Bleakley | El surf y la meditación | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 13, 152 Seiten

Reihe: Tiempo de Mirar

Bleakley El surf y la meditación


1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-18708-93-0
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 13, 152 Seiten

Reihe: Tiempo de Mirar

ISBN: 978-84-18708-93-0
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Bleakley nos revela una aguda conciencia de lo que el mar puede decirnos sobre nuestro lugar en el mundo natural. Comparte lecciones vitales y filosóficas que abarcan desde los ciclos lunares y el surf fluvial hasta el taoísmo de la naturaleza. Un libro que podrán disfrutar tanto los surfistas como quienes no practican este deporte.

Sam Bleakley es un escritor que ha viajado mucho y un surfista profesional nacido en el Reino Unido. Durante su carrera competitiva acumuló multitud de trofeos, incluidos varios títulos ingleses, británicos y europeos. Los relatos de sus viajes se han publicado en revistas de surf internacionales como Carve, Pacific Longboarder, Surf News y The Surfer's Path. Es autor de varios libros.
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LA CORTINA DE AGUA CAE ANTE
EL APLAUSO DE
DIOS

La ola se vuelve horizontal y rompe sobre el arrecife de coral poco profundo, una cortina de agua que cae. Me muevo rápido por su cara, inclinado, alerta. El tiempo parece ralentizarse y expandirse en el silencio sobrecogedor. Surfear en estos momentos despierta agudamente los sentidos y roza lo inefable.

El «tubo» es el destino último de todo surfista, mantenerse de pie en la tabla por detrás de la cortina de agua que cae, como tras una cascada, tratando de mantenerse en pie ante su colapso. El surf y la vida se pueden definir como lo bien que logres mantener el equilibrio mientras todo tu alrededor cae en cascada o, como dicen los surfistas, clocking up tube time (pasar la mayor cantidad de tiempo posible en la parte más crítica de la ola). Sin embargo, cuando cae la cortina y estás bien dentro del tubo, puede que no logres salir, y que un coral afilado e infeccioso te rastrille, marque y surque la espalda con indeseados tatuajes naturales mientras te caes de la tabla con un wipeout. El movimiento del agua es el flujo del tao (término este que simplemente significa «el camino») —el compasivo yin frente al audaz yang—. «El más alto dios es como el agua», escribió el filósofo chino Lao Tse. «Se acerca al Camino».

Se estima que la población mundial que practica el surf de manera habitual es de unos treinta millones de personas. El surf se centra sobre todo en el mar, pero también se practica en lagos (los vientos, por ejemplo, forman olas surfeables en los Grandes Lagos de Norteamérica e incluso en la costa del mar Caspio en Azerbaiyán) y ríos (como en las mareas de estuario periódicas del Dragón de Plata en el río Qiantang, China). También ha aumentado el interés por practicar wave gardens tierra adentro, de lo que hablo en el último capítulo. Si pensamos en la costa de cualquier país bañado por el mar, esta suele ser irregular por la acción de las olas y las mareas. Estira toda esa costa y tendrás una enorme extensión que invita a los surfistas. La creciente cultura del surf también es diversa, exhibe un significativo cambio demográfico, incluida una ampliación en la edad de quienes lo practican, aumento de la participación de mujeres, perfiles multiétnicos y con múltiples capacidades y miembros vulnerables de la sociedad. El surf también se está usando terapéuticamente (por ejemplo, para tratar el estrés postraumático y para canalizar la energía de chavales agresivos). Una de las surfistas profesionales más prestigiosas, Bethany Hamilton, perdió un brazo cuando la atacó un tiburón, pero sigue surfeando al más alto nivel.

Surfistas activistas

En mi propia casa, donde el turbulento Atlántico se encuentra con la escarpada costa del Reino Unido, a veces con un beso, pero normalmente con un tortazo, hay ahora una floreciente cultura del surf. Se estima que unas 500.000 almas están tomando conciencia del delicado equilibrio entre el escenario natural de la vida marina y el impacto cultural humano. Algunos de estos surfistas son orgullosos activistas políticos. Ningún surfista quiere abrirse paso por aguas contaminadas, ni contemplar sentado cómo una prístina franja de costa se «convierte» en puerto deportivo. Los surfistas fueron los primeros en notar la cantidad de aguas negras que flotaban en torno a las costas británicas y en denunciarlo públicamente.

En 1990 se creó en Cornualles el grupo medioambiental Surfers Against Sewage (SAS). Tras diez años de campañas, varias empresas hidráulica privadas empezaron a invertir en proyectos integrales de tratamiento de aguas negras, y hoy SAS puede enorgullecerse de la cantidad de banderas azules (estrategia europea que premia las mejores aguas aptas para el baño) que posee Gran Bretaña.

