E-Book, Spanisch, 312 Seiten
Thornton / Goodman Client Earth
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-18927-99-7
Verlag: Plataforma
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 312 Seiten
ISBN: 978-84-18927-99-7
Verlag: Plataforma
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De Polonia a Ghana y de Alaska a China, Client Earth nos embarca en un viaje sobre cómo la ciudadanía puede recurrir al derecho de interés público para proteger el planeta. En estas páginas descubrirás el poder del derecho como un arma implacable y con poder de cambio, que todos respetan y reconocen. Esta excepcional e inspiradora organización y los testimonios de sus miembros nos devolverán la esperanza.
James Thornton es el fundador y CEO de ClientEarth, el único grupo paneuropeo de abogados especializados en medioambiente que trabaja por el interés público en toda la Unión Europea, África, China y los Estados Unidos. Es abogado colegiado en Inglaterra, Gales, Nueva York, California y en el Tribunal Supremo de los Estados Unidos y la revista New Statesman lo eligió como una de las diez personas que podrían cambiar el mundo.
@JamesThorntonCE
Martin Goodman es profesor emérito de Escritura Creativa en la Universidad de Hull y autor de diez libros de ficción y no ficción. Su biografía del científico escocés J. S. Haldane, titulada Suffer & Survive, ganó el primer premio Basis of Medicine en los BMA Book Awards.
www.martingoodman.com
@MartinGoodman2
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
1. Las voces de mil ríos
UN BRAZO DE TIERRA PROTEGE una franja de costa situada al sur de Washington D. C. de las tormentas procedentes del Atlántico. La bahía de Chesapeake, con una superficie de 9.920 kilómetros cuadrados, es el mayor estuario de los Estados Unidos y antes del siglo XIX albergaba quinientos kilómetros cuadrados de arrecifes de ostras, las cuales eran capaces de filtrar todas las aguas de la bahía en tres días y medio. En la década de 1980, alrededor de una quinta parte de los setenta y cinco billones de litros de la bahía eran aguas residuales vertidas por las industrias y las plantas de tratamiento de aguas residuales de Maryland y Virginia, las cuales contenían 4,5 millones de toneladas de cuatro contaminantes comunes, pero, debido a la forma de la bahía, solo el uno por ciento de esos contaminantes acabó en el Atlántico. Durante una década, a partir de mediados de los años setenta, la ya mermada captura anual de ostras se redujo en dos tercios más. Además, el noventa por ciento del pescado de roca del país procedía de la bahía de Chesapeake, y los 2,7 millones de kilos de pescado de roca capturados en 1970 se redujeron a 270.000 kilos en 1983, cuando se implantaron restricciones a la pesca comercial. El mejor remedio contra la desesperación es actuar, y eso es lo que han hecho los abogados ambientales, cuyo trabajo se fundamenta en utilizar las pruebas disponibles para mitigar los daños ecológicos producidos. Lamentablemente, son pocos, y para poder conseguir, por ejemplo, detener las emisiones de carbono tienen que intensificar sus esfuerzos. Su trabajo tiene un carácter orgánico: investigan el funcionamiento de los sistemas y luego profundizan para intervenir en aquellos puntos en los que se pueden producir daños para la salud. Su primera gran prueba fue esta: ¿podría un abogado revertir el proceso de contaminación a escala industrial que estaba sufriendo la bahía de Chesapeake? Las mareas no solo afectan a las bahías, sino que es un fenómeno que también existe en el terreno político. Y fue precisamente una subida de la marea política la que trajo consigo una nueva ley que podría haber sido de gran ayuda para salvar la bahía, pero, cuando la marea bajó, esa ley dejó de utilizarse. En este libro veremos que suele pasar más o menos una década entre la marea alta y la baja, es decir, entre el momento en que el medioambiente ocupa un lugar destacado en la agenda política y el momento en que queda relegado al olvido, y los abogados ambientales son necesarios en ambos momentos: cuando se redactan las leyes pueden ayudar a que estas sean más sólidas y cuando las leyes se descuidan pueden obligar a que se cumplan. Durante la campaña presidencial de 1968 que llevó a Richard Nixon a la presidencia apenas se mencionó el medioambiente. Pero, entonces, un acontecimiento motivó que la opinión pública se preocupara enormemente por este tema. En enero de 1969, fallaron los sistemas de presión de una plataforma petrolífera situada a diez kilómetros de la costa de Santa Bárbara y en diez días el contenido de unos cien mil barriles de petróleo crudo llegó a las playas del sur de California y devastó un rico entorno marino. La noticia, como es obvio, apareció en todos los informativos, y una visita al lugar inspiró al senador Gaylord Nelson a instaurar el Día de la Tierra. Con tan solo una plantilla de ochenta y cinco personas, logró cohesionar a grupos de ciudadanos muy dispares, todos ellos con intereses distintos. En aquella época, un proyecto de aeropuerto en Miami amenazaba los Everglades de Florida, un oleoducto en Alaska iba a atravesar un paisaje prístino y se decía también que el lago Erie se estaba «muriendo». Pero había otros problemas medioambientales que preocupaban a la población: el humo de las ciudades, los fosfatos de los detergentes, el plomo de la gasolina, el pescado contaminado por el mercurio, las águilas de cabeza blanca amenazadas por el DDT…, por citar solo algunos. Se decidió, pues, que