Carrón | La belleza desarmada | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 312 Seiten

Reihe: 100XUNO

Carrón La belleza desarmada


1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-9055-813-3
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

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Reihe: 100XUNO

ISBN: 978-84-9055-813-3
Verlag: Ediciones Encuentro
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Como toda crisis, la actual 'nos obliga a volver a plantearnos preguntas y nos exige nuevas o viejas respuestas, pero, en cualquier caso, juicios directos, no preestablecidos' (Hannah Arendt). Es, por tanto, una invitación a abrirnos a los demás y, para los cristianos, una ocasión para verificar la capacidad de la fe para dar respuesta a los nuevos desafíos y mantener un diálogo a campo abierto en el espacio público. Julián Carrón, responsable actual de Comunión y Liberación, una de las realidades eclesiales más relevantes de las últimas décadas, reflexiona sobre nuestra actual situación de 'cambio de época'. En este libro nos plantea de qué modo la propuesta cristiana puede ser atrayente para el hombre de hoy y contribuir a la construcción de espacios de libertad y convivencia en nuestra sociedad plural. El acceso a la verdad sólo es posible a través de la libertad. La historia es el espacio del diálogo en libertad, 'lo cual no quiere decir que sea un espacio vacío, desierto de propuestas de vida. Porque de la nada no se vive. Nadie puede mantenerse en pie, tener una relación constructiva con la realidad, sin algo por lo que valga la pena vivir, sin una hipótesis de significado'.

Julián Carrón (Navaconcejo, Cáceres, 1950) fue ordenado sacerdote en 1975. Realizó sus estudios teológicos en el Seminario de Madrid y fue alumno titular de L`École Biblique et Archéologique Française de Jerusalén. Doctor en Teología en 1984 por la Facultad Teológica del Norte de España, ha sido docente en la Universidad Complutense, responsable del Seminario Menor de Madrid, profesor de Religión y director del Colegio Arzobispal de la Inmaculada y San Dámaso. Hasta 2005 fue profesor ordinario de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología San Dámaso de Madrid. En septiembre de 2004 se traslada a Milán llamado por Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, para compartir con él la responsabilidad en la guía de este movimiento. Tras el fallecimiento de don Giussani en febrero de 2005, la Diaconía de la Fraternidad de Comunión y Liberación le nombra Presidente de la misma, cargo que sigue detentando en la actualidad. Desde el curso 2004-2005 es, además, profesor de Teología en la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán. Dirigió la edición española de la Revista Católica Internacional Communio, así como la revista Estudios Bíblicos. Además de numerosos artículos en diversas revistas, ha publicado el libro Jesús, el Mesías manifestado. Tradición literaria y trasfondo judío de Hch 3,19-26 (1993).
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PREFACIO


por Javier Prades [1]

En un mundo global


Recientemente he tenido ocasión de volver a Angola por motivos del trabajo universitario que desempeño. En los momentos de descanso mis anfitriones aprovecharon para enseñarme distintas obras educativas y asistenciales en los llamados “barrios” resecos y polvorientos que rodean la ciudad de Benguela.

Para un europeo como yo, las ocasiones de viajar a África o América Latina se traducen en una madeja de sensaciones diferentes. Aparece sin duda una nostalgia ante la frescura de una forma de vivir más simple, libre de las sofisticaciones de nuestra sociedad del bienestar. Asoma igualmente una envidia sana por la sencillez de una fe arraigada en la vida común, capaz de sostener las penalidades y sufrimientos de tantas privaciones, diferente de esa fe atormentada y problematizada que conocemos. Hay un eco de alegría en las personas, especialmente en los niños, que no es fácil percibir en nuestra sociedad opulenta, como la llamaba Augusto Del Noce.

