Brashares | Verano en vaqueros | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 306 Seiten

Reihe: Verano en vaqueros

Brashares Verano en vaqueros


1. Auflage 2012
ISBN: 978-84-675-4329-2
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 306 Seiten

Reihe: Verano en vaqueros

ISBN: 978-84-675-4329-2
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Carmen, Lena, Bridget y Tibby son cuatro amigas desde la infancia. Han tenido siempre mucho en común, incluso la amistad entre sus madres; pero este verano van a compartir algo más: unos vaqueros. Una deliciosa novela que muestra la importancia del compañerismo en el recorrido vital de los adolescentes.

Ann Brashares nació el 30 de julio de 1967 en Alexandria, Virginia, EEUU, aunque creció en Chevy Chase, Maryland, junto a sus tres hermanos. Asistió a clase en una escuela cuáquera llamada Sidwell Friends, situada en el área de Washington D. C. Años después, estudió Filosofía en el Barnard College de la Universidad de Columbia de Nueva York. Se tomó un año sabático en sus estudios antes de graduarse por necesidades económicas, y empezó a trabajar como editora para la casa editorial neoyorquina 17th Street Productions. Tanto le gustó el trabajo, que no volvió a la universidad para terminar sus estudios de Filosofía, si no que permaneció durante muchos años en dicha ocupación editorial.   Su primera novela, Un verano en vaqueros, que inició una serie de literatura juvenil de varios títulos en 2001, fue un éxito internacional, llevado inclusive al cine, lo que propició que comenzara a escribir a tiempo completo y dejara su profesión hasta entonces. Su primera novela para adultos apareció en 2007 bajo el título The last summer (of you and me), a la que siguió en 2009 la juvenil 3 Willows: The Sisterhood Grows, editada en español por Ediciones SM con el título Tres sauces. Su último trabajo es otra novela para adultos, llamada My name is Memory, publicada en Estados Unidos en 2010.   Ann Brashares continúa viviendo en Nueva York, junto a su marido, el pintor Jacob Collins, y sus tres hijos.
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PRÓLOGO

H

abía una vez un par de pantalones. Era un tipo de pantalón imprescindible –vaqueros, por supuesto–, azules, pero no de ese azul tieso y nuevo que se ve tan a menudo el primer día de colegio. Eran de un azul suave, cambiante, un poco más descoloridos en las rodillas y en la culera, y con pequeñas rayas blancas en el bajo.

Habían disfrutado de una buena vida antes de llegar a nosotras. Sencillamente se notaba. Supongo que una tienda de segunda mano se parece a una perrera en ciertas cosas. Todo lo que encuentres allí tiene mucho de sus dueños anteriores. Nuestros pantalones no eran como un cachorro neurótico a quien sus dueños dejaban solo y ladraba de la mañana a la noche hasta quedarse afónico. Se parecían más a un perro adulto de una familia que lo apreciaba, pero que debía mudarse a un piso o quizá a Corea (¿es Corea?), el país donde la gente a veces se come a los perros. 

Se notaba que los vaqueros no habían llegado a nuestra vida a causa de una tragedia. Simplemente habían pasado por una de esas transiciones de la vida, habituales, pero dolorosas. Así es por lo visto, el destino de los pantalones. 

Eran unos vaqueros nobles, pero sin pretensiones. Podías echarles un vistazo y pensar: «Sí, unos pantalones», o podías tomarte tu tiempo y mirar en serio la delicada complejidad del color y las costuras. No te forzaban a admirarlos. Se daban por satisfechos cumpliendo su función principal de cubrirte el culo sin hacer que pareciera más grande de lo que realmente es. 

Los compré en una tienda de segunda mano en un extremo de Georgetown, que está encajonada entre una tienda que vende agua (no sé tú, pero yo la tengo gratis en casa) y una tienda de alimentos naturales que se llama «¡Sí!». Cada vez que una de nosotras exclama «¡sí!» (y lo hacemos tan a menudo como nos es posible), siempre gritamos ¡Sí! a grito pelado. Acompañaba a Lena, a su hermana pequeña, Effie, y a su madre. Effie había ido a comprarse un vestido para el baile del colegio. Effie no es el tipo de chica que se compra un vestido rojo de tirantes como todo el mundo. Ella tiene que comprar algo exclusivo. 

