E-Book, Spanisch, 244 Seiten
Reihe: Universidad
Díaz Jiménez / Macías Gómez-Estern Innovación docente en tiempos de cambio
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-19312-04-4
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 244 Seiten
Reihe: Universidad
ISBN: 978-84-19312-04-4
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Rosa María Díaz Jiménez. Doctora en Ciencias Sociales. Diplomada en Trabajo Social y licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas. Máster Oficial en Investigaciones Feministas. Máster en Dirección de Empresas. Su aportación científica y actividad académica se vinculan a la discapacidad, el trabajo social, las políticas sociales y las cuestiones de género. Académica y actual decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Pablo de Olavide. Beatriz Macías Gómez-Estern. Doctora en Psicología y profesora titular del Departamento de Antropología Social, Psicología Básica y Salud Pública de la Universidad Pablo de Olavide. Su aportación científica se centra en la construcción de la identidad en escenarios culturalmente diversos y en las aplicaciones de este conocimiento a la innovación educativa a través de proyectos de aprendizaje-servicio en la universidad, combinando docencia, investigación e intervención social en una misma actividad académica. Actual vicedecana de la Facultad de Ciencias Sociales.
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Prólogo: Guía práctica para aprendices de ciencias sociales
JUAN DANIEL RAMÍREZ
Departamento de Antropología, Psicología Básica y Salud Pública
A modo de introducción
El 17 de mayo de 1769, Johann Gottfried Herder inició un viaje por mar con la intención confesa de alejarse de lo conocido. La sensación de partir y poner distancia de su ciudad, de su residencia y de sus libros le inspiraba reflexiones filosóficas que trataba de plasmar a través de un lenguaje más cercano a la poesía que a los fríos ejercicios de la razón.
¡En cuántas esferas hace pensar una nave que fluctúa entre el cielo y el mar! ¡Aquí todo da al pensamiento alas, movimiento y dimensiones atmosféricas! ¡El aleteo de la vela, la nave siempre vacilante, las nubes en lo alto, la inmensidad de la atmósfera infinita! En la tierra estamos atados a un punto muerto y encerrados en el círculo estrecho de una situación... ¡Alma mía! ¿Cómo te encontrarás cuando salgas de este mundo? (Safranski, 2018, pp. 19-20)
Pero Herder no está pensando en una salida definitiva de una vida más o menos monótona, sino en un «dejar atrás» las rutinas cotidianas y el mundo cercano con todo su confort, aunque solo sea por un tiempo: en definitiva, trataba de superar una forma de vida mecánica y sentir a través del cuerpo propio los avatares que le pudieran ofrecer mundos desconocidos.
Todo lo que sabía Herder lo había aprendido de su biblioteca o de la biblioteca de la Universidad de Königsberg, donde ejercía como profesor de teología. De ellas había adquirido lo que hoy llamamos contenidos, comprendidos y analizados a la luz del método para pensar con corrección y exactitud recibido de su maestro, el titán de la filosofía, Immanuel Kant. Sin embargo, desde tiempo atrás deseaba prescindir, si es que eso es posible, de su universidad y de su maestro para aprender del mundo directamente, sin la mediación del saber previamente constituido, lo que es más dudoso, tratando de sentir la vida tal y como se le presentara.
Inició su camino por mar viajando entre ciudades hanseáticas. Más tarde continuó hasta Paris donde trabajó apasionadamente en el diario de su viaje que nunca llegó a terminar. No es difícil suponer que a lo largo del recorrido nuestro teólogo se entusiasmara con todo lo que vio y sintió. Desde las noches estrelladas en alta mar hasta las voces roncas de los marineros en cubierta o en el murmullo tabernario de cada puerto, el olor de las olas y el ruido de su golpeteo sobre los costados del barco..., ninguna experiencia debía despreciarse. Tantas impresiones vitales lo llevarían a dejar a un lado lo aprendido de su maestro Kant en la conformación de su razón pura o, al menos, eso creía él.
La pregunta que cabe hacerse sobre la aventura del teólogo de Königsberg a la luz del pensamiento antropológico actual sería la siguiente: ¿este pasaje de Herder no será un jalón en la transición hacia eso que llamamos mundo globalizado, el paso obligado a distinguir y transitar entre el mundo que pisamos y el mundo que imaginamos? Sobre la tierra somos seres localizados en un espacio concreto, habitado por gente conocida y lugares que podemos recorrer con precisión mecánica. Nuestro horizonte tiene límites precisos. Cuando decidimos distanciarnos, cuando viajamos durante un periodo de tiempo a otro lugar o a otro país o, como en el pasado, cuando nuestros seres queridos ponían tierra al medio porque la vida los empujaba a emigrar, bien en un barco hacia América del Sur, bien en un tren renqueante hacia Madrid, Barcelona o Múnich, descubrimos que habitamos en un lugar sólido y, en ocasiones frío, que llamamos globo, cuyo límite siempre está más allá del horizonte que vislumbramos (Ramírez, 2021). Sobrellevar la sensación de pérdida es nuestra mayor tarea. En el caso de Herder, como en el de otros grandes viajeros de entonces, Celestino Mutis, Alejandro Malaspina, Alexander von Humboldt y tanto otros, la necesidad de salir era un impulso incontenible. Herder sentía que vivía asfixiado, porque su mundo era su pequeña ciudad de Königsberg, su universidad, su maestro y poco más. Tal vez, sin quererlo, Herder sentó las bases de ese otro movimiento intelectual y estético, el Romanticismo, esforzado en superar los opresivