E-Book, Spanisch, 328 Seiten
Batthyány / Lukas Logoterapia y análisis existencial hoy
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-254-4869-0
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
E-Book, Spanisch, 328 Seiten
ISBN: 978-84-254-4869-0
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Alexander Batthyány (1971) es el director del Instituto Viktor Frankl en Viena, enseña Fundamentos Teóricos de Ciencias Cognitivas en la Universidad de Viena. Ocupa la Cátedra Viktor Frankl de Filosofía y Psicología en Liechtenstein y es profesor invitado de psicología existencial en Moscú desde 2011. Es director del instituto de investigación de psicología teórica y estudios personalistas de la Universidad Pázmány de Budapest. Batthyány es autor y editor de numerosas publicaciones especializadas que han sido traducidas a más de diez idiomas. En Austria es conferencista frecuente en su área y como invitado habitual en el extranjero. Vive con su familia en Viena. Elisabeth Lukas (1942) fue alumna de Viktor Frankl. Como psicóloga clínica se especializó en la práctica de la logoterapia. Entre 1986 y 2003 dirigió el Instituto para la Logoterapia del Sur de Alemania. Actualmente, ejerce como educadora de terapeutas en el Instituto para la Formación de Logoterapeutas ABILE, en Austria. Su obra se ha visto reconocida con el Gran Premio del Fondo Viktor Frankl de la Ciudad de Viena.
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
I. La patología del espíritu de la época en el siglo XXI1
1. La felicidad es aquello que uno no padece
Alexander Batthyány: En esta conversación vamos a tratar una serie de cuestiones del ámbito de la logoterapia que, hasta ahora, rara vez se habían discutido tan abiertamente. Haciéndolo, también vamos a abordar debates y controversias que han surgido en el seno de la logoterapia en los últimos años o decenios. Asimismo nos vamos a ocupar de desarrollos recientes que ha habido tanto en la logoterapia como en ámbitos de investigación cercanos, y vamos a echar luz —y esto quizás a modo de introducción— sobre enfoques y planteamientos de la obra de Viktor Frankl en los que, hasta el momento, se ha reparado relativamente poco (en ocasiones se trata de aspectos que solo se revelan en una segunda mirada). A este respecto, debo confesar que el sentido de semejante afán se me mantuvo oculto durante mucho tiempo. Más concretamente, durante muchos años no supe qué hacer con la definición de «felicidad» de Frankl, quien la define como «aquello que uno no padece».2
Yo leía la frase una y otra vez, pero hasta que verdaderamente me «llegó» transcurrió bastante tiempo. Hoy me parece, sin embargo, que la clarividencia que hay oculta en esta frase —aparentemente pequeña— constituye nada menos que el camino hacia uno de esos giros copernicanos de los que Frankl hablaba en referencia a procesos cognitivos profundos y a constataciones que transforman la vida.
Quisiera ilustrar esto con un ejemplo. Uno va al médico a una revisión rutinaria. El camino hasta la consulta es uno de esos numerosos trayectos cotidianos por la ciudad: al recorrerlo se pasa por floristerías, por la librería, por una serie de tiendas de ropa, por tiendas de alimentación, por puestos de mercado, etc. Al llegar, uno, por fin, se sienta en la sala de espera de la consulta, hojea las revistas que allí se ofrecen, se lee quizás este o aquel artículo sobre destinos turísticos, recetas de cocina o críticas teatrales… hasta que lo llaman para que entre a ver al médico. Pero resulta que el médico lo saluda con un gesto un poco serio y le hace saber, inesperadamente, que tal o cual resultado no le gusta, que habría que mirar con más detalle determinado aspecto por si acaso escondiera algo peor. Cualquiera que pueda ponerse en esta situación se hará cargo de la transformación del mundo que tiene lugar tan pronto como dicho mundo pasa a estar, de golpe, amenazado de una manera tan imprevista y fundamental. El mundo queda, de repente, cuestionado. Y con ello se ha convertido en otro mundo distinto. En el camino de vuelta a casa, uno observa la despreocupación de los demás… y es exactamente la misma despreocupación que uno mismo compartía con ellos en el camino de ida (solo que sin haberla valorado nunca ni haber sentido gratitud por ese don). Así, uno mira en el camino de regreso a casa el ajetreo cotidiano de la calle comercial y asimila lo siguiente: «Estas personas tienen algo que yo acabo de perder: la despreocupación. Me gustaría tanto recobrarla…». Una vez una paciente formuló esto con gran precisión: habló, justamente en este sentido, de la «alegría no vivenciada» de las personas que simplemente han dejado de percibir cuán despreocupada y libremente pasean, en realidad, por la calle comercial.
En semejantes situaciones, uno cobra de inmediato conciencia de la enorme suerte que hasta ese día ha supuesto vivir todas esas cosas que, en el camino de ida, seguían constituyendo un regalo en el que casi no se había reparado o por el que apenas se había sentido gratitud: mirar el escaparate de una librería y echar un ojo a algunas de las novedades que acaso vayan a leerse luego, o bien a la ropa de la siguiente temporada y regocijarse ante la perspectiva de la nueva estación del año, o dejar que lo alegren a uno con la variada oferta y el colorido puesto de flores. Resumiendo, que de repente uno ve claramente cuán interesante, cuán digna de ser vivida, cuán generosa y cuán despreocupada ha sido, durante la mayor parte del tiempo, su existencia. Y con este pensamiento ve con nitidez cuán agradecido habría tenido que estar, en lo que a su vida se refiere, por esa felicidad cotidiana en apariencia irrelevante y «obvia».
