E-Book, Spanisch, 182 Seiten
Tizón Salud emocional en tiempos de crisis (2da ed.)
2da. edición
ISBN: 978-84-254-4625-2
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Reflexiones desde una pandemia
E-Book, Spanisch, 182 Seiten
ISBN: 978-84-254-4625-2
Verlag: Herder Editorial
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Jorge L. Tizón (A Coruña, 1946) es psiquiatra, psicoanalista, psicólogo y neurólogo. Dirigió durante veintidós años las unidades de salud mental para niños, adultos, trastornos mentales graves y equipos de investigación de La Verneda, La Pau y La Mina, en Barcelona. Posteriormente, fundó y dirigió el Equipo de Prevención en Salud Mental y Atención Precoz a los Pacientes en riesgo de Psicosis (EAPPP) del InstitutCatalà de la Salut de Barcelona, el primer equipo español íntegramente dedicado a dicha labor. Actualmente ejerce la docencia en el Instituto Universitario de Salud Mental de la Universidad RamonLlull (URL) y es profesor invitado en diversas universidades e institutos de formación tanto nacionales como extranjeros.
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2. Diferencias entre esta y otras epidemias
Como ya hemos recogido, según la documentación científica y oficial, los coronavirus son una amplia familia de virus que normalmente afectan a animales [42, 43, 54, 91, 97, 123, 159]. Sin embargo, parece que algunos tienen una capacidad de transmisión desde los animales a las personas. La mayor parte de las informaciones afirman que el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 se detectó por primera vez en diciembre de 2019 en la ciudad de Wuhan, aunque el rastreo de la infección hace pensar que la epidemia había comenzado meses antes. A la enfermedad que produce se la denomina COVID-19, aunque todavía hay muchas cuestiones desconocidas o por debatir en relación con esta.
Como recuerdan las agencias públicas, el coronavirus se transmite por el contacto directo con las secreciones respiratorias que se generan con la respiración, la tos o el estornudo de una persona portadora. Su capacidad de contagio depende de la «carga viral» (cantidad del virus en las vías respiratorias). Estas secreciones infectarían a otra persona si entran en contacto con su nariz, sus ojos o su boca. Parece poco probable la transmisión por el aire o a distancias mayores de 1 o 2 metros, si bien las aglomeraciones que habitualmente se dan en los países industrializados o «posindustrializados» hace que su poder de transmisión, su «tasa reproductiva» o «de contagio» sea relativamente alta. Cada persona tiende a contagiar entre 0 y 5 personas de su medio y no se sabe a cuántas en lugares públicos y aglomeraciones [43, 66, 77, 107, 123, 159].
Numerosos expertos transmitieron a partir de marzo de 2020 que el nuevo virus es más contagioso y probablemente más letal que la gripe. La mortalidad de la COVID-19 ha variado ampliamente a lo largo de la epidemia, aunque en marzo de 2020 se calculaba que en China era del 2,3 % (población más joven, confinamiento radical) y del 6,8 en Italia (población envejecida, confinamiento tardío). El informe del Imperial College británico [66], con datos de China, Reino Unido y Estados Unidos, calculó que de los octogenarios infectados fallecería el 9,3 %, si bien este porcentaje, más tarde, ha sido corregido al alza en casi todos los países. También, que si la epidemia no era contenida y se permitía su evolución «natural» habría que predecir más de medio millón de muertes en Gran Bretaña y más de dos millones en Estados Unidos, sin contar con los efectos potencialmente negativos que la pandemia tendrá en los sistemas sanitarios, aumentado la mortalidad por otras causas.
Sin embargo, como acabamos de recordar, la afección o enfermedad que produce este virus con nuestros medios higiénico-sanitarios es leve en la gran mayoría de los casos, salvo para la población vulnerable que acabamos de resumir: personas mayores y personas con otras patologías graves concurrentes. Muchas de las personas que están contagiadas (y que pueden transmitirla) ni siquiera notan síntomas o molestias acusadas: esa es una de las causas de su alta RO (reproductibilidad o ritmo de reproducción). Se discute si es una enfermedad menos grave que la gripe común y, desde luego, tiene una tasa de mortalidad menor que otras epidemias (la tasa de muertos según casos comprobados). Es probable que incluso disminuya con la generalización de la transmisión comunitaria (mayor número de infectados, pero sin que podamos seguirlos a todos ni detectarlos, dada la levedad de los síntomas). El problema, como ya se ha dicho, ha sido la concentración en el tiempo de los enfermos y la ausencia de tratamientos. Esas son algunas de las características biológicas de esta nueva enfermedad.