el Día de la Tierra se celebraría cada 22 de abril para dar a conocer estas amenazas. La primera manifestación se celebró en 1970, y el Congreso se vio obligado a cerrar durante el día, ya que muchos políticos optaron por salir a las calles de sus circunscripciones para mostrar su apoyo. Un póster colgado en la pared de un aula de secundaria en South Bend, Indiana, mostraba un pájaro muerto que yacía en el lecho seco y agrietado de un río y llamaba a los jóvenes estudiantes a unirse a la manifestación del Día de la Tierra. James Thornton, que acababa de cumplir dieciséis años, pensó en el Día de la Tierra y no le atrajo la idea, ya que no le gustaba nada que fuera popular. Por eso, cuando jugaba el Notre Dame, el equipo local de fútbol americano, se encerraba en su habitación y tocaba el violín durante horas para ahogar el ruido procedente del estadio y vivir en su propio mundo sonoro. El Día de la Tierra era para él un sentimiento sincero, una respuesta demasiado emocional a una necesidad urgente, pero lo que necesitaba desesperadamente el planeta eran acciones prácticas, no un abrazo de grupo, de modo que decidió centrarse en sus estudios. Había mucho que aprender antes de poder ser útil. Estudió durante diez años. La licenciatura en Filosofía en Yale incluía cursos de posgrado en ciencias naturales, pero, aun así, James no se sentía preparado para afrontar la crisis ecológica, así que se trasladó a la Universidad de Nueva York, donde fue el editor de su revista legal, y salió de allí con la que creía que era la mejor preparación posible para reparar el planeta: un doctorado en Derecho de la Universidad de Nueva York. Mientras tanto, bajo la presidencia de Nixon, se introdujo en los Estados Unidos un corpus de leyes medioambientales con las que los abogados podrían luchar. Así, en 1970 se promulgaron la Ley de Política Ambiental Nacional y la Ley de Aire Limpio, y entre ese año y 1976 se pusieron en marcha toda una serie de leyes ambientales y reglamentos de aplicación. En 1970, el Congreso también creó la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés), cuyo objetivo era ayudar a aplicar y hacer cumplir las nuevas leyes. La ley que Chesapeake necesitaba llegó con la Ley de Agua Limpia (CWA, por sus siglas en inglés) de 1972, la cual establecía controles sobre los vertidos industriales en las aguas del país. En este sentido, es importante destacar que la Ley de Agua Limpia permitía la presentación de demandas por parte de los ciudadanos cuando considerasen que la EPA no cumplía con su deber. Hay que decir que el director de la EPA es nombrado directamente por el presidente. Anne Gorsuch recuerda cómo fue la entrevista que realizó en 1981 para el puesto con el nuevo presidente, Ronald Reagan: «En tono tranquilo, pero muy serio, [él] me preguntó: “¿Estaría usted dispuesta a poner de rodillas a la EPA?”», y Gorsuch se sorprendió tanto que se rio. Reagan había encontrado a la persona ideal. Dos años después, The New York Times señaló que «la señora Gorsuch ha socavado la EPA reduciendo a la mitad su presupuesto cuando las circunstancias indican que debería haber ocurrido justo lo contrario. Esto provocó que muchos de sus mejores profesionales dimitieran y saboteó el esfuerzo de la agencia por hacer cumplir la ley mediante continuas reorganizaciones y recortes». Y es que Gorsuch suprimió los departamentos encargados de aplicar la ley dentro de la EPA y reasignó a su personal y, además, a los funcionarios de la EPA se les dijo que las recomendaciones que hicieran para procesar a los infractores quedarían anotadas en sus currículos como faltas. A medida que se iban aprobando las nuevas leyes medioambientales, los abogados de los Estados Unidos especializados en la protección del medioambiente crearon sus propias organizaciones para evitar que su regulación estuviera únicamente en manos del Gobierno. Uno de estos grupos fue el Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales (NRDC, por sus siglas en inglés), que ideó un sistema de «autosuficiencia» que consistía en utilizar los honorarios ganados en costas por los abogados para financiar futuros casos. Ese sistema pionero se denominó Citizens’ Enforcement Project, y empezó con un préstamo del filántropo Michael McIntosh. James había hecho prácticas en el NRDC y lo eligieron para que dirigiera el proyecto. Era el único abogado del grupo y estaba apoyado por un químico en el papel de científico del proyecto y un ingeniero como asesor. ¿Cuál era su objetivo? James debía asumir el papel del Gobierno: derrotar y castigar a los grandes contaminadores industriales, y así avergonzar al Gobierno para que volviera a aplicar la ley de forma efectiva. Ese era el tipo de actuación práctica para la que se había preparado, y se sentía liberado porque, por fin, trabajaría en lo que le gustaba. Si se remonta el río James desde su desembocadura, en la bahía de Chesapeake, se llega a un afluente de veinte kilómetros de longitud, el río Pagan, en cuyas orillas se encuentra el histórico puerto marítimo de Smithfield. Un marinero declaró a la revista Chesapeake Bay Magazine que, cuando navegaba en dirección al puerto deportivo de Smithfield, el río le parecía «dolorosamente hermoso» y también que notó «un olor empalagoso de, cómo decirlo delicadamente, carne de algún animal». Asimismo, se cuestionaba la salud del río Pagan, en el cual hacía ya treinta años que estaba prohibido recoger marisco por los altos niveles de bacterias fecales presentes en el agua. A principios de...