Fundamentalmente comprélos pantalones porque la madre de Lena odia las tiendas de ropa de segunda mano. Dice que la ropa usada es para los pobres. «Creo que eso está sucio, Effie», repetía cada vez que Effie descolgaba algo de una percha. En el fondo yo estaba de acuerdo con la señora Kaligaris, lo que me daba algo de vergüenza. La verdad, echaba de menos la limpia sencillez de una tienda como «Express», pero tenía que comprar algo. Los pantalones vaqueros estaban doblados inocentemente en un estante junto al mostrador donde se pagaba. Pensé que quizá los habían lavado. Además, solo costaban 3,49 dólares, IVA incluido. Ni siquiera me los probé, así que puedes suponer que no me interesaban de verdad. Mi culo tiene unos requisitos específicos en cuanto a pantalones se refiere. 

Effie escogió un pequeño vestido mod rabiosamente opuesto al estilo del baile, y Lena encontró un par de mocasines machacados que tenían aspecto de haber pertenecido al tío abuelo de alguien. Lena tiene los pies grandes, usa un nueve y medio o algo así. Es lo único que no es perfecto en ella. Me encantan sus pies. Sin embargo, no podía mirar esos zapatos sin estremecerme. Como si no fuera suficiente comprar ropa usada, que en teoría es lavable, pero ¿zapatos usados? 

Cuando llegué a casa dejé los vaqueros en el fondo de mi armario y me olvidé de ellos. 

Reaparecieron la tarde antes de que nos marchásemos de vacaciones de verano, cada una por su lado. Yo iba a Carolina del Sur a ver a mi padre, Lena y su hermana Effie iban a pasar dos meses en Grecia con sus abuelos, Bridget se marchaba a un campamento de fútbol en Baja California (resulta que está en México. ¿Quién lo hubiera dicho?). Tibby se quedaba en casa. 

Era el primer verano que íbamos a pasar separadas y creo que a todas nos provocaba una extraña sensación de nerviosismo. 

El verano pasado las cuatro amigas hicimos el curso de refuerzo en Historia americana porque Lena dijo que en verano se sacaban mejores notas. Estoy segura de que Lena sí consiguió una nota más alta. El verano anterior todas fuimos asistentes de monitores en Camp Tall Timbers en la costa este de Maryland. Bridget fue monitora defútbol y dio clases de natación, Lena estuvo trabajando en el taller de artesanía y a Tibby le tocó la cocina, una vez más. Yo colaboré en el taller de teatro hasta que perdí la paciencia con dos diablillos de nueve años y me reasignaron, a mí sola, a la oficina del campamento a cerrar sobres a lametones. 

Me podían haber despedido directamente, pero creo que nuestros padres pagaron, y todo para que nos tuvieran allí trabajando. 

Los veranos anteriores son un recuerdo borroso de aceite para bebés, mechas caseras y el sentimiento de odio que nos inspiraba nuestro cuerpo (a mí me creció el pecho; Tibby no tenía nada de pecho) en la piscina pública de Rockwood. Mi piel se puso morena, pero ni un solo mechón de pelo se volvió del rubio prometido. 

Y supongo que antes de eso... Dios, no sé qué hacíamos. Tibby fue a un campo de trabajo durante una temporada y ayudó a construir casas de renta baja. Bridget tenía un montón de clases de tenis. Lena y Effie chapoteaban en su piscina día tras día. Para ser sincera, creo que yo pasaba mucho tiempo delante de la televisión. Aun así, nos las arreglábamos para vernos por lo menos un par de horas al día y los fines de semana los pasábamos siempre juntas. Hay años que destacan: el verano en que la familia de Lena construyó la piscina, el verano en que Bridget tuvo sarampión y nos contagió a las demás. El verano en que mi padre se marchó de casa. 