Imaginemos ahora que, pasada una semana, llega el día de la siguiente consulta. Los resultados de los análisis ya están… y el médico lo recibe con la buena noticia de que simplemente se trataba de una infección inocua y pasajera que había trastocado los indicadores de la sangre, es decir, de una falsa alarma. Pues bien: no hace falta insistir mucho en que, tras esta agradable noticia, la misma calle comercial resplandece con una nueva luz en el camino de regreso a casa. Pero esa nueva luz, ¿qué es exactamente? Es la luz de la gratitud. Y gratitud ¿por qué? Pues porque uno ha recobrado su cotidianeidad (desde luego, otra cosa no ha pasado). La auténtica transformación se ha producido, por tanto, dentro. Consiste en haberse dado cuenta —experimentando, por ello, gratitud— de que esa felicidad cotidiana supuestamente irrelevante y obvia no es, en absoluto, irrelevante y, por cierto, tampoco obvia, sino que constituye una auténtica suerte.
Dicho de otro modo: a veces nos acostumbramos tanto a lo que tenemos —y estamos, en la misma medida, tan ocupados con aquello que quisiéramos tener o creemos necesario tener—, que la gratitud por lo cumplido, por lo intacto, por lo bueno, se nos atrofia y, en consecuencia, no recibe el debido cuidado y se nos muere. Y a menudo es solamente la situación de peligro —o incluso la pérdida— de aquello que hasta entonces dábamos por descontado lo que nos coloca ante los ojos cuán grande era el regalo que se nos estaba haciendo y, acaso, cuán ciegos estábamos, durante todo ese tiempo, ante lo bello, lo bueno y lo cumplido.
En resumen: esa frase aparentemente pequeña encierra, en distintos niveles, una honda sabiduría que transforma la vida en positivo. Abre la puerta a una gratitud que, por bien fundada y verdaderamente sentida, es natural y auténtica; a una gratitud, por tanto, que, lejos de profesársele a la vida como un mero «deber moral» —o como una fórmula estereotipada que se repite—, viene dada de verdad por la experiencia y se vive en primera persona. La felicidad es, en efecto, aquello que uno no padece.
Elisabeth Lukas: Quisiera felicitarle por este enfoque. Del enorme caudal de enseñanzas de la logoterapia, usted ha seleccionado, con ese «afán» al que antes se refería, algo muy significativo. El hecho es que el olvido de la gratitud se propaga como una horrible enfermedad infecciosa.
A mí esto ya me llamó la atención a comienzos de la década de 1970, cuando yo era una joven doctoranda (y eso que entonces la «infección» aún se mantenía dentro de unos límites…). La penuria lamentable de los años de la posguerra todavía no se había escurrido de la memoria de muchos europeos. El bienestar, sin embargo, ya había emprendido su desfile triunfal, con lo que había empezado a fomentar unas expectativas y unas pretensiones irracionales. Teniendo muy presente esa trilogía de Frankl de «valores creativos», «valores vivenciales» y «valores actitudinales», y tras plantear una encuesta a mil personas escogidas al azar, a lo largo de mi tesis me dispuse a examinar las respuestas recopiladas desde el punto de vista de la carga de valores que contenían. Al hacerlo, me llamó la atención que había una serie de respuestas que, ante mi pregunta sobre encontrar un sentido en la vida, mencionaban la alegría que viene dada por factores positivos y/o la disposición a compartir con otras personas esos tesoros propios. Estas respuestas únicamente tocaban los «valores vivenciales» y se asemejaban más bien al negativo de los «valores actitudinales». Pero es obvio que no solo ante la aflicción y el sufrimiento hay actitudes grandiosas, que buscan un sentido, sino también ante esos magníficos cuernos de la abundancia que de repente se abren ante nosotros.
Hablé con mi mentor, y Frankl se mostró favorable a una ampliación de su definición de «valores actitudinales» por la de «valores actitudinales generalizados» (Lukas). Finalmente, del desglose de las cargas de valores contenidas en las respuestas a mi encuesta resultó una distribución fascinante. Los encuestados que consideraban que su vida tenía sentido, transitaban las tres «vías principales para encontrar un sentido» (Frankl) en la siguiente proporción: el 50,40 % recurría a los «valores creativos»; el 23,26 % a los «valores vivenciales» y el 26,34 % a los «valores actitudinales (valores actitudinales generalizados incluidos)» (= 100 %). Es decir, que aproximadamente la mitad encontraba un sentido interviniendo en el mundo; una cuarta parte encontraba un sentido recibiendo las bellezas del mundo, y otra cuarta parte encontraba un sentido posicionándose frente a circunstancias del mundo (ya fuesen estas para llorar o para reír).3
Batthyány: Aquel trabajo, Logotherapie als Persönlichkeitstheorie [La logoterapia como teoría de la personalidad],4 supuso, hasta donde yo sé, la primera tesis doctoral en lengua alemana sobre la logoterapia. También es, junto con el test PIL —Purpose in Life-Test [Test de propósito vital]— de James C. Crumbaugh y Leonard T. Maholick (1964),5 uno de los trabajos de logoterapia empírica más citados por Frankl.
Convendría mencionar,...




