Scerbani | La ciudad prometida | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 168 Seiten

Reihe: Impedimenta

Scerbani La ciudad prometida


1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-19581-22-8
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 168 Seiten

Reihe: Impedimenta

ISBN: 978-84-19581-22-8
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Una novela fascinante sobre la pérdida y la esperanza, sobre la adolescencia y el fin de la pureza, la parte oscura de la naturaleza humana y el comienzo de la madurez. Oscilando entre la decepción y la inseguridad, entre el desencanto y la desesperación, Ileana lucha por aferrarse a la idea de volver a ver a su madre, gravemente enferma, que la ha dejado al cuidado de sus tías. Pero el miedo la atenaza, sus sueños le devuelven pedazos de un pasado perdido, y su reflejo ha desaparecido de todos los espejos. La maestría narrativa de Valentina ?cerbani consigue establecer una atmósfera obsesiva, acentuada por la imponente presencia del paisaje, por la lluvia impenitente y por las relaciones humanas en una pequeña comunidad formada exclusivamente por mujeres. La prosa de ?cerbani es oscura, desgarrada, siniestra e impactante. «La ciudad prometida» es un auténtico Nautilus literario: se sumerge en la psique humana y alcanza profundidades peligrosas e insospechadas. CRÍTICA «Una revolución de la escritura de la literatura rumana. Pone el cuchillo justo donde está la herida.» -Gabriela Fecerou, Monden «La escritura de Valentina Scerbani es como una lluvia que desentierra las heridas más profundas y las lava.» -Tatiana Tîbuleac «Discípula de Carlos Fuentes, la novela de Valentina ?cerbani cuenta, en un lenguaje empapado de poesía, la historia de una pérdida. Una novela sencillamente conmovedora» -Andrea Rotaru, Instituto Goethe «Scerbani despliega hábilmente una historia dominada por el sufrimiento de la pérdida y la soledad. Un debut pleno de fuerza narrativa y poder de sugestión.» -Vatra «La ciudad prometida parece una novela poética gótica escrita después de ver películas del neorrealismo italiano» -Revista Dilema

Valentina Scerbani es una escritora moldava. Estudió Mediación Cultural Mediterránea en la universidad Ca'Foscari de Venecia, en la Universidad Autónoma de Barcelona y en la universidad Paul Valéry de Montpellier. Tras trabajar durante un tiempo como periodista, se inició en la literatura en 2019 con «La ciudad prometida». La novela recibió una acogida excepcional en su país, donde obtuvo el Premio Debut de la asociación nacional de escritores y fue declarado «Mejor Debut del Año» por la Biblioteca B. P. Hasdeau de Chisináu. Fuera de las fronteras moldavas, el libro también estuvo entre los nominados a los premios Sofia Nadejde de Bucarest. Valentina Scerbani ha sido autora invitada en el Festival du Premier Roman de Chambery, y fue candidata al premio Escritor Joven del Año en Rumanía. Actualmente vive en Chisináu, donde trabaja para UNICEF.

Scerbani La ciudad prometida jetzt bestellen!

