E-Book, Spanisch, 340 Seiten
Rose Vidas paralelas
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-126639-3-8
Verlag: Gatopardo ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Cinco matrimonios victorianos
E-Book, Spanisch, 340 Seiten
ISBN: 978-84-126639-3-8
Verlag: Gatopardo ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
(1942) es una crítica literaria, ensayista y biógrafa estadounidense. Creció en Long Island y cursó estudios universitarios en Yale y Harvard. Es profesora de literatura inglesa en la Wesleyan University de Middletown, Connecticut. Su primer libro, Woman of Letters: A Life of Virginia Woolf (1978), fue finalista del National Book Award. Entre sus otros libros destacan una biografía de la bailarina Josephine Baker, Jazz Cleopatra (1989), y The Year of Reading Proust: A Memoir in Real Time (1997). En 2020 Vidas paralelas, que nunca ha dejado de reimprimirse en Estados Unidos, ha sido redescubierto hace poco en Inglaterra y ha cosechando el aplauso de la crítica y los lectores.
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Prólogo
Cuando, hacia 1880, Leslie Stephen, el hombre de letras victoriano, leyó la biografía de Carlyle escrita por Froude, se sintió conmocionado —igual que muchos otros lectores— por el retrato que esta hacía del matrimonio de los Carlyle. Se preguntó si él habría tratado a su esposa tan mal como le parecía que Thomas Carlyle había tratado a Jane. Tras la muerte de su esposa, Stephen, con el recuerdo de los Carlyle muy presente, quiso descargar su culpa escribiendo un lúgubre testimonio de su vida doméstica, al que la posteridad ha dado el nombre de The Mausoleum Book, cuya lectura me hizo concebir la idea de este libro.1 La vida de Carlyle de Froude es una obra maestra, pero hay numerosas biografías que, como ella, tienen el poder de suscitar comparaciones. ¿También yo he vivido así? ¿Deseo vivir de este modo? ¿Podría hacerlo si quisiese? Los ingleses del siglo xix leían las Vidas paralelas de griegos y romanos de Plutarco para instruirse sobre los peligros y las dificultades de la vida pública, pero se me ocurrió que no existía ninguna serie de retratos domésticos equivalente, o siquiera vagamente parecida a ellas.
Así pues, emprendí este libro con el deseo de explicar las historias de algunos matrimonios de una forma tan desprovista de sentimentalismo como fuese posible, prestando especial atención a las corrientes de poder que fluctúan entre un hombre y una mujer unidos en matrimonio, en teoría para toda la vida. Mis propósitos eran en parte feministas (el matrimonio, que muy a menudo es el ámbito dentro del cual la mujer labra su destino, siempre ha sido objeto de escrutinio por parte del feminismo) y en parte literarios, tal como aclararé más adelante.
Ante todo, creo que el mero hecho de vivir es un acto de creación y que en determinados momentos de nuestra existencia recurrimos a la imaginación creativa más que en otros. En algunos momentos, la necesidad de determinar la historia de nuestra vida se hace especialmente apremiante: cuando elegimos pareja, por ejemplo, o cuando emprendemos una carrera. Decisiones así le dan un sentido al pasado, de manera retroactiva, y proyectan un sentido hacia el futuro, entretejen pasado y futuro, y crean, suspendido entre ambos, el presente. Preguntas que todos nos hemos planteado, como ¿por qué estoy haciendo esto?, o la aún más fundamental: ¿qué es lo que estoy haciendo?, muestran cómo la vida nos fuerza a buscar, y a encontrar, algún tipo de patrón dentro del magma de datos en bruto que conforma nuestra experiencia cotidiana. Nos vemos obligados a imponer algún tipo de orden, a seleccionar los detalles —a narrar, en suma— para que el día de hoy nos prepare para el siguiente, una semana para la que viene. En cierto modo todos decidimos en qué momento nos convertimos en adultos y cuál es el acontecimiento que para nosotros simboliza ese estadio de madurez: irnos de casa, casarnos, ser padres, perder a nuestros padres, ganar un millón, escribir un libro. En la medida en que le imponemos algún tipo de forma narrativa a nuestra vida, cada uno de nosotros, por el simple proceso de vivir, se convierte en novelista, de manera que el biógrafo es un crítico literario.
Los matrimonios, o vidas paralelas, como he elegido llamarlos, ejercen una fascinación particular sobre el biógrafo-crítico porque suponen dos imaginaciones, cada una de las cuales construye su propia narrativa sobre una experiencia que en principio debería ser la misma para ambos. Sin embargo, al emplear la palabra paralelas, pretendo llamar la atención tanto sobre la distancia que separa esas líneas narrativas como sobre su semejanza.
Antaño, los autores de biografías literarias pretendían mostrar cómo la «vida» de un autor había influido en su obra. Yo, en cambio, parto del supuesto de que determinados patrones de la imaginación —ya los llamemos mitologías o ideologías— moldean la vida de un escritor o escritora tanto como su obra. Así pues, busco puntos de conexión entre ambos sin dar por sentado que la realidad sirva de modelo a la ficción; en todo caso, supongo lo contrario. En mi primera aproximación a estos materiales, busqué pruebas de que lo que cada cual leía contribuía a formar sus opiniones acerca de su propia experiencia. Encontré algunas. Por ejemplo, Jane Welsh, en la época en que Thomas Carlyle la cortejaba, interpretaba esa relación a través de su lectura de La nueva Eloísa.
