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E-Book, Spanisch, 320 Seiten

Crouch Actualización


1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-19680-93-8
Verlag: NOCTURNA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 320 Seiten

ISBN: 978-84-19680-93-8
Verlag: NOCTURNA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Logan Ramsay es el siguiente paso en la evolución humana. Al principio no tiene claro qué ha cambiado. Solo nota detalles puntuales: se concentra mejor, es capaz de hacer más cosas a la vez, lee muy rápido, su memoria ha aumentado y no necesita las mismas horas de sueño. Poco a poco, es innegable: a su cerebro le está pasando algo. Y a su cuerpo. Ha empezado a ver el mundo y a quienes lo rodean de un modo completamente nuevo. La verdad es que el genoma de Logan ha sufrido un hackeo. Y hay una razón por la que ha experimentado esta actualización, una razón que se remonta a un horrible legado familiar. Lo que le está sucediendo es solo el inicio de un proyecto mucho más grande, y para hacerle frente Logan tendrá que usar sus nuevas habilidades y transformarse en algo más que él mismo. Quizás incluso en algo más que un ser humano. Pero en el proceso no puede evitar preguntarse: ¿y si en realidad la única esperanza de la humanidad consiste en diseñar nuestra propia evolución? Íntima y épica a la par, Actualización es la nueva novela del galardonado autor de Materia oscura, una historia frenética sobre los límites de la humanidad y sobre nuestro potencial ilimitado. La productora de Steven Spielberg está desarrollando su adaptación cinematográfica.

Blake Crouch nació en Carolina del Norte en 1978 y se licenció en Filología Inglesa y Escritura Creativa. Es autor de una docena de libros, entre los que destaca especialmente Materia oscura (Nocturna, 2017), que se vendió en subastas a una veintena de idiomas y cuya adaptación televisiva realizó Apple+. También ha publicado la novela Recursión (Nocturna, 2020), en cuya adaptación están trabajando Shonda Rhimes y Matt Reeves para Netflix, y Actualización (Nocturna, 2024), que Amblin Partners llevará al cine.
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1

Encontramos a Henrik Soren en un bar de la terminal internacional cuando le faltaban treinta minutos para embarcar en un hiperreactor con destino a Tokio.

Antes de esa noche, solo lo había visto en fotografías de la INTERPOL y en vídeos de distintas cámaras de seguridad. En persona, no impresionaba tanto: menos de un metro setenta, unas zapatillas Saint Laurent artificialmente desgastadas y una sudadera de diseño con una capucha que le tapaba la mayor parte de la cara. Estaba sentado a un extremo de la barra con un libro y una botella de champán Krug.

Me apropié del taburete que había a su lado y coloqué mi placa a medio camino entre ambos. Lucía la insignia de un águila calva cuyas alas envolvían la doble hélice de una molécula de ADN. Durante un largo rato, no ocurrió nada. Ni siquiera tenía claro si Soren la había visto brillar bajo las lámparas colgantes de globo, pero entonces volvió la cabeza y me miró.

Le dediqué una sonrisa.

Cerró el libro. Si estaba nervioso, no lo mostró. Se limitó a mirarme de hito en hito a través del azul escandinavo de sus ojos.

—Hola, Henrik —lo saludé—. Soy el agente Ramsay. Trabajo para la APG.

—¿Qué se supone que he hecho?

Nació hace treinta y tres años en Oslo, pero se educó en Londres, donde su madre era diplomática. Oí el dejo de esa ciudad en la entonación de su voz.

—¿Por qué no hablamos de eso en otro sitio?

El camarero había reparado en mi placa y ahora no nos quitaba ojo. Debía de preocuparle que no le pagara la cuenta.

—Mi vuelo está a punto de embarcar —respondió Soren.

—No vas a viajar a Tokio. Al menos esta noche.

Tensó los músculos de la mandíbula y algo le destelló en los ojos. Se colocó detrás de las orejas la melena rubia que le caía hasta la barbilla y echó un vistazo en torno al bar. Después miró hacia el exterior, a los viajeros que circulaban por el vestíbulo.

—¿Ves a esa mujer que está ahí detrás sentada en un taburete alto? —pregunté—. La del pelo largo y rubio. Con una cazadora azul marino. Es mi compañera, la agente Nettmann. La policía del aeropuerto está esperando en los alrededores. Mira, puedo sacarte de aquí a rastras o puedes salir por tu propio pie. Tú eliges, pero tienes que decidirlo ahora mismo.

No creía que fuera a huir. Soren tenía que saber que las probabilidades de eludir la captura en un aeropuerto repleto de seguridad y vigilancia eran nulas. Pero la gente desesperada hace cosas desesperadas.

Miró otra vez a su alrededor antes de volver a centrarse en mí. Con un suspiro, apuró la copa de champán y levantó su bolsa del suelo.

Regresamos a la ciudad con Nadine Nettmann al volante del Edison modificado de la empresa y la I-70 casi vacía a esas horas de la noche.

Habíamos acomodado a Soren detrás del asiento del copiloto, con las muñecas atadas a la espalda con bridas. Yo mismo había registrado su equipaje de mano —una bandolera Gucci—, pero el único objeto de interés era un ordenador portátil y necesitaríamos una orden federal para poder acceder a él.

—Eres Logan Ramsay, ¿no?

Eran las primeras palabras que pronunciaba el detenido desde que lo habíamos escoltado hasta el exterior del aeropuerto.

—Así es.

—¿Hijo de Miriam Ramsay?

—Sí.

Intenté mantener un tono imperturbable. No era la primera vez que un sospechoso establecía esa conexión. No dijo nada más. Me di cuenta de que Nadine me estaba mirando.

