E-Book, Spanisch, 200 Seiten
Reihe: Pensamiento Herder
Sunstein Paternalismo libertario
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-254-3811-0
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
¿Por qué un empujoncito?
E-Book, Spanisch, 200 Seiten
Reihe: Pensamiento Herder
ISBN: 978-84-254-3811-0
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
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A veces no consideramos el largo plazo, a veces nuestro optimismo es poco realista, a veces no vemos lo que tenemos delante, y tomamos decisiones que van en contra de los propios intereses. Con esta evidencia en mente, Sunstein ofrece un argumento poderoso, provocativo y convincente a favor una nueva forma de paternalismo gubernamental, que proteja a la gente de sus propios errores, pero sin coartar su libertad y reconociendo los riesgos de extralimitarse.
No obstante, la idea del paternalismo suele provocar rechazo, especialmente si proviene del gobierno. Muchos piensan que los seres humanos deben estar en capacidad de actuar a su manera, incluso si esto les perjudica. Ante esta opinión, Sunstein propone un proteccionismo moderado, que recurra a 'empujoncitos' y que tenga como único fin proteger las personas, especialmente en temas como la obesidad, el tabaquismo, la conducción temeraria, la salud pública, la alimentación saludable y otros temas de interés general.
En contra de quienes rechazan cualquier tipo de paternalismo, Sunstein muestra que la 'arquitectura de elección' es inevitable y que, por lo tanto, también lo es cierto grado de paternalismo, e insiste en que hay razones profundamente morales para asegurar que la arquitectura de elección sea útil y no perjudicial, y que mejore y prolongue la vida de las personas.
Cass R. Sunstein (1954) es un abogado estadounidense y profesor universitario dedicado principalmente al estudio del derecho y la economía conductual. Durante 27 años, fue investigador en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago y actualmente es profesor de la Universidad de Harvard. Entre 2009 y 2012 fue director de la Oficina de Información y Asuntos Regulatorios (OIRA) de la administración Obama. Es autor de diversos libros y artículos, entre los que destacan (Más) simple, Rumorología y Un pequeño empujón (Nudge).
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Introducción
Paternalismo informado por el conductismo En la avenida Wisconsin, en Washington D.C., puedes encontrarte con The Daily Grill, un restaurante que ha incluido en su carta un menú especial de platos, conocido como «Solo 600», para la comida y la cena. Estos platos tienen 600 calorías o menos. Si quieres, puedes pedir el pollo Marsala servido sobre pasta de cabello de ángel, el cangrejo relleno de salmón con rúcula y tomate asado o (mi favorito) la trucha asada Idaho. El menú «Solo 600» está ubicado en una sección muy visible de la amplia carta del The Daily Grill y, fuera del restaurante, un gran expositor destaca con letras grandes la frase «Solo 600» junto a fotografías llamativas de las diferentes opciones del menú especial. ¿Está siendo paternalista The Daily Grill? Quizá no. Quizá solo está sirviendo aquello que la gente quiere y permitiendo que sus consumidores, conscientes de su salud, sepan que allí tienen lo que están buscando. Tal vez crea que las preferencias de la gente no son estáticas y busque alterar esas preferencias para atraer más clientes. Quizá crea que los consumidores estarían mejor si eligen comidas saludables bajas en calorías, y tal vez desee ayudarlos a hacerlo, aunque no las escogieran sin una pequeña ayuda de The Daily Grill. Suponiendo que en realidad así sea, la última explicación es la correcta. De acuerdo con esto, el restaurante no está forzando a nadie a escoger algo. Si la gente desea comida con alto contenido calórico, puede conseguirla, incluso en The Daily Grill. Pero la cuestión del menú «Solo 600» es hacer que las opciones saludables sean notorias y sencillas —y de esta forma empujar a los consumidores no solo a decidir que coman en The Daily Grill sino, además, hacer que elijan esas mismas opciones—. Si esto es así, parece que tiene que ver con un caso de paternalismo. Ciertamente, el paternalismo es leve y no proviene del gobierno. Pero si este fuera paternalista, ¿en realidad sería desagradable como tal? ¿Las cosas serían diferentes, o peores, si los gobiernos adoptaran menús «Solo 600» en sus propias cafeterías? ¿Son las cosas diferentes o peores si el gobierno busca promover la comida más saludable al exigir que los menús cuenten con la información de las calorías como, de hecho, ya lo hace la Ley de Cuidado de Salud Asequible* con las cadenas de restaurantes y otros establecimientos de comidas similares? ¿Qué pasa si el gobierno se lanza a una agresiva campaña educativa, incluso con gráficos, diseñada para promover la comida sana —grava con impuestos la comida poco sana, como lo han hecho o considerado seriamente en Francia, Finlandia, Dinamarca, Gran Bretaña, Hungría, Irlanda y Rumania? El paternalismo provoca emociones fuertes. Muchas personas lo aborrecen. Piensan que los seres humanos deben estar en libertad de actuar a su manera incluso si acaban en una zanja. Cuando la gente corre riesgos, hasta los riesgos más estúpidos, no es asunto de nadie si lo hace. La gente tiene derecho a ser tonta. El paternalismo es especialmente molesto si proviene del gobierno: ¿qué es lo que da derecho a los funcionarios a interferir en las decisiones privativas de los adultos tanto si la cuestión es la salud, la riqueza, el sexo o la religión? Aunque fuera controvertido en el siglo XIX, el argumento central de John Stuart Mill en Sobre la libertad tiene numerosos seguidores en el siglo XXI. En su gran e inspirador ensayo, Mill insistió en que por norma el