E-Book, Spanisch, Band 96, 164 Seiten
Reihe: El Árbol del Paraíso
Cirlot Visión en rojo
1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-18245-00-8
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 96, 164 Seiten
Reihe: El Árbol del Paraíso
ISBN: 978-84-18245-00-8
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Victoria Cirlot nace en Barcelona en 1955. En la actualidad es catedrática de filología románica en la Facultad de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, y Directora del Doctorado en dicha Universidad. Se ha dedicado al estudio de la Edad Media: cultura caballeresca y mística. Realizó diversas traducciones de novelas artúricas de los siglos XII y XIII del francés antiguo, como por ejemplo Perlesvaus o El alto libro del Grial (publicado en Siruela con varias reediciones) y también de lírica trovadoresca (Jaufré Rudel, El amor de Ionh, Columna, Barcelona 1998). Entre sus libros dedicados a la novela artúrica destaca Figuras del destino. Mitos y símbolos de la Europa medieval, Siruela, Madrid 2005. En el ámbito de la mística medieval se ha ocupado de Hildegard von Bingen (Vida y visiones de Hildegard von Bingen, Siruela, Madrid 1997-2006), así como de otras escritoras místicas (La mirada interior. Escritoras místicas y visionarias de la Edad Media, Siruela, Madrid 2008, en colaboración). Ha trabajado acerca del fenómeno visionario en estudios comparativos de la Edad Media y siglo XX : Hildegard von Bingen y la tradición visionaria de Occidente, Herder, Barcelona 2005, y en La visión abierta. El mito del Grial y el surrealismo, Siruela, Madrid 2010). Es directora de la colección El Árbol del Paraiso de la editorial Siruela. También se ha ocupado de la edición de la obra de su padre, el poeta y autor del Diccionario de símbolos, Juan Eduardo Cirlot.
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I. La sangre de Cristo y la mancha roja
Con una imagen extraordinaria comienza el de Juliana de Norwich9. El efecto que produce la primera visión puede compararse con el que se experimenta con las obras de arte más provocadoras del siglo XX. La distancia de seis siglos que separa la visión con respecto a nuestro mundo y a nuestro pasado más próximo parece disolverse para de inmediato volver a reafirmarse por la certeza de que no podemos estar ante «lo mismo». En esa dialéctica entre la semejanza y la diferencia se sitúa nuestra mirada cuando leemos esa primera visión, y las palabras de Juliana se traducen en nuestro interior en imágenes mentales. La experiencia visionaria de esta mujer de la que prácticamente nada sabemos sino lo que ella misma nos dice en su corresponde a la espiritualidad de una época en la que la relación e intimidad con Dios tenía lugar en un plano de la realidad que conocemos como místico, es decir, una realidad en la que el acontecimiento radical de vida consistía en la unión con Dios. Desde Hildegard von Bingen en el siglo XII, la visión constituyó una experiencia habitual entre las mujeres cuya mirada se había vuelto decididamente hacia la interioridad, ya ocuparan las celdas de un monasterio, las habitaciones de los beguinatos que proliferaron en las ciudades a partir del siglo XIII o las celdas situadas junto a las iglesias en pleno centro urbano, como fue el caso de la reclusa Juliana de Norwich, en las últimas décadas del siglo XIV y las primeras del siglo XV10. La práctica de la reclusión, habitual en Inglaterra desde el siglo XII con el caso bien conocido de Christina de Markyate, suponía la muerte al mundo, tal y como quedaba expresado en el rito de entrada; aunque, a diferencia de lo que pudiera parecer, no implicaba en absoluto un aislamiento total11. Antes bien, la reclusa se comunicaba con el mundo a través de la ventana de su celda, tal y como se muestra en un manuscrito lombardo que recoge una ficción literaria como . En la miniatura vemos al caballero conversando con la reclusa que se encuentra en el interior de una casa, y lo hace junto a una ventana [Fig. 1]. Aunque, a diferencia del paisaje rural en el que aparece el eremitorio de , la celda de Juliana estaba situada no lejos de la catedral, en medio del bullicio de una ciudad rica y próspera, relacionada comercialmente con los Países Bajos, el norte de Alemania y el Báltico, célebre además por un sofisticado nivel intelectual, en contacto con las universidades
Fig. 1
de Cambridge y Oxford12. El hecho de que Juliana formaba claramente parte de la comunidad de Norwich y de que además cumplía una función importante como consejera y guía espiritual de dicha comunidad se deduce de las herencias que le dejaron personajes significativos de su entorno, no solo a ella, sino también a dos de sus sirvientas, que, al parecer, vivieron con ella en la celda, y que quizá la ayudaron en la copia de sus textos13. El testimonio más significativo del prestigio de Juliana se debe a Margery Kempe, que la visitó en 1413 para obtener de ella guía espiritual y consejos14. En la celda se abría además otra ventana, aunque esta otra daba, no al mundo exterior, sino a la iglesia, de modo que la reclusa podía asistir a los ritos litúrgicos. El espacio de la reclusa se define entonces por el elemento liminal, las ventanas, que establecen las fronteras entre el exterior y el interior, y la celda misma, que se presenta como un espacio intermedio, entre el siglo mundano y el otro mundo o más allá al que transportan los rituales practicados en la iglesia15. Entre la tierra y el cielo: justamente