E-Book, Spanisch, Band 86, 192 Seiten
Reihe: Impedimenta
Sávinkov El caballo negro
1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-15979-51-7
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
En prisión
E-Book, Spanisch, Band 86, 192 Seiten
Reihe: Impedimenta
ISBN: 978-84-15979-51-7
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Polonia, 1920. Borís Sávinkov, legendario terrorista y provocateur, conocido en su país con diez alias diferentes, primero como enemigo del zarismo y más tarde como feroz antisoviético, admirado por Churchill y Somerset Maugham, modelo para Camus, recluta voluntarios para un ejército que logre acabar con la Revolución rusa. 'El caballo negro', inspirado en esta experiencia, narra en forma de diario la huida caótica y desesperada de un regimiento de voluntarios a través de la llanura rusa devastada por la guerra civil. Más tarde, traicionado por sus propios camaradas, Sávinkov será encarcelado en la Lubianka, donde se 'suicidará' en mayo de 1925. 'En prisión', un texto publicado póstumamente en Moscú, describe la última etapa de la vida de este dandi y terrorista con una claridad y una precisión implacables. 'Sávinkov, prototipo del superhombre nietzscheano pasado por el cedazo de Byron, personaje sacado de 'Los demonios' de Dostoievski metido a escritor, fue un hombre de teatro total en un escenario llamado Europa, 'con una bomba en el bolsillo'.'
Borís Sávinkov nació en Járkov (actualmente Járkiv, en Ucrania) en 1879. Vástago de una familia acomodada con ínfulas artísticas y simpatías revolucionarias, estudió en Varsovia, donde vivió sus primeros años, y más tarde en la facultad de Derecho de la Universidad de San Petersburgo, de la que es expulsado por participar en varias algaradas estudiantiles.
Weitere Infos & Material
Introducción
Borís Savinkov, un hombre de teatro total
por Marta Rebón y Ferran Mateo
Sigo el camino de la vida como un caballo desbocado. -Borís Sávinkov-
En todos los elementos, el hombre no es sino tirano, prisionero o traidor. -Aleksandr Pushkin- Quien deba ir a la cárcel, a la cárcel será llevado; y quien deba morir por la espada, a filo de espada morirá. -Apocalipsis 13, 10-
Es difícil imaginar mejor marco para una charla intrascendente que una noche de insomnio contagioso a bordo de un barco. Allí, en la sala de fumadores, unos desconocidos cuyas vidas ha unido temporalmente una travesía por aguas internacionales mantienen una conversación cordial, atípica si se quiere. «Supongo que era algo que flotaba en el aire. Nadie en el barco podía dormir… Bebimos y fumamos. Hablamos de esto y de aquello, y entonces uno de los presentes lanzó una pregunta: ¿Quién es la persona más extraordinaria que han conocido?», explica William Somerset Maugham en «El terrorista»,1 incluido en A Traveller in Romance, una recopilación de textos diversos del autor de El velo pintado. El médico escritor pensó dónde podía encontrar personas con un perfil acorde a los nombres que, entre el humo del tabaco y los vapores del whisky, se iban barajando: Verlaine, Vivekananda, J. D. Rockefeller. «Tal vez en la sombra, viviendo vidas secretas en ciudades populosas, o en los Mares del Sur…», conjeturó el novelista y dramaturgo, porque cuando un individuo frecuenta demasiado al resto de mortales, pensó, se desdibuja su idiosincrasia. Nadie del corrillo, sin embargo, había definido con exactitud lo que se entendía por una persona extraordinaria. ¿Tenía que ver con la bondad, con el poder de mando, con el carácter? La noche avanzaba y el grupo se disolvió. Los tertulianos accidentales buscaron cobijo en sus respectivos camarotes. Pero Somerset Maugham no lograba conciliar el sueño y salió a la cubierta en pijama, pertrechado de unos cigarrillos. La calma del mar invitaba al libre discurrir de los pensamientos. Retomó mentalmente el hilo de la conversación que había quedado irresuelta. Y, por la secreta lógica del inconsciente, recordó una conversación con Borís Sávinkov, mantenida en la entonces ciudad de Petrogrado, hoy San Petersburgo. Corría el año 1917. Ya entonces la fama de terrorista byroniano precedía a Sávinkov: conocido en Europa por su pericia con la pluma, fue el autor intelectual de dos magnicidios que constituyeron el «principio del fin», el ocaso del régimen zarista: el del ministro de Interior Viacheslav von Plehve, en 1904, y, un año después, el del gran duque Serguéi Románov, suceso que inspiró Los justos de Albert Camus. Durante aquellos años, la capital imperial vivió una auténtica epidemia terrorista que se llevó por delante, entre otros, a tres ministros del Interior; una atmósfera que se respira en la novela simbolista Petersburgo, de Andréi Bieli. Y su lista de víctimas habría podido incluir a Vladímir Lenin, si la bala que Fanny Kaplán le disparó, a la salida de un mitin, hubiera sido mortal. El arma se la había proporcionado Sávinkov. «Sí», concluyó Somerset Maugham, «Sávinkov es el hombre más extraordinario que jamás he conocido», y creyó verlo ante él, en la penumbra de la cubierta, con su aspecto siempre impecable, tal cual un «director de banco». Sintió un escalofrío, como si en aquel preciso instante Sávinkov hubiera puesto punto final a su densa y trepidante vida en otras coordenadas, llevándose consigo «el punto de reunión de una pequeña humanidad solo mía». Esta última expresión la empleó un contemporáneo suyo, Fernando Pessoa, autor de El banquero anarquista, para explicar la necesidad íntima de aumentar el mundo con personalidades ficticias. Sávinkov hizo lo propio tanto por necesidad —¿qué terrorista revolucionario cruzaría fronteras con su nombre y documentos auténticos?