Alberts | Landru | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 294 Seiten

Alberts Landru


1. Auflage 2023
ISBN: 978-607-16-8124-9
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

E-Book, Spanisch, 294 Seiten

ISBN: 978-607-16-8124-9
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection



Tras un juicio que sacudió a la sociedad francesa de la época, en 1922 Landru fue ejecutado por haber asesinado a 10 mujeres y un niño. Entre la multitud de periodistas que cubrió el caso se encontraba el exiliado alemán Paul Block. Una década después escucha rumores de que el asesino serial aún vive y fue visto en Buenos Aires. ¿Landru es en realidad inocente como lo sostuvo siempre? ¿Qué implica que su ejecución haya sido un montaje? Mediante una fascinante mezcla de documentos históricos y ficción propia de la novela criminal, Block se hace tales preguntas y, en medio de las amenazas a su seguridad en el exilio por parte del régimen nazi, se obsesiona por descubrir qué hay detrás de este rumor. Entre líneas de su diario personal, notas periodísticas y conversaciones de los personajes se construye la fragmentada narrativa que desentrañará una verdad más grande que el propio caso.

Alberts Landru jetzt bestellen!

Autoren/Hrsg.


Weitere Infos & Material


I


 
 
CUANDO Paul Block volteó a ver la maleta que había dejado junto a la cama matrimonial, no le quedó ninguna duda de que había llegado al lugar equivocado. El portero le preguntó si realmente tenía intención de quedarse en ese hotel, aludiendo a su traje de tweed azul oscuro, pero Block ya no podía permitirse el Crillon, no quería pertenecer a ese lugar, no quería fingir que nada había cambiado, aunque se hubiera escabullido en secreto, las estaciones de Gleisdreieck y Möckernbrücke, la Plaza de Potsdam, todo había quedado atrás, le parecía otro continente del que sólo se le había permitido traer esta maleta. Se vio en el espejo mugriento que había encima del lavabo; parecía un vacacionista sin afeitar, con profundas bolsas bajo los ojos; se refrescó la frente y las sienes, un ataque de migraña lo venía atormentando desde la Gare du Nord, un amigo le había recomendado el Hotel Esperia, quería probarlo, pues sabía que tendría que pasar mucho tiempo en esta ciudad, mucho tiempo, un mes, dos, quién sabe, todos se habían equivocado en sus especulaciones y la realidad los sorprendía como una lluvia de verano, pero estaba en París, su ciudad favorita, no hubiera preferido ir a ningún otro lugar, aquí era alguien, aquí tenía amigos, trató de calcular cuántas veces había estado en esta ciudad; si sumaba todo el tiempo, había pasado aquí más de un año, sus colegas lo envidiaban, un honor, nuestro corresponsal en París, tan poco valor que le daba él al principio, pero siempre que se cansaba de estar atascado en la redacción, como él decía, le pedía a Markwardt la correspondencia de París, sus colegas lo miraban con recelo y no lo bajaban de lamebotas, una oveja con piel de lobo, le había dicho a Andrea cuando ella lo cuestionó acerca de la contradicción entre su profesión privilegiada y sus convicciones políticas, dos cosas difíciles de reconciliar. Cuando se hospedaba en el Crillon no se conformaba con nada menos que lo mejor, lo más fino, era el reportero cosmopolita de un periódico de renombre internacional, en ese entonces se comportaba igual que aquellos de los que se burlaba en secreto y a quienes ridiculizaba en sus artículos. El espejo sobre la cama mostraba al exiliado Paul Block, indeciso, de pie, alejado; tenía el chaleco desabrochado pero aún no estaba listo para deshacer la maleta, la misma que tenía que volver a hacer casi todos los días, le había insistido a Andrea que la tuviera lista, pero no podía darle una fecha de partida, algunos de sus amigos habían sido amenazados, según escuchó, la maleta permanecía en el amplio salón berlinés como un mueble pendiente de pago, algunas esquinas tenían marcas visibles, esta vez la maleta había llegado sin daños. Andrea tenía que excusar a Block en la redacción durante unos días con el pretexto de una migraña, como de costumbre, Markwardt ya estaba informado, después ella debía decir que Block había viajado al sur del Reich a investigar una historia explosiva, eso sería suficiente para hacerlo imposible de localizar durante unas semanas hasta que Andrea terminara de empacar las cosas más importantes y consiguiera una visa para viajar a París; así lo habían convenido tras discutir por noches enteras en voz baja, como si hubiera fisgones con la oreja pegada; Paul Block le había dicho: “Ser judío implica saber cuándo tienes que irte del país, lo sabemos desde hace más de mil años, de ahí la mirada penetrante y las narices largas y torcidas”, como si estuviera de vacaciones, se fue a una habitación de hotel con vista a la plaza de la Bastilla, los coches hacían ruido cuando pasaban, abrió la ventana, un lugar ideal para dar un discurso, pensó, ¿un discurso para quiénes?

 
Esperia, 21 de febrero de 1933

No he dejado de pensar en Andrea desde que entré al vagón de primera clase en la estación Anhalt de Berlín. No debí haberme ido sin ella. El hombre de la SA al que tuve que mostrarle mi pasaporte se dirigió a mí con un “Heil”, el saludo nacionalsocialista, yo le respondí algo entre dientes y él hojeó mi identificación con poco interés. “¡Escriba cosas buenas sobre nosotros!”, me dijo a modo de despedida, haciendo de nuevo el saludo al Führer. Eso puedo prometérselo. Me alegré al escuchar los primeros sonidos en francés. A los verdaderos luchadores de clase les convendría viajar en primera clase hoy en día.