Por algún motivo, nuestra vida estaba marcada por los veranos. Mientras Lena y yo íbamos a un colegio público de educación primaria, Bridget iba a un colegio privado con un montón de deportistas como ella, y Tibby todavía iba a Embrace, un pequeño colegio rarísimo donde los alumnos no se sentaban en pupitres y no tenían notas. Era en verano cuando nuestra vida se unía por completo, cuando todas celebrábamos el cumpleaños, cuando ocurrían las cosas realmente importantes. Excepto el año en que murió la madre de Bridget. Eso fue en Navidad. 

Comenzamos a ser «nosotras» antes de nacer. Las cuatro nacimos al final del verano, con un margen de 17 días: Lena primero, a finales de agosto, y yo la última, a mediados de septiembre. No es tanto una coincidencia, como el motivo por el cual comenzó todo. 

El verano en que nacimos, nuestras madres se habían apuntado a una clase de aeróbic para embarazadas (imagínate) en un sitio llamado Gilda’s; eran el grupo de septiembre (Lena se adelantó un poco). Entonces estaba muy de moda hacer aeróbic. Supongo que las demás integrantes de la clase no salían de cuentas hasta ese invierno, pero las de septiembre estaban tan tremendamente embarazadas que la profesora temía que explotaran en cualquier momento. La profesora modificaba los ejercicios para ellas. «¡Septiembre! –gritaba, según dice mi madre–. Solo cuatro repeticiones; ¡con cuidado! ¡Cuidado!» La monitora de aeróbic se llamaba April y, por lo que cuenta mi madre, la odiaban. 

Las «Septiembre» comenzaron a verse después de clase para quejarse de pies hinchados y de lo gordas que estaban, y para reírse de April. Después de nacer nosotras –milagrosamente todas niñas, más el hermano gemelo de Bridget– formaron su propio grupo de apoyo materno y nos dejaban revolcarnos a todas en una manta mientras se quejaban de no dormir y de lo gordas que todavía estaban. El grupo se disolvió al poco tiempo, pero en los veranos cuando teníamos un año y dos y tres aún nos llevaban a Rockwood. Nos hacíamos pis en la piscina de niños y nos quitábamos los juguetes unas a otras. 

Después, la amistad entre las madres se fue perdiendo. No estoy segura de por qué. Su vida se complicó, supongo. Un par de ellas volvieron a trabajar. 

Los padres de Tibby se mudaron a esa granja que está tan lejos, en Rockville Pike. Quizá nuestras madres nunca tuvieron mucho en común, aparte de estar embarazadas al mismo tiempo. Quiero decir que, bien pensado, formaban un grupo extraño: la madre de Tibby, una joven radical; la madre de Lena, una griega ambiciosa que trabajaba mientras estudiaba para ser asistente social; la madre de Bridget, una joven de la alta sociedad de Alabama; y mi madre, una puertorriqueña con un matrimonio que se tambaleaba. Pero durante una temporada, parecían amigas. Al menos así es como lo recuerdo. 

Hoy en día nuestras madres actúan como si la amistad fuera una asignatura optativa, que cae hacia el final de la lista de prioridades después del marido, los hijos, el trabajo, la casa y el dinero. En algún lugar entre las barbacoas y el interés por la música. No es así para nosotras. Mi madre me dice: «Ya verás cuando te tomes en serio a los chicos y a los estudios. Ya verás cuando te vuelvas competitiva». Pero está equivocada. No permitiremos que eso nos ocurra a nosotras. 

Con el tiempo, la amistad de nuestras madres dejó de basarse en ellas y pasó a basarse en nosotras, las hijas. Se convirtieron en algo parecido a divorciados, que no tienen mucho en común excepto los niños y el pasado. En realidad, se sentían incómodas unas con otras, sobre todo después de lo que le ocurrió a la madre de Bridget. Es como si hubiera alguna desilusión o quizá incluso...



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