E-Book, Spanisch, Band 43, 352 Seiten
Reihe: Literatura Rey Lear
Cohen Ese vago resplandor
1 (NED)
ISBN: 978-84-92403-90-5
Verlag: Rey Lear
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 43, 352 Seiten
Reihe: Literatura Rey Lear
ISBN: 978-84-92403-90-5
Verlag: Rey Lear
Format: EPUB
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Una vagabunda, que se hace llamar Julia Proteus, recorre por la noche las calles de Madrid en busca de objetos que expone al alba en la Plaza Mayor o en la de Santa Ana. Durante uno de esos recorridos nocturnos será testigo de un crimen, lo que alterará su rutina obligándole a una huida constante. Al mismo tiempo, la clocharda comienza a narrar su vida al periodista norteamericano Peter Mahtler Chu-yu, que prepara una serie de reportajes sobre los marginales españoles para la prensa norteamericana. Emma Cohen vuelve a la novela con una doble historia en la que indaga en el recuerdo biográfico de una mujer a la que le tocó nacer en la postguerra, hija de una familia de la burguesía catalana adscrita al bando de los vencedores. Los juegos infantiles, la educación, la sociedad agrícola y jerarquizada del delta del Ebro, los primeros amores, la vocación por el teatro y la libertad, que surgen al mismo tiempo en la Facultad de Derecho, y su participación activa en las revueltas estudiantiles del Mayo del 68 francés componen un retrato del siglo XX narrado por un testigo privilegiado de esa época.
Emma Cohen
(Barcelona, 1946)
Es actriz y escritora. Estudió Derecho, carrera que abandonó poco antes de terminar y durante la que tomó contacto con la interpretación a través del Teatro Español Universitario. Debutó en el cine a los 22 años con la película Tuset Street (1968) de Jorge Grau y a partir de ese momento lo compaginaría con montajes teatrales como Marat-Sade (1968), Un enemigo del pueblo (1971)... Entre su filmografía destacan Españolas en París (1971), Al otro lado del espejo (1973), por la que obtuvo el Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos; Tigres de papel (1977), El viaje a ninguna parte (1986), El mar y el tiempo (1989), El rey pasmado (1991) y El abuelo (1998). En televisión dio vida en la versión española de Barrio Sésamo a la Gallina Caponata. Recientemente ha dirigido la adaptación radiofónica de la obra de teatro de su marido, Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano. Paralelamente a su labor como actriz ha mantenido una constante dedicación a la literatura, con libros como Toda la casa era una ventana (1983), Alba, reina de las avispas (1986), Negras tierras negras (1988), Hechizos, filtros y conjuros eróticos (1990), Miranda Hippocampus o La Isla del aire (1990), Rojo milady (1993), Muerte dulce (1993) y Loca magnolia (1996).
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CAPÍTULO PRIMERO
PROTEUSA DOC
LOS HERMANOS FUENTES regresaron al piso familiar cuando el periodista todavía andaba de recogida. Parecían de cristal. —¿Te vas? —Sí. —¿Dónde? —A África, ¿os hace? —No. —¿Cómo estáis? —Lander Cruz nos ha dicho que si queríamos saber más, tú eres la persona indicada, que durante el tiempo que trabajaste en Julia Proteus habías escrito una especie de crónica. —¿Mi relato? ok, ahora mismo irá a parar —en castellano— a vuestros ordenadores. El periodista abrió su portátil y efectuó el pase. —¿Cómo te llamas en esa especie de novela? —Peter Mahtler Chu-yu. Silencio. —Ojalá que conocer lo sucedido a través de Proteusa.doc os resulte más llevadero. Silencio. —¿Dónde está Libeliula?, ¿qué hace? —Ni idea. —Cuando pasó lo que pasó se fue de tu hotel antes que nosotros y no ha vuelto a aparecer. Pat y Sami no querían hablar de Libeliula con el periodista. —En el dormitorio grande dejé un cofre con las cenizas de vuestra madre. Gracias por tanta colaboración y hospitalidad. os quiero. Cuidaros. Silencio. Mahtler seguía a la espera de un taxi en la