Por otro lado, la precariedad de esa vida sugiere con la misma fuerza un sentimiento de injusticia. Es innegable que estas formas de sociedad, expuestas a profundas y rápidas mutaciones, sin recursos humanos, culturales, económicos y sociales para hacerles frente, pueden perderse o empobrecerse aún más. La solidez y la densidad de la vida social, cultural y económica de Europa —incluso con todas sus incongruencias— parece entonces hacer valer su fuerza única en la historia de la humanidad. De igual modo, la fe joven y conmovedora de estas personas está muy expuesta a las corrientes antihumanistas que tanta influencia ejercen en y desde Occidente, y cuyos efectos ya se vislumbran en esas sociedades.

Los contrastes que acusamos al salir de Europa nos traen a la mente a ilustres pensadores que han llegado a la conclusión de que nuestra cultura ha perdido el camino y no encuentra remedios eficaces para recuperarse. Desde Glucksmann a Habermas o Manent, nos advierten sobre un Occidente dividido, enfrentado consigo mismo, exhausto. Quizá por eso, a lo largo del siglo XX muchos europeos llegaron a poner en duda el valor de los frutos de la civilización que los vio nacer. No obstante, apreciamos también la resistencia a perder ese altísimo patrimonio europeo de civilización y humanidad cuya riqueza no tiene casi comparación en la historia y que ha permitido, entre otras cosas, que hoy podamos hablar de «persona».

En este momento, los europeos atisbamos el final de una crisis económica que ha sido larga y dolorosa para millones de conciudadanos nuestros. Por un lado ha hecho aflorar con especial intensidad esa sensación de cansancio y agotamiento de la que hablamos, como si un profundo malestar se albergase en nuestros corazones. Por otro, la misma crisis nos ofrece la posibilidad de volver a empezar, de cambiar, de esperar algo mejor. Nos toca pues un trabajo de discernimiento sobre nuestra situación y sus posibles soluciones. ¿Qué nos pasa a los europeos? Y, de manera singular, ¿qué nos pasa a los cristianos europeos? No dejo de plantear estas preguntas a los hombres de Iglesia, de universidad y de cultura, tanto creyentes como agnósticos o ateos con los que tengo la ocasión de encontrarme. No es fácil traducir la respuesta en un camino plenamente resuelto, pero la hoja de ruta que nos propone Julián Carrón en la primera parte del libro nos guiará por los «caminos del bosque» —según la expresión de Martin Heidegger— de nuestra sociedad.

El malestar de los europeos


Desde el punto de vista que nos compete, lo primero es constatar el hecho mismo de que un malestar real ha aflorado en la sociedad occidental. ¿Cuál es la tarea que nos incumbe, y que los episodios más dolorosos nos imponen con urgencia? Precisamente la de interpretar bien este malestar, que se expresa en términos ambiguos y a menudo ideológicos. Si no queremos cerrarnos ante esta realidad debemos tomarlo seriamente en consideración.

A mi juicio, el malestar no se puede explicar limitándose a los factores económicos de la crisis, por mucho que hayan llegado a ser realmente graves en los últimos años. Pensemos por ejemplo en la grave crisis demográfica de Europa, con la caída dramática de la natalidad y las dificultades patentes para integrar la emigración. Hay un trasfondo cultural y moral en la crisis de participación institucional que estamos viviendo, como destacados pensadores han puesto de relieve con muy buen sentido, desde Böckenförde a Pérez Díaz. Aún más, para identificar la naturaleza de la crisis es necesario llegar a comprenderla como un síntoma del carácter en última instancia infinito del conjunto de exigencias y evidencias que constituyen la experiencia elemental, común a todo hombre, cuya realización plena manifiesta la constitutiva religiosidad humana. Que jóvenes europeos de segunda y tercera generación sigan cediendo a los banderines de enganche del fundamentalismo islámico nos debería hacer pensar en un vacío ideal que toca el ámbito de lo religioso.

El malestar de la sociedad europea, y el de los cristianos europeos, no se reduce a aspectos superficiales, que desde luego no faltan. Su raíz es profunda. Se trata de una dificultad que podemos describir como una crisis de «relación con la realidad», en palabras de María Zambrano. ¿En qué consiste? Es una especie de pérdida de confianza ante la propia experiencia de vida. Se descubre en la dificultad para conocer y abrazar lo real tal y como aparece, es decir, ejerciendo su atractivo en cuanto manifestación de un Fundamento que está dentro de cada cosa y remite más allá de cada cosa [2].

