E-Book, Spanisch, Band 10, 384 Seiten
Vidal Fernández La casa del miedo
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-8468-910-2
Verlag: Universidad Pontificia Comillas
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Liberación de la prostitución extrema
E-Book, Spanisch, Band 10, 384 Seiten
Reihe: Biblioteca Comillas. Ciencias sociales
ISBN: 978-84-8468-910-2
Verlag: Universidad Pontificia Comillas
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Este libro trae a nuestras manos historias de naufragios personales que raramente salen a la luz, relatos de violencia y sufrimiento que padecen, a diario, las mujeres prostituidas. En él se hace un recorrido analítico de las principales problemáticas transversales asociadas, a través de los casos reales de nueve mujeres que han compartido el relato de sus experiencias vitales tras haber padecido la lacra de la prostitución y el proxenetismo, que ya es considerada por muchos expertos como una forma más de esclavitud, en pleno s. XXI, de las que, por suerte, en algunos casos, emana un rayo de esperanza en la capacidad de superación humana.
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INTRODUCCIÓN
INTRODUCCIÓN
«Estoy diciendo la verdad de mi vida, lo que pasó…
Le quiero decir al que me va a escuchar a mí
que gracias por escuchar
y si en algún momento puede apoyar
o echar una mano a estas mujeres, que lo haga.
Porque hace falta. Y nada más»
Portia Millais
Sean nuestras primeras palabras en este libro para agradecer vivamente la colaboración de la Fundación Serra & Schönthal –entidad social de las Hermanas Oblatas y la Familia Oblata–, en el trabajo de campo de esta investigación. También expresamos nuestro agradecimiento al patrocinio de la Fundación Casa de la Familia en la edición de esta obra. Vaya nuestra enorme gratitud principalmente a todas las mujeres que, padeciendo el impacto de la prostitución extrema, han tenido el coraje y generosidad de confiarnos sus historias de vida.
Una de nuestras entrevistadas, tras haber sufrido su experiencia de prostitución extrema, sostiene con firmeza que la prostitución es una modalidad de esclavitud. Tanto cuando la persona enajena su cuerpo para que el otro lo posea totalmente, también nos inclinamos por poder conceptualizarlo como una modalidad de esclavitud, aunque temporalmente y con ciertos límites contractuales se ceda algo consustancial e inalienable del ser humano como su cuerpo convertido en objeto.
Los burdeles, moteles, habitaciones, coches, callejones o solares abandonados en que las mujeres son prostituidas no son, como suele decirse con una frívola crueldad, casas de placer, sino que son casas del miedo, un lugar donde otros eligen que uno sea nada, desaloje su cuerpo para que otro pueda ejercer poder sin límites ni testigos: ni la propia conciencia de la mujer prostituida puede dar señales de estar presente, debe escindirse, enmascararse tras una actuación dramática y esconderse para que los poseedores no la encuentren porque también la poseerán.
El propio cuerpo de cada mujer prostituida se convierte en una casa del miedo. Miedo hasta de una misma. Todas y cada una de las personas entrevistadas confiesan que han pensado e incluso intentado suicidarse en una o más ocasiones en el curso de su prostitución. Todas han sufrido profundas depresiones. La violencia está omnipresente en todas sus formas, desde la violación hasta el intento de asesinato a los clientes, en drogadicción como autoviolencia o el aborto de bebés que no cesarán de recordar. La prostitución es la casa del miedo. Una y otra vez nos lo vamos a encontrar en las historias de exclusión y prostitución extrema que en esta investigación recuperamos del olvido.
El lector que se adentre en esta navegación por este río tenebroso va a contemplar el patetismo y crudeza del mal, pero también la invencible resistencia de la luz interior del ser humano, incluso cuando su llama ha sido una y otra vez quebrantada. El espíritu humano es una luz que puede empequeñecerse, pero no se puede romper.
Conoceremos cómo es posible que una madre te entregue con doce años a un proxeneta para que te enseñe lo que debes saber hacer como prostituta. Contemplaremos a una víctima de trate que es encerrada en un prostíbulo aislado en un monte y rodeada de perros enfurecidos. Sentiremos cómo se trata a seres humanos como animales, juguetes rotos, cómo las mujeres no logran contener las ganas de vomitar mientras tienen a alguien indeseable dentro, cómo te rompen por un lado y otro y tú sientes que cada vez eres menos y para ellos no eres nadie ni nada y cuanto menos seas para ti, mayor valor tendrás para ellos. Y cómo los proxenetas te meten una paliza que no deje marca para que te dejes forzar sin ningún escrúpulo y sacar más dinero de ti. Veremos cómo tú corres todo lo que puedes para pagar una deuda que cada vez se aleja más de ti y acabas prostituyéndote estabulada. La prostitución ha lacerado profundamente el modo de entender y vivir el amor, en quien ya ninguna de nuestras protagonistas ha vuelto a creer, o no sin rebajarlo mucho y nunca dejar de desconfiar. El sufrimiento golpea en los últimos tejidos de cada persona, allí donde reside lo que nos hace humanos y entre tanta negrura, la inextinguible luz rota no cesa de alumbrar lo más esencial.
