Alberdi / Terán | Obras políticas | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 4, 226 Seiten

Reihe: Pensamiento

Alberdi / Terán Obras políticas


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9007-372-8
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 4, 226 Seiten

Reihe: Pensamiento

ISBN: 978-84-9007-372-8
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Las Obras políticas de Juan Bautista Alberdi se centran en limitar y controlar al poder. Creyendo que «un país libre no puede decir que ejerce su libertad, sino cuando conserva y retiene en sus manos el gobierno de su gobierno», Juan Bautista Alberdi diseñó un orden político donde el poder ejecutivo solo estaría en manos de la ley y la Constitución. El presidente no haría por sí solo la ley, ni intervendría en el poder judicial, ni en la administración municipal. Entre los escritos políticos de Alberdi también cabe señalar su crítica al estatismo de la herencia colonial, gran barrera, en su opinión, al progreso de Latinoamérica. Así, en Por qué el autor dejó sus país, uno de los ensayos que conforman esta antología, Alberdi explica por qué abandonó Argentina: «Yo salí de Buenos Aires por odio a su gobierno, cuando su gobierno era el de Rosas. Odiar a ese gobierno significaba entonces amar a Buenos Aires. En todo tiempo el odio a la mala política ha significado amor al país, que era víctima de ella. Belgrano y Rivadavia probaron su amor al país odiando al gobierno que había sido el de su país mismo hasta 1810.» Alberdi nos pone en los límites de la soberanía individual, y el deber patriótico. Toca un tema que tuvo después enorme relevancia en la historia de Latinoamérica: la confusión entre el patriotismo y el poder de los tiranos.

Político, sociólogo, jurista y escritor argentino (Tucumán, 1810-Francia, 1884). Residió desde muy joven en Buenos Aires, ciudad en la que desarrolló una importante actividad política, cultural y social. Participó en la fundación del Salón literario, conocidos como la Generación del 37, junto con Juan Bautista Alberdi Alberdi, Marcos Sastre, Juan María Gutiérrez y Esteban Echeverría. Sus tertulias se orientaban inicialmente a deliberar sobre literatura, arte y moda, influidos por el auge del romanticismo en Europa. Pero progresivamente los temas sobre política pasaron a ser el centro de la reuniones. Alberdi comienza a destacar entre los jóvenes de su generación. Sus artículos de opinión en La moda, de la que fue fundador y primer redactor bajo el seudónimo de Figarillo, confieren al semanario un contenido social realista y crítico. A partir de aquí, las discrepancias políticas con el gobierno de Juan Manuel de Rosas, gobernador de la provincia de Buenos Aires, lo obligan a emigrar a Montevideo en 1838. En 1843, durante el sitio militar de Montevideo por un ejército comandado por Oribe pero subvencionado por Rosas, logra escapar, disfrazado de marinero francés, y se traslada a Europa acompañado por su amigo Juan María Gutiérrez. Reside en París unos pocos meses. A fines de 1843, decide regresar a América para radicarse en Chile donde vivirá 17 años. Vuelto a su patria en 1878 cuando es elegido diputado por Tucumán, pero en 1881 se trasladó nuevamente a Francia, donde reside hasta su muerte.
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LA REPÚBLICA ARGENTINA, 37 AÑOS DESPUÉS DE SU REVOLUCIÓN DE MAYO27


Toutes les aristocraties; anglaise, russe, allemande, n’ont besoin que de montrer une chose en temoignage contre la France: les tableaux qu’elle fait d’elle même par la main de ses grands écrivains, amis la plupart du peuple et partisans du progrès.

Nul peuple ne resisterait a une telle épreuve. Cette manie singulière de se denigrer soi-même, d’etaler ses plaies, et comme d’aller chercher la honte, serait mortelle a la longue.

J. Michelet

Hoy más que nunca, el que ha nacido en el hermoso país situado entre la Cordillera de los Andes y el Río de la Plata, tiene derecho a exclamar con orgullo: «soy argentino.» En el suelo extranjero en que resido, no como proscripto, pues he salido de mi patria según sus leyes, sino por franca y libre elección, como puede residir un inglés o un francés alejado de su país por conveniencia propia; en el lindo país que me hospeda y tantos goces brinda al que es de fuera; sin hacer agravio a su bandera, beso con amor los colores argentinos y me siento vano al verles más ufanos y dignos que nunca.