esquina de Monte Esquinza con Riscal cuando Libeliula salió a la carrera del Imán-Bar, cruzó la calle y se la tragó el portal n°32. Peter Mahtler Chu-yu miró hacia arriba, hacia el ventanal de los hermanos Fuentes Fernández. Dentro, Pat, Sami y Libeliula, una vez abierto el archivo proteusa.doc, leyeron: JULIA PROTEUS, como todos los días, despertó a la atardecida. De la radio a pilas salía la voz de Enrique Morente. Acompañada por su cante, Julia se alzó a tientas. Desde hacía unos años Julia Proteus ocupaba aquel sótano descubierto más allá del alba, cuando caminaba por Molino de Viento. Llevaba cansancio y empujó al paso, sin muchas esperanzas, una puerta de madera carcomida. Empujó con suavidad aquella puerta vieja porque pensó que soñaba despierta, inmersa en la misma pesadilla de puertas y ventanas desaparecidas en la que por último tantas veces caía en cuanto la atrapaba el sueño. Pero esa vez la puerta cedió y le dio acceso a un lugar real, abandonado, hacia un descanso necesario. Aquel sótano, situado al inicio de Molino de viento, fue parte de una carbonería y carecía de ventanas; sólo contaba con la pequeña puerta que daba a esa calle. Podía dejar los carritos arriba, en el mínimo zaguán, donde antes vendían carbón. En el centro del zaguán se abría un agujero y la escalera de tierra que llevaba al sótano ocupado años atrás por el carbón y luego por las ratas y las cucarachas a las que Julia venció a su llegada. Tras encalar el sótano introdujo una cama metálica antigua, de las que admiten su traslado despiezadas. Más tarde añadió una mesa, la silla de astronauta encontrada en la Castellana y una barra larga de la que pendían sus prendas de vestir. Después cubrió las paredes con estanterías de diversa procedencia: allí dejaba sus libros preferidos y algunas de las cosas que cosechaba noche a noche. EL SÓTANO NO DISPONÍA de instalación eléctrica. La luz solar y la de las farolas se filtraba desde los alto de la escalera siempre que Julia dejara la puerta abierta. Quizá por eso, por la falta de luz, en cuanto ocupó aquel antro abandonó su anterior identidad (Ariadna Váquez) y adoptó la de Proteus, animal cuya existencia descubrió a todo color en unas páginas sobre Naturaleza pertenecientes a un Blanco y Negro del diario ABC que encontró en un contenedor de Serrano. Allí, bajo la luz de una farola, Julia leyó de Proteus: «Existen mundos dentro de este mundo cuyo conocimiento ha escapado al hombre durante miles de años. Uno de ellos, el de las profundas cavernas subterráneas de Eslovenia, pertenece al Proteus Anginus, un extraño anfibio cuyas características nada tienen que ver con las de cualquier animal descrito hasta ahora. Reliquia faunística del Terciario, su reino de frío y tinieblas ha sido profanado por primera vez por el ser humano. Esta es la historia y estas son las imágenes del inédito encuentro». Tras el texto venía la foto de un submarinista disfrazado de astronauta del 3.000. El buceador iba pertrechado con luces de distintas intensidades, amarrado a un montón de bombonas que contenían múltiples aires respirables. El submarinista-explorador así captado contemplaba absorto a Proteus, a un ser aparentemente sin mirada, con brazos, manos y pequeñas alas rojas detrás de la cabeza. Y Proteus, que parecía tranquilo —como ajeno a la presencia del luminoso astronauta líquido y del fotógrafo—, reposaba sobre una enorme piedra sumergida en las verdes y gélidas aguas del lago Divehi Jezero, cerca de Idra. Impresionó a Julia que de todo lo ahí captado, el extraño Proteus pareciera lo único real. El resto, la propia fotografía, el luminoso buceador, resultaban fantasmagóricos, irreales. Tan curioso le resultó el hallazgo que guardó el reportaje en uno de sus cochecitos antes de seguir ruta hacia la exposición. Más tarde, tras el alba, ya en el sótano, volvió a contemplar a Proteus. El color de la piel del anfibio