E-Book, Spanisch, Band 35, 340 Seiten
Reihe: Literaria
Sánchez Mazas Rosa Krüger (n.e.)
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-1339-527-2
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 35, 340 Seiten
Reihe: Literaria
ISBN: 978-84-1339-527-2
Verlag: Ediciones Encuentro
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Rosa Krüger es una historia de amor, la de Teodoro Castells, un joven catalán del Valle de Arán que en su camino hacia la aventura europea reconoce en una muchacha alsaciana al amor ideal. Es por lo tanto la historia de un encuentro, fugaz pero trascendental, que cambiará el sentido de su vida. Una búsqueda de lo que solo una vez se ve o entreve pero que seduce, y un recorrido, una travesía de amor y crecimiento. Teodoro es, como Dante, un peregrino de amor que dedica su vida a una ilusión tan sólo atisbada.
Rosa Krüger está construida con artificio, pero el resultado es de una gran eficacia narrativa, como cabía esperar de una novela escrita para entretenerse y entretener a los refugiados -Rafael Sánchez Mazas escribió esta novela asilado en la embajada de Chile en Madrid durante la guerra civil española, tratando de anular el tiempo a través de la creación de un mundo imaginario- y en la que el amor espiritualizado como motivo central, la combinación de aventura exterior e interior y la interpolación de múltiples historias y personajes en la trama central son algunos de los rasgos más característicos de este clásico de la literatura contemporánea española.
Rafael Sánchez Mazas (Coria, 18 de febrero de 1894 - Madrid, 18 de octubre de 1966) fue un escritor español y miembro de la Real Academia de la Lengua. Fue corresponsal de ABC en Roma (1936), ministro sin cartera (1939-1940), miembro del Consejo Nacional del Movimiento, procurador en Cortes y miembro fundador de la Falange Española. De su obra, muy dispersa y poco abundante, cabe citar las narraciones de Pequeñas memorias de Tarín (1915) y las novelas La vida nueva de Pedrito de Andía (1951) y Lances de boda (1952). Fue autor también de ensayos y poesías (Sonetos de un verano antiguo y otros poemas, 1971).
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[33. La vía férrea] Eché andar por aquella vía del tren, que se había llevado a Rosa Krüger. «Ella va todavía —pensaba— sobre estos mismos raíles que yo veo y toco. Si el corazón fuese como un imán, si pudiera hacer llegar su fluido a través de la línea de acero hasta aquel otro corazón». Así yo me quedé imantado por ella como si para siempre ella fuese la estrella y yo la brújula. Pasé muchas horas en propósitos vanos: ir a pie a Alsacia. ¿Dónde estará Alsacia, Dios mío? ¿En Francia, en Alemania, en Italia? ¿Era una ciudad, una provincia, un país? Me alimenté de sueños, hasta que el sol empezó a descender de su mediodía. Eran ya cerca de las tres cuando el hambre me echó al camino real, al camino real de los mendigos. [34. El camino real de los mendigos] Empecé a darme cuenta del país. Era una tierra llana, un pla, con bastantes casas, árboles y ganados, que no me pareció muy diferente de algunas tierras leridanas. ¿Cómo pedir limosna? Yo no había entendido una palabra del habla aquella de los agentes de trabajo, no sabía una sola letra de francés. [35. Antigua hermandad de provensals y catalans] No sabía entonces que Cataluña, el Rousillón, Provenza, eran tierras hermanas, de una ilustre y ancestral familia de Europa. No sabía que entre los catalanes éramos acaso nosotros los araneses, aquellos más cercanos de la dulce y sonora habla provenzal. Más tarde, supe que en un tiempo catalans d’Espanya, catalans d’Aragó, provençals y roselloneses formábamos un patio de vecindad poética en torno al mar latino. Y entonces: Quant havian dins Marsiho Ar-ais- en Avignon quanco benta de grant renoun no n’aun parlavins en Barcilonno. (Cuando había en Marsella en Ar-ais en Aviñón, una beldad de gran renombre se hablaba de ella en Barcelona). No sabía yo entonces que se había cantado: Catalans: Voici la coupo qui vos viens des provensals. (Catalanes, ésta es la copa que os viene de los provenzales). No podía entender que esta copa de la poesía era la misma copa de la caridad. [36. El mas de Teysseire] Cuando pedí limosna, pensando que nadie me entendería, en el mas de Beltran Teysseire cuál fue mi sorpresa de júbilo al oír en torno una lengua que sin ser la mía tenía tantos acentos e inflexiones que me eran familiares y que me parecía tan apta para ser entendida en poco tiempo. Porque por ejemplo un mas, un mas era nuestra masia. [37. El cesto] Me dieron de cenar al caer el sol y como yo viera en un rincón muchas brazadas de miembre ya dispuestas para ser trenzadas pedí que me dejaran hacer un cesto y pagarles así de algún modo la hospitalidad. Por el arco grande de la puerta se veía el cielo de septiembre, que en lo alto se iba oscureciendo en un azul de fósforo donde ya florecían los primeros claveles de pedrería y luego lentamente se degradaba en muestras turquesas hasta clarear en un verde claro de jugo de oliva, en un ámbar translúcido y verdoso, en un oro puro, en una última raya azafranada sobre el horizonte. Empecé a hacer un cesto alto de asas, para que me durase la obra hasta el siguiente día y me acordaba de cómo aquella forma me la había enseñado el tío Felipet, explicándome que él tenía que ser buenísimo cestero, porque sabía los treinta y dos nudos del hombre de mar, y la gran margarita —por ejemplo— es casi como un cesto de cuerda. Empecé, digo, a hacer un cesto alto de asas y así empezaba sin saberlo mi poema de Provenza, lo mismo que Viusent, el de