A lo largo de la historia los seres humanos hemos sufrido diferentes epidemias y pandemias graves. Baste recordar la peste antonina, que en el siglo II se cobró más de cinco millones de víctimas; la peste de Cipriano, en el siglo III; la peste negra, que en el siglo XIV acabó con cerca del 40 % de la población europea (alrededor de 200 millones de muertos); la viruela, contagiada a aztecas y mayas, con más de 50 millones de muertos como resultado; el cólera durante el siglo XIX, también con millones de muertos; la gripe española de 1918, con entre 40 y 50 millones;2 el sida, con más de 30 millones y aumentando…
Durante el siglo XXI, sin embargo, las epidemias han tenido menos mortalidad mundial, tal vez por el desarrollo de los sistemas sanitarios e higiénicos en todo el globo. La epidemia del SARS, la gripe aviar, la gripe A, el cólera (endémico en varios países), el ébola en 2014, el síndrome respiratorio por coronavirus de Oriente Medio (2012-2015), el zika (2014), la tuberculosis… todas ellas han supuesto la muerte de varios millones de personas, aunque la pandemia de la COVID-19 pronto superará en morbilidad y mortalidad a cada una de ellas.
La diferencia más notable entre esta y otras epidemias anteriores tal vez consista en el peso que los componentes socioeconómicos y psicológicos están teniendo y en la rapidez de su conversión en crisis social.
Por un lado (véase la tabla 1 al final del capítulo) se trata de una epidemia que, al menos en sus inicios, ha afectado más a los países desarrollados y urbanizados del globo (China ha de ser considerada uno de ellos). Se trata de una pandemia del desarrollo, que azotó de entrada a los países con cierto desarrollo tecnológico. Su impacto acrecentado se debe a la particular combinación de epidemia y aislamiento social impuesto, y ello en sociedades desarrolladas, es decir con tupidas redes de contactos sociales y comunicacionales [42, 43, 123, 159].
En segundo lugar, es una pandemia reveladora. A pesar de los estados de emergencia sociales, aún siguen barajándose hipótesis diversas sobre el origen de la epidemia, su desarrollo y evolución… Como ante toda crisis en las sociedades tardocapitalistas, las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales difunden desde las fantasías más extremadamente conspiranoicas hasta las perspectivas más tecnocráticas, tampoco faltan, desde luego, perspectivas políticas, ideológicas, comerciales y financieras interesadas y perversas. Žižek [2, 160], además de otras aventuradas afirmaciones, ha sostenido que la actual expansión de la epidemia del coronavirus ha detonado las epidemias de virus ideológicos que estaban latentes en nuestras sociedades: noticias falsas financiadas al por mayor, teorías conspirativas paranoicas y explosiones de supremacismo y racismo. Sostiene que ha hecho saltar a primer plano el complejo tema de la información/desinformación/ocultación de datos y conocimientos en nuestros sistemas sociales, teóricamente «avanzados» y «democráticos», pero llenos de anomalías y distorsiones en este campo. En la era de la intercomunicación y de las redes sociales informatizadas globales, ¿cómo se están manejando esas redes, la información confidencial, la de espionaje y contraespionaje, la militar, la farmacéutica, la sanitaria, la información sobre nuestras vidas privadas…? Hay un virus que ha hecho salir todo esto a la luz, señal de que la zona vulnerable, la herida abierta, estaba muy en superficie, muy cerca de la «zona de contacto»; ha quedado patente que entre el big data y los virus ideológicos e informáticos no hay tanta distancia: forman parte de la misma estructura.
En tercer lugar, es una pandemia que pone de manifiesto la vulnerabilidad de los sistemas sanitarios, incluso los más desarrollados y sólidos. Es una pandemia de la vulnerabilidad sanitaria. Desde luego, es evidente que la pandemia ha llevado a una situación de saturación o «sobrecalentamiento» de tales sistemas sanitarios, sobre todo en los países del sur de Europa —y no digamos en los países «en desarrollo»—, países sometidos durante decenios a las medidas de austericidio y recortes. Así, ha obligado a replantearse cómo gestionar las crisis de sobrecarga de los sistemas sanitarios: organización, presupuestos, prioridades, necesidades tecnológicas, necesidades de los profesionales (formación, actitudes y aspectos emocionales a reforzar y entrenar), ética y bioética... [59, 107].
Otro aspecto de la vulnerabilidad sanitaria es que durante esta crisis, los trabajadores sanitarios de los servicios públicos han estado sometidos a una serie de circunstancias que desafían su salud, pero también sus capacidades de elaboración emocional, contención y resiliencia: sobrecarga y desbordamiento de la demanda asistencial, riesgo de infección continuado, equipos de protección personal insuficientes e incómodos, necesidad de proporcionar no solo atención sanitaria, sino también apoyo psicológico intensivo a pacientes y familiares, existencia de una gran presión emocional en las zonas de atención directa, dilemas éticos y morales, etc. [1, 54, 59, 63, 76, 123].
Es difícil saber aún, al menos cuantitativamente, cuál ha sido su repercusión en países con un sistema de salud menos organizado o...