La verdad sea dicha sin mengua de nadie: los colores del Río de la Plata, no han conocido la derrota ni la defección. En las manos de Rosas o de Lavalle, cuando no han patrocinado la victoria, han presidido a la libertad. Si alguna vez han caído en el polvo, ha sido ante ellos propios; en guerra de familia, nunca a la planta del extranjero.

Guarden, pues, sus lágrimas, los generosos llorones de nuestras desgracias; que a pesar de ellas, ningún pueblo de esta parte del continente tiene derecho a tributarnos piedad.

La República Argentina no tiene un hombre, un suceso, una caída, una victoria, un acierto, un extravío en su vida de nación, de que deba sentirse avergonzada. Todos los reproches, menos el de villanía. Nos viene este derecho de la sangre que corre en nuestras venas: es la castellana: es la del Cid, la de Pelayo.

Lleno de efusión patriótica y poseído de esa imparcialidad que da el sentimiento puro del propio nacionalismo, quiero abrazarlos todos y encerrarlos en un cuadro: cegado alguna vez, del espíritu de partido, he dicho cosas que han podido halagar el oído de los celos rivales, que me oigan ellos hoy algo que no les parecerá tan halagüeño: ¿no habrá disculpa para el egoísmo de mi patriotismo local, cuando la parcialidad a favor del propio suelo es un derecho de todos? Me conduce a más de esto una idea seria; y es la de la necesidad que todo hombre de mi país tiene de recapacitar hoy sobre el punto en que se halla nuestra familia nacional; qué medios políticos poseemos sus hijos; qué deberes nos cumplen; qué necesidades y votos forman la orden del día de la afamada República Argentina.

No sería extraño que alguien hallase argentino este panfleto, pues voy a escribirle con tintas de colores blanco y azul.

Si digo que la República Argentina está próspera en medio de sus conmociones, asiento un hecho que todos palpan; y si agrego, que posee medios para estarlo más que todas, no escribo una paradoja.

No habrá hombre que me niegue que su estado es respetable, y que él nada tiene de vergonzoso. ¿Por qué no decirlo alguna vez con la frente descubierta? La República Argentina, ha podido conmover la sensibilidad extraña con los cuadros de su guerra civil; ha podido parecer bárbara, cruel: pero nunca ha sido el ridículo de nadie: y la desgracia que no llega hasta la befa, está lejos de ser la última desgracia.

En todas épocas la República Argentina aparece al frente del movimiento de esta América. En lo bueno y en lo malo su poder de iniciativa es el mismo: cuando no se arremeda a sus libertadores, se imita a sus tiranos.

En la revolución, el plan de Moreno da la vuelta a nuestro continente. En la guerra, San Martín enseña a Bolívar el camino de Ayacucho. Rivadavia da a la América el plan de sus mejoras e innovaciones progresivas. ¿Qué hombre de Estado antes que él puso a la orden del día las cuestiones de caminos, canales, bancos, instrucción pública, postas, libertad de cultos, abolición de fueros, reforma religiosa y militar, colonización, tratados de comercio y navegación, centralización administrativa y política, organización del régimen representativo, sistema electoral, aduanas, contribuciones, leyes rurales, asociaciones útiles, importaciones europeas de industrias desconocidas? La compilación de los decretos de su época, es un código administrativo perfecto; como los decretos de Rosas, contienen el catecismo del arte de cometer despóticamente y enseñar a obedecer con sangre.

De aquí a veinte años, muchos estados de América se reputarán adelantados porque estarán haciendo lo que Buenos Aires hizo treinta años ha: y pasarán cuarenta, antes que lleguen a tener su respectivo Rosas. Digo su Rosas porque le tendrán. No en vano se le llama desde hoy, hombre de América. Lo es en verdad, porque es un tipo político, que se hará ver al derredor de América, como producto lógico de lo que en Buenos Aires lo produjo y existe en los estados hermanos. En todas partes el naranjo, llegando a cierta edad, da naranjas. Donde haya repúblicas españolas, formadas de antiguas colonias, habrá dictadores llegando a cierta altura el desarrollo de las cosas.