Si lo que aparece se reduce, en cambio, a mera apariencia, la relación con lo real entra en crisis: no conseguimos que el conocimiento de nosotros mismos, de los demás y del mundo conserve su carácter de signo del Fundamento, de ese Misterio bueno al que «todos llaman Dios». El riesgo no es pequeño, porque queda afectado nuestro modo de usar la razón y la libertad, y, además queda afectada la inteligencia de lo real hasta su Fundamento último. Y cuando se ponen en peligro razón, libertad y realidad, se encienden las alarmas en cualquier sociedad. A medio y largo plazo resulta imposible —o al menos mucho más inseguro y vulnerable— trabajar, establecer vínculos afectivos, disfrutar del descanso, construir la paz social. Se desemboca en una debilidad existencial de lo humano en cuanto humano.

Los ejemplos de ese proceso de debilitamiento se podrían multiplicar en cada uno de los órdenes concretos de la experiencia elemental a los que hemos aludido: afecto, trabajo, descanso. Refiriéndose en particular a los jóvenes, Giussani acuñó la eficaz fórmula de un «efecto Chernóbil» sobre la humanidad contemporánea. Lo describía con estas palabras: «Es como si todos los jóvenes de hoy hubieran sido alcanzados […] por las radiaciones de Chernóbil: el organismo es estructuralmente el mismo de antes, pero dinámicamente ya no es el mismo. […] Uno se vuelve […] abstracto en la relación consigo mismo, como si estuviéramos descargados afectivamente (sin energía afectiva para adherirse a la realidad), como unas pilas que en vez de durar seis horas duraran seis minutos» [3]. Carrón la retoma como un criterio de juicio para comprender la situación actual de nuestras sociedades plurales, precisamente al formularse la pregunta sobre lo que significa hoy ser cristiano (ver aquí, pp. 85-109). La naturaleza del debilitamiento no es en primer lugar ética o psicológica, por mucho que se den también esos factores, sino que alcanza al dinamismo del conocimiento y de la libertad en su relación con lo real en su totalidad.

Si esto es así, y la crisis no remite solo a una dimensión económica, ni solo cultural o moral, sino en su fondo antropológica y religiosa, hay que analizar ese orden de cosas, para ofrecer una contribución válida a la convivencia y la paz en la sociedad occidental. Como es evidente, lo que sucede en Occidente tiene su inevitable reflejo sobre las demás culturas y por lo tanto el camino que sigan la sociedad y la Iglesia en Europa afectará al resto del mundo.

La interpretación cultural de la fe


¿Cómo se ha podido llegar a esa situación de debilitamiento humano que hemos esbozado? En una entrevista televisiva, al final de su vida, Giussani respondió a la famosa pregunta de T.S. Eliot: «¿Ha fallado la Iglesia a la humanidad, o la humanidad ha fallado a la Iglesia?» [4]. Y su contestación —quizá sorprendente para algunos— fue que se habían dado ambas cosas. Creo que una de las intenciones del libro de Carrón es explorar con detenimiento los modos en los que la experiencia religiosa ha sido propuesta a los hombres contemporáneos, hijos de una sociedad plural y multicultural, de una sociedad, en buena medida, sin Cristo. Entramos así en el terreno de lo que podemos denominar la interpretación cultural de la fe.

Juan Pablo II hizo una aportación que se ha convertido en clásica para valorar el diálogo entre la fe cristiana y la sociedad plural cuando enseñó que «la síntesis entre cultura y fe no es solo una exigencia de la cultura, sino también de la fe […]. Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida» [5]. La indicación se traduce en la exigencia interna de la fe de convertirse en cultura, en un modo concreto de vivir las dimensiones de lo humano. El papa Wojtyla no sugiere, como es evidente, un proceso en el que la fe se diluya hasta trocarse en mera cultura, según la tendencia...



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