Bernstein / Del Castillo | Filosofía y democracia: John Dewey | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, 304 Seiten

Reihe: Pensamiento Herder

Bernstein / Del Castillo Filosofía y democracia: John Dewey


1. Auflage 2011
ISBN: 978-84-254-2791-6
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

E-Book, Spanisch, 304 Seiten

Reihe: Pensamiento Herder

ISBN: 978-84-254-2791-6
Verlag: Herder Editorial
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Que la vida y el pensamiento del filósofo estadounidense John Dewey (1859-1952) sigan hoy sorprendiendo no es extraño en un momento en que los intelectuales han renunciado a sus tareas públicas y educativas. John Dewey fue un pensador que no conoció barreras entre disciplinas, abarcando problemas de psicología y educación, de ciencia y tecnología, de ética y política, de historia, arte y religión. Pocas filosofías asumieron los cambios técnicos, culturales y políticos del siglo XX como la suya, y pocas han mandado tantos mensajes a épocas futuras. Hundía sus raíces en la tradición filosófica europea, pero asumía la revolución de Darwin y de las ciencias experimentales. Heredaba los valores de la Ilustración, pero los desarrollaba en un sustrato democrático títpicamente estadounidense. Aunque después de la Segunda Guerra Mundial las filosofías en auge fueron otras, su pensamiento se recuperará a partir de los años setenta, coincidiendo con la crisis de la filosofía analítica y el resurgir de la filosofía política. Este conjunto de trabajos de Richard Bernstein, nunca hasta ahora reunidos, proporciona una introducción, clara y accesible, al conjunto de la obra de Dewey. Sólo una figura de la talla de Bernstein, interlocutor y crítico de otros pensadores tan señalados como Habermas, Gadamer o Rorty, podía devolver a los lectores un Dewey como el de este libro, un Dewey de múltiples caras, pero cuya reconstrucción del ethos democrático constituyó uno de sus retos más importantes.

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PRIMERA PARTE


Prefacio (1966)


Ningún filósofo estadounidense ha sido tan ampliamente discutido y criticado como John Dewey. Pese a ello –o tal vez por ello mismo–, hay una gran confusión y una gran cantidad de malentendidos acerca de lo que realmente pensaba y cuál es el corazón de su filosofía. En este libro he intentado presentar un planteamiento simpatizante y amplio de la perspectiva intelectual de Dewey. Creo que ésa es la mejor manera o, por lo menos, la más efectiva de descubrir lo que su figura «significó» y también creo que nos permite evaluar su contribución a la investigación filosófica y al pensamiento estadounidense.
En muchas ocasiones, Dewey se centró en una aproximación genética a los problemas, a la génesis de los mismos. Intentaba retroceder hasta el contexto inmediato a partir del que emergen los problemas y las ideas, a fin de poder comprenderlos y evaluarlos desde una perspectiva adecuada. Dewey no comenzó su carrera con esta posición «madura», sino que fue desarrollándola gradualmente, a lo largo de un prolongado periodo y en respuesta siempre a nuevas ideas e influencias.
De acuerdo con esto, he intentado presentar al lector las ideas principales de Dewey, precisamente en el marco de un trazado de su desarrollo intelectual. De ese modo se proporciona el contexto para establecer lo que yo considero que es el corazón de su perspectiva filosófica –su teoría de la experiencia y los modos en los que la experiencia se vincula con la naturaleza–. A su vez, nos permite apreciar la contribución de Dewey a materias tales como la lógica, la ética, el arte, la educación y la democracia. Tras haber completado este trazado, a continuación abordo su concepto de la filosofía como crítica de críticas, a fin de evaluar su propia filosofía.
He tratado de evitar una aproximación basada en «etiquetas» filosóficas. Los términos «pragmatismo», «instrumentalismo» o «educación progresista» raramente aparecen en este libro, como tampoco lo hacen en los propios escritos de Dewey, quien nunca gustó de las etiquetas ni de los lemas. Aunque en ocasiones pueden resultar útiles para proporcionar una cierta orientación, a menudo también resultan dañinos y mistificadores, especialmente cuando nos impiden ver lo que realmente piensa o cree un hombre o una mujer.
El tratamiento de Dewey que he realizado aquí es tanto simpatizante como crítico, pero no pienso que tales actitudes sean incompatibles. Se trata justamente de lo que Dewey reclamó para la discusión sobre asuntos filosóficos. Muchas de las críticas que se han lanzado a Dewey son poco rigurosas y a menudo sus mismos defensores le han hecho un flaco favor adoptando una actitud paternalista. Creo que le hacemos mejor justicia tomando sus ideas más en serio, tal como merecen, y sometiéndolas a evaluación crítica.
Me he ocupado del pensamiento de Dewey durante los últimos diez años. Fueron Charles W. Hendel y John E. Smith quienes despertaron en mí este interés. En este tiempo, he recibido también el estímulo de John Herman Randall, Justus Buchler y George Geiger, cuyo trabajo me ha dado la oportunidad de comprender la importancia del pensamiento de Dewey. Mi esposa, Carol, y el señor Walter Emge han leído el manuscrito y ayudado en más formas de las que ellos mismos saben.
He disfrutado mucho escribiendo este libro. Mi esperanza es que pueda ayudar a otros a familiarizarse con la profundidad y la seriedad de un pensador tan humano como es John Dewey. Una buena parte de la dulzura del trabajo han sido el apoyo y el aguijoneo constantes de mis hijas, Robin y Andrea, que querían que acabara «su» libro sobre Dewey. Está dedicado a ellas, pues mientras lo escribía me he dado cuenta de en qué gran medida las ideas de Dewey han dado forma a sus personalidades.

