Teixidó i Camí / Chicharro Santamera | Artes & Oficios. Escultura en piedra | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, 192 Seiten

Reihe: Artes & Oficios

Teixidó i Camí / Chicharro Santamera Artes & Oficios. Escultura en piedra

La técnica y el arte de la escultura en piedra explicados con rigor y claridad
3. Auflage 2022
ISBN: 978-84-342-9914-6
Verlag: Parramón Paidotribo
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

La técnica y el arte de la escultura en piedra explicados con rigor y claridad

E-Book, Spanisch, 192 Seiten

Reihe: Artes & Oficios

ISBN: 978-84-342-9914-6
Verlag: Parramón Paidotribo
Format: EPUB
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¿Es fructífero el diálogo con la escultura del pasado? ¿Son tan diferentes las culturas cuándo expresan sus inquietudes en piedra? ¿Por qué algunas esculturas alcanzan la categoría de obra de arte? ¿Qué proceso sigue una idea hasta que adquiere cuerpo de piedra? ¿El escultor trabaja sólo? Historia, estética y técnica se aúnan en este libro, no sólo para aportar información que ayude al lector a resolver este tipo de preguntas, sino también para que pueda realizar obra propia mediante los sistemas de talla directa, plantillas, cuadrícula, puntómetro y tres compases. Se concluye con siete ejercicios paso a paso, entre ellos el de dos esculturas monumentales realizadas en Portugal y Corea del Sur.

Camí es escultor en activo desde 1975, licenciado en Escultura y graduado en Escultura e Interiorismo y profesor de Escultura en la Escola Massana de Barcelona. Ha realizado 20 exposiciones individuales y un centenar de colectivas. Trabaja la piedra, la madera y, especialmente, el hierro. Tiene esculturas monumentales en Badalona y Sóller (España), Santo Tirso y Cantanhede (Portugal), Quito (Ecuador) y Puyô (Corea del Sur). Santamera licenciado en Historia del Arte y diplomado en Cinematografía y Ciencias de la Religión, pretende ser escultor de personas: su taller es el aula y sus herramientas la Historia, la Filosofía, la Psicología, la Antropología, la Metodología...y el Sentido Común. No se considera especialista en nada, pero le motiva todo lo relativo al ser humano y su expresión a través del Arte.
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Escultura y rito

En el Oriente budista, y especialmente en el hinduista, es donde encontramos mayor cantidad, calidad y variedad de escultura en piedra. Pero antes de acercarnos a ella, los ajenos a estas culturas deberíamos desnudarnos de prejuicios estéticos si queremos atisbar algo de su verdadera dimensión. De lo contrario, podremos disfrutar de volúmenes, texturas y colores; hacer interpretaciones psicoanalíticas, sociológicas o historicistas, pero nos quedaremos en la epidermis de la escultura tradicional –también la románica europea o la precolombina–, que no se conforma con alimentar ambiciones decorativas, proporcionar sensaciones visuales ni proponer modelos estilistas. Su razón de ser es suscitar el conocimiento, responder a las necesidades del alma; y frente a este fin utilitario, el gusto o la estética son cuestiones secundarias.

Como la tradición y los libros sagrados ya conocen los mejores “alimentos para el espíritu”, el escultor, como el director de orquesta, no inventa la partitura, sólo la interpreta; pero al interpretarla la recrea y enriquece. Así, el oficio del escultor se convierte en un rito que requiere primero “ver” en sentido místico, y después, reproducir esa visión personal de aquello que es reconocido por todos y que servirá para realimentar el conocimiento.

Pero la función ritual de la escultura continúa: el objeto acabado es un mero soporte para la contemplación –llámese dyana, ch'an o zen–, y la contemplación no sólo desvela el pensamiento sutil, sino que transforma la personalidad del admirador en aquello que admira.

Doble yo. c 400.

San Agustín, Huila (Colombia). ¿Invitación a aliarse con las fuerzas de la naturaleza?

Quetzalcóatl

Es posible que parte de la rica y variada escultura precolombina, en especial la diseñada por las diferentes castas sacerdotales, tuviese ese objetivo. Ya en el primer milenio a. C. encontramos en Perú, en la zona de Chavin de Huantar, representaciones geometrizadas de felinos de colmillos agresivos que, a veces, aparecen con serpientes superpuestas. Geometrización consciente, que no se explica únicamente por la sumisión al bloque de piedra, y temas pavorosos serán una constante en culturas posteriores.

Es entre los aztecas donde estas representaciones son más sobrecogedoras. Culminan con la Madre de los Dioses, escultura compuesta por serpientes entrelazadas, grifos, manos y corazones humanos, y que ostenta una calavera en su pecho (Museo Nacional de México).

¿Puede considerarse este tipo de representaciones “alimentos del alma”, si más bien parece que invitan a postrarse ante el miedo? ¿O, por el contrario, pretenden robustecerla al enfrentarse a los temores más íntimos, ya controlados por la geometrización de sus formas? Quizá lo que proponen es una alianza con el enemigo para propiciar sus fuerzas, como parece representar al encantador personaje conocido como Doble yo (San Agustín, Huila, Colombia). Es posible que señalen un camino de perfección humana basado en la unión de los contrarios, como sugieren las representaciones aztecas del héroe divinizado Quetzalcóatl, cuyo rostro humano se esculpe surgiendo de las fauces de una serpiente con plumas –símbolos del cielo y la tierra– y luciendo sobre su pecho alegorías también opuestas del agua y el fuego.