No se aflijan ellas por esta idea. Esto es decir que avanzarán tanto como hoy lo está la República Argentina, no importa por qué medios. Rosas es un mal y un remedio a la vez: la América lo dice así respecto de Buenos Aires; y yo lo reproduzco como verdadero, respecto de la América, para más adelante.

No es este un maligno y vengativo presagio de un mal deseado. Aunque opuesto a Rosas, como hombre de partido, he dicho que escribo esto con colores argentinos.

Rosas no es un simple tirano a mis ojos. Si en su mano hay una vara sangrienta de fierro, también veo en su cabeza la escarapela de Belgrano. No me ciega tanto el amor de partido para no conocer lo que es Rosas, bajo ciertos aspectos.

Sé, por ejemplo, que Simón Bolívar no ocupó tanto el mundo con su nombre, como el actual gobernador de Buenos Aires.

Sé que el nombre de Washington es adorado en el mundo, pero no más conocido que el de Rosas.

Los Estados Unidos, a pesar de su celebridad, no tienen hoy un hombre público más espectable que el general Rosas. Se habla de él popularmente de un cabo al otro de la América, sin haber hecho tanto como Cristóbal Colón. Se le conoce en el interior de Europa, más o menos como a un hombre visible de Francia o Inglaterra: y no hay lugar en el mundo donde no sea conocido su nombre, porque no hay uno a donde no llegue la prensa inglesa y francesa, que hace diez años le repiten día por día. ¿Qué orador, qué escritor célebre del siglo XIX no le ha nombrado, no ha hablado de él muchas veces? Guizot, Thiers, O’Conell, Lamartine, Palmerston, Aberdeen. ¿Cuál es la celebridad parlamentaria de esta época que no se haya ocupado de él, hablando a la faz de la Europa? Dentro de poco será un héroe de romance: todo está en que un genio joven, recordando lo que Chateaubriand, Byron y Lamartine deben a los viajes, se lance a través del Atlántico, en busca del inmenso y virginal terreno de explotación poética, que ofrece el país más bello, más espectable y más abundante en caracteres sorprendentes del Nuevo Mundo.

Byron, que alguna vez pensó en visitar a Venezuela, y tanto ansió por atravesar la línea equinoccial, habría sido atraído a las márgenes del inmenso Plata, si durante sus días hubiese vivido el hombre que más colores haya podido ofrecer, por su vida y carácter, a los cuadros de su pincel diabólico y sublime: Byron era el poeta predestinado de Rosas; el poeta de El corsario, de El pirata, de Mazzepa, de Marino Faliero. Sería preciso que el héroe como el cantor, pudieran definirse «ángel o demonio» como Lamartine llamó al autor de Childe Harold.

Sería necesario no ser argentino para desconocer la verdad de estos hechos, y envanecerse de ellos, sin mezclarse a examinar la legitimidad del derecho con que ellos ceden en honra de la República Argentina, bastando fijarse en que la gloria es independiente a veces de la justicia, de la utilidad y hasta del buen sentido común.

Así, yo diré con toda sinceridad una cosa que considero consecuente con lo que dejo expuesto: si se perdiesen los títulos de Rosas a la nacionalidad argentina, yo contribuiría con un sacrificio no pequeño al logro de su rescate. Me es más fácil declarar, que explicar el motivo porque me complazco en pensar que Rosas pertenece al Río de la Plata.

Pero, cuando hablando así, se nombra a Rosas, se habla de un general argentino, se habla de un hombre del Plata, o más propiamente se habla de la República Argentina. Hablar de la espectabilidad de Rosas, es hablar de la espectabilidad del país que representa. Rosas no es una entidad que pueda concebirse en abstracto y sin relación al pueblo que gobierna. Como todos los hombres notables, el desarrollo extraordinario de su carácter, supone el de la sociedad a que pertenece. Rosas y la República Argentina, son dos entidades que se suponen mutuamente: él es lo que es, porque es argentino: su elevación supone la de su país: el temple de su voluntad, la firmeza de su genio, la energía de su inteligencia, no son rasgos suyos, sino del pueblo, que él refleja en su persona. La idea de un Rosas boliviano o ecuatoriano, es un absurdo. Solo el Plata podía dar por hoy un hombre que haya hecho lo que Rosas. Un hombre fuerte supone siempre otros muchos de igual temple a su alrededor. Con un ejército de...



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