E-Book, Spanisch, 391 Seiten
Asturias Hombres de maíz
1. Auflage 2025
ISBN: 978-607-16-8568-1
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
E-Book, Spanisch, 391 Seiten
ISBN: 978-607-16-8568-1
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Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1899-Madrid, 1974) fue narrador, dramaturgo, poeta y periodista, considerado el más universal de los escritores guatemaltecos. Su obra, precursora del llamado boom de la literatura latinoamericana, combina elementos de la cultura autóctona con el barroco europeo, formando un universo complejo que anticipa lo que luego se ha conocido como realismo mágico. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1967; entre lo más representativo de su vasta obra generalmente se señala su novela El señor Presidente, publicada en 1946.
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GASPAR ILÓM
I
—El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le roben el sueño de los ojos.
—El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le boten los párpados con hacha…
—El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le chamusquen la ramazón de las pestañas con las quemas que ponen la luna color de hormiga vieja…
El Gaspar Ilóm movía la cabeza de un lado a otro. Negar, moler la acusación del suelo que estaba dormido con su petate, su sombra y su mujer y enterrado con sus muertos y su ombligo, sin poder deshacerse de una culebra de seiscientas mil vueltas de lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, pájaros y retumbos que sentía alrededor del cuerpo.
—La tierra cae soñando de las estrellas, pero despierta en las que fueron montañas, hoy cerros pelados de Ilóm, donde el guarda canta con lloro de barranco, vuela de cabeza el gavilán, anda el zompopo, gime la espumuy y duerme con su petate, su sombra y su mujer el que debía trozar los párpados a los que hachan los árboles, quemar las pestañas a los que chamuscan el monte y enfriar el cuerpo a los que atajan el agua de los ríos que corriendo duerme y no ve nada pero atajada en las pozas abre los ojos y lo ve todo con mirada honda…
El Gaspar se estiró, se encogió, volvió a mover la cabeza de un lado a otro para moler la acusación del suelo, atado de sueño y muerte por la culebra de seiscientas mil vueltas de lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, lagos, pájaros y retumbos que le martajaba los huesos hasta convertirlo en una masa de frijol negro; goteaba noche de profundidades.
Y oyó, con los hoyos de sus orejas oyó:
—Conejos amarillos en el cielo, conejos amarillos en el monte, conejos amarillos en el agua guerrearán con el Gaspar. Empezará la guerra el Gaspar Ilóm arrastrado por su sangre, por su río, por su habla de ñudos ciegos…
La palabra del suelo hecha llama solar estuvo a punto de quemarles las orejas de tuza a los conejos amarillos en el cielo, a los conejos amarillos en el monte, a los conejos amarillos en el agua; pero el Gaspar se fue volviendo tierra que cae de donde cae la tierra, es decir, sueño que no encuentra sombra para soñar en el suelo de Ilóm y nada pudo la llama solar de la voz burlada por los conejos amarillos que se pegaron a mamar en un papayal, convertidos en papayas del monte, que se pegaron al cielo, convertidos en estrellas, y se disiparon en el agua como reflejos con orejas.
Tierra desnuda, tierra despierta, tierra maicera con sueño, el Gaspar que caía de donde cae la tierra, tierra maicera bañada por ríos de agua hedionda de tanto estar despierta, de agua verde en el desvelo de las selvas sacrificadas por el maíz hecho hombre sembrador de maíz. De entrada se llevaron los maiceros por delante con sus quemas y sus hachas en selvas abuelas de la sombra, doscientas mil jóvenes ceibas de mil años.
En el pasto había un mulo, sobre el mulo había un hombre y en el hombre había un muerto. Sus ojos eran sus ojos, sus manos eran sus manos, su voz era su voz, sus piernas eran sus piernas y sus pies eran sus pies para la guerra en cuanto escapara a la culebra de seiscientas mil vueltas de lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, lagos, pájaros y retumbos que se le había enroscado en el cuerpo. Pero cómo soltarse, cómo desatarse de la siembra, de la mujer, de los hijos, del rancho; cómo romper con el gentío alegre de los campos; cómo arrancarse para la guerra con los frijolares a media flor en los brazos, las puntas de güisquil calientitas alrededor del cuello y los pies enredados en el lazo de la faina.
El aire de Ilóm olía a tronco de árbol recién cortado con hacha, a ceniza de árbol recién quemado por la roza.
Un remolino de lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, lagos, pájaros y retumbos dio vueltas y vueltas y vueltas y vueltas en torno al cacique de Ilóm y mientras le pegaba el viento en las carnes y la cara y mientras la tierra que levantaba el viento le pegaba se lo tragó una media luna sin dientes, sin morderlo, sorbido del aire, como un pez pequeño.
La tierra de Ilóm olía a tronco de árbol recién cortado con hacha, a ceniza de árbol recién quemado por la roza.
Conejos amarillos en el cielo, conejos amarillos en el agua, conejos amarillos en el monte.
No abrió los ojos. Los tenía abiertos, amontonados entre las pestañas. Lo golpeaba la tumbazón de los latidos. No se atrevía a moverse, a tragar saliva, a palparse el cuerpo desnudo temeroso de encontrarse el pellejo frío y en el pellejo frío los profundos barrancos que le había babeado la serpiente.