gobierno no puede coaccionar de modo legítimo a la gente si su meta es protegerla de sí misma.1 En un pasaje decisivo, Mill sostuvo que: La única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás. Su propio bien, físico o moral, no es justificación suficiente. Nadie puede ser obligado justificadamente a realizar o no realizar determinados actos, porque eso fuera mejor para él, porque le haría más feliz, porque, en opinión de los demás, hacerlo sería más acertado o más justo. [...] La única parte de la conducta de cada uno por la que él es responsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás. En la parte que le concierne meramente a él, su independencia es, de derecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano.2 Este es, pues, el «Principio del daño» de Mill (a veces llamado el «Principio de libertad»). A menos que exista daño a otros, el gobierno no puede usar el poder sobre el pueblo. La idea del «consumidor soberano», central en la economía moderna y en gran parte del debate político, es prima cercana del Principio del daño. Aunque las propias consideraciones de Mill parecen girar en torno a la legislación moral, deberíamos ser capaces de ver enseguida que el Principio del daño genera serias dudas acerca de muchas leyes y regulaciones, incluidas aquellas que exigen a la gente tener una receta médica antes de adquirir ciertas medicinas; prohibir a los empleados trabajar en lugares inseguros (aunque corrieran esos riesgos de forma voluntaria) y promover la seguridad alimentaria. En todos estos casos, el poder es ejercido sobre la gente en gran medida para promover su propio bien. Cuando los requisitos son los adecuados, la gente no es del todo soberana respecto a su propio cuerpo y su mente. Mi meta en este libro es desafiar el Principio del daño sobre la base de que en ciertos contextos la gente es propensa al error y las intervenciones paternalistas harían que su vida fuera mejor. En estas circunstancias, existe un argumento sólido y rotundamente moral en nombre del paternalismo. También plantearé que influencias importantes sobre nuestra conducta, en grave tensión con el Principio del daño, son esencialmente inevitables hasta el punto de que el principio no puede llevarse a cabo. Como veremos, el Principio del daño regularía muchas prácticas razonables que hoy están en uso y prohibiría gran cantidad de reformas potencialmente benéficas. Está claro que es sumamente importante limitar el poder del gobierno y, por supuesto, cuando a menudo los individuos cuentan con un mejor conocimiento. Los adultos no deben ser tratados como niños. Por estas razones, Mill todavía tiene mucho que enseñarnos,3 a pesar de que desde su época hemos aprendido un montón de cosas que él no supo ni pudo conocer, especialmente sobre el error humano y los fallos en algunos de los fundamentos del Principio del daño.4 En Estados Unidos, en Europa y en otros países, mucha gente apoya el Principio del daño. Consideran a las niñeras nacionales como intrusos molestos en el mejor de los casos —y quizá como tiranos—. En las últimas épocas, las naciones democráticas se han visto involucradas en discusiones tanto prácticas como teóricas sobre los límites legítimos del paternalismo. Actualmente, hay controversias acaloradas sobre las medidas para reducir el hábito de fumar e incrementar el ejercicio físico, y también sobre la «policía de la comida», presuntamente responsable de los recientes esfuerzos por reducir los riesgos asociados con la obesidad y la alimentación poco saludable. El menú «Solo 600» no ha generado mucha controversia, pero si el gobierno intentara exigirlo o incluso lo fomentara, sería inevitable una protesta generalizada. En Estados Unidos han estallado debates públicos sobre leyes que, por lo visto, son razonables (y protegen la vida), que piden a la gente que se abroche el cinturón de seguridad o utilice el casco cuando conduce una motocicleta. Muchos creen que el «mandato individual» de la Ley de Cuidado de Salud Asequible, que exige a todos los adultos tener un seguro de salud, es una forma de paternalismo inaceptable.5 El contenido específico de las discusiones cambia con el tiempo, pero las cuestiones fundamentales perduran. Y, en este dominio, no hay divisiones partidistas simples. El paternalismo a veces es favorecido por aquellos en la izquierda política (que quizá buscan mejorar la dieta de la gente) y a veces por aquellos de la derecha (que tal vez persiguen aumentar la castidad o el matrimonio). Según Mill, solo cuando existe un perjuicio definido o un riesgo definido de perjuicio, sea para un individuo o para el público, el caso se sustrae del campo de la libertad y entra en el de la moralidad o la ley.6 Mill ofreció un número de justificaciones independientes para el Principio del daño, y una de las más importantes es que los individuos están en la mejor posición de saber lo que es bueno para ellos. Según la visión de Mill el problema con los que están en los márgenes, incluyendo a los funcionarios del gobierno, es que carecen de la información necesaria. Mill insiste en esto porque el individuo es la persona más interesada en su propio bienestar: el interés que cualquiera otra pueda tener en ello, excepto en casos de una íntima adhesión personal, es insignificante comparado con el que él mismo tiene. Mill argumenta que el hombre o la mujer más vulgar tiene, respecto a sus propios sentimientos y circunstancias, medios de conocimiento que superan con mucho a los que puede tener a su disposición cualquiera otra persona.7 Cuando la sociedad busca prevalecer sobre el juicio de un individuo, lo hace sobre la base de «suposiciones generales» que no solo pueden ser falsas, sino que aún siendo verdaderas corren el riesgo de ser equivocadamente aplicadas a los casos individuales, por personas...