E-Book, Spanisch, 278 Seiten
Albahari Canción muda
1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-16320-18-9
Verlag: Baile del Sol
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 278 Seiten
ISBN: 978-84-16320-18-9
Verlag: Baile del Sol
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
David Albahari (Pe?, Yugoslavia, 1948) es probablemente el prosista en lengua serbocroata vivo más relevante. Comenzó su andadura literaria en 1973 con un libro de cuentos, Tiempo familiar (Porodi?no vreme), género en el que ha brillado especialmente a lo largo de quince libros, incluyendo varios de micronarrativa. Ha escrito asimismo trece novelas y es un autor plenamente reconocido en el área cultural centroeuropea. Ha dejado testimonio del holocausto judío y sus huellas en los Balcanes, que se cebó especialmente con su familia, en novelas como El anzuelo (Mamac ) o Goetz y Meyer. En 1991, presidiendo la federación de comunidades judías de Yugoslavia, colaboró en la coordinación de la evacuación de judíos de Sarajevo. De 1994 a 2013 vivió en la ciudad canadiense de Calgary, donde creó cualitativa y cuantitativamente la parte más importante de su obra. Recientemente ha vuelto a Belgrado, a su domicilio familiar de Zemun, centro gravitatorio de algunas de sus mejores historias.
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Prólogo
1–. David Albahari, contador de historias
David Albahari es un escritor posmoderno. D. A. es un escritor de su tiempo. D. A., además, es un escritor divertido. Nunca renunció al sector joven de entre sus lectores –potenciales–, por más que cada vez que se refiere a la potencialidad del lector de su obra y a la finalidad de la misma, suele comentar que primero escribe por y para él, para su propia satisfacción. Aunque luego lo desmienta con otras declaraciones en una dirección distinta: la obra sólo se llega a concretar y se vuelve plena de sentido en el acto de lectura. Y por la propia praxis de su obra, sobre todo de su narrativa en la pequeña dimensión del relato corto, donde es maestro, y actúa como tal, pero también, simultáneamente, como colega de correrías narrativas o autor vitalmente cómplice con el lector aprendiz y curioso. Este es el perfil apresurado e imperfecto de un escritor definido por una estética pluridimensional; deudor, amante y practicante del fragmentarismo: D. A.
2–. D. A., poéticas del relato
En D.A. las poéticas del relato son múltiples, no son monótonas ni unívocas: tienden a la multiplicidad –de recursos y puntos de vista– y a la pluralidad –de voces, texturas y técnicas.
Podíamos, en la brevedad que exigen estos párrafos introductorios, tratar de definir un cierto núcleo configurativo en la obra narrativa –especialmente cuentística, la aquí representada– de Albahari tomando como referencia un relato hiperbreve de Jacques Sternberg: «Nada», de la serie Relatos glaciales, escritos entre 1948 y 1973. Este belga de familia judía de origen ruso, cuyo destino familiar, como el de Albahari, está marcado por el nazismo, la II G.M. y los campos de exterminio, dio un título a este relato que define en ultimísima instancia la vocación narrativa albahariana y su poética, encaminada a un silencio concluyente y definitivo. «Nada» comienza así:
«La escena no representa nada. La acción no transcurre en ningún lado. Por lo demás, ni siquiera hay acción. De igual forma no hay ni personajes. Es comprensible, pues no tienen nada que decir.»
Y su último párrafo, de apenas cuatro muy breves de que consta el texto, sentencia:
«En lo concerniente al autor que esta misma mañana había decidido escribir la obra, ha muerto por la tarde.»
Este es el ideal narrativo de D. A. encerrado en las enigmáticas y juguetonas líneas del anterior relato. De hecho, el propio D. A. tiene a su vez un microrrelato de similar factura –homenaje poco encubierto– titulado «Cuento no escrito» en el que describe su «mejor cuento nunca escrito». En él escribe:
«Mis esfuerzos como escritor debían ir encaminados a la descripción de esa perfección del silencio, a una descripción perfecta, mejor dicho, pues ninguna otra hubiera valido.»
Silencio al final de todo. La realidad es, como la definiera antaño el sofista Protágoras, si es que esta existe, cosa de la que cabe dudar, imposible de representar mediante palabras. Esa es la estela narrativa de Stenberg y de Albahari, cada uno por sus respectivos caminos y modernísimos procedimientos de transposición textual, microformas o polifonismo.
3–. D. A., exiliado voluntario o judío errante
En una entrevista que D.A. recuerda a menudo, un periodista canadiense le insiste en los motivos de su cambio de residencia de una Yugoslavia en pleno y acelerado proceso de desintegración a la plácida y multicultural ciudad canadiense de Calgary en 1994. El motivo es en principio fortuito: la estadía anual por una beca de escritura y la prolongación de la residencia de la familia Albahari en Canadá debido a la circunstancias laborales de la esposa del escritor. El entrevistador insiste en los conceptos de exiliado –¿judío errante?–, cosa que el autor niega por activa y por pasiva. Este finalmente, sintiéndose poco menos que asediado accede a reconocer que vive en una especie de exilio voluntario, y el tono serio y aburrido del entrevistador se torna de repente en un interés propio de sabueso periodístico, como si la mención del término «exilio» tuviera consonancias mágicas y el propio autor se retratara así «involuntariamente», como un exiliado que no quiere confesar que lo es. En ese momento, el entrevistador procede a prolongar una conversación moribunda y le ofrece que pida algo de beber. Esta es la anécdota recordada en numerosas ocasiones por D. A. Sin embargo, él nunca se ha sentido exiliado –a pesar de haber organizado y coordinado la evacuación de la población judía de la ciudad de Sarajevo durante su agónico y largo asedio. Vive entre Calgary y Belgrado, tiene nacionalidad canadiense y serbia y jamás ha renunciado a escribir en su idioma materno, a pesar de haberse curtido como escritor traduciendo autores contemporáneos de la literatura en lengua inglesa (Nabokov, Naipaul, Coover, Pynchon, Vonnegut…).