Este libro es un milagro porque trae a nuestras manos historias de naufragios personales que raramente salen a la luz, sino que quedan hundidas en el olvido de la historia. Estas páginas están llenas de relatos de violencia y sufrimiento, pero lo más sobrecogedor no es ese dolor, sino la esperanza del ser humano que resiste y pugna por vivir incluso bajo las circunstancias más adversas. Debemos tener memoria no solo para no excluir doblemente a las víctimas –a las que se les niega el recuerdo de su dolor–, sino para poder aprender las enseñanzas que destilan de sus vidas y la esperanza que muchas de ellas han logrado hacer brillar en lo más oscuro de lo que Joseph Conrad llamó el corazón de las tinieblas y que no está remontando el río Congo, sino bajando nuestras calles. Si no somos comunidad de memoria, no podremos ser comunidad de esperanza para ellas ni para todos.
La memoria de Joy
La historiadora social australiana Raelene Frances comienza y termina su libro de 2007 Selling Sex con una anécdota que ilustra la necesidad de hacer emerger la historia escondida y estigmatizada de la prostitución. En 1995, el South Sydney Council instaló la estatua de una prostituta –cuyo nombre era simplemente Joy– en East Sydney –en la esquina formada por Yurong Street y Stanley Street–. La estatua no había sido comisionada por ninguna institución u organización, sino que era donación de la escultora, quien además era vecina de esas mismas calles. La escultora Loui Fraser había visto un hexágono vacío en la confluencia de las calles Stanley y Yurong y pensó que encima de dicha base faltaba una estatua. «Su intención fue pagar tributo a los millares de mujeres que históricamente habían vendido servicios sexuales en aquella área» (Frances y Kimber, 2008, p. 81).
La obra fue creada con recursos pobres: cemento, polvo de mármol y acero fueron los materiales necesarios para darle forma a aquella mujer. Al principio, la escultora pensó en titular la obra «One Who Waits» pero al final «Joy» le pareció un título más ambiguo y aceptable.
Loui Fraser, no tomó la figura y rasgos faciales de ninguna mujer concreta, sino que se inspiró en la realidad que él conocía. No obstante, consciente o inconscientemente, la estatua sí se parecía a una chica real. Eso es lo que descubrió una mujer llamada Wendy. Su hija –llamada Lisa– acababa de morir en el hospital condal de New South Wales y al regreso del funeral, se encontró la estatua de Joy en la calle, cerca de su hogar, con facciones muy similares a las de su hija –tanto que ella interpretó que era una efigie de su hija en forma de prostituta–.
Su reacción fue de indignación, fue a su casa, tomó un martillo y destruyó todo lo que pudo antes de que una patrulla de policía se la llevara detenida. «Cuando Loui habló más tarde con la madre sobre lo que había hecho, descubrió que la chica había sido realmente trabajadora sexual en Sydney durante muchos años. De hecho, había sido introducida a ese empleo por su madre, quien había sido la dueña de un burdel» (p. 1). La estatua de Joy le había recordado vívidamente a su hija Lisa, la cual había fallecido de una enfermedad letal tras muchos años de adicción a la heroína.
En los últimos años, Lisa había renunciado a prostituirse y había intentado montar con su pareja un pequeño negocio artesano de caballos en miniatura. Wendy sentía una profunda culpabilidad por la muerte de su hija ya que ella le había metido en ese mundo. Loui Fraser renunció a presentar cargos contra Wendy por los daños que causó a la obra. Tras su conversación con Fraser, Wendy se pacificó mucho interiormente y llegó un momento en el que la estatua adquirió un significado bien distinto pare ella. Es como si desde ese parecido con la escultura, su hija Lisa le estuviera diciendo, –It’s OK, Mum–. «Para Wendy, Joy llegó a ser un genuino memorial, un verdadero lugar donde el corazón les ofrecía a ambas un foco para el dolor y un camino para la reconciliación con su culpa» (Frances y Kimber, 2008, p. 82). Wendy se convirtió en la mayor defensora de la estatua de Joy.
Pero la reacción de Wendy no había sido la única entre los vecinos de Joy, la estatua callejera. Muchos residentes locales hallaron que la estatua era un mal recuerdo de los «viejos malos tiempos», cuando esa parte de Sydney era conocida mejor por sus prostitutas callejeras que por los atractivos restaurantes de la actualidad.
Uno de los vecinos contrarios declaró: «Todo el mundo sabe lo que pasó, pero ¿quién quiere acordarse de eso?» (Frances y Kimber, 2008, p. 83). Otros residentes que tenían hijos protestaban porque cuando pasaban con ellos, les pedían explicaciones sobre quién era aquella mujer, y los padres tenían que hacer oídos sordos y disimular. Una vecina propuso que se quitara y en su lugar se instalara una estatua de los soldados veteranos. Sin embargo, el Sex Workers Outreach Project sentía que se había hecho justicia con la estatua de Joy y el reconocimiento dado a las mujeres prostitutas. Otro prisma del fenómeno lo ofrecían los turistas, quienes se detenían a hacerse fotos con ella, sonriendo del brazo de una prostituta. Para ellos era una gracia, un guiño pícaro y folclórico. Finalmente, también existían algunos vecinos que acogieron positivamente a Joy porque representaba parte de lo que...