era muy parecido al suyo, ambos dormían entre el frío, sin luz, las pequeñas alas rojas detrás de la cabeza de Proteus parecían suyas; por eso, ante aquel espejo remoto, desde ese amanecer Julia dejó de ser Ariadna Vázquez y se acogió al nombre de Proteus. Julia Proteus, a tientas, como todas las atardecidas, subió la escalera de tierra acompañada por Morente y Tomatito. Casi nunca apagaba el transistor, le gustaba oír algo al volver. Ya en el zaguán sorteó los cochecitos, abrió la puerta, la luz rosa del cielo de Madrid entró en el cuarto, la envolvió junto a los carros. Juanes en la radio. Caminó calle abajo —hacia Pez, Puebla, Barco— en busca del baño público cercano a las Mercedarias: allí se duchaba cuando le venía en gana. La imagen de esa mujer alta, bella en algo —la melena recogida más arriba de la nuca, camiseta descolorida que oculta pecho y cintura, leggins oscuros, gabardina larga, los tobillos atrapados por unas viejas botas planas—, apenas despierta curiosidad en Molino de Viento. Aunque Proteusa arrastre cochecitos unidos por cuerdas y cadenas, los del barrio se acostumbraron a su presencia; sólo los más pequeños no se cansan de mirarla. A veces, cuando los cochecitos van vacíos, algún niño monta en uno y acompaña a Julia Proteus durante un trecho mientras ambos juegan a decir tonterías. Aquella tarde, Rafa, el pequeño de Remedios Prieto, abordó el cochecito de los gemelos. —¡Hola, Juliana Proteusa! —Hola, Rafaelus del Lago. —Yo no me llamo así. —Y yo no me llamo asá. —Entonces, ¿cómo te llamas? —Rafaela Prieto, ¿y tú? —Julio Proteuso, ¿vale? —Vale y hasta luego. —Te traigo un superdinosaurio chungo. —Tíralo. sabes que si no lo encuentro perdido, al alba no sale. salta Rafa, tu calle acaba. El chiquillo saltó del cochecito en marcha a la acera sin apenas desequilibrarse. Desde ahí, sentida la emoción del vértigo, soltó una carcajada de aventura triunfante. Julia siguió calle abajo. La marcha de los carros decrecía ante algunos escaparates todavía iluminados. saludó a un comerciante que ya cerraba y con el que tenía trato, a otro le compró pilas nuevas para la radio. Tras lavarse en las Mercedarias salió por Valverde y entró en lo que antes fue el local rey de las actuaciones musicales en directo, el Ya'Sta La Tru, hasta que el Ayuntamiento prohibió el invento: los dueños tapiaron el escenario con ladrillos —cada habitual del local puso uno— y, a partir de entonces, todos los domingos se montaba allí un Rastro al que Julia surtía con restos de sus exposiciones álbicas. Pidió al empleado nuevo que le rellenara la petaca y mientras llegaba Faustino, el dueño, Julia extrajo de lo carritos los objetos sobrantes de la pasada madrugada: un calendario usa del 2000 con grabados de Hokusai, dos grifos casi nuevos, un puñado de gruesos tornillos dorados, ropa de recién nacido sin estrenar, una lámpara «cuello de jirafa metálica», un álbum... Le gustó la pinta del álbum y abandonó el inventario. sentada en uno de los taburetes del Ya'Sta La Tru abrió el álbum por la primera página (gris pálida, de cartulina); descubrió una señora retratada en negro y marfil que vestía a la rica moda burguesa de finales del xix ocupando todo el espacio. Seria, arrogante. Parecía muy poderosa. Al pie de la instantánea, una etiqueta nueva, igual de algún ordenador, que decía: «Mi tatarabuela, Julia D. Ferrán». Julia Proteus quedó tan prendida de aquella Julia D. Ferrán que no advirtió la llegada de Faustino. El dueño del local, tras inspeccionar el resto, le quitó el álbum de las manos; se quedaba con todo. —No. El álbum, no. Este álbum se viene conmigo. Recuperada Julia D. Ferrán, guardados los 6 euros en concepto de adelanto, Julia quedó con Faustino como siempre: arreglarían cuentas el lunes, pasado el Rastro. Julia volvió a la calle, esta vez en pos del incomparable caleidoscopio de Lavapiés, para ella «lugar mágico», cuajado de...