Mistral, en el mas Micoule, lo mismo que el poema grande que empieza: Te counsacre Mirèio, es moun cor e [moun amo, es la flour de mis an, es un rasin de Crau, qu’emé tonto sa [ramo te porge un païsan. No fue rasin de Crau, sino racimo del Rhin, el que había empezado a llenarme de todo su perfume bajo el azul amoroso de Provenza, bajo el cielo de Laura del Petrarca. Salí al día siguiente para un pueblo pequeño que estaba a cuatro leguas, Tillau, con una recomendación de Beltran Teysseire para maître Trofime Aymeric, herrador y posadero. [38. La posada de Aymeric] Anduve varias horas por un camino árido y polvoriento con algunas viñas, huertos y cipreses a los lados cerca de los mas blancos y rojizos y sentía ya esa fatiga que los hombres de montaña sentimos al caminar por la llanura. La montaña se anda con todo el cuerpo, se brinca, se trepa y se danza, ante un horizonte que sin cesar varía, mientras que la llanura nos da la impresión a los montañeses de que se camina sólo con las plantas de los pies y con un ritmo siempre igual frente a un horizonte monótono. Se nos cansan los ojos, los pies y el alma misma en las llanuras. Y ¡cuánto y cuánto tuve que hacerme a esta fatiga! [39. Pierre Brassac, Tartarín ferroviario] Cuando entré en la posada de Trófimo Aymeric había en la cocina una gran voz tronante que relataba formidables historias, con un énfasis tremebundo y una alegría artística, delirante, que me recordaron a Pepet. Eran, a lo que pude entender, grandes hazañas ferroviarias, realizadas durante la gran guerra, por aquel maquinista bajito, redondo, rojo y tostado, de pelo rizado y negrísimo como sus centelleantes ojos, que era el que contaba. Pero hubierais oído su voz y os habría parecido un gigante. El techo de aquella ancha cocina era alto, sin cielo raso, con las vigas y toda la carpintería del tejado a la vista y sin embargo parecía un ámbito escaso para la voz vibrante, sonora, magnífica del Pierre Brassac. Las hazañas de los más atrevidos tanques en vanguardia, de las más heroicas escuadrillas de lanzadores de llamas oxhídricas, de los escuadrones más furiosos, de spanis y de dragones, no eran nada en comparación de las proezas realizadas por el maquinista de segunda Pierre Brassac bajo todas las cargas de metralla alemana disparadas del aire o de la tierra y aun alguna vez desde el mar. Él solo con su intrépida, con su impertérrita y arrolladora máquina tipo Vendervil —ciertamente digna de él— había roto varias veces las líneas de los boches: Badaboum!, ahí está Pierre Brassac. Y la infantería, los carros de asalto, la caballería ligera, los artilleros a caballo entraban en tromba tras él. [40. Recollons] I collons i recollons, les boches, fotuts i refotuts. ¡Verge d’Artiga! Yo quería abrazar a Pierre Brassac con las lágrimas en los ojos. Aquello no era ya un país parecido, aquello era un país de familia, un país de hermanos verdaderos, un regalo mismo del cielo, una tierra para entenderse de corazón a corazón donde se gritaba a voz en cuello contando famosas historias: collons i recollons, fotuts i refotuts i bien refotuts els fills de putes. Comodidad, familia donde se dicen estas inconvenientes palabras, tan disformes e infames como se quiera, pero que bajo todos los cielos del planeta y en todas las tierras y los mares del mundo lleva sonando el catalán como un acento vivo de la tierra en el fondo del corazón. [41. La mala posada] Trófimo Aymeric era un sórdido avaro y un cornudo hipócrita y consentido, de pocas palabras, aunque le gustaba que hubiese en la posada ruido, fiesta y estrepitosos narradores como Pierre Brassac, porque eso era bueno para el negocio. Pero solía haber allí también lo que nunca hubo en la Bonaygua, broncas por cuestiones de mujeres, vino y dinero. A veces salían a relucir pistolas y puñales entre clamorosos insultos y sucias blasfemias, pero todo se acababa en nada. [42. Elogio de los catalanes. Su diferencia con los provenzales] Comprendí que estos provenzales se diferenciaban de nosotros los catalanes, a quienes tanto en muchas cosas se parecían, por su petulancia estrepitosa, por la falta del fondo aquel de soñadora, alegre y melancólica ternura que los catalanes llevamos en el fondo más íntimo de nuestro ser. Visto el mundo como yo lo he visto después, os digo que un buen catalán de montaña sólo lo cambiaría por una mujer escogida del Rhin o del Danubio. Y sin duda es hermoso ser como yo un catalán de raza pura. A pesar de nuestros errores, somos de lo mejor de España, de lo mejor de Europa, porque somos una estirpe capaz de conciliar en su corazón las contradicciones más felices e inconciliables. Así, somos una gente a la vez doméstica y universal, práctica y soñadora, tierna y durísima, sufrida y gozadora, capaz de reunir en un mismo individuo el gesto del comercio y el de la poesía, el del campo y el de la ciudad, el apego firme, entrañable a lo real y la ilusión dorada por lo fantástico. Somos una raza feliz, una raza nacida de pie y nacida en pie entre mar y montaña, mal comprendida a veces y que otras veces se ha empeñado ella misma en encontrar su desventura. [43. Grandeza y servidumbre catalanas] En el error del pobre tío Felipet, casado con la cascarota de Zibour, con la zorra de playa, con lo peor de Europa y en el acierto final y definitivo de mi vida que luego llegaréis a oír, veo yo las dos direcciones del sentido catalán de la vida, de la historia y de la política. Nos pierden las carnales impurezas del demonio de mediodía a las que damos luego forma de tendencias sentimentales y ambiciosas quimeras. Cuando el catalán encuentra una visión pura...