E-Book, Spanisch, 272 Seiten
Reihe: Ensayo
Shubin Tu pez interior
1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-122192-9-6
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
3.500 millones de años de historia del cuerpo humano
E-Book, Spanisch, 272 Seiten
Reihe: Ensayo
ISBN: 978-84-122192-9-6
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Paleontólogo americano, biólogo evolutivo, divulgador científico y escritor de ascendencia rusa, Neil Shubin estudió en la Universidad de Columbia y la Universidad de California, Berkeley, y actualmente es Profesor de Biología de Organismos y Anatomía, Decano Asociado de Biología de Organismos y Anatomía y Profesor en el Comité de Biología Evolutiva de la Universidad de Chicago, además de ser el rector del Museo Field de Historia Natural. Es internacionalmente conocido por ser co-descubridor del Tiktaalik, un pez fósil de 375 millones de años de antigu?edad, cuyo cráneo, extremidades, dedos, pies, tobillos y muñecas proporcionan un vínculo entre los peces y las criaturas vivientes más antiguas de la tierra. Tras la presentación pública del importante hallazgo, Shubin fue elegido 'Persona de la semana' en ABC News en Abril de 2006, y ha aparecido en The Colbert Report en 2008 y 2013. Fue elegido miembro de la Academia Nacional de Ciencias en 2011. Shubin es autor de numerosos artículos científicos, incluyendo más de veinte en las prestigiosas revistas Science y Nature. Ha recibido numerosas becas y premios, como un Ph.D. de la Universidad de Harvard, una beca de investigación Miller y una beca Guggenheim.
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01
Encontrar tu pez interior
Desde que soy adulto, suelo pasar los veranos entre la nieve y bajo el aguanieve, resquebrajando rocas en acantilados situados bastante más al norte de la línea del Círculo Polar Ártico. La mayoría de las veces paso mucho frío, me salen ampollas y no encuentro absolutamente nada. Pero, si tengo un poco de suerte, encuentro huesos de peces de la antigüedad. Tal vez a casi nadie le parezca un gran tesoro escondido, pero para mí es más valioso que el oro.
Los huesos de peces antiguos conforman una senda que nos sirve para conocer quiénes somos y cómo recorrimos nosotros el camino que nos llevó a ser lo que somos. Aprendemos cosas sobre nuestro cuerpo en lugares aparentemente estrambóticos que abarcan desde los fósiles de gusanos y de peces extraídos de rocas de todo el mundo, hasta el ADN de prácticamente cualquier animal vivo que haya hoy día sobre la Tierra. Pero eso no explica mi confianza en que los restos de esqueletos del pasado, y nada menos que los de los peces, nos ofrezcan alguna pista sobre la estructura fundamental de nuestro cuerpo.
¿Cómo podemos visualizar hechos que sucedieron hace millones y, en muchos casos, miles de millones de años? Por desgracia, no hubo testigos; no estábamos por allí ninguno de nosotros. De hecho, durante la mayor parte de todo ese tiempo no hubo por allí nada que hablara, tuviera boca o, siquiera, cabeza. Y lo que es aún peor: los animales que había en aquella época llevan tanto tiempo muertos y enterrados que raras veces se ha conservado su cuerpo. Si se tiene en cuenta que más del 99 por ciento de todas las especies que han vivido sobre la Tierra se han extinguido ya, que sólo una proporción muy reducida se conserva en forma de fósil y que, de ella, se llega a encontrar una proporción aún menor, entonces cualquier tentativa de asomarse a nuestro pasado parece condenada de antemano al fracaso.
Desenterrar fósiles... Vernos a nosotros mismos
La primera vez que vi uno de los peces que llevamos dentro fue una tarde nivosa de un mes de julio, mientras examinaba rocas de 375 millones de años de antigüedad en la isla de Ellesmere, a una latitud de unos 80 grados norte. Mis colegas y yo habíamos viajado hasta aquella región desolada del mundo para tratar de desentrañar una de las etapas fundamentales de la transición de los peces a los animales terrestres. Por entre las rocas se asomaba el hocico de un pez. Y no era cualquier pez: era un pez de cabeza achatada. Cuando vimos la cabeza achatada supimos que habíamos dado con algo importante. Si encontrábamos más partes de este esqueleto en el interior del acantilado nos revelarían las primeras etapas de la historia de nuestro cráneo, de nuestro cuello e, incluso, de nuestras extremidades.
¿Qué me decía aquella cabeza acerca del paso del mar a la tierra? Y, lo que era aún más relevante para mi seguridad y comodidad personales: ¿por qué estaba yo en el Ártico y no en Hawai? La respuesta a estas preguntas se encuentra en la historia de cómo se buscan fósiles y cómo se emplean para desentrañar nuestro pasado.
Los fósiles son una de las principales fuentes de obtención de evidencias que empleamos para conocernos a nosotros mismos. (Otras son los genes y los embriones, de los que hablaremos más adelante). La mayoría de las personas no sabe que buscar fósiles es algo que con frecuencia podemos hacer con una precisión y previsibilidad asombrosa. Trabajamos mucho en nuestros lugares de origen para maximizar las probabilidades de éxito sobre el terreno. Después, dejamos que la suerte asuma el mando.
Lo que mejor describe la paradójica relación existente entre la planificación y el azar es el célebre comentario de Dwight D. Eisenhower acerca de la guerra: «A base de preparar batallas he descubierto que la planificación es esencial, pero que los planes no sirven para nada». Esta frase recoge en pocas palabras en qué consiste el trabajo de campo de la paleontología. Hacemos toda clase de planes para acceder a yacimientos fósiles prometedores. Una vez allí, la totalidad del trabajo de campo planeado puede acabar siendo arrojado por la ventana. Los hechos acaecidos sobre el terreno pueden alterar los planes mejor elaborados.
Sin embargo, podemos planificar expediciones que respondan a preguntas científicas muy concretas. Empleando unas cuantas ideas muy sencillas, de las que me ocuparé enseguida, somos capaces de predecir dónde podríamos encontrar fósiles significativos. Como es natural, no tenemos éxito el cien por cien de las ocasiones, pero damos en la diana con la suficiente frecuencia como para que resulte interesante. Durante toda mi carrera me he dedicado precisamente a eso, a buscar ejemplares de los primeros mamíferos para responder a preguntas sobre el origen de los mamíferos, de las primeras ranas para responder preguntas sobre el origen de las ranas... y de algunos de los primeros animales con extremidades para comprender el origen de los animales terrestres.
En muchos aspectos, a los paleontólogos de campo les resulta significativamente más fácil encontrar nuevos yacimientos hoy día, a diferencia de lo que ha sucedido jamás. Sabemos más sobre la geología de determinadas zonas gracias a la exploración geológica llevada a cabo por gobiernos locales y empresas extractoras de petróleo y gas. Internet nos permite acceder con rapidez a mapas, a información procedente de diversos estudios y a fotografías aéreas. Desde mi ordenador portátil puedo incluso examinar su jardín en busca de yacimientos fósiles halagüeños. Por si fuera poco, existen dispositivos radiográficos y de creación de imágenes capaces de ver a través de ciertos tipos de roca, lo que nos permite visualizar los huesos que pueda haber en su interior.
A pesar de todos estos avances, la caza de fósiles significativos es, en buena medida, como era hace un centenar de años. Los paleontólogos siguen necesitando escudriñar la roca —literalmente, andar a gatas sobre ella— y los fósiles que contiene deben ser extraídos casi siempre a mano. Cuando se hacen prospecciones para extraer huesos fósiles es preciso tomar tantas decisiones que resulta difícil automatizar el proceso. Además, mirar una pantalla para buscar fósiles jamás llegará a ser ni la mitad de divertido que cavar físicamente para extraerlos.
Lo que complica todo esto es que los yacimientos fósiles son escasos. Para acrecentar las posibilidades de éxito buscamos la convergencia de tres factores. Buscamos lugares donde haya rocas de la época adecuada, rocas del tipo adecuado para preservar fósiles y rocas que estén expuestas en la superficie terrestre. Y hay otro factor más: la carambola. De esta última pondré un ejemplo.
Nuestro ejemplo nos mostrará una de las grandes fases de transición de la historia de la vida: la invasión terrestre de los peces. Durante miles de millones de años, la vida sólo se desarrolló en el agua. Después, hace aproximadamente 365 millones de años, las criaturas también habitaron la tierra. La vida en estos dos entornos es radicalmente distinta. Respirar bajo el agua requiere órganos muy diferentes de los necesarios para respirar en el aire. Lo mismo se puede decir de la excreción, la alimentación y la locomoción. Tuvo que surgir un tipo de cuerpo completamente nuevo. A primera vista, la brecha existente entre los dos entornos parece prácticamente insalvable. Pero todo cambia cuando contemplamos las evidencias. Lo que parece realmente imposible sucedió.
Cuando buscamos rocas de la época adecuada tenemos a nuestro favor un dato sobresaliente. Los fósiles no están dispuestos al azar en las rocas del mundo. El lugar donde se encuentran esas rocas y lo que albergan responde a un orden muy bien definido, del que podemos servirnos para planificar las expediciones. Miles de millones de años de cambios han dejado superpuestas sobre la Tierra una capa tras otra de rocas muy distintas. El supuesto con el que se trabaja, que es fácil de verificar, es que las rocas de las capas superiores son más jóvenes que las de las capas inferiores; esto suele ser cierto en zonas donde se han depositado de forma consecutiva, casi como en una tarta (pensemos en el Gran Cañón del Colorado). Pero los movimientos de la corteza terrestre pueden dar lugar a fallas que desplazan la posición de las capas y dejan rocas más antiguas sobre otras más jóvenes. Por suerte, una vez que se reconoce cuál es la posición de estas fallas, podemos reconstruir la secuencia original de capas.
Los fósiles que hay en el interior de estas capas de rocas también siguen un orden, según la cual estas capas más profundas contienen especies absolutamente distintas de las existentes en las capas superiores. Si pudiéramos extraer una única columna de roca que contuviera la totalidad de la historia de la vida encontraríamos una variedad de fósiles extraordinaria. Las capas más profundas contendrían pocas evidencias de vida apreciables. Las capas inmediatamente superiores contendrían huellas de un dispar conjunto de seres con aspecto de medusa. Otro escalón más y en las capas superiores veríamos criaturas con esqueleto, apéndices y diversos órganos, como ojos. Por encima de ellas habría capas que contendrían los primeros animales con columna vertebral. Y así sucesivamente. Las capas donde estuvieran los primeros seres humanos las encontraríamos más arriba todavía. Por supuesto, no existe ninguna columna que...