Me giré hacia la ventanilla. Estábamos a las afueras del centro de la ciudad, circulando a doscientos kilómetros por hora. Los motores eléctricos duales apenas hacían ruido. A través del cristal envolvente LenteNocturna, vi pasar a toda velocidad una de las nuevas vallas publicitarias de la APG, parte de la última campaña de concienciación pública.

En letras negras sobre fondo blanco:

LA EDICIÓN GÉNICA ES UN DELITO FEDERAL

#APG

El centro de Denver se vislumbraba a lo lejos.

La altísima torre del Kilómetro se elevaba hacia el cielo: una flecha de luz.

Allí era la una de la madrugada, lo cual quería decir que en Washington D. C. eran las tres.

Pensé en mi familia, que estaría durmiendo plácidamente en nuestra casa de Arlington.

En mi mujer, Beth.

En nuestra hija adolescente, Ava.

Si todo iba bien esa noche, volvería a tiempo para cenar con ellas al día siguiente. Estábamos planeando un viaje de fin de semana al valle de Shenandoah para ver los colores otoñales desde la ruta de la Skyline Drive.

Pasamos junto a otra valla publicitaria:

UN ERROR CAUSÓ

LA GRAN HAMBRUNA

#APG #NUNCAOLVIDAREMOS

Esa ya la había visto otras veces y el dolor atacó al instante: una punzada intensa en el fondo de la garganta. La culpa por lo que habíamos hecho jamás erraba el tiro.

No lo negué ni intenté apartarlo.

Lo dejé estar hasta que pasó.

La filial de Denver de la Agencia de Protección Génica se encontraba en un anodino parque empresarial de Lakewood, y referirse a ella como «filial» era generoso.

Ocupaba una única planta del edificio y contaba con un escaso apoyo administrativo, una celda de detención, una sala de interrogatorios, un laboratorio de biología molecular y una armería. No es que la APG tuviera filiales en la mayoría de las grandes ciudades, pero como Denver era el núcleo principal del Hyperloop del oeste, tenía sentido contar con una base de operaciones allí.

Éramos una agencia joven, pero que crecía a buen ritmo, compuesta por quinientos empleados frente a los cuarenta mil del FBI. Solo había cincuenta agentes especiales como Nadine y yo, todos destinados a la oficina de Washington D. C. y siempre listos para desplazarnos allá donde nuestra división de Inteligencia sospechara de la existencia de un laboratorio génico clandestino.

Nadine rodeó el achaparrado edificio hasta la parte de atrás y franqueó la entrada de servicio que llevaba a los ascensores. Aparcó detrás de un vehículo blindado, donde cuatro agentes del equipo de los bio-SWAT tenían todo su armamento extendido sobre el hormigón. Estaban haciendo una comprobación de última hora para lo que, con suerte, antes del amanecer se convertiría en una redada basada en la información que estábamos a punto de extraerle a Soren.

Ayudé a nuestro sospechoso a salir del asiento trasero del coche y los tres subimos al tercer piso.

Una vez dentro de la sala de interrogatorios, corté las bridas y senté a Soren a una mesa metálica que tenía un anclaje en forma de D soldado a la superficie para los sospechosos menos obedientes.

Nadine fue a por café.

Yo me senté frente a él.

—¿No se supone que tenéis que leerme mis derechos o algo así?

—Bajo la Ley de Protección Génica, podemos retenerte durante setenta y dos horas sin justificarlo.

—Fascistas.

Me encogí de hombros. No se equivocaba del todo.

Posé el libro de Soren sobre la mesa con la esperanza de obtener una reacción.

—¿Admirador de Camus? —pregunté.

—Sí. Colecciono ediciones raras de su obra.

Era un viejo ejemplar en tapa dura de El extranjero. Empecé a hojearlo con gran cuidado.

—Está limpio —me aseguró Soren.

Buscaba rigidez en las páginas, signos de que se habían mojado en algún momento, manchas circulares infinitesimales. En las hojas de un libro normal, pueden esconderse grandes cantidades de ADN, o plásmidos, vertiéndolas microlitro a microlitro y dejándolas secar. Luego, solo hay que rehidratarlas para poder utilizarlas en otro lugar. Incluso una novela corta como El extranjero podría contener una cantidad casi infinita de información genética, puesto que cada página podría contener la secuencia del genoma de un mamífero diferente, una enfermedad terrible o una especie sintética, cualquiera de las cuales podría activarse en un laboratorio génico clandestino bien equipado.

—Vamos a pasar todas las páginas por debajo de una lámpara de luz negra —le indiqué.

—Estupendo.

—Tu equipaje también está de camino. Entiendes que vamos a hacerlo pedazos, ¿no?

—No os cortéis.

—¿Porque ya has hecho la entrega?

Soren no dijo nada.

—¿Qué era? —pregunté—. ¿Embriones modificados?

Me miró con una repugnancia apenas disimulada.

—¿Tienes alguna idea de cuántos vuelos he perdido por culpa de noches como esta? ¿Por culpa de algún chupatintas que se presenta en mi puerta y me lleva a la fuerza a una sala de interrogatorios? Me ha pasado con la Autoridad Europea de Seguridad Genómica. En Francia. En Brasil. Solo faltaba que me fastidiaran el viaje unos imbéciles como vosotros. A pesar de todo este acoso, nunca se me ha acusado de un solo delito.

—Eso no es del todo cierto —repliqué—. Por lo que tengo entendido, al gobierno chino le encantaría poder charlar contigo.

La puerta se abrió a mi espalda. Capté el aroma acre y a quemado del café del día anterior. Nadine entró y volvió a cerrar de una patada. Se sentó a mi lado y dejó dos cafés sobre la mesa. Soren hizo ademán de coger uno, pero ella le dio un manotazo.

...



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