4–. El Otro. Representación y verdad. Límites
En buena cantidad de los relatos que forman parte de este libro, el tema de fondo es la representación, la confrontación y el deseo –infructuoso la mayor parte de las veces– de compartir un mundo común y una experiencia vital fecundada de alteridad, invadida por la enigmática y atrayente figura del Otro.
Como integrante de una minoría –judía– en un entorno geográfico-cultural donde la ascendencia, filiación y raíces son un asunto siempre presente, a menudo de manera incandescente y trágica –o las consecuencias de un irracional abuso de estos rasgos definitorios en el plano étnico, o etnicista, más bien habría que decir–, D. A. fagocita estas obsesiones sociales de esta parte de los Balcanes y de manera natural aparecen dispersas en sus textos narrativos.
En los cuatro primeros cuentos (pertenecientes a tres libros distintos) aparecen pequeños detalles que apuntan en esa dirección, encarnados en elementos rescatados a menudo por el recuerdo de un Albahari que vivió en su infancia y adolescencia en el medio de la decadente y venida a menos comunidad judía de Yugoslavia. Esa pertenencia a un grupo minoritario y su relación con un entorno del que no por ello se siente menos parte, aunque a veces el conflicto llega, o la diferencia, como en los propios rasgos incluso físicos, simbolizados por el pene infantil marcado por su circuncisión, diferente al de sus compañeros, son parte intrínseca de la vida de la comunidad a la que el autor pertenece, y el reflejo queda ahí transpuesto en el orden narrativo de algunos de los relatos.
Pero la otredad, en referencia al epígrafe anterior, la ha vivido el propio Albahari en otro tipo de comunidad con la que sin duda ha tenido continuado contacto y puede de hecho ser adscrito a ella sin mayor problema en prácticamente los poco menos de veinte años que el escritor lleva viviendo en Canadá con su familia. Hablamos en este caso de la numerosa comunidad de personas de la antigua Yugoslavia que por motivos diversos y comprensibles ha emigrado a países de otra tradición, lengua y cultura, como Canadá, donde el propio Albahari ha experimentado su desarraigo y renuencia a ser culturalmente absorbida por las pautas culturales del país receptor. Un relato como «Loco país» relata la experiencia de desarraigo y resistencia cultural y lingüística de estas comunidades de balcánicos expatriados de manera muy vívida y excéntrica. En una sola, delirante y polifónica frase, además. «Otro idioma», relato con sorpresa final, aunque de escritura más reposada y hasta genérica –la sorpresa final la dicta, o dicta éste a aquella, el propio género– lo protagoniza un personaje con las características comentadas de reciente inmigrado a tierras canadienses, precisamente a la ciudad de Calgary, residencia de los Albahari.
Y finalmente, está la tercera situación rastreable en los relatos de Albahari. La tentativa de comunicación de otredad a otredad, la caída al vacío de la pertenencia y la mutación de los cánones tradicionales de conceptuación y representación en las sociedades occidentales contemporáneas, encarnado todo ello en el emotivo círculo que se crea en el cuento «Aprendizaje de cirílico» entre el narrador, un inmigrante serbio en Canadá que ejerce en la escuela parroquial como profesor de su lengua materna, el pope ortodoxo que dirige la parroquia (cotéjese con el protagonista de «El Papa») y un indio autóctono canadiense. El triángulo de relaciones humanas que se establecen en el relato, la breve pero intensa ilusión de intercomunicación –aunque al final, como casi siempre en Albahari solo nos quede el silencio–, la ilusión de identificación con el Otro, como individuos que viven en los márgenes de una sociedad a la que solo parcialmente sienten que pertenecen, hacen de él en la modesta opinión del autor de estas líneas introductorias, un relato magistral donde se entrecruzan como clave de bóveda los elementos más perdurables y literariamente consecuentes del universo creativo de Albahari. En «El indio de la plaza olímpica» aparece una ecuación similar, esta vez en forma de binomio de donde el pope se cae y el relator y el indio no son ya los mismos.
En relación a este último punto, Derrida da unas cuantas claves que deberíamos tener en consideración al tratar este punto de la narrativa albahariana. Cuando hablamos de la función conceptual-narrativa del indio o ciudadano nativo y su especial relación con el personaje-narrador que actúa en clave de alter ego del autor como un inmigrante de última generación a un país altamente desarrollado como Canadá desde una Europa o un parte de Europa fracasada y hecha añicos, debemos recordar...