Dawson | Frente de sombras | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, 382 Seiten

Dawson Frente de sombras

Cuando la verdad es una moneda peligrosa
1. Auflage 2025
ISBN: 978-84-685-8905-3
Verlag: Editorial Bubok Publishing
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

Cuando la verdad es una moneda peligrosa

E-Book, Spanisch, 382 Seiten

ISBN: 978-84-685-8905-3
Verlag: Editorial Bubok Publishing
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection



El manuscrito póstumo de Mateo Altamirano puede cambiar el mundo para mejor... o destruir a quienes lo lean. Verónica es la hija del autor. Pablo, el más leal de sus amigos. Al conocer las revelaciones legadas sobre la arquitectura secreta del poder global -que amenazan con socavar los cimientos de la manipulación colectiva establecida por Sentinel, el sistema que mide y controla los temores de la población-, deben callar... o huir para resguardar sus vidas. Ahora fugitivos, Pablo y Verónica viajan de Estocolmo a Barcelona huyendo de quienes quieren silenciar la verdad. El miedo los persigue, pero también los ayuda a transformar su percepción del mundo y desprenderse de las falsas identidades, del miedo y de la sumisión. * Una emocionante road story a través del corazón de Europa, plena de aventuras, miedo y conspiraciones que envuelven a los personajes en una red que atrapa, también, a los lectores.

Edgar Dawson (Uruguay, 1954), egresado de la Stockholm University School of Business en el área de las ciencias económicas, es asesor de empresas y consultor indpendiente en su país adoptivo, Suecia. En 2024, para compartir su experiencia como emprendedor, publicó Por cuenta absolutamente propia. En 2025, su camino como escritor da un giro dramático al incursionar en el thriller filosófico. Guiada por el estoicismo que propone la reconexión cognitiva y la superación del miedo, la pluma del autor nos llama a emocionarnos y a reflexionar. www.edgardawson.com
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Capítulo 2


Theodor sacó la libreta del cajón y la colocó con cuidado sobre el escritorio. Sonrió. Sus dedos acariciaron la cubierta gastada mientras el brillo de entusiasmo en sus ojos se intensificaba como fuego bajo control.

Unos golpes suaves en la puerta interrumpieron su contemplación.

—Adelante —dijo.

La puerta se abrió lentamente. Un hombre entró con pasos medidos. Mayor, con abrigo largo beige y rostro impenetrable. Su expresión seria y cansada contrastaba con la firmeza de sus movimientos. Mantenía la espalda recta. Los hombros firmes. Cada paso, una decisión exacta.

Theodor lo saludó con una sonrisa.

—Coronel.

El hombre se detuvo en la entrada. Un monumento a la cautela.

—Ex —corrigió con voz firme.

Theodor no dejó que la corrección alterara su estrategia.

—Es un gran día. Con su ayuda, quizás revelemos algunos misterios.

El coronel avanzó despacio. Cada paso era una concesión calculada.

—Veremos... —respondió con tono cortante—. ¿Cuál es su interés? ¿Para qué me quiere?

El Institut für Bewusstseinsforschung ocupaba un edificio moderno y austero en el corazón de Zúrich. La precisión suiza respiraba en cada detalle. Pasillos amplios, suelos de mármol pulido y paredes de cristal que dejaban ver las salas de reuniones y los despachos. Un silencio casi absoluto reinaba, roto solo por el eco de pasos lejanos y el zumbido ocasional de impresoras.

Theodor llevaba un traje gris oscuro y una corbata azul. Su cabello escaso peinado hacia un lado acentuaba la intensidad de su mirada mientras esperaba la reacción del coronel.

—Sigue siendo un misterio, ¿no le parece? —Theodor se inclinó hacia adelante, con un leve matiz de sarcasmo en la voz—. Aquí está lo que se le fue de las manos. Años después. Aquí está.

El coronel lo miró sin inmutarse. Su rostro, una pared de piedra antigua.

—Veremos —repitió, tajante—. ¿Qué quiere de mí?

Theodor lo miró directamente. Sus ojos diseccionaban la resistencia del coronel.

—Es un enigma que aún no hemos resuelto. Pero con su experiencia, creo que podemos descifrarlo.

El coronel no respondió de inmediato. Estudió a Theodor en silencio, evaluando sus palabras y lo que no se decía.

Theodor mantuvo su mirada fija.

—Desde mi área, me interesa cómo la mente de alguien parece irse a un lugar inaccesible y volver cuando le es conveniente. Obedece a algo más allá de nosotros. ¿No tuvo usted esa impresión luego de ser derrotado por este hombre?

El coronel frunció el ceño. El insulto brillaba en el aire entre ellos.

—¿Perdimos?

—Ese es tu problema —dijo Theodor con una leve sonrisa—. Crees que es una anomalía. Pero no lo es. Este instituto ha recopilado decenas de casos, cientos de ellos. Todos con una constante: cada uno vuelve sin miedo. Y cuando el miedo desaparece, surge algo más... algo más difícil de controlar. Eso es lo que les falta entender.

El coronel lo miró. La tensión acumulada en su mandíbula.

—Así que dime, ¿qué quieres exactamente de mí?

—Necesitamos saber cómo se quita el miedo, cómo lograron traspasar esa barrera. Mateo Altamirano lo hizo. De alguna manera, regresó de su experiencia transformado. Si encontramos lo que lo llevó a eso, podemos controlarlo... o evitar que otros lo logren.

La mirada del coronel se endureció. Acero templado.

—Estamos hablando de estudiar cómo mantener el control. De evitar que más personas crucen esa barrera.

Theodor asintió lentamente.

—Exactamente. Por eso no puedes actuar de inmediato. Necesitamos más información. Hasta entonces, nada de brutalidades. Debemos diluir todo antes de que salga a la luz.

