Davis | Llega el monstruo | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 184 Seiten

Reihe: Ensayo

Davis Llega el monstruo

COVID-19, gripe aviar y las plagas del capitalismo
1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-122264-4-7
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

COVID-19, gripe aviar y las plagas del capitalismo

E-Book, Spanisch, 184 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-122264-4-7
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



El reconocido activista y escritor Mike Davis ofrece un pronóstico aterrador de una nueva amenaza global y establece la crisis de la COVID-19 en el contexto de catástrofes virales anteriores, como la gripe de 1918 que mató al menos a cuarenta millones de personas en tres meses o la más reciente gripe aviar, un toque de atención desastrosamente ignorado y cuyas evidentes consecuencias estamos sufriendo en el devastador brote actual. Con un lenguaje accesible y riguroso, Davis reconstruye la historia científica y política de un apocalipsis viral en desarrollo, exponiendo los roles centrales de los agronegocios y las industrias de comida rápida, apoyados por Gobiernos corruptos, en la creación de las condiciones ecológicas para el surgimiento de esta nueva plaga.

Sociólogo, historiador, teórico urbano y activista político estadounidense. Es famoso por sus investigaciones sobre la lucha de clases a través del estudio de los problemas de impuestos territoriales de Los Ángeles (Ciudad de cuarzo), la extensión de favelas (Planeta de ciudades miseria) y la militarización de la vida social a través de medidas de seguridad extremas. En la actualidad es profesor de Historia en la Universidad de California en Riverside.Está considerado el padre del pensamiento ciberpunk y uno de los pensadores radicales más importantes e influyentes de Estados Unidos.
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«El mal que ocurrió aquí,

en el último mes, fue una señal».[50]

El jefe de la aldea de

Ban Srisomboon

Es difícil conservar una imagen clara del sufrimiento humano en tiempos de plagas —por ejemplo, en la época en que la pandemia de gripe de 1918 acabó con la vida del hermano menor de mi madre y con la de entre cuarenta y cien millones de personas más. Las grandes pandemias, así como las guerras mundiales y las hambrunas, convierten la muerte en un acontecimiento de la especie, masificado y fuera de nuestra comprensión emocional. Como consecuencia de esto, las víctimas mueren dos veces: su agonía física se duplica porque sus identidades se sumergen en el lodo de la megatragedia. En palabras de Camus, «un hombre muerto solamente tiene peso cuando le ha visto uno muerto; cien millones de cadáveres, sembrados a través de la historia, no son más que humo en la imaginación».[51] Nadie llora a una multitud, ni se abandona a una llantina fúnebre ante la lápida de una abstracción. A diferencia de otros animales sociales, nosotros carecemos de un instinto de dolor colectivo o de solidaridad biológica que se dispare automáticamente ante la destrucción de nuestros congéneres. Lo cierto es que en nuestro peor momento hallamos una sublimidad perversa y a menudo deliciosa en las pestes negras, en los tsunamis, en las masacres, en los genocidios y en los rascacielos desplomados. Para tener la posibilidad de hacer duelo frente a un cataclismo, es preciso antes personificarlo. La Solución Final, por ejemplo, tiene un impacto menor hasta que se lee el Diario de Anne Frank o se contemplan los lamentables artefactos que exhibe el Museo del Holocausto. Solo entonces es posible llorar.

La amenaza de la gripe aviar —una plaga en curso que, como teme la OMS, en los próximos años podría matar aproximadamente a cien millones de personas— resulta acaso más conmovedora a la luz de la historia de Pranee Thongchan y de su hija, Sakuntala. De hecho, la tierna imagen de la niña de once años, moribunda, acunada en los brazos de su joven madre, fue la pietà que me movió visceralmente a escribir este pequeño libro que relata el fracaso de nuestro Gobierno y el de otros a la hora de proteger al mundo ante un riesgo inminente de brote gripal indeciblemente peligroso. El significado de la tragedia íntima y conmovedora de una madre y su hija es precisamente lo que se perdería si la gripe aviar se convirtiera, como muchos predicen, en la nueva gran pestilencia de la globalización, después de la epidemia del VIH/sida.

Ban Srisomboon es una aldea de cuatrocientos hogares en Kamphaeng Phet, una provincia septentrional de Tailandia. Se trata de una región agradable y adormecida, poblada de templos y palacios derruidos poco atractivos para el turismo, pero es célebre en todo el país por sus famosas bananas. El pueblo de Ban Srisomboon estaba preocupado por los pollos, como lo estaban todas las aldeas rurales tailandesas. Allí se crían aves de corral en libertad e invierten el dinero en efectivo que reciben por ellas en gallos de pelea, una obsesión nacional. Sin embargo, a finales de agosto de 2004, a lo largo y ancho de la aldea los pollos comenzaron a morir de forma misteriosa, como morían las ratas de Orán en las primeras páginas de La peste. Pero a diferencia de los desafortunados colonos en la famosa novela de Camus, los granjeros de Ban Srisomboon reconocieron en la muerte de los pollos un presagio de la gripe aviar que desde noviembre de 2003 se esparcía sigilosamente por Tailandia.

