E-Book, Spanisch, 176 Seiten
Reihe: Concilium
Borgman / Cahill / Nadar Familias
1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-9073-241-0
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Concilium 365
E-Book, Spanisch, 176 Seiten
Reihe: Concilium
ISBN: 978-84-9073-241-0
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
La «familia» se ha identificado a menudo como «iglesia doméstica». Aprendemos a ser cristianos en nuestras familias. Como siempre ha mantenido la doctrina católica, los padres ejemplarizan la relación de Cristo y la Iglesia, y los hijos son la encarnación del amor de sus padres. Las experiencias familiares, para bien o para mal, nos configuran como las personas que llegamos a ser. Pero las familias se están haciendo cada vez más complejas y tienen que afrontar desafíos que no tienen respuestas fáciles, ni por parte de la Iglesia ni por la sociedad.
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Mary R. D’Angelo *
EVANGELIO Y FAMILIA
En los textos bíblicos, «evangelio» y «familia» no están en sintonía. La mayoría de los dichos sobre la familia atribuidos a Jesús son los denominados «antifamiliares» por los especialistas, y Pablo prefiere el celibato para servir al evangelio. Los conflictos con las familias, la ideología imperial y las inquietudes sobre la rectitud sexual condujeron pronto a los creyentes a defender sus «valores familiares» contra las acusaciones de ser «rompehogares». La buena noticia para las familias nos exige regresar a los textos con una hermenéutica basada en Laudato si’, una hermenéutica que no solo rechaza la dominación sino también la sumisión, que comunica los mismos consejos de justicia para todos: amaos unos a otros, pero sin sumisión y sin temor. Si alguien viene a mí y no odia a su padre y madre, y a esposa e hijos y a hermanos y hermanas, incluso su propia vida, no puede ser discípulo mío (Lc 14,26). Esposas, sed sumisas a vuestros maridos… Hijos, obedeced a vuestros padres. Esclavos, obedeced a vuestros dueños (Col 3,18-22)1. Mientras escribo este artículo, el Sínodo sobre la Familia se acerca a su final; su trabajo constituye más un inicio que una consecución. Si bien la situación de los católicos divorciados y vueltos a casar ha sido central desde su preparación, los temas se han multiplicado en las discusiones, destacando el reconocimiento de las parejas del mismo sexo, los acercamientos pastorales a la poligamia y la posibilidad de conferir el orden del diaconado a las mujeres. El discurso de Walter Kasper, El Evangelio de la Familia, propone un principio generoso y valioso, a saber, que al dirigirse a las familias la Iglesia recurra más al evangelio que a la ley, y también remite al ejemplo de flexibilidad en las iglesias antiguas y orientales2. Pero para realizar plenamente este principio, es necesario volver a leer las fuentes bíblicas con una hermenéutica radicalmente repensada. Ni sencillas ni coherentes, las fuentes ofrecen más problemas y más posibilidades que las que cabría esperar. En primer lugar, este artículo explora las tensiones entre evangelio y familia, analiza las condiciones de las familias en el mundo antiguo, vuelve a leer los textos que han llegado a ser normativos, y, finalmente, saca las conclusiones para reorientar el modo en que la Iglesia los usa. Reino de Dios versus casas
En los textos bíblicos, «evangelio» y «familia» no sintonizan positivamente. De hecho, podríamos decir que la buena noticia sobre la familia era que podía e incluso debe abandonarse. Aunque gran parte de la interpretación homilética y magisterial hable de las normas familiares bíblicas o cristianas, la mayoría de los dichos sobre la familia son los designados «antifamiliares» por los especialistas. Estos dichos ordenan a quienes se han comprometido con el reino de Dios a dejar todo lo que tienen, «hogar o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos… por causa del evangelio» (Mc 10,29; cf. Mt 19,29). En Lucas también se deja a la esposa (18,29). «Por causa del evangelio» explica la exigencia del abandono: para predicar la buena noticia. Marcos escenificó estos dichos en la llamada a los discípulos: Santiago y Juan dejan a su padre como también su sustento (y lo de cada uno) para seguir a Jesús (1,19-20), una respuesta que es chocante y ejemplar. Pedro y Andrés dejan a otros para seguir a Jesús, incluida quizá la suegra de Pedro (1,29-31). ¿O parte también ella? Marcos subraya su recuperación con la palabra diækonei, «ella estaba ministrando» a ellos, sugiriendo que se unió al movimiento, con las mujeres que siguieron hasta la cruz (1,31; 15,40-41). Las declaraciones, que al parecer proceden de la fuente de dichos Q, son incluso más radicales. En un episodio un hombre se ofrece a seguir a Jesús, pero solo después de la muerte de su padre; Jesús rechaza su devoción filial con las palabras: «dejan que los muertos entierren a sus muertos» (Mt 8,21-22; Lc 9,59-60). ¿Siguió este buscador el ejemplo de los hijos de Zebedeo o se apartaría con tristeza? Ni Mateo ni Lucas relatan su reacción; los dos dejan el desafío ante el lector. Lucas 14,26 expresa