I. Figuras del destino
«La voz del destino se oye, mucho más de lo que la figura del destino se ve.»
María Zambrano,
La visibilidad o audición del destino sucede en momentos privilegiados de la vida. De pronto la persona alcanza a ver u oír la curva de la vida. El sentido se concentra de tal modo que dibuja una figura repentinamente visible, fruto de la unión de puntos dispersos, como las estrellas que forman figuras en la bóveda celeste. Pero se vea o no la figura del destino, lo que anticipa la situación de la persona delante del destino es un silencio resonante, la repentina apertura de un espacio sonoro o, como describió Cristina Campo en : «La escena del destino es cóncava, callada y resonante, como la caja de un precioso instrumento; es el laúd suspendido de Poe»1. Chrétien de Troyes creó insuperables escenas de destino. El carácter icónico de la novela artúrica insiste en la visibilidad del destino a través de la figura, pero entre los octosílabos pareados de ciertos pasajes es posible también oír ese silencio que resuena en el espacio cóncavo, del mismo modo que todo verdadero cuento entraña un final seguido de una «página en blanco», como decía Isak Dinesen, el espacio necesario para que retumbe la paradoja contenida en el relato2. Erec, Lancelot, o Yvain, son todos ellos personajes cuyas historias tienen como objetivo fundamental enfrentarlos, a ellos y a sus lectores, a los emblemas que de pronto se forman ante sus miradas, en los que se contiene la orientación futura de su andadura vital: la imagen de un leopardo, una carreta, el combate entre un león y una serpiente, aparecen en momentos de una gran densidad para marcar una cesura, una pausa, un intervalo. A través del signo que repentinamente les ofrece la vida, estos personajes adquieren conciencia de su ser y, por tanto, de su trayectoria. En el relato se hace el silencio para dar entrada a la voz del destino, que a veces, como en el caso de Perceval, no se petrifica en imagen, sino en la palabra, que es el propio nombre del protagonista, ignorado hasta aquel preciso instante.
En el primer roman artúrico de Chrétien de Troyes3, la figura del destino se forma como emblema que condensa la decisión de Erec ante el suceso imprevisto que repentinamente pone en crisis su identidad. En medio de la más completa dicha el mundo se derrumba ante sus pies. Una bofetada en forma de palabra, como los latigazos del enano felón al principio del relato, despierta a Erec de su sueño: la realidad se ha transformado, es diferente a lo que él creía; todo lo que ha hecho hasta el momento, no sirve; es necesario ponerse de nuevo en movimiento. La veloz comprensión de lo que ha ocurrido impulsa a Erec a una también rápida determinación, a una respuesta al ataque recibido, que no puede ser otra más que la acción, lo que en la novela artúrica se simboliza a través de la salida de la corte, y por tanto del lugar de la civilización y de la colectividad, y del internamiento en el bosque, el lugar de la soledad, del riesgo y del peligro, esto es, el lugar de la aventura. Entre el desdichado despertar de Erec y su salida de la corte se dibuja la figura del leopardo. ¿Cuál es el significado de este leopardo? Asistamos a la escena del destino:
Et Erec un autre apela, | Erec llamó a otro |
Si li comande a aporter | y le ordena que le traiga |
Ses armes por son cors armer. | las armas para armarse. |
Puis s’an monta en unes loiges, | Luego sube a sus estancias |
Et fist un tapiz de Limoiges | y hace que extiendan en el suelo |
Devant lui a la terre estandre, | una alfombra de Limoges |
Et cil corrut les armes prandre, | Aquél corrió a buscar las armas |
Cui il l’ot comandé et dit, | como le habían ordenado y dicho, |