Capítulo 1
La filosofía como crítica


John Dewey es conocido como el filósofo y educador más influyente de Estados Unidos. Su nombre se ha asociado con el movimiento filosófico llamado «pragmatismo» y con la corriente educativa etiquetada en ocasiones como «educación progresista» –ambos movimientos a menudo han sido objeto de abuso más que de comprensión–. En todo caso, se reconoce, tanto por los paladines de Dewey como por sus detractores, que su perspectiva filosófica representa una expresión intelectual propia de la cultura estadounidense. Ahora bien, si reflexionamos con seriedad sobre la importancia de esta afirmación, debemos enfrentarnos a algunos intrincados problemas. ¿Qué se quiere decir cuando se afirma que Dewey, o cualquier otro filósofo, es un filósofo «estadounidense»? Seguramente, algo más que el hecho de que nació en Burlington, Vermont, el 20 de octubre de 1859, que creció en Nueva Inglaterra, fue a la Universidad de Vermont y más tarde a la Johns Hopkins University, así como que pasó la mayor parte de su vida enseñando en diversas universidades estadounidenses como las de Michigan, Minnesota, Chicago y, de 1904 hasta su jubilación, en 1930, la Columbia University. Desde el momento en que nos preguntamos por ese «algo más», ¿debemos interrogarnos por la relación de la filosofía con el entorno cultural a partir del cual emerge? Cuando hablamos de filosofía griega, alemana, británica o francesa pensamos que los respectivos énfasis, problemas, métodos y objetivos de cada cual reflejan lo distintivo de cada una de estas culturas. Sin embargo, al mismo tiempo, la mayor parte de los filósofos en la tradición occidental han concebido la filosofía como algo fundamentalmente comprometido con la verdad objetiva, como una investigación que lleva a cabo y persigue la justificación de afirmaciones básicas acerca de la naturaleza de la realidad, el pensamiento y la acción, afirmaciones que trascienden acotaciones particulares de tiempo y lugar.
Uno de los rasgos más provocativos del pensamiento de Dewey es su crítica de la concepción de la filosofía como una disciplina fundamentalmente comprometida con el descubrimiento y la justificación de «verdades»: «En filosofía» –dijo– «nos ocupamos de algo comparable al significado de la civilización ateniense o al de un drama o un poema».[83] Se dirá que donde la verdad está en juego todo es importante. Pero el compromiso primordial de la filosofía no es el de descubrir y verificar verdades. Dadas ciertas verdades, el filósofo desea entender su significado general, su coherencia, los modos en los que modifican el panorama intelectual, las maneras en las que pueden llevarnos a vislumbrar nuevas posibilidades para la vida humana. Toda la filosofía de Dewey se puede entender como un intento de elaborar y defender un «nuevo» concepto de filosofía. Si queremos comprender el sabor característico de su pensamiento, debemos tener una idea clara de su perspectiva sobre la naturaleza de la investigación filosófica.
Todo filósofo que desee asumir lo que está haciendo debe preguntarse: ¿por qué parece existir tanto desacuerdo entre los filósofos? ¿Qué significa este desacuerdo? ¿Es un signo de la futilidad de la filosofía, de su falta de sentido? A lo largo de los siglos, los filósofos han pretendido que sus sistemas y métodos nos mostrasen, de una vez y para siempre, qué podemos saber acerca de la naturaleza de la realidad, del pensamiento y de la acción. Y una vez tras otra, sin embargo, han sido reemplazados por sucesivos intentos de hacer borrón y cuenta nueva para volver a empezar. Una de las pocas generalizaciones seguras acerca del curso del desarrollo filosófico es que cada época tiene su propio profeta filosófico, que declara haber descubierto la manera correcta de hacer filosofía –una manera que «finalmente» nos guiará desde la confusión y la oscuridad hasta una tierra prometida de claridad y verdad–. En nuestro tiempo, se ha propagado un escepticismo sobre el conjunto de la tradición filosófica, que en ocasiones se ha llegado a consolidar como dogma. Ante la conflictiva variedad de posiciones filosóficas, algunos filósofos contemporáneos han argüido que el motivo de esta desconcertante variedad radica en el fracaso a la hora de emplear criterios objetivos de significado y verdad al evaluar afirmaciones filosóficas. Ante el desafío del rápido y exitoso desarrollo de las ciencias, los filósofos han intentado desesperadamente delinear el verdadero territorio de la filosofía. Se nos ha dicho que la tarea de la filosofía es la de clarificar confusiones generadas por el mal uso del lenguaje o que la filosofía sólo puede describir pero nunca explicar. O bien que el objetivo de la filosofía es el de conseguir claridad conceptual. Cuando volvemos la mirada hacia asuntos de vital importancia como la política o la ética, percibimos, especialmente en Inglaterra y en Estados Unidos, un sentimiento prevaleciente de que el trabajo del filósofo es describir y clarificar los modos en los que de hecho discutimos, argumentamos y razonamos acerca de estos asuntos. No es, sin embargo, tarea del filósofo decirnos lo que deberíamos y no deberíamos hacer.
Dewey no habría aceptado nada de esto como una caracterización adecuada de la filosofía. Fue escéptico y, a la vez, respetuoso con la tradición filosófica. No creyó que el propósito de la filosofía fuera revelar la estructura básica de una realidad perenne. Tampoco que los filósofos tuvieran un acceso especial a un dominio más allá del mundo en el que pensamos y actuamos. Fue crítico con la búsqueda de la certeza que había caracterizado gran parte de la filosofía occidental. Pero creyó, desde luego, que 2.500 años de filosofar estuvieran basados en un error. Toda gran filosofía...



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