Vedas

También la India busca la inmunidad contra un miedo peor, si cabe, que el de la muerte, el de la reencarnación. Lo hace mediante la contemplación de esculturas de Siva, la faz más terrible de Brahma, único Dios según los libros sagrados de los Vedas, pero desplazado por aquél en el fervor popular.

Siva, de bronce, pero también de piedra, contagia vitalidad bailando la danza de la muerte y la vida. Aunque represente la destrucción, sus tres caras, su cuerpo grácil y a veces andrógino, su torbellino de brazos, su gesto tranquilizador y la ignorancia a sus pies como escabel, invitan no sólo a perder el miedo al gran cambio sino incluso a desearlo.

En las paredes de sus templos, y sobre todo en los de filosofía tántrica (Khajuaho, hacia el año 1000), se esculpe a Siva copulando con Parvati. Esta imagen invita a la renovación generacional y espiritual, ya que el cuerpo no se considera la cárcel del alma, como defendía Pitágoras, sino su raíz, el lugar donde surge y crece el Kundalini, la libido, tallada y adorada como serpiente, que transforma las energías físicas en espirituales.

Preludio de esta mentalidad son dos estatuillas del National Museum de Nueva Delhi, conocidas como los Torsos de Harappa (del 2000 a. C., anteriores a los libros sagrados), que expresan sensualidad en sus formas y sexualidad en sus actitudes, censuradas por el tiempo.

Ya de entonces proviene el culto al lingam, que hasta hoy constituye el sancta sanctórum de los templos hinduistas, y que se representa, usando las mejores piedras, con formas geométricas puras; estilizaciones que contrastan con el barroquismo envolvente.

Relacionado con el culto a Siva, encontramos enormes tallas de su toro Nandi, transmisor de fuerza; de su hijo, el entrañable Ganesha de cabeza de elefante, dios de la fortuna, y de su esposa Parvati, unas veces seductora, otras cruel.

Visnú, el lado amable de Brahma preocupado por mantener lo vivo, despierta el deseo de luchar por el bien cuando, esculpido con cabeza de jabalí, rescata a la Tierra del fondo del océano; pero también invita a la serenidad de un espíritu despierto cuando reposa sobre Amanta, la serpiente cósmica de múltiples cabezas, soporte del universo.

Pero éstos, son sólo algunos de los temas que la cosmovisión hindú propone para la meditación, entre una pléyade de figuras que recubren sus escultóricos templos o las torres piramidales de las ciudades-santuario del sur, en las que, desde el siglo XIV, se plasman las grandes epopeyas de la tradición hindú y se simboliza el monte Meru, morada de los dioses.

En estas imágenes, el escultor, sin dejar de ser fiel a los códigos marcados por los vedas, explicitados en el Silpasutra, incorpora demandas populares y aporta su sensibilidad particular, como ocurre en los bellísimos templos de Belur y Halebid (Mysore, siglo XII), tallados en esquisto clorítico, fácil de trabajar en cantera, pero que, cuando se airea, se endurece y adquiere tonalidades parecidas al basalto.

Budas

A la sobreabundancia de esculturas y la tumultuosa agitación de las formas védicas que, recordando la danza litúrgica, evocan el sánsara, eterno fluir de la vida, se contrapone la impertérrita calma budista que, con sus imágenes, señala el camino hacia el nirvana.

El budismo, aunque más moderno que el hinduismo, nos legó esculturas más antiguas, ya que, desde su imposición en la India en el siglo III a. C., optó por la piedra frente a la madera. Desde entonces y hasta el siglo VII, mientras se difunde por Oriente, eclipsó al hinduismo, pero a costa de aceptar su mitología popular: tuvo que incorporar diosas como Yakshi, divinidad arbórea, ideal de belleza, que el escultor talla colgada del árbol de la fertilidad o como cariátide. También esculpe escenas costumbristas como las que abarrotan las toranas de Sanchi (Bhopal, India, siglo I a. C.)

La iconografía budista, en su aspecto integrador de otras culturas, se confunde con la hinduista, cuando es dinámica, y con la jainita, cuando expresa quietud y ensimismamiento; sin embargo, se caracteriza por un aire aristocrático que delata el apoyo que recibió de las clases dominantes.

Unas dinastías –indias, chinas, japonesas, de Sri Lanka o Java– promocionaron el arte de las grutas o esculturas colosales de Buda y sus guerreros; otros monarcas, en cambio, favorecieron la estilización de sus formas.

Entre estos últimos destacan los Kushana, intermediarios de la ruta de la seda, que, hacia el año 150 d. C., apoyaron la reforma expansionista que propició la escuela de Gandhara. Se esculpieron entonces en pórfido, esquisto o basalto imágenes de Budas apolíneos, idealizados al estilo griego, que con Alejandro Magno llegó hasta sus fronteras. Los propios príncipes, identificables por su bigote, se retratan como bodisatvas, seres que, por compasión, renuncian al nirvana. Esta estatuaria ayudó a expandir el budismo, pero fue relegada por despertar más el sentimiento estético que el religioso.

Con el mecenazgo de los Gupta –del año 335 al 476– la cultura del norte de la India alcanzó su apogeo y, aunque eran hinduistas adoradores de Visnú, propiciaron el desarrollo de la escuela budista de Sarnath, que presenta relieves de Budas y bodisatvas táctiles, de sensualidad hindú que, entre ropajes apenas insinuados, emergen de la arenisca y transmiten una sensación de inmaterialidad.

Entre toda la imaginería...



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