Abraham / de Mori / Knauss | Animales y teologías | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 160 Seiten

Reihe: Concilium

Abraham / de Mori / Knauss Animales y teologías

Concilium 397
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-9073-827-6
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Concilium 397

E-Book, Spanisch, 160 Seiten

Reihe: Concilium

ISBN: 978-84-9073-827-6
Verlag: Editorial Verbo Divino
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Los artículos de este número se adentran en la necesaria reconsideración que se está produciendo en el pensamiento actual (también en el teológico) sobre las relaciones entre los animales humanos y los no humanos. El tradicional dualismo humano-animal interactúa y refuerza otros, como los que clasifican los géneros, las razas, etc., apuntalando relaciones de poder, opresión y marginación. La reconsideración teológica de los animales no humanos consiste en reflexionar críticamente sobre las limitaciones impuestas por estas formas de pensamiento, y recurrir a recursos que puedan ayudar a desarrollar nuevas formas de conocer el mundo, a otros seres y a nosotros mismos como animales humanos dentro del horizonte del amor de Dios.

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EDITORIAL
En plena preparación de este número para su publicación, una curiosa sucesión de noticias en la página web del diario alemán Sueddeutsche Zeitung llamó la atención de uno de nosotros: justo debajo de cada una de ellas había un reportaje —más bien, una necrológica— sobre la muerte de la rata gigante Magawa, que fue entrenada para encontrar minas terrestres y cuyo trabajo en Camboya, donde encontró más de cien minas y otros explosivos, fue honrada con una medalla de oro («la Cruz de San Jorge de los animales») de la organización benéfica británica PDSA. El tono de admiración del artículo, el hecho de que la rata haya sido premiada con una medalla, la aparente tristeza con la que se anunció su fallecimiento y el luto de la ONG que la entrenó (señalando que murió en paz) hablan de una comprensión de los animales —o, al menos, de Magawa— como sujetos capaces de relacionarse, de sentir, de ser intencionados y de tener valor1. La otra noticia informaba del éxito del trasplante del corazón de un cerdo a un cuerpo humano (el paciente murió más tarde, en marzo de 2022), celebrado como un gran hito en la medicina de los trasplantes y un signo de esperanza para todos los seres humanos que esperan un órgano de un donante: quizás en un futuro próximo, los órganos (corazones, hígados, riñones, etc.) podrían cultivarse en animales y recogerse para ser utilizados para curar a seres humanos2. El artículo se centra en celebrar el logro científico, pero no se detiene a considerar las implicaciones éticas de criar animales con el único fin de cultivar órganos que luego podrían utilizarse para sustituir órganos humanos dañados, salvando vidas humanas a costa de la vida de un animal. En marcado contraste con el artículo sobre la rata Magawa, el cerdo al que se le extrajo el corazón permanece sin nombre, no se le atribuyen sentimientos, ni siquiera un sentido de autosacrificio por el bien mayor de la vida humana, ¿y eso no sería digno de una medalla? En lugar de un ser un sujeto, el cerdo es visto como una colección de piezas de repuesto: un corazón, un hígado, un riñón, unidos por la piel y los músculos, para ser utilizados cuando surja la necesidad (humana). Por supuesto, esto no difiere de la forma en que se ve a los animales en la agricultura industrializada: una colección de piezas —pecho, costilla, lomo, pierna— producidos para la nutrición y el disfrute (y a menudo, la glotonería) de los seres humanos con generalmente muy poca consideración del bienestar del sujeto animal. Estos dos informes, colocados uno al lado del otro, ilustran la ambivalente relación que los humanos tienen con otros animales con los que compartimos la vida en este planeta; una ambivalencia que se refleja tanto en nuestra vida cotidiana como en los estudios sobre los animales. Algunos animales son tratados como miembros de nuestra familia, reconocemos en ellos a nuestros compañeros, experimentamos una relación con ellos, reconocemos su conocimiento, su placer, su dolor, quizás incluso su espiritualidad. Otros animales, sin embargo, se consideran poco más que cosas, objetos insensibles, que se utilizan para satisfacer las necesidades de los humanos, a las que se da prioridad sobre todos los demás seres. Muchos de nosotros nos habremos preguntado si nuestras mascotas tienen alma o espíritu. Y muchos de nosotros nos habremos preguntado, quizá con cierta incomodidad, si los animales que son sacrificados a diario en nombre del deseo y la necesidad humana también tienen alma. Si bien los estudiosos de la biología y la reflexión filosófica han reconocido la subjetividad de los animales y han ofrecido formas de pensar en las vidas de los animales como significativas en sí mismas (y no solo con respecto a cómo sirven a la vida humana), como muestran Simone Horstmann y Roberto Marchesini en sus contribuciones, las consecuencias éticas concretas y las implicaciones teológicas de pensar en los animales como sujetos de vidas significativas son menos claras y a menudo permanecen subdesarrolladas. Parte del problema podría ser que los animales enraízan y relativizan el sentido humano de ser seres excepcionales en la creación. Al mismo tiempo que sienten un sentimiento de