Weitere Infos & Material


DOS Los vecinos tomaban raki y disfrutaban de todo lo que veían a su alrededor. Reían incluso cuando les soltaban codazos en las costillas a las mujeres para poder tener, a continuación, una excusa para pedirles perdón. Ellos eran hombres y, a su manera, se permitían hacer lo que les daba la gana. Aquí las pérdidas, por grandes que fueran, seguían siendo solo pérdidas. Las mujeres, en cambio, odiaban a las otras mujeres, pero conseguías acostumbrarte a cualquiera. El mundo era bello a pesar de todas sus monstruosidades. La última vez que vi a mi padre beber raki, me hizo un agujero en el abrigo de lana. La oscuridad había lamido su rostro y se lo iluminaba. Su silla era demasiado alta y la ceniza de su cigarrillo nevó sobre mis brazos, sentada como estaba yo, obediente, en sus rodillas. Sucedió hace mucho, pero veo todavía ahora el cenicero, una antigua lata de conservas, llenándose de colillas. Sus amigos no tenían dientes y mi padre los tenía cubiertos de sarro. Mi madre, pobrecita, me decía: Incluso aunque solo sueñes que tomas raki, te sucederán muchas desgracias. Cuando le pregunté por qué, me respondió: Por culpa de la fruta fermentada. Naturalmente, desde su altura de hombre gigante, mi padre conseguía seducir a cualquier mujer. Primero las paseaba en su Volga, el primer Volga de la ciudad, y luego en la motocicleta rusa con sidecar. Al principio, ellas se anudaban el pañuelo en la parte superior de la cabeza, sobre la frente, pero, al final, lo anudaban debajo de la barbilla. Cuando quieren comentarle a mi padre algo sobre mí, casi todas le dicen: ???? ??????? ?????? ??? ????? ????.[4] Así pues, mientras miraba a los vecinos que tomaban raki en el patio del bloque y se lo pasaban bien, detrás de mí apareció Voica, de la casa de al lado, una joven enferma, de piernas largas y muy blancas. «¿Sabías que en nuestra ciudad hay una familia entera con labio leporino?», dijo con una sonrisa infantil, con todos los dientes machacados, con la lengua destrozada, con las mejillas enrojecidas y los ojos pequeños, dos pipas de sandía. Llevaba un amplio vestido a rayas. Me asusté y eché a volar sobre los pedruscos grisáceos y sobre los socavones, por callejuelas cubiertas de polvo, junto a la escuela, junto al cementerio con búhos, junto a la tienda de Melinte. En la calle contigua dos perros ladraban al sol escondido entre las hojas ovaladas del aliso, pegajosas y velludas, como dos manos de hombre que sostuvieran una bola en las palmas. Entonces las vi. Lo recuerdo como si estuviera sucediendo ahora mismo. Todo ocurrió tan rápido que no me di cuenta de que, de hecho, me estaban buscando a mí. Al principio eran dos puntos. Luego pasó el autobús y las cubrió con una pesada nube de polvo. Y volví a verlas. Las vio toda la gente de la ciudad. Dos mujeres venían en bicicleta. A unos diez metros de distancia las reconocí. Eran las hermanas de mi madre. No había imaginado ni un solo instante que volvería a verlas. Llevaba tanto tiempo sin verlas que se me había olvidado incluso que existían. No tenía ningún motivo para esperarlas, no tenían ningún motivo para esperarme. Pero allí estaban, de carne y hueso. —Ileana, mírala, Ileana —gritó de repente Maria, la hermana mayor. —Es Ileana —confirmó la Otra, inclinándose hacia mí para hablar. Varios jubilados se arremolinaron en torno a nosotras. Se comportaban como unos niños hipnotizados que vieran por primera vez a dos personajes disfrazados. Farfullaron algo entre dientes y al cabo de unos minutos se alejaron dejando a su paso un silencio abrumador. No dije nada, aunque la llegada de las hermanas de mi madre me inquietó. Una leve tristeza cubrió mis huesos de repente. Maria fue la primera en saltar de la bicicleta, en medio del camino, con las manos metidas en los bolsillos, con las piernas separadas. Tenía el cabello rojo y los labios morados, unas perlas verdes, una camiseta color sangre, una falda negra y medias amarillas. Sacó de una pitillera metálica un cigarrillo rosa, con el extremo retorcido como si fuera un caramelo. El mechero emitió un sonido extraño al encender, como si en lugar de gas líquido tuviera pólvora. La Otra vestía una gabardina corta que ocultaba su camiseta negra casi por completo. El pañuelo cubría de forma descuidada el cabello prendido atrás de cualquier manera. Estaba guapa, con los pantalones doblados para hacer sitio a las botas bien lustradas. El pañuelo se deslizó por su cuerpo firme hasta el suelo, pero no lo recoge. El sol huye hacia el cielo. Me subí a una piedra para verlas mejor. Unos cuantos vecinos paletos salieron del café de enfrente para