Roach | Crímenes animales | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 280 Seiten

Reihe: Ensayo

Roach Crímenes animales


1. Auflage 2025
ISBN: 978-84-129529-8-8
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 280 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-129529-8-8
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



¿Qué hay que hacer con un alce que cruza la calle imprudentemente? ¿Un oso sorprendido allanando una morada? ¿Un árbol asesino? Hace trescientos años, a los animales que infringían la ley se les asignaba un abogado y se les juzgaba. Hoy en día, como descubre Mary Roach, las respuestas no se encuentran en la jurisprudencia, sino en la ciencia: la curiosa ciencia de los conflictos entre el hombre y la vida salvaje, una disciplina en la encrucijada del comportamiento humano y la biología de la vida salvaje

Mary Roach nació en Hanover, New Hampshire. Su familia se trasladó a Etna, un pueblo dentro de la ciudad de Hanover, y Roach asistió al instituto Hanover High School y se licenció en Psicología por la Universidad Wesleyan en 1981. Después de la universidad, Roach se trasladó a San Francisco, California, y pasó unos años trabajando como redactora independiente. Su carrera como redactora comenzó en la oficina de asuntos públicos de la Sociedad Zoológica de San Francisco, donde elaboraba comunicados de prensa sobre temas como la cirugía de verrugas en elefantes. En sus días libres en la SFZS, escribía artículos como freelance para la revista dominical del San Francisco Chronicle, Image.
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01

Criminalística animal

Análisis forense de la escena del crimen cuando el asesino no es humano

Durante la mayor parte del siglo pasado, las probabilidades de morir entre las garras de un puma eran casi las mismas que las de ser asesinado por un fichero. Las quitanieves matan el doble de canadienses que los osos grizzly. En el caso extremadamente infrecuente de que un humano norteamericano sea asesinado por un mamífero salvaje norteamericano, la investigación recae en funcionarios y guardas de los departamentos estatales o provinciales de pesca y caza (o pesca y fauna, como lo han rebautizado estados menos cazadores como el mío). Dado que los incidentes son infrecuentes, estos hombres y mujeres no suelen tener mucha experiencia al respecto. Están más acostumbrados a combatir la caza furtiva. Cuando se vuelven las tornas y el animal es el sospechoso, se requiere otro tipo de conocimientos forenses y de la escena del crimen.

Sin ellos, se cometen errores. En 1995, se dio por hecho que un puma había matado a un joven hallado en un sendero con heridas punzantes en el cuello, mientras que el verdadero asesino, un ser humano, quedó impune. En 2015, un lobo fue acusado injustamente de arrancar a un hombre de su saco de dormir y matarlo. Casos así son una de las razones de que exista el WHART (Wildlife-Human Attack Response Training, curso de formación para responder a ataques fauna-humanos), un acrónimo horrible, según sus fundadores.[1] El WHART es un curso de cinco días —en parte teórico y en parte práctico— que imparten miembros del Agencia Medioambiental de la Columbia Británica.[2]

Porque ellos sí que tienen experiencia. En la Columbia Británica se producen más ataques de puma que en cualquier otro estado o provincia de Norteamérica. Tiene ciento cincuenta mil osos negros —frente a los cien mil de Alaska—, diecisiete mil grizzlies y sesenta especialistas en ataques de depredadores, catorce de los cuales (los especialistas, no los osos) han venido esta semana desde Canadá como instructores del WHART. El anfitrión del WHART 2018 es el Departamento de Fauna de Nevada, que tiene oficinas en Reno. Lo que ayuda a explicar por qué un curso de formación para profesionales de la fauna se celebrará en un complejo de casinos, donde la fauna residente es el homínido peludo de la máquina tragaperras Betti the Yetti y donde un «riesgo biológico» no especificado ha cerrado la piscina un día entero. El WHART parece ser el único acto de la semana en el centro de convenciones del casino Boomtown. La dirección tiene un bingo en funcionamiento en la sala contigua.

Los alumnos del WHART, unos ochenta en total, se han dividido en pequeños grupos, cada uno dirigido por un especialista en ataques de depredadores. Al igual que muchos canadienses, estos se distinguen de los estadounidenses principalmente por la entonación de sus frases. Me refiero a la singular costumbre norteña de terminar las declaraciones con un simpático tono de interrogación. Es una costumbre entrañable a la que el tema que nos ocupa daba un matiz extraño. «La cabeza le colgaba de dos o tres tendones, ¿nada menos?».

Nuestra sala de conferencias, la Ponderosa, es de tipo estándar, con un podio y una pantalla para proyectar diapositivas y vídeos. Menos estándar son los cinco grandes cráneos de animal colocados en fila en una larga mesa de la sala, como si fueran los participantes de una mesa redonda. En la pantalla, un oso grizzly ataca a Wilf Lloyd, de Cranbrook, Columbia Británica. Las imágenes forman parte de una presentación titulada «Ejecución táctica del depredador durante su ataque a una persona». El instructor resume el problema al que se enfrentó el yerno de Wilf al intentar disparar al oso sin darle al hombre: «Veía el cuerpo del oso y un miembro de Wilf de vez en cuando». El yerno le salvó la vida a Wilf, pero también le disparó en una pierna.