Ses aporta sor le tapit. | y se las dejó sobre la alfombra. |
Erec s’asist de l’autre part | Erec se sentó enfrente de ellas |
Sor une ymage de liepart | sobre una imagen de leopardo |
Qui el tapiz estoit portraite. | que estaba representada en el tapiz. |
Por armer s’atorne et afaite: | Se dispone y prepara para armarse: |
Premieremant se fist lacier | primero se hace enlazar |
Unes chauces de blanc acier, | unas calzas de blanco acero, |
Un hauberc vest aprés tant chier | viste después una cara loriga |
Qu’an n’an puet maille detranchier. | cuyas mallas no se pueden desgarrar; |
Mout estoit riches li haubers | muy rica era la loriga, |
Que an l’androit ne an l’anvers | tanto por delante como por detrás; |
N’ot tant de fer com une aguille, | tenía tanto hierro como una aguja |
N’onques n’i pot coillir reoïlle, | y no podía coger herrumbre |
Que toz estoit d’argent feitiz, | pues estaba hecha toda de plata |
De menües mailles tresliz; | con anillos entrelazados. |
Si ert ovrez si soutilmant, | Estaba trabajada con tanta sutileza |
Dire vos puis seüremant | que os puedo decir ciertamente |
Que ja nus qui vestu l’eüst | que nadie que la hubiera vestido |
Plus las ne plus doillanz n’an fust | se habría cansado o dolido más |
Ne que s’eüst sor sa chemise | que si se hubiera puesto sobre su |
Une cote de soie mise. | camisa una cota de seda. |
Li sergent et li chevalier | Servidores y caballeros |
Se prennent tuit a merveiller | comienzan todos a preguntarse |
Por coi il se feisoit armer, | maravillados por qué se hacía armar, |
Mes nus ne l’ose demander. | pero ninguno se atreve a preguntar. |
Quant del hauberc l’orent armé, | Cuando le hubieron armado con |
Un hiaume a cercle d’or jamé, | un criado le enlaza en la cabeza |
Qui plus cler reluisoit que glace, | un yelmo adornado con un cerco |
Uns vaslez sor le chief li lace. | que relucía más claro que un cristal. |
Puis prant l’espee, si la ceint. | Toma luego la espada y se la ciñe. |
Lors comanda qu’an li amaint | Entonces ordena que le traigan |
Le bai de Gascoigne anselé | ensillado el bayo de Gascuña |
(vv. 2636-2675). | (pág. 49). |
La decisión y el acto de Erec resultan incomprensibles para quienes le rodean, maravillados ante la escena. Un profundo silencio acompaña los gestos del criado mientras le reviste de armas cuyas propiedades son extraordinarias: la loriga de plata que no puede oxidarse ni desgarrarse, el yelmo tan reluciente como el cristal. Erec no explica nada. Sólo ordena que le traigan las armas, que extiendan en el suelo la alfombra con la figura del leopardo. Desea ver esa figura, desea ser armado sobre esa alfombra. Sabe que va a abandonar la casa de su padre, que va a marchar solo en compañía de su esposa Enide sin objetivo, sólo como errancia, sin conocer el tiempo de retorno, quizás sin retorno, en el camino hacia una muerte probable. Se acabaron los placeres, la vida dichosa en la cámara matrimonial. Se va a imponer, a sí mismo y a su esposa, un duro ejercicio consistente en la interrupción comunicativa: desde el momento en que salen de la corte, le prohíbe que le dirija la palabra y esa ausencia de palabras irá acompañada de una ausencia también de relación sexual. Necesaria compensación a la situación previa, en que nos encontramos dentro de la estancia en que las palabras de Enide desencadenaron la decisión de Erec. «El dormía y ella velaba» (, v. 2491). Aquella mañana, en el lecho donde tanto habían gozado (, vv. 2486-2488), mientras Erec está sumido en el sueño, Enide recuerda lo que dicen de su señor por la región, cómo le critican por haber abandonado las armas y dedicarse sólo a su esposa y al amor. Enide llora y se lamenta maldiciendo la hora en que nació, maldiciendo también la hora en que nació...