E-Book, Spanisch, 320 Seiten
Todorov / Jakobson / Eichenbaum Teoría de la literatura de los formalistas rusos
1. Auflage 2014
ISBN: 978-607-03-0524-5
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 320 Seiten
Reihe: lingüística y teoría literaria
ISBN: 978-607-03-0524-5
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
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Entre 1915 Y 1930 un grupo de jóvenes lingüistas y poetas rusos, ligado a los movimientos artísticos de vanguardia, revolucionó el campo de los estudios literarios. Ese laboratorio de experimentación crítica, que ha tenido vastas influencias en el desarrollo estructuralista posterior, modificó el modo de analizar las obras: desde entonces, el sentido de un relato o un poema no emana del proyecto biográfico o intelectual de su autor ni de la tradición literaria, sino de la construcción misma de ese texto, de las decisiones estilísticas y la organización interna que definen su forma. Este cambio de foco generó muchos rechazos y debates, a la vez que se convirtió en el punto de partida de la crítica literaria moderna.
Mi actitud frente a los formalistas rusos ha cambiado en diversas oportunidades, lo cual, después de todo, no es nada sorprendente pues se me volvieron íntimos hace más de veinte años. La primera impresión consistla en este descubrimiento: se podía hablar de la literatura en forma alegre, irreverente, inventiva; al mismo tiempo, sus textos trataban de aquello de lo que nadie parecía preocuparse y que, sin embargo, yo había creído siempre esencial, de aquello que se denominaba la 'técnica literaria', Fue esta admiración lo que me llevó a buscar texto tras texto y, luego, a traducirlos. En un segundo momento creí percibir en sus escritos la presencia de un proyecto 'teórico', el de la constitución de una poética que, sin embargo, no era forzosamente coherente ni se había realizado a fondo. Por último, en el curso de un tercer período, empecé a percibir a los formalistas como un fenómeno histórico: lo que me interesaba no era tanto el contenido de sus ideas como su lógica interna y su lugar en la historia de las ideologías.
Nació en Bulgaria en 1939 y emigró a París en 1963. Estudió filosofía del lenguaje con Roland Barthes e integró el círculo de estructuralistas franceses agrupados en torno a la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París a mediados de la década de 1960. Es autor de numerosas obras sobre literatura y ciencias sociales, y fue codirector de la revista Poétique. Se ha desempeñado como Director de Investigación Científica de Francia. Luego de un primer trabajo de crítica literaria dedicado a la poética de los formalistas rusos, su interés se extendió a la filosofía del lenguaje, disciplina que concibió como parte de la semiótica o ciencia del signo en general. Como ensayista, historiador y filósofo se ha interesado, además, en el análisis de la cultura y en temas como la democracia, la memoria histórica, el estudio del otro y la tolerancia.
Autoren/Hrsg.
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Hacia una ciencia del arte poética
Roman Jakobson
Era la época de los jóvenes experimentadores en las artes y en las ciencias. En el curso del invierno 1914-1915, algunos estudiantes fundaron el Círculo Lingüístico de Moscú bajo los auspicios de la Academia de Ciencias; dicho círculo se dedicaba a promover la lingüística y la poética, como lo decía el programa que sus organizadores sometieron al secretario de la Academia, el célebre lingüista Shajmatov. A la iniciativa de O. Brik, apoyado por un grupo de jóvenes investigadores, debemos la publicación de la primera antología colectiva de estudios sobre la teoría del lenguaje poético (Petrogrado, 1916) y luego, a comienzos de 1917, la formación de la nueva Sociedad de Estudio del Lenguaje Poético, que sería designada más tarde con la abreviatura Opoiaz y que colaborará estrechamente con el Círculo de Moscú. El aspecto lingüístico de la poesía fue puesto deliberadamente de relieve en todas estas empresas. En esa época comenzaban a abrirse nuevos caminos en la investigación de la lengua; el lenguaje de la poesía era el que se prestaba más para ello porque este dominio, descuidado por la lingüística tradicional, permitía salirse de las huellas de los neogramáticos, y además porque la relación entre medios y fines, así como del todo con las partes, o sea entre las leyes estructurales y el aspecto creador del lenguaje, se encontraban más al alcance del observador en el discurso poético que en el habla cotidiana. Por otro lado, el denominador común de las bellas letras —la impronta de la función poética en su estructura verbal— aportaba una dominante neta en el conjunto de los valores literarios; la historia de la literatura se encontraba dotada de un hilo conductor y prometía unirse a las ciencias nomotéticas. La significación primordial del término poesía en griego antiguo es “creación”; en la antigua tradición china, shih (“poesía, arte verbal”) y chich (“finalidad, designio, fin”) son dos nombres y conceptos estrechamente vinculados. Ese carácter netamente creador y finalista del lenguaje poético es el que trataron de explorar los jóvenes rusos. El “formalismo”, una etiqueta vaga y desconcertante que los detractores lanzaron para estigmatizar todo análisis de la función poética del lenguaje, creó el espejismo de un dogma uniforme y consumado. Sin embargo, como repetía B. Eichenbaum, todo movimiento literario o científico debe ser juzgado ante todo sobre la base de la obra producida y no por la retórica de sus manifiestos. Desgraciadamente, al discutir el saldo de la