observarlas. Los hombres, empujados por sus esposas, se situaron más atrás, y las mujeres, con pañuelos en la cabeza, se colocaron en primera fila. Vinieron también unos cuatro jóvenes, uno de ellos tenía un rostro solemne, como si estuviera recitando un poema de amor. Al cuello llevaba colgada una inscripción: «Poeta público. Deme cualquier tema y le escribo un poema». —¿Se la van a llevar? —preguntó una mujer. —Nos la vamos a llevar. Las mujeres se quedaron allí, sin alejarse demasiado, mientras que los hombres se calaron sus sombreros de paja y regresaron a sus madrigueras. Un columpio de madera crujía a lo lejos. —Que alguien les diga que la dejen aquí —gritó de repente una vecina. Maria miró con desprecio las toscas cabezas de las mujeres y escupió para, poco después, frotar la saliva con la punta de la bota. A continuación, la Otra dio un paso hacia adelante para decirle a la mujer en cuestión que se metiera en sus asuntos. Sacó del bolsillo un lápiz y un papel arrugado para anotar algo. Las demás mujeres me miraron apenadas, pero no protestaron, que sea lo que tenga que ser. Algunas se dirigieron hacia el centro de la ciudad, los chavales desaparecieron por las callejuelas llenas de polvo, hacia el monumento a Lenin. «Apesta a comunismo y a soledad», dijo finalmente Maria, y la Otra respondió tan solo «Ajá». La ciudad se estiraba como una serpiente, desde el camino hasta las puertas de madera de acacia. En casa, la Señora echó las cortinas «para que la luz del sol no penetre en la habitación». Dejó tan solo una ventana sin cubrir «para dulcificar el aire». Las dos hermanas me pidieron que preparara mi equipaje y que las esperara en la planta baja. —¿Ha muerto mi madre? —les pregunté. —No digas tonterías —respondieron a dos voces. Empecé a sollozar y me senté en el suelo, detrás de la puerta. Oía solo retazos de palabras, frases rotas, y algunos vocablos eran ininteligibles. Las tres hablaban en susurros y pocas veces elevaban el tono de voz. Empecé a darme golpes en el pecho y a respirar por la nariz, cálmate, cálmate. Siguió un silencio bastante largo. Un crujido de papeles. Luego un suspiro. Después, la Señora les sirvió un café y les ofreció un kilo de levadura. Traía mucha levadura de la Fábrica y todos los vecinos la apreciaban por ello. También mantequilla. Comíamos mantequilla hasta saturarnos. Mis tías aceptaron y, además, le preguntaron si no tenía por casualidad conservas o embutidos. La Señora abrió de inmediato el armario en el que guardaba los cereales y otras exquisiteces para llenarles una caja de cartón con pasta, trigo, paté de cerdo, conservas de pescado y levadura. Embutido no tenía, pero les dio las últimas costillas ahumadas. Maria chasqueó la lengua satisfecha: «Eres la mejor amiga de nuestra hermana». Por los ruidos y los movimientos, comprendí que se disponían a partir. Antes de cerrar la puerta, Maria le dijo a la Señora: «De acuerdo, como quieras; que se quede hoy, pero mañana nos la envías en el primer autobús». Cuando salieron, la Señora siguió de pie durante largo rato. Tenía cuarenta y tres años. Me preguntó si estaba bien y le respondí que sí. Recuerdo que mi madre siempre me habló bien de ella. Las dos se licenciaron en la misma escuela de economía. Tenían también unas fotos en Murmansk. Y en Odesa. Esto no es como Odesa, decía mi madre a veces, en Odesa está el Mar Negro. Mi madre me hablaba casi cada día sobre los lugares y las ciudades con mar adonde íbamos a trasladarnos, porque una ciudad sin mar es una casa sin ventanas. Además de a Odesa, a mí me habría gustado ir a Praga. En un sueño más antiguo estuve en Praga, después de ver unas calles empedradas en una revista del National Geographic. El titular: «Praga es inmensa». Me alojé en casa de una mujer a la que había conocido en un sueño anterior, solo que era más joven. No sabía que la gente de los sueños envejece y se traslada de un país a otro. Incluso ellos emigran. Pero se ve que también los sueños tienen su desenlace. Cuando me vio, exclamó: ¡Ileana, cuánto has crecido! Luego, me ofreció un helado casero. En realidad, no había probado nunca el helado casero. Era amarillo, tiene yema de huevo. Se estaba bien en Praga. Me habría gustado echar raíces allí. Aquella noche, bajo el edredón, vi el cielo morado, con el sol clavado en él como un broche de oro, ni se contraía ni se dilataba. Algún día engulliré la tierra, decía el sol de vez en cuando, engulliré la tierra. Deliraba, yo no le respondía nada para que no se acabara la historia de debajo del grueso edredón. Luego, cuando se apagaban todas las...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.