parentesco con los animales, los seres humanos consideran su sentido del «más allá» y su capacidad de autorreflexión como algo que los diferencia de los demás animales. Por otro lado, la capacidad de los animales de responder y empatizar con los seres humanos crea un sentimiento de asombro en nosotros, invitándonos a menudo a reconocer cómo nosotros también somos animales y compartimos toda la vida de la creación. Es evidente la variedad de respuestas afectivas que los seres humanos tienen hacia los animales, desde el parentesco, el asombro, la apatía, el asco y el miedo. Dado que las relaciones de cercanía o diferencia con los animales varían considerablemente, podemos sentirnos cerca de nuestras mascotas e imaginar nuestra relación con ellas como comunicativa, empática y de cuidado mutuo. Pero ¿hasta qué punto nos sentimos cerca del mosquito que zumba alrededor de nuestras cabezas en una cálida noche de verano, de una hiena que se atiborra de carroña o de una cucaracha que corretea por una habitación? Es importante tomar en serio estas gradaciones de similitudes y diferencias sentidas, así como las diversas formas de ser animal, para evitar una visión reductora de los animales y desarrollar una comprensión matizada de las complejidades de los problemas que se nos presentan. Al considerar estas cuestiones éticas y existenciales, a menudo parece como si la dignidad de los animales humanos y no humanos fuera una cuestión de suma cero: más dignidad para los animales no humanos significa menos dignidad para los animales humanos; defender el bienestar de los animales en las granjas o los mataderos resta atención a los derechos de los trabajadores, en su mayoría mal pagados y que trabajan en condiciones peligrosas y deshumanizadas. Pero ¿es así? ¿No podría una forma de pensar en los animales no humanos y humanos como si todos compartieran una vida interrelacionada, y como sujetos sensibles abiertos a la relación, fomentar formas de pensar en una vida mejor (y a veces en la muerte) para todos los animales, humanos y no humanos por igual? Del mismo modo, considerar los dones únicos de los animales no humanos puede verse como una amenaza a la singularidad humana. Pero ¿es necesariamente así? ¿La singularidad implica necesariamente exclusividad y superioridad, y la dignidad es un recurso limitado? ¿No podríamos pensar que los animales no humanos son también seres únicos, como sostiene Margaret Adam en su contribución, que disfrutan de relaciones únicas y particulares con los demás y con Dios en sus propias formas de ser, que no van en detrimento de la relación humana con Dios, también única dadas las capacidades particulares de los animales humanos para relacionarse? Estas cuestiones ponen de manifiesto los límites del pensamiento dualista y jerárquico que ha dado forma a gran parte de la erudición occidental, incluida la teológica cristiana, y las consiguientes incoherencias de nuestro pensamiento con y sobre los animales —humanos y no humanos— y nuestras relaciones entre ellos. El pensamiento dualista divide al ser en las categorías mutuamente excluyentes de humano vs. animal, intelecto vs. instinto, cultura vs. naturaleza, sin tener en cuenta la diversidad dentro de estas categorías (expresada en el uso de «animal» en singular que hace invisible la increíble variedad entre los animales) y las continuidades entre los seres. Además, el dualismo humano-animal interactúa y refuerza otros, como los que clasifican los géneros, las razas, etc., apuntalando relaciones de poder, opresión y marginación. La combinación de las clasificaciones dualistas de los seres con las clasificaciones jerárquicas de los órdenes del ser, con los humanos en la cúspide, conducen a una ontología y a una ética consecuente que dependen menos de las diversas condiciones de existencia y de las necesidades de los distintos tipos de animales que de su relación percibida de uso o cercanía con los humanos. En sus contribuciones, Carlos Naconecy y Magfirah Dahlan rastrean algunos de los argumentos utilizados en los debates éticos en torno al uso de animales con fines de nutrición, avances médicos, compañía o entretenimiento. La tradición teológica ha reforzado en muchos sentidos estas formas de pensamiento, que hacen difícil, si no imposible, imaginar que los animales humanos y no humanos existan en un continuo del ser y en una red de relaciones compartida. La jerarquía del ser recibe una legitimación divina en el orden de la creación, con los humanos justo por debajo de lo divino y, como «imagen de Dios», representando la divinidad en relación con el resto de la creación. Y aunque en Cristo se supera el dualismo de lo divino y lo humano (aunque con grandes dificultades conceptuales tanto para los pensadores patrísticos como para los contemporáneos), sigue siendo la excepción a la regla de no confusión de naturalezas (divina, humana o animal). Así pues, parte de la tarea de la reconsideración teológica de los animales no humanos consiste en reflexionar críticamente sobre las limitaciones impuestas por estas formas de pensamiento, y recurrir a recursos que puedan ayudar a desarrollar nuevas formas de conocer el mundo, a otros seres y a nosotros mismos como animales humanos dentro del horizonte del amor de Dios. Los puntos de vista indígenas sobre el inter-ser y la inter-dependencia de los animales humanos y no humanos son, por lo tanto, una rica fuente para renovar las...



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