allí donde suceden las visiones, en la tierra espiritual, como la denominaba Henry Corbin, y donde el abad Suger de Saint Denis situaba el lugar de su meditación, ni en el lodo de la tierra ni en las alturas celestiales16. La vida de la reclusa transcurre en un espacio en que existe una comunicación oral, en que las palabras van y vienen, en el que puede percibirse el movimiento, al que llegan todas las manifestaciones que pueden captarse a través de los sentidos corporales, pero también un silencio sepulcral, una absoluta oscuridad, y la visión de unos actos celebrativos destinados a despertar y abrir los ojos interiores. Ese mismo carácter híbrido es el que preside la experiencia visionaria en la que las imágenes ofrecen formas que «se parecen» a las de este mundo, pero que no son de este mundo. Los contenidos espirituales adoptan formas visibles, se muestran, aparecen, emergen como floraciones espontáneas. El lugar de la visión, lo denominó Corbin, es justamente el lugar de un tipo de imagen que es la que conocemos como símbolo. Son estas imágenes simbólicas, inmateriales, carentes de soporte, sin fijación, las que pueblan los escritos de las visionarias. En muchas ocasiones, ellas describen con todo detalle y precisión sus visiones y, a veces, esas imágenes fueron trasladadas por los miniaturistas al pergamino del manuscrito. Tal es el caso de Hildegard von Bingen, no así el de Juliana de Norwich, cuyo nunca fue ilustrado. En cierto sentido fue una suerte, pues esas miniaturas inexistentes no pueden interponerse entre sus palabras y nuestra imaginación. Aunque resulta imposible dejar de alabar a los miniaturistas que ilustraron el o el , siempre fieles a las descripciones de Hildegard, sin añadir ni quitar nada o casi nada, ajustándose naturalmente al estilo de su época, pero sin traicionar nunca la fuente, innovando y rompiendo moldes iconográficos allí donde lo imponía la visión, pues tenían clara conciencia de que estaban situados ante revelaciones divinas que debían ser transmitidas con la mayor justeza posible17. Pero ¿qué artista de finales del siglo XIV podría haber ilustrado las visiones de Juliana? Veremos que muy pocos, casi ninguno, tal es su originalidad estética con respecto al estilo gótico18.
Pero Juliana de Norwich no recibió la mayor parte de sus visiones en la celda ni tampoco escribió allí la primera versión de su , terminada hacia el año 138519. La iglesia junto a la que se dispuso la celda le dio el nuevo nombre, masculino, con el que a partir de entonces se la conoció20. La celda se convirtió en su espacio de vida de su madurez, en la última década del siglo XIV, cuando ella contaba con unos cincuenta años, y debió de serlo durante más de veinte años, después del año 1416, en que Juliana todavía seguía viva. También debió de ser el espacio de la reescritura de su libro, la segunda versión, la larga, nutrida de otras visiones, las de 1388 y 1393, y de profundas reflexiones y exégesis sobre la que fue la primera experiencia visionaria, que desencadenó el ejercicio de escritura21. Esta primera experiencia visionaria tiene día y año: el 8 o 13 de mayo, según disienten dos manuscritos, del año 137322. La circunstancia de la visión es una enfermedad que la ha llevado hasta las orillas de la muerte; el espacio de la visión, una habitación de enferma en la que se mueven diversas personas: su madre, un sacerdote, un niño. Todas las preguntas que podemos formularnos se quedan sin respuesta: ¿Esa habitación pertenecía a un convento donde Juliana era monja, quizá al convento benedictino de Carrow, a una milla de St. Julian en Norwich, como supone Nicholas Watson23, o bien se trataba de una habitación de un espacio doméstico laico? La madre que asiste a la enferma ¿era su madre de sangre o bien la madre abadesa del convento? ¿Quién era el niño?, ¿un pariente o el acólito del sacerdote? ¿Era el sacerdote su confesor?24 Los estudiosos de Juliana no han podido responder con certeza a estas preguntas; solo con hipótesis que no han logrado una argumentación demostrativa. Rodeada de sombras está la visionaria para nosotros, que tan poco llegamos a saber de ella. El enigma auténtico: ¿Cómo y por qué llegó a la escritura? ¿Por qué las dos versiones? Entre las hipótesis que me parecen más plausibles citaré tan solo la que entiende la primera versión de las visiones, la breve, como una 25, o sea, como el texto escrito para responder a las preguntas de quienes tenían que aceptar la transformación de Juliana en reclusa, es decir, como la que adopta la reclusión: (es la reclusión de quien se encierra a sí misma en una celda para estar libre para Dios)26. Si esta hipótesis es cierta, la versión breve no habría sido escrita inmediatamente después de la experiencia visionaria, sino más tarde, hacia 1385. En todo caso, el hecho de que se hayan conservado dos versiones del de Juliana de Norwich, la breve y la larga, no implica que solo existieran esas dos versiones, sino que con toda probabilidad, como se supone recientemente, debieron existir varias, aunque a nosotros solo nos han llegado estas dos. Eso no significa que el acontecimiento de mayo de 1373 no originara de inmediato la escritura, probablemente incorporada a la que denominamos versión breve. La escritura de la experiencia visionaria de Juliana se presenta en movimiento, esto es, según la propia del texto medieval27, sin «forma definitiva», sujeta a cambios debidos en parte a distintas funciones, como por ejemplo la de probar la...