Soy un entusiasta miembro de SAS. No obstante, también pertenezco a la generación que ha sido educada en la adquisición y el uso indiscriminado de las últimas tecnologías y aparatos «imprescindibles». La industria de las tablas de surf tiene un pasado tóxico, que dependía sobre todo de productos químicos elaborados con aceites procedentes de la industria aeroespacial en la década de 1950. La espuma de poliuretano y la fibra de vidrio, aunque cancerígenas, eran baratas, versátiles y atractivas estéticamente, toleraban variaciones térmicas y eran fáciles de manipular, por lo que se podían crear continuamente nuevos diseños de tablas. Al final, el fabricante estadounidense que lideraba el mercado de la espuma cerró por haberse saltado las relativamente laxas leyes ambientales. La reacción ha sido una nueva ola de producción a pequeña escala, ecológicamente sensible, que recuerda las raíces polinesias del surf, cuando los hawaianos usaban madera de secuoyas selectas. En este movimiento de reflexión medioambiental, a la hora de elegir la tabla en la que montan, los surfistas se están convirtiendo rápidamente en embajadores verdes.

La llamada de lo salvaje

El surf se vuelve adictivo y sigues y sigues, pero probablemente sea mejor pensar en ello como en una llamada, una vocación, «la llamada de lo salvaje» de Jack London, trasladada del Yukón a cualquier costa surfeable. Como surfista profesional que también se gana la vida como escritor de viajes, he seguido la llamada por todo el mundo y he acumulado montones de millas aéreas. Es habitual ver playas abiertamente usadas como basureros y aseos, ensuciadas con plásticos. No obstante, siempre hay elección y, paradójicamente, es el contacto a largo plazo con el mar lo que nos obligará a hacer elecciones inevitables, porque el deterioro del medioambiente marino se está produciendo a un nivel que debe ser restringido. Todos estamos familiarizados con noticias acerca de especies en peligro de extinción por la sobreexplotación pesquera, muerte de los bancos de coral y problemas de vertidos de petróleo, microplásticos y contaminación con aguas negras. De lo que no se habla tanto, por ejemplo, es de la creciente cantidad de residuos médicos vertidos por los barcos.

La potencial conciencia ecológica de los surfistas —una especie de ejército sensibilizado con el medioambiente— ofrece una poderosa imaginería colectiva (preocuparse por el medioambiente). Pero ¿cómo aprovechamos este conocimiento holístico de la naturaleza y la belleza del mar para transformarlo en acción para el bien colectivo como un imperativo ecológico? La mayoría de los surfistas somos naturalmente amigos del océano (ya estamos marcados, manchados de salpicaduras de sal). Sin embargo, como siempre, hay contradicciones. Algunas comunidades de surfistas tienen un comportamiento infame con su localismo agresivo, protegiendo «su» espacio de los visitantes. Este plan no tiene sentido —ningún grupo de personas «posee» el mar de esa forma, y los surfistas deben hacer frente a este hecho—.

El mundo nos influye, o nos «ofrece» percepciones, y nosotros respondemos a sus lecciones. El mundo es un regalo, no un producto de consumo. Si fuéramos capaces de entender esta idea, no estaríamos tan ansiosos por moldear el mundo según nuestros deseos, sino más bien de apreciar cómo nos educa con su presencia y su belleza. Los surfistas admirables, aquellos que se sitúan más allá del circuito cerrado del localismo y la mentalidad innecesariamente agresiva, adaptan sus reacciones a la ola en vez de imponerse a la misma. Como escribió el poeta Wallace Stevens (1879-1955), «El mundo es presencia; no fuerza». El mundo no se propone controlarnos, sino que simplemente se presenta en toda su gloria y su riqueza, pero nosotros estamos empeñados en controlarlo, y nuestros métodos han sido despiadados y destructivos, y ahora vuelven a nosotros como bumeranes llenos de venganza.

«El agua, como óleos de una bruja,

ardía verde y azul y blanco».

De La balada del viejo marinero
Samuel Taylor Coleridge,
poeta y filósofo inglés (1772-1834)

El surf como una meditación

El surf facilita inmediatamente la inmersión en el presente. El mero hecho de comprometerse con el surf hace que nos volvamos mucho más sensibles a las costas, su ubicación y desplazamiento. La danza del surf es una representación que a menudo roza la experiencia espiritual en la que el tiempo se retuerce de una manera extraña.

El dicho «Si ves a Buda en la carretera, mátale» significa que uno no venera ni idolatra la figura de Buda (al Buda como personalidad o, en estos días, como celebridad), sino que más bien sigues el camino de Buda precisamente demoliendo su imagen y trazando tu propio horizonte. El budismo no sostiene una figura, sino la sabiduría de la enseñanza solo revelada por el «asesino» del maestro. De manera similar, si crees que el surf se traducirá automáticamente en una actividad de conciencia plena, es que todavía no has matado el surf. «Hacer» surf es un primer paso, «pensar con» el surf es un segundo paso, dejar que el surf te piense y te haga, o ser moldeado por el medioambiente total que nosotros convenientemente reducimos al acto de «surfear» es un paso más expansivo aún. No hay mejor modo de dejar que el surf te piense que ir a surfear armado con lo que yo llamaría un «instinto reflexivo», una sabiduría animal que es «sabiduría en el cuerpo-mente», explorada y explicada a lo largo de este...



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