El coronel mantuvo su expresión impasible.

—Mi deber era solo obtener información.

Theodor no dejó de observarlo. Sus ojos escrutaban cada microexpresión.

—Hay algo que no es habitual. Sucede apenas en raras excepciones en el mundo y en la historia.

El coronel no dio señales de comprender. O quizás no quería hacerlo.

—No estoy aquí para suposiciones.

—Entiendo —dijo Theodor, sin perder la calma—. Pero ¿no le parece extraño? Esta capacidad de desaparecer y aparecer. Un fantasma entre dos mundos.

El coronel respondió con evasivas.

—Mi trabajo es en los hechos, no en lo que no puedo ver.

Theodor sonrió.

—Cuando tengamos un informe completo, un testimonio del propio implicado, tendremos claves. O como usted lo llama, información. Y le aseguro que es muy valioso en todo sentido.

El coronel lo observó, su rostro inmutable.

—Información es lo que busco.

—Entonces, estamos de acuerdo —replicó Theodor, manteniendo un tono respetuoso, pero con una tensión latente—. Quizás encontremos lo que ambos necesitamos.

El coronel no respondió, pero la tensión entre ellos se mantuvo en el aire, una mezcla de respeto y desconfianza. Un pacto frágil.

—Me ha malinterpretado. Yo ya no busco nada. Esto, para mí, es asunto terminado —afirmó el coronel, su voz firme.

Theodor no se inmutó.

—Comprendo. Es ya historia. Aunque los misterios han quedado.

Hizo una pausa, evaluando la reacción del coronel.

—Recuerda que hace mucho tiempo usted me habló de fantasmas. En esa época decía querer descubrirlos a tiempo.

El coronel no respondió, pero sus ojos no abandonaron a Theodor.

—Suponga que aún hay fantasmas —continuó Theodor—. Aunque en ciencia les llamaremos incógnitas. Pero incógnitas que, de poder develarlas, lograríamos evitar muchos sinsabores. Quizás obtener beneficios. Considérelo.

El coronel aflojó ligeramente la tensión en sus hombros.

—Tiene una oficina muy bonita. Pero no apta para fumadores, ¿verdad?

Theodor sonrió, un gesto apenas perceptible.

—Tenemos un balcón aquí, muy bonito. Verá una vista hermosa de la ciudad.

Los hombres se dirigieron al balcón, el diálogo suspendido en el aire como el humo que ambos deseaban liberar.

El coronel caminó junto a Theodor. Su figura era imponente aunque ya marcada por los años. Llevaba un abrigo largo que apenas disimulaba su robustez. Su cabello escaso peinado hacia un lado quedaba visible bajo la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante. Sus movimientos mantenían firmeza a pesar de la edad, lentos y precisos como si cada paso estuviera medido con exactitud militar. Los viejos soldados nunca pierden el paso.

Cuando llegaron al balcón, el coronel respiró profundamente, llenando sus pulmones de aire fresco.

—Desde aquí arriba todo parece ordenado —murmuró, sin apartar la vista del horizonte.

Se apoyó en la barandilla.

—Para que esto funcione, si decido colaborar —dijo lentamente—, esperaría ser considerado asesor. Naturalmente, eso incluye una compensación adecuada.

Theodor mantuvo su expresión neutra.

—¿Está hablando de dinero?

El coronel lo miró de reojo, con una leve sonrisa.

—Es un asunto de profesionalismo. Y de asegurar que ambos lados obtengan lo que desean.

Theodor asintió.

—Podemos discutir los términos. Estoy seguro de que llegaremos a un acuerdo.

El coronel no respondió, pero el silencio que siguió fue suficientemente elocuente.

Theodor, viendo que aún había resistencia en el coronel, cambió el enfoque.

—Coronel, usted jugaba en otro frente antes, pero las reglas han cambiado. Lo que enfrentamos ahora es diferente. No se trata solo de carne y hueso.

El coronel frunció el ceño, irritado.

—No me hable de fantasmas, Theodor. Deme algo concreto.

—Lo concreto es simple. Berzi, las hijas de Mateo Altamirano... están conectadas. Eso es solo la otra cara de la moneda. Pero ese otro frente, el de las sombras, es lo que Mateo Altamirano entendió antes que nosotros.

El coronel lo miró con escepticismo. Sus ojos entrecerraron levemente.

—¿Qué está diciendo?

—Lo que digo es que usted tiene libertad para monitorearlos. Por ahora, mantenga las cosas bajo control. Nada de brutalidades, coronel. Nada que pueda atraer atención antes de tiempo.

El coronel asintió, procesando cada variable de la estrategia.

—¿Y si no hay tiempo? ¿Qué pasa si alguien más se entera?

Theodor no perdió la calma.

—Entonces lo diluimos. Nada puede salir a la luz que no podamos controlar o desviar. Hasta entonces, usted hace lo que mejor sabe hacer: observar, esperar y luego actuar cuando sea el momento.

El coronel lo miró con una sonrisa ladeada.

—Monitorear... por ahora. Nada más.

Theodor asintió.

—Exacto. No hay lugar para errores ni precipitación.

El coronel se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo.

—Pero no olvide esto, Theodor. Si llega el momento, no dudaré en actuar.

Theodor sostuvo su mirada.

—Lo sé, coronel. Y estaré esperando ese momento.

El apartamento de Verónica estaba en silencio. La ciudad dormía bajo un manto de quietud temporal.

Pablo se levantó del sofá sin prisa. Cruzó el pasillo hacia el baño y abrió el grifo de la ducha.

El agua salió helada, pero no esperó a que se templara. Se metió bajo el chorro y dejó que el frío sacudiera cada centímetro de su piel,...



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