—, como influenciado por su compañera de trinchera: la escritura. Lo que ignoraba Maugham mientras se entregaba a sus cavilaciones es que aquel «hombre extraordinario» había muerto dieciocho años atrás. Su «joven rostro de Napoleón» se estampó contra el suelo después de lanzarse al vacío (o bien de ser lanzado) por una ventana de la Lubianka, el cuartel general de la Cheká, futura KGB. Eran los prolegómenos del reinado de Stalin, el zar Rojo. Antes de su último retorno a Rusia, Sávinkov había dicho a su círculo de colaboradores, casi como una premonición, cuando su lucha por desbancar el bolchevismo parecía ya perdida: «Estamos todos condenados. Lo importante es salir dando un gran portazo, lo suficientemente fuerte como para que el estruendo quede grabado en la memoria de la Humanidad». Pero Funes solo hay uno. El resto de la humanidad es desmemoriada y deja muchas historias en el tintero. «A muy pocos les sonará su nombre, pero habría podido resultarnos tan familiar como el de Lenin», aclara Somerset Maugham sobre su elección. «¿Quién es ese Sávinkov?», supuso que se preguntaría un lector ya habituado al rostro de Stalin. La vida de quienes esconden su verdadera identidad manteniendo, como la luna, una cara siempre oculta —espías y agentes dobles, terroristas, provocateurs…— no sale a la luz hasta que los investigadores y estudiosos se zambullen en los archivos secretos. Pero a veces la literatura se encarga de esa tarea. Somerset Maugham no nos da pistas en «El terrorista» sobre qué le llevó a Petrogrado, ni el motivo por el cual contactó con Sávinkov, solo que era la persona más indicada para cierto asunto. Y es que el escritor inglés formó parte de los servicios de inteligencia británicos y viajó a Rusia para ofrecer vehículos blindados que transportasen fuerzas de choque a la entonces capital rusa. Sus experiencias, trasladadas a un personaje ficticio, también acabaron en las páginas de un libro, Ashenden o el agente secreto, al igual que hizo Sávinkov en Memorias de un terrorista o en el presente título, El caballo negro.
* * *
Nombre: Borís Víktorovich Sávinkov Fecha de nacimiento: 19 de enero de 1879 Lugar: Járkov (actual Ucrania) Profesión: Poeta, novelista, revolucionario… No en este orden.
Los datos personales permiten hacernos una primera idea del sujeto. Nos sitúan en un ámbito geográfico, en un tiempo histórico. Los apellidos acaso revelan algo de su árbol genealógico y la profesión, de sus intereses. Pero, para alguien que vivió en primera línea el arco temporal que va del «Domingo sangriento» de 1905 a la tesis de Nikolái Bujarin, «el socialismo en un solo país», esto es, los veinte años en que «el temblor de una hoja» pudo decantar el curso de los acontecimientos de la historia rusa en un sentido u otro, estos datos son un buen material para la ficción. Borís Víktorovich Sávinkov, prototipo de superhombre nietzscheano pasado por el cedazo de Byron, personaje sacado de Los Demonios de Dostoievski metido a escritor, antítesis del Oblómov de Goncharov, fue un hombre de teatro total, en un escenario llamado Europa, «con una bomba en el bolsillo». Y el último acto de su trepidante dramaturgia vital, después de la emboscada que le tendieron en Minsk en el marco de la Operación Trust, fue el juicio ante un tribunal soviético que serviría de ensayo general para los juicios-espectáculo posteriores. Una operación urdida, también, a partir del engaño y la tramoya: un falso movimiento antibolchevique que ayudó a desenmascarar a muchos «elementos» de la contrarrevolución, entre ellos, además de a Sávinkov, al más famoso espía británico de todos los tiempos, Sidney Reilly, amigo personal del primero. En este tablero de juego de identidades enmarañadas, el personaje que protagoniza El caballo amarillo y El caballo negro, el ingeniero George O’Brien, trasunto de Sávinkov, se pregunta: «Nada está definido, no existe ni principio ni fin. ¿Es esto acaso un vodevil o un drama? ¿Es zumo de arándanos o es sangre? ¿Es el teatro o es la vida? No lo sé. ¿Quién lo sabe?». La Historia, el público más despiadado y caprichoso, como Neptuno, también devora a sus hijos. Si bien la Historia no señaló a Sávinkov para entrar en el panteón ruso («En el muro del Kremlin están las tumbas de los comunistas caídos en combate. Suya es la gloria y la paz eterna. ¿Y yo? Yo tengo vastas extensiones ante mí», dice en El caballo negro), tampoco él, como maestro de la máscara, se lo...