Los virólogos habían acuñado el número de matrícula genética «H5N1» para este subtipo de gripe, avistada por vez primera en Hong Kong en 1997, cuando el virus saltó de las aves acuáticas a los humanos matando a seis de sus dieciocho víctimas. El brote pudo ser contenido gracias al desesperado sacrificio de todas las aves de corral de la ciudad, pero el virus permaneció oculto, muy probablemente en los patos domésticos, que conformaban su «reservorio silencioso». En 2003, el virus reapareció de repente y a escala épica en China y en el Sudeste Asiático. Los investigadores se alarmaron al descubrir que el H5N1 —al igual que el insecto del Apocalipsis en el viejo thriller de Michael Crichton La amenaza de Andrómeda— se volvía «cada vez más patogéno», tanto para los pollos como para los humanos. En el primer trimestre de 2004, después de que Tailandia y Vietnam dieran a conocer nuevas víctimas humanas, se sacrificaron más de 120 millones de pollos y patos, en un esfuerzo internacional masivo para crear un cortafuegos en torno a la epidemia. La mayoría de los corrales diezmados estaban en manos de pequeños granjeros o de criadores contratados, que a menudo se arruinaron por las pérdidas sufridas.

Los cabezas de familia de Ban Srisomboon se enfrentaron a un penosísimo dilema. Por un lado, comprendían que la enfermedad era verdaderamente peligrosa para sus hijos y sus pollos, y que por eso mismo estaban legalmente obligados a convocar a las autoridades. Por otro lado, sabían que el Gobierno destruiría de inmediato todos sus criaderos, incluidos los de sus premiados gallos de pelea. La compensación ofrecida era de solo veinte baht por cada ave (unos sesenta céntimos de euro), pero los gallos podían llegar a estar valorados en diez mil baht, y en algunos casos eran la principal fuente de ingresos de una familia.[52]

Los periódicos de Bangkok informaron de distintas versiones acerca de cómo zanjaron esta contradicción los aldeanos. En una de ellas, sencillamente habrían ignorado la epidemia, limitándose a cruzar los dedos; en otra, los habitantes de la aldea habrían alertado dos veces al Ministerio de Agricultura sobre el número inusual de pollos que morían, pero los funcionarios no realizaron las debidas inspecciones. En cualquier caso, el tío de Sankutala, Somsak Laemphakwan, explicó a los reporteros que había cavado hoyos profundos para evitar que las aves muertas propagaran la infección. Sin embargo, a pesar de estas medidas de precaución, su sobrina pronto desarrolló síntomas sospechosos de fiebre y malestar estomacal. Ella, al igual que todos los niños de la aldea, tenía contacto diario con las aves. Somsak llevó a la niña a la clínica más próxima, pero la enfermera diagnosticó un simple catarro fuerte y minimizó la enfermedad. Al cabo de cinco días, la niña comenzó a vomitar sangre, por lo que fue rápidamente derivada al hospital del distrito en la ciudad de Kamphaeng Phet (de veinticinco mil habitantes). Como su salud siguió empeorando, Pranom Thongchan, su tía, llamó a la madre, que trabajaba en una fábrica de ropa cerca de Bangkok, para decirle que volviera a casa rápidamente.[53]

Pranee se horrorizó al ver que su hija se encontraba en la fase terminal de una neumonía viral: escupía sangre y luchaba por respirar (la neumonía mata por asfixia lenta). Según relataron las enfermeras, aquella última noche la madre acunaba, besaba y acariciaba a la hija, susurrándole palabras cariñosas; es de esperar que un amor como aquel pudiera aliviar algo del terror y el sufrimiento de la hija. (Estos relatos me han resultado extremadamente conmovedores, porque me devuelven los pavorosos recuerdos de mi madre, que contaba ocho años de edad cuando, en 1918, presenció la muerte de su hermano en brazos de su madrastra).

El hospital registró la muerte de Sakuntala como un caso de «fiebre del dengue». El cuerpo fue incinerado antes de que se pudieran tomar muestras de tejido. En el funeral, Pranee empezó a quejarse de dolores musculares y de un agotamiento intenso. La familia recurrió a la misma clínica que había diagnosticado erróneamente la enfermedad crítica de su hija como un resfriado. Por desgracia, volvieron a dar nuevas muestras de una terrible incompetencia al asegurar que los síntomas que presentaba Pranee eran de pena y cansancio. Pranee regresó a su trabajo en la fábrica, pero de inmediato se desplomó y fue ingresada en un hospital, donde murió el 20 de septiembre, dos semanas después del fallecimiento de su hija, con apenas veintiséis años.

Mientras los funcionarios de la salud pública aguardaban el resultado de la autopsia de Pranee, Pranom, su hermana, comenzó a manifestar síntomas similares y los médicos la aislaron. Por fortuna, para entonces sospechaban que se trataba de un caso de gripe aviar y la sometieron a un tratamiento con Oseltamivir (Tamiflu), un poderoso antiviral que, administrado a tiempo, ha demostrado ser excepcionalmente eficaz contra las cepas más mortales de la gripe. Durante la recuperación de Pranom, equipos de hombres vestidos con ropas blancas de bioseguridad y máscaras de gas entraron nerviosos en Ban Srisomboon —que se había convertido en «zona roja»—para matar, recoger en bolsas e incinerar cuantas aves quedaran, mientras que otras cuadrillas...



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