La claridad de la noche goteaba copal entre las cañas del rancho. Su mujer apenas hacía bulto en el petate. Respiraba boca abajo, como si soplara el fuego dormida.
El Gaspar se arrancó babeado de barrancos en busca de su tecomate, a gatas, sin más ruido que el de las coyunturas de sus huesos que le dolían como si hubiera efecto de luna, y en la oscuridad, rayada igual que un poncho por la luz luciérnaga de la noche que se colaba a través de las cañas del rancho, se le vio la cara de ídolo sediento, pegarse al tecomate como a un pezón y beber aguardiente a tragos grandes con voracidad de criatura que ha estado mucho tiempo sin mamar.
Una llamarada de tuza le agarró la cara al acabarse el tecomate de aguardiente. El sol que pega en los cañales lo quemó por dentro: le quemó la cabeza en la que ya no sentía el pelo como pelo, sino como ceniza de pellejo y le quemó, en la cueva de la boca, el murciélago de la campanilla, para que durante el sueño no dejara escapar las palabras del sueño, la lengua que ya no sentía como lengua sino como mecate, y le quemó los dientes que ya no sentía como dientes, sino como machetes filudos.
En el suelo pegajoso de frío topó sus manos medio enterradas, sus dedos adheridos a lo hondo, a lo duro, a lo sin resonancia y sus uñas con peso de postas de escopeta.
Y siguió escarbando a su pequeño alrededor, como animal que se alimenta de cadáveres, en busca de su cuerpo que sentía desprendido de su cabeza. Sentía la cabeza llena de aguardiente colgando como tecomate de un horcón del rancho.
Pero la cara no se la quemó el aguardiente. El pelo no se lo quemó el aguardiente. No lo enterró el aguardiente. No lo decapitó el aguardiente por aguardiente sino por agua de la guerra. Bebió para sentirse quemado, enterrado, decapitado, que es como se debe ir a la guerra para no tener miedo: sin cabeza, sin cuerpo, sin pellejo.
Así pensaba el Gaspar. Así lo hablaba con la cabeza separada del cuerpo, picuda, caliente, envuelta en estropajo canoso de luna. Envejeció el Gaspar, mientras hablaba. Su cabeza había caído al suelo como un tiesto sembrado de piecitos de pensamientos. Lo que hablaba el Gaspar ya viejo, era monte. Lo que pensaba era monte recordado, no era pelo nuevo. De las orejas le salía el pensamiento a oír el ganado que le pasaba encima. Una partida de nubes sobre pezuñas. Cientos de pezuñas. Miles de pezuñas. El botín de los conejos amarillos.
La Piojosa Grande manoteó bajo el cuerpo del Gaspar, bajo la humedad caliente de maíz chonete del Gaspar. Se la llevaba en los pulsos cada vez más lejos. Habían pasado de sus pulsos más allá de él, más allá de ella, donde él empezaba a dejar de ser solo él y ella sola ella y se volvían especie, tribu, chorrera de sentidos. La apretó de repente. Manoteó la Piojosa. Gritos y peñascos. Su sueño regado en el petate como su mata de pelo con los dientes del Gaspar como peinetas. Nada vieron sus pupilas de sangre enlutada. Se encogió como gallina ciega. Un puño de semillas de girasol en las entrañas. Olor a hombre. Olor a respiración.
Y al día siguiente:
—Ve, Piojosa, diacún rato va a empezar la bulla. Hay que limpiar la tierra de Ilóm de los que botan los árboles con hacha, de los que chamuscan el monte con las quemas, de los que atajan el agua del río que corriendo duerme y en las pozas abre los ojos y se pugre de sueño…, los maiceros…, esos que han acabado con la sombra, porque la tierra que cae de las estrellas incuentra onde seguir soñando su sueño en el suelo de Ilóm, o a mí me duermen para siempre. Arrejuntá unos trapos viejos pa amarrar a los trozados, que no falte totoposte, tasajo, sal, chile, lo que se lleva a la guerra.
Gaspar se rascó el hormiguero de las barbas con los dedos que le quedaban en la mano derecha, descolgó la escopeta, bajó al río y desde un matocho hizo fuego sobre el primer maicero que pasó. Un tal Igiño. El día siguiente, en otro lugar, venadeó al segundo maicero. Uno llamádose Domingo. Y un día con otro el Igiño, el Domingo, el Cleto, el Bautista, el Chalío, hasta limpiar el monte de maiceros.
El mata-palo es malo, pero el maicero es peor. El mata-palo seca un árbol en años. El maicero con sólo pegarle fuego a la roza acaba con el palerío en pocas horas. Y qué palerío. Maderas preciosas por lo preciosas. Palos medicinales en montón. Como la guerrilla con los hombres en guerra, así acaba el maicero con los palos. Humo, brasa, cenizal. Y si fuera por comer. Por negocio. Y si fuera por cuenta propia, pero a medias en la ganancia con el patrón y a veces ni siquiera a medias. El maíz empobrece la tierra y no enriquece a ninguno. Ni al patrón ni al mediero. Sembrado para comer es sagrado sustento del hombre que fue hecho de maíz. Sembrado por negocio es hambre del hombre que fue hecho de maíz. El bastón rojo del Lugar de los Mantenimientos, mujeres con niños y hombres con mujeres, no echará...