Otro problema: la puntería se deteriora por la influencia de la adrenalina. La motricidad fina desaparece. Lo que hay que hacer, nos dicen, es «correr directamente hacia el animal, plantar el cañón y disparar al aire» para no alcanzar a la víctima. Aunque entonces se corre el riesgo de «redirigir el ataque», lo que es una forma técnica y serena de decir que el animal ha soltado a su víctima y ahora va a por ti.

Un segundo vídeo ilustra la importancia del orden y la disciplina frente al caos del ataque animal. Vemos que un león macho carga contra el cazador de un safari. Los demás miembros del grupo de cazadores dan vueltas, dispersos. El vídeo se detiene en varios momentos en los que un rifle apunta tanto al león como al cazador que hay justo detrás. «No se separen y comuníquense», es el consejo. Practicaremos estas cosas más adelante, en un escenario inmersivo en el campo, cerca del río Truckee.

El cursor se desplaza de nuevo a la flecha Reproducir y el león reanuda la carga. He trabajado en un zoológico y recuerdo que el rugido de los leones durante la comida era aterrador. Me retorcía las tripas. ¡Y eso era solo su conversación de sobremesa! El león de este vídeo pretende intimidar y destruir. En el bingo de la sala contigua estarán preguntándose qué demonios pasa en la sala Ponderosa.

Después de una presentación más, toca la pausa del almuerzo. Nos esperan unos sándwiches encargados en una tiendecita del casino. Mientras hacemos cola, atraemos miradas curiosas. Supongo que no es habitual ver a tantos profesionales de la ley uniformados en una casa de juego. Recojo mi almuerzo y sigo a un pequeño grupo de guardas forestales que se dirigen al jardín. Sus botas de montaña chirrían al andar. «Entonces ella va y mira por el retrovisor —dice uno—, y resulta que tiene un oso en el asiento de atrás, comiendo palomitas». Cuando los agentes de la fauna se reúnen en una conferencia, la charla es excepcional. Anoche entré en el ascensor mientras un hombre decía: «¿Alguna vez has usado el táser con un alce?».

Mientras estábamos fuera almorzando, los instructores han arrinconado las sillas y han colocado maniquíes blandos masculinos y femeninos en las mesas, uno por grupo. A partir de fotografías, algunos instructores con inclinaciones más artísticas han utilizado pintura y, al parecer, sierras para crear convincentes reproducciones de heridas reales producidas en un ataque. Heridas es un eufemismo para lo que los dientes y las garras pueden llegar a hacer.

El maniquí de mi grupo es una mujer, aunque es difícil saberlo por lo que queda de su cara, o por el cartel pegado a la mesa, que dice Bud. Más tarde, de camino al baño, me cruzo con un Labatt mutilado y un Molson decapitado. En lugar de numerar las mesas de los maniquíes, los han clasificado con marcas de cerveza. Tomo esto como una iniciativa muy canadiense para aligerar el ambiente.

Nuestra primera tarea es aplicar nuestros recién adquiridos conocimientos forenses y determinar qué especie ha causado la mutilación. Estamos buscando lo que en la ciencia forense se conoce como «pruebas de la víctima»: lesiones y ropa. El peor de los daños visibles está por encima del hombro de nuestra maniquí (solo le queda uno). Tiene una parte del cuello desollada y un trozo de cuero cabelludo cuelga suelto, como estuco desconchado. Le falta un párpado, la nariz y los labios. Todos coincidimos en que no parece obra del Homo sapiens. Los humanos raramente se comen a sus víctimas. Si un asesino se lleva partes del cuerpo, probablemente serán las manos o la cabeza para obstaculizar coincidencias de huellas dactilares o registros dentales. De vez en cuando los asesinos se llevan un trofeo, pero un hombro o un labio sería una elección inusual.

El consenso es que la mató un oso. Los dientes son su arma principal y su cara ligeramente peluda es su punto débil. Cuando atacan a los humanos, aplican las tácticas que usan en la lucha con otros osos. «Van de dentadura a dentadura, por lo que su instinto es ir a morderte la cara». Joel Kline, nuestro joven y directo instructor, ha investigado diez casos de ataques de oso. «Van directos a la cara y te provocan estas tremendas heridas». La cara de Joel —que es donde nos centramos al escucharlo— tiene ojos azules y un inmaculado color melocotón. Me esfuerzo para no imaginármelo en ese estado.

Los osos son asesinos poco elegantes en parte porque son omnívoros. No suelen matar para comer y la evolución los ha equipado en consecuencia. Se alimentan de nueces, bayas, frutas y hierbas. Buscan basura y carroña. Un puma, por el contrario, es un verdadero carnívoro. Vive de la carne de los animales que mata, y por eso mata con eficacia. Los pumas acechan, bien escondidos, y luego atacan por detrás con un «mordisco letal» en la nuca. Sus molares se cierran como hojas de tijera y cortan limpiamente la carne. La boca de un oso ha evolucionado para aplastar y triturar, con superficies molares planas y mandíbulas que se mueven de lado a lado además de arriba abajo. Las heridas por dientes de oso son más rudimentarias.

Y más numerosas. «Los osos son más de morder morder morder». Nuestro maniquí, dice Joel, demuestra cómo suele ir la cosa. «Es un destrozo».

Al mirar los otros maniquíes, no solo veo mordeduras y rasguños, sino también desolladuras y cueros cabelludos arrancados. Joel nos explica la mecánica. Un cráneo humano es demasiado grande y redondo para que un oso o un puma puedan...



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