escuela “formalista” hay una inclinación a confundir los eslóganes pretenciosos e ingenuos de sus heraldos con el análisis y la metodología innovadores de sus investigadores científicos. La búsqueda progresiva de las leyes internas del arte no eliminaba del programa de estudio los problemas complejos de la relación entre ese arte y los otros sectores de la cultura y de la realidad social. Es evidente que entre los investigadores de estas leyes inmanentes nadie había tomado en serio los folletines que lamentaban las discrepancias en el seno de la Opoiaz y anunciaban, para impresionar al lector, que “en el arte, libre desde siempre con respecto a la vida, el color de la bandera que corona la fortaleza no puede ser reflejado de ninguna manera”. Pero los que polemizaban contra el “método formal” solían aferrarse, precisamente, a estas boutades. Sería igualmente erróneo identificar el descubrimiento e incluso la esencia del pensamiento “formalista” con los vacuos discursos sobre el secreto profesional del arte, que consistiría en hacer ver las cosas desautomatizándolas y volviéndolas sorprendentes (ostranenie), mientras que en realidad el lenguaje poético opera un cambio esencial en las relaciones entre el significante y el significado, así como entre el signo y el concepto. Evidentemente, el desarrollo internacional del análisis estructural en lingüística y en las otras ciencias sociales en el curso de la época siguiente aportó numerosas correcciones a las hipótesis preliminares, nuevas respuestas a los problemas anteriores y planteó numerosos problemas imprevistos. Debe reconocerse, sin embargo, la contribución sustancial de los pioneros rusos de los años 1910-1920, en el dominio de la poética, al progreso del pensamiento científico en lo que concierne a la lengua en la diversidad de sus funciones. Estas ideas vivificadoras se difundieron mundialmente, sobre todo por intermedio del grupo ruso-checo formado en Praga en 1926, a imagen del Círculo moscovita. Quiero citar aquí a uno de los más finos y serios representantes del equipo, B. Tomashevski, quien, en ocasión de nuestro último encuentro en Moscú (1956), me hizo observar que las ideas más osadas y estimulantes del movimiento permanecen aún en la sombra. Podrían citarse las penetrantes consideraciones sobre la correlación de las funciones referencial y poética o sobre la interdependencia de la sincronía y la diacronía y, ante todo, sobre la mutabilidad, desconocida de ordinario, en la jerarquía de los valores. Los trabajos que extendían los principios sintácticos al análisis de enunciados completos y de su intercambio dialógico han llegado a uno de los mayores descubrimientos de la poesía rusa: el de las leyes que rigen la composición de los temas folclóricos (Propp, Skaftymov) o de las obras literarias (Bajtín). Desde el comienzo, las cuestiones teóricas retuvieron la atención de los investigadores, como lo señala el título de sus primeras publicaciones. Pero si bien no faltan las tentativas de hacer un balance de la doctrina (tal como el meditado libro de Engelgardt), lo que permanece como más significativo de los “formalistas” es la discusión, tanto la oral como la reflejada en sus escritos. Se encuentra allí la complementariedad necesaria de las diversas perspectivas, tal como se ha manifestado en los diálogos de Platón y erigida en principio en la concepción fundamental de Niels Bohr. El encuentro de los analistas del arte poética con sus maestros es lo que pone a prueba la investigación y la enriquece: no por azar el Círculo lingüístico de Moscú contó entre sus miembros a poetas como Maiakovski, Pasternak, Mandelshtam y Aseiev. En la crónica de los debates en el Círculo de Moscú y en la Opoiaz, tal vez los más encarnizados y sugestivos son los que conciernen a la relación entre las propiedades puramente lingüísticas de la poesía y aquellos caracteres que trascienden los límites de la lengua y pertenecen a la semiología general del arte. Los años veinte dieron a los estudios rusos de poética una fuerte envergadura. La investigación, la enseñanza, la lista de los autores, de las publicaciones, de institutos consagrados al estudio de la poesía y las otras artes, de cursos y conferencias, se acrecentaron constantemente. La crisis de crecimiento era inminente. El desarrollo constante de la poética exigía un nueva impulso de la lingüística general, que era tan sólo embrionaria. Pero esta inhibición temporaria se transformó en un letargo de larga duración. “La interrupción prolongada en el estudio del lenguaje de las bellas letras en su carácter de fenómeno estético”, como lo señala una publicación reciente de la Academia de Ciencias de la URSS, “responde menos a la lógica interna del proceso del conocimiento que a las limitaciones extrínsecas al pensamiento científico”. El carácter de estas barreras ha sido evidenciado por el eminente poeta S. Kirsanov en el primer Congreso de Escritores soviéticos (Moscú, 1934): No se pueden tocar los problemas de la forma poética, de las metáforas, de la cima o el epíteto, sin provocar la respuesta inmediata: ¡detened a los formalistas! Todo el mundo está amenazado de ser acusado del crimen formalista. Este término se ha transformado en un punching-ball para ejercitar los bíceps de los críticos. Toda mención de la “figura fónica” o de la “semántica” es automáticamente seguida por un rechazo: ¡Al formalista! Ciertos críticos caníbales han hecho de este santo y seña un grito de guerra para defender su propia ignorancia en la práctica y en la teoría del arte poética y para arrancar el cuero cabelludo a cualquiera que ose perturbar el wigwam de su...