la elección en términos más duros: «Si alguien viene a mí y no odia a su padre y madre y esposa e hijos y hermanos y hermanas, incluso su propia vida, ese no puede ser discípulo mío»3. Estos dichos se completan con las indicaciones sobre la hostilidad a la misión de Jesús por parte de su madre y hermanos. En Juan 7,1-9, los hermanos de Jesús son presentados como envidiosos y escépticos. Marcos 3,20-21 nos dice que la familia de Jesús estaba convencida de que él estaba loco; Jesús responde afirmando que tiene otras madres, hermanos y hermanas, solícitos con la voluntad de Dios y con su reino (Mc 3,31-35). La predicación del reino de Dios es el catalizador del conflicto familiar, incluso de traiciones homicidas y de oposición entre los miembros de la familia (Mc 13,12; Mt 10,21-23.34-38; Lc 12,49-53). Mateo sintetiza la catástrofe: «Los propios enemigos serán los miembros del hogar» (Mt 10,36, citando a Miq 7,6). Estas predicciones son apropiadas tanto para el movimiento del reino de Dios en Galilea como en la misión por el Mediterráneo. El miedo y la pérdida asaltaban a las familias de los predicadores que iban por los caminos de Galilea proclamando un reino tan diferente al del César o que se hacían al mar e iban por las vías romanas anunciando una resurrección y una esperanza opuesta a la del Imperio. Los misioneros sustituyeron a quienes habían perdido por la distancia o por las hostilidades con familias de su elección: nuevos hermanos y hermanas, y ocasionalmente madres (pero, en general, no «padres», un título reservado en gran medida para Dios; cf. Mt 23,8-10)4. El vocabulario familiar y hogareño se mantuvo incluso cuando los cristianos se apropiaron del lenguaje más formal y jerárquico procedente del culto en el Templo y del sistema imperial. Antes de la paz de Constantino, la tensión entre las obligaciones familiares y la vocación cristiana podía ser encarnizada. La madre y el novio de Tecla la denunciaron por seguir a Pablo y aceptar el celibato (Hechos de [Pablo y] Tecla, 19-20), y El martirio de las Santas Perpetua y Felicidad incluye escenas dramáticas en las que su padre la reprende por abandonarlo a él y al bebé de ella (3,5,6,9). Dados estos factores antifamiliares, ¿cómo emerge el supuesto de que la familia es esencial para el evangelio?5 Familia y familias en la Antigüedad
Para comprender las ambigüedades, las contradicciones y las discontinuidades de las declaraciones sobre la familia en los primeros escritos cristianos, necesitamos un viaje por el tiempo. Si bien el Génesis atribuye a Dios la creación de la sexualidad, la sociedad y la procreación (Gn 1,27-28; 2,18-24), es claro que las organizaciones conyugales y familiares son invenciones humanas complejas. Los estudios recientes sobre la familia en el antiguo Imperio romano y en el judaísmo de esa época reconocen su diversidad al hablar de familias, no de «la familia», una adquisición que seguiré6. Tanto los especialistas como los textos antiguos tienden a centrarse en temas específicos: matrimonio, divorcio, hijos, herencia, esclavitud. La investigación sobre las familias es complicada en parte porque las lenguas antiguas no tienen un equivalente directo de esta palabra. La que más se aproxima es «casa» (bet, en hebreo, oikos, en griego, y domus, en latín). El término latino familia, origen del término en inglés, lenguas romances y alemán, puede referirse a quienes están en la potestas de un hombre (hijos, esclavos, libertos, pero, en general, no incluye una esposa). Pero también puede referirse solo a los esclavos de la casa, una acepción que revela el carácter central de la esclavitud en la constitución de las familias antiguas, y subraya la función de la casa como lugar de producción y consumo. La práctica común en la cuenca mediterránea y la creciente influencia de la legislación romana implican que las familias judías y romanas eran frecuentemente semejantes. La práctica judía se diferenciaba de la romana al incluir la poligamia; Josefo atribuye las numerosas esposas de Herodes a una «costumbre ancestral (patrion)» judía (Guerra 1.477; Antigüedades 17.14). Los documentos de Babatha, una mujer judía (ca. 120-135 d.C.), reflejan las negociaciones con una co-esposa7, y los tratados de la Misná sobre las mujeres legisla sobre las co-esposas (ca. 200 d.C.)8. Mientras que la monogamia llegó a ser la norma de los judíos que vivían en Occidente, los emperadores del siglo IV d.C. aún estaban luchando contra la poligamia judía. Ningún judío antiguo hace una defensa explícita de la monogamia, critica a los patriarcas por tener muchas mujeres o cuestiona las representaciones proféticas de la divinidad como un marido polígamo y abusivo (cf. Ez 16). En Qumrán el Rollo del Templo prohíbe al rey tener múltiples esposas/mujeres (11Q lvi, 17-19) y el Documento de Damasco denigra a los «constructores de las murallas» por tomar «dos mujeres durante su vida (de los constructores), cuando al principio de la creación él “los creó macho y hembra”» (CD iv.20-v.2). Este texto se considera frecuentemente como un precedente de la prohibición del divorcio en Marcos...