La manera en que Dickens manejó la separación de su mujer se diría que estaba influenciada por los melodramas en los que tanto le gustaba actuar. Pero lo que me pareció más interesante fue comprobar cómo cada uno de los matrimonios era una construcción narrativa… o más bien dos. En los matrimonios desdichados, por ejemplo, veo dos versiones de la realidad más que dos personas en conflicto. Veo que se está produciendo una pugna por dominar al otro en el terreno de lo imaginario. En mi opinión, los matrimonios felices son aquellos en que los dos miembros están de acuerdo en cuanto al guión que interpretan, incluso si, como ocurría en el caso del señor y la señora Mill, la idea que ambos se han formado sobre su relación difiere por completo de la realidad. En asuntos así, empleo el término «realidad» con gran cautela, pero, en líneas generales, en el caso de los Mill la realidad —que una mujer de voluntad firme y poco compleja es capaz de dominar a un hombre atormentado por los remordimientos— era menos relevante que la visión imaginaria común a ambos, la de que su matrimonio encajaba en el ideal que compartían, el de un matrimonio de iguales. En definitiva, al hablar de estas vidas paralelas trato de dar por sentada tan poca verdad objetiva como me es posible, pues para mí cada matrimonio es una ficción subjetiva con dos puntos de vista que a menudo se encuentran en conflicto, y que a veces, fortuitamente, funcionan al unísono.
Este es, someramente, el motivo de mi interés literario por las vidas paralelas, pero hay también una dimensión política. La vida familiar moldea nuestras expectativas acerca del poder y la carencia de este, así como acerca de la autoridad y la obediencia en otros ámbitos, y en este sentido la familia, tal como se repite tan a menudo, constituye la piedra angular de la sociedad. La idea de que la familia es una escuela de vida cívica se remonta a los antiguos romanos, y la crítica feminista a la familia acusándola de ser una escuela de déspotas y esclavos se remonta como mínimo a John Stuart Mill.2 Cito esta tradición para fijar, en parte, mi propia posición: como Mill, creo que el matrimonio es la principal experiencia política que la mayoría de nosotros emprendemos como adultos, y por ello me interesa cómo se gestiona el poder entre hombres y mujeres en esa relación microcósmica. Sea cual sea el equilibrio, todos los matrimonios se basan en algún tipo de acuerdo, sea o no explícito, entre sus dos miembros sobre la importancia relativa, la prioridad de los deseos de cada uno. Los matrimonios fracasan no cuando el amor se desvanece —el amor puede convertirse en afecto sin que dos personas se alejen la una de la otra— sino cuando ese acuerdo en cuanto al equilibrio de poder se quiebra, cuando el miembro más débil se siente explotado o el miembro más fuerte no se siente recompensado por su fuerza.
Quienes consideren que esta es una forma muy fría de hablar sobre uno de nuestros vínculos más valiosos objetarán que la «lucha por el poder» es una situación defectuosa en la que cae la relación cuando el amor fracasa. (A algunos les resulta imposible hablar sobre poder sin añadir la palabra lucha.) Yo lo rebatiría señalando que el ser humano tiende a recurrir al amor siempre que desea camuflar aquellas transacciones que implican poder. Como el anciano Lear al ceder el reino a sus hijas, cuando renunciamos al poder o asumimos un poder nuevo nos empeñamos en disimularlo y exigimos que nos hablen de amor. Tal vez el amor sea eso, el negarse momentánea o prolongadamente a pensar en otra persona en términos de poder. Como si se tratase de una enzima que bloquea temporalmente un proceso biológico normal, lo que llamamos amor puede inhibir el proceso de la negociación por el poder, y de esa inhibición proviene la ilusión de igualdad que es tan característica de los amantes. Si el impulso de renunciar a medir y a negociar brota de tu interior, espontáneamente, constituye uno de los dones y bendiciones de la vida. Pero si es culturalmente inducido, y hay un sector de la humanidad que lo desea con mayor ahínco que otro, tal vez lo encontremos repugnante y consideremos que enmascara la explotación. Por lo que respecta al matrimonio, no cabe duda de que el amor ha recibido toda la atención que merece, mientras que el poder ha recibido bastante menos.3 Por cada sociólogo que estudia la familia como estructura psicopolítica,4 por cada John Stuart Mill que habla acerca de «sometimiento» dentro del matrimonio, ¿cuántas banalidades se dicen cada día acerca del amor? ¿Cómo evitar pensar que el amor es el hueso ideológico que se les arroja a las mujeres para desviar su atención de la ausencia de poder en sus vidas? Esto solo está al alcance de varios millones de románticos, así como de unos cuantos millones más que tal vez lo consideren el hueso que les arrojan a los hombres para distraerlos del sometimiento que sufren ellos.
Como sabemos por Freud, mientras...