¿Qué hora es?, pensó Paul Block cuando oyó un fuerte golpe en la puerta.

—¡Paul, Paul, open, abre!

Se echó encima una de las camisas de vestir almidonadas que traía, se puso los pantalones del traje y giró la llave.

Max.

Dudó. Se aseguraron de que no se tratara de una confusión.

—Apenas has cambiado —dijo Block mientras se lavaba los dientes.

—No sabes de lo que hablas, Paule —respondió Max, parado en la puerta con su gabardina forrada.

—¿Cómo supiste que estaba en París?

—Fue fácil: ¡connections!, soy el gran orejón del cirque, cuando la gente quería saber qué pasaba, me preguntaban a mí. Soy Max, el Oreja.

—La oreja Max.

Claramente el payaso no había olvidado su esperanto en estos diez años; tanto era el tiempo que llevaban sin verse. Cirque d’Hiver, 1923. El legendario Grock y su compañero Max.

Mientras Block se vestía, Max le contó una historia disparatada sobre su viaje en el tren. No había podido dormir en toda la noche porque había una gran orgía en el compartimento de al lado, al menos tres mujeres y un hombre, todos gimiendo y gritando.

—Estuve a punto de ir a tocarles la puerta, pero no quería cargar con el paquete.

Max, el bromista, al que sólo le ocurren cosas así.

—Un sueño, Max, tres mujeres y un hombre; es un sueño, pero uno poderoso. En el tren.

Paul Block tomó su abrigo y se lo colgó en el brazo.

—No, no, esto es la reality, no es un cuento, es la realidad desnuda.

Mientras bajaban las escaleras, Block preguntó:

—¿Volvieron a actuar en el d’Hiver? Seguramente han tenido un gran éxito.

Max se detuvo un momento en las escaleras, después siguió caminando lentamente.

En la recepción, Block preguntó por el correo, pero no había llegado ninguna carta de Andrea.

—¿Se queda? —preguntó el pálido propietario.

—Claro —respondió Block.

Caminaron por la calle de Rivoli, hablaban como si se hubieran separado apenas ayer. Block experimentó esta familiaridad como una caricia en la piel, como un abrazo que perdura. En el quiosco compró el periódico L’Humanité, Max le dijo que ya no podía leer los periódicos, las noticias eran demasiado devastadoras.

Era una mañana cálida, demasiado cálida para traer abrigo, pero los dos hombres se los pusieron como si no creyeran en el clima.

Max hablaba sin cesar.

—Una vez tocamos en el Tivoli Hall, y yo toqué el violín, eso fue en la sexta semana de mi trabajo con Grock, toqué mi solo, y entonces el público empezó a reírse, me di la vuelta, ahí estaba Grock sentado al piano para acompañarme, para tocar para mí, pero él le hace caras a la audiencia, ellos se reían y yo me preguntaba qué estaba pasando, si no traía pantalones o me había quitado la camisa, eso puede pasar; en medio de mi solo, me entra la rabia y le doy con el arco en la head. Le di en la cabeza. Por supuesto, él tenía una peluca, pero una delgada; le hice daño, como podrás imaginarte. Él sacó la tapa completa del piano e intentó azotarme. Me escapo, naturalmente, hacia los bastidores, tú sabes, y vuelvo; él, de nuevo al piano, con el sombrero en la head, le digo muy bajito: ¿se puede dar un concert aquí con el sombrero puesto?, sí, dice, pero ya no me pegue. And in the end del número nos vamos al camerino, le presento mi renuncia. Dice, en un mal inglés, que por qué después de seis semanas. No necesito esto, le digo, soy conocido en Londres como un buen violinista, siempre me he ganado el pan, no necesito que la gente se ría de mí. Me toma por el shoulder y me dice: “Vamos, Charly, la música en el escenario es muy linda, pero el público tiene que reírse, paga por las risas. Si conseguimos cincuenta risas, nuestro acto vale cincuenta libras”.

Block conocía la historia, pero no quería interrumpir a Max, prefirió esperarlo hasta que dejara de balbucear.

Cuando llegaron a la orilla del Sena, Block le dijo:

—¿Cuándo empiezas a dar funciones?

Max volvió a quedarse unos pasos atrás, se quitó el abrigo, había empezado a sudar.

—¿París changed? —Max se limpió las gotas del labio superior.

—Sí, ha cambiado. Para mí, al menos, Max. Estoy en el hotel, paseo por la ciudad como si la viera por primera vez, leo mucho, espero.

—¿Qué esperas?

—A Andrea, o a que pueda yo volver, o no sé.

Un largo remolcador se deslizaba por el agua brillante.

—¿Cuándo llega tu socio, Max? —Block lo esperaba con ganas, porque quizá el circo era exactamente lo que necesitaba ahora. Cuando se conocieron, a principios de los años veinte, iba a su función casi todas las noches.

—Él va a venir… —titubeó Max.

—¿Qué pasa, qué te sucede?

—Me echó.

—¿Qué, Grock?

—Soy judío, la cosa está difícil ahora mismo en Alemania; el Lolé, su cuñado, va a regresar a tocar con él. Estoy fuera. Se acabó,...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.