioridad van a ser modos que tienen de presentarse a mí. Discursos que siempre son 5485 palabras; siempre nuestras propias habladurías; siempre, evidentemente, nuestras propias construcciones que hablan del mundo mediante palabras, mejor todavía, mediante discursos que nosotros nos agenciamos con palabras y obraciones, palabras y acciones, estableciendo conexión referencial con ellas; esto es, los modos que me indican cómo construir desde lo que yo voy diciendo lo que ellas son, mejor, lo que ellas van siendo en su aparecer ante mi mirada. Ni mis palabras ni mis obraciones —mirando, señalando, significando— me construyen la realidad de lo que digo —faltaría más: esto lo hice mío desde cuarto o quinto de bachiller—, sino su referencia con respecto a mí: su me-refiero-a-esto-o-esto-otro o me-refiero-a-este-o-este-otro; su poder decir-algo-sobre-alguien o el poder obrar-algo-sobre-ese-algo. Y es en la referencialidad donde encuentro la diferencia decisiva entre algo y alguien. (dos:) En la imagen del diábolo hemos encontrado tres oportunidades de construcción de nuestros discursos cosmológicos: su parte inferior, el mundo material; su punto central, regiones de hayes que están buscando todavía su propio lugar en el espaciotiempo, mientras provocan nuestro discurso referencial que va ascendiendo y dando nombre a lo que viene empujándole desde las profundidades de nuestra ansia de carnalidad; en ningún modo meros constructos alámbricos, como vamos a ver al punto. Discursos distintos, lo percibimos ya en los seis capítulos de la primera parte de este libro; discursos en los que han cabido una enorme dispersión de visiones cósmicas en las que se me dan a ver como referentes modos de la materia ofertada y discursos cosmológicos; esto es, lo que entiendo en esa referencia, distintos modos de matematicidad y de legalidad receptivas, no de imposición geométrica. Modos de abordar el cómo donde encontrarnos con lo cósmico-físico-biológico, expresados referencialmente en nuestros discursos cosmológicos. Discursos distintos, dependientes de su referencialidad; discursos en los que hay comunicación unitiva de internalidades en su estarse-ahí-cosmológico, lo que permite, primero, el discurso de un ser biológico y que, luego, ahora ya, alcanza a provocarnos el ser de la vida. Ser biológico que va ascendiendo desde el puro ser cosmológico al acercamiento de eso que es la conjunción convergente en el ser en plenitud, el punto omega. Ser sin cortaduras, ser hacia el punto omega, ser suavemente atraído por este. Ser que nos hace vislumbrar todos los caminos que nos presentan la realidad de la completud a la que barruntamos acceso en el mundo propio del punto omega. Dos modos de ser, modo de plenitud (en lo mundanal, esto es, lo que se oferta en la materia) y modo de completud (en el más allá de lo material) que ambos se nos provocan en el punto omega. Ascensión desde las profundidades del discurso de nuestro ser de lenguaje, de nuestro ser cosmológico, y luego biológico, ascendiendo por la superficie de la parte de abajo del diábolo en sus dramáticas metáforas de geografía material, nunca metáforas geométricas, en una geometría de figuras dibujadas a plumilla, sino en una materia evolucionaria que ansía carne hasta alcanzar la plenitud de carnalidad del punto omega y que descubre, vislumbrando más allá de ese punto de carnalidad, donde apercibiremos los espesores y las ansias propias del universo de la completud. (tres:) Hablamos una y otra vez del punto omega, de un punto omega, pero ¿cómo tenemos acceso a él?, ¿qué tenemos nosotros con él?, ¿qué tiene él con nosotros? Pues bien, llegaremos en nuestras habladurías a contarnos cómo en el punto omega encontramos dos «naturalezas». Porque su carne es la nuestra, carne mundanal como la nuestra, carne compuesta de idéntica composición de materialidad, carne que aspira a allegarse hasta la centralidad convergente del punto omega y, a la vez, nosotros, como nosotros, pertenecientes al mundo de los seres mundanales, puramente señalados como conformados por las cuatro internalidades de la materia evolucionaria, así pues, seres materiales cuyo mundo se mueve en la parte inferior del diábolo, parte señalada como producto de materiales evolucionario, que buscan alcanzar ese punto de convergencias mundanales. Pero hay más, mucho más, porque, desde él, sostenidos por el regalo de las cuatro internalidades, alcanzamos a vislumbrar obscuramente la parte superior, la parte no mundanal del diábolo, y, a la vez, modo y manera de completud plena. (cuatro:) Porque toda materia está conformada por las cuatro internalidades y, por efecto del movimiento de las cuatro internalidades en su movimiento evolucionario, aspira a la carnalidad, y esta aspiración es granulada. La materia sería, suponen, algo simplemente dejado-ahí en su mera horizontalidad, sin ninguna capacidad de encontrar en sí misma a modo de movimientos y de granulaciones y ansias de carnalidad. Sería, más bien, una materia perfectamente igual a sí desde el momento mismo de la creación que la recoge. Pero no deje de notarse, sin embargo, que, en este modo, la creación se produciría en el tiempo, las otras internalidades aparecerían, simplemente, como anteriores a la existencia del mundo, como la cuna en la que nace y se mece. Muchos pensadores, hablando de la materia, presuponen la absoluta y esencial falta de granulación en ninguno de los modos de su estar, siendo siempre absolutamente idéntica a sí misma en cualquier lugar del espacio y del tiempo en que haya idéntica materia, siempre igual a sí misma, radical y absolutamente igual a sí misma, sin verse sometida a granulación alguna. En esas maneras de ser de la materia cabría únicamente la mera y simple evolución igualitaria que se ofrecería en el grandor de una materia siempre idéntica a sí misma, y no cabría tampoco en el juego evolucionario de las cuatro internalidades de movimientos no uniformes, sino, simplemente, trompicados. Para estos pensadores solo se daría crecimiento evolutivo por sus movimientos uniformes que dan lugar a crecimiento uniforme en la expansión de su mero grandor. Pero este no es nuestro caso. (cinco:) Porque desde el mismo acto de la creación la materia tiene siempre modos de ser y de estarse evolucionarios, nunca, pues, maneras que se dan siempre en la expansión evolutiva de una mera evolución progresiva en el grandor, por efecto de lo cual siempre resultarían igual a sí mismas. No, a la materia se le ofrece en su movimiento más primigenio, ya en el acto de creación y después en todo siempre, un asombroso provocar sus ansias conformadoras de movimientos evolucionarios. No materia meramente evolutiva. Nunca podremos olvidar movimientos evolucionarios que sobrepasan esas ansias conformadoras y referenciales, y menos aún recibirlos como despreciables o, todavía peor, como inexistentes. No cabe aquí ni olvido ni desprecio. Más allá de donde estamos, si realmente queremos dar cuenta de la conformación referencial de nuestro discurso con lo que las cosas y los seres son en la profundidad de su ser-estando-ahí. Más allá de una materia ofuscada, materia de puras sequedades, materia de meras ansias no evolucionarias, esto es, sin encontrarnos jamás con aquellos movimientos y granulaciones que finalmente dan de sí volúmenes encarnados con movimientos evolucionarios. (seis:) En el discurso cosmológico que se escucha en este prólogo aparece de pronto el hay. Mundo del haber. Mundo de los habientes. Mundo del todo que hay. Mundo de todo lo que hay. En nuestro discurso cosmológico ha cabido incluso que nos preguntáramos cómo aparece a la vista quien acabamos de vislumbrar como el Hay, obscuramente lo superior del diábolo que ha de ayudarnos a plantear el hablar de un discurso del ser. Hubiéramos pasado de un discurso que se ha ido componiendo en las anchuras de lo construido en el mundo de las h, el mundo de lo que hay, y hubiéramos encontrado en el discurso amplificado de ese capítulo 8 del libro que prologamos: Dios es el Hay completo y definitivo, el Hay originario y unificante de todos los habientes, de todo habiente que haya, que tiene ahora su haber completo y definitivo, de modo que seamos arrastrados suavemente a la realidad del punto omega; quedando abiertos de este modo a un discurso de aperturas a nuestro ser, de aperturas a la realidad de nuestro ser, de aperturas a lo que es ya realidad de completudes. Y, así, nosotros, en nuestras habladurías, primero, y luego en las realidades de eso a lo que nos enfrentamos, teniendo por delante la realidad de nuestro ser, nos hubiéramos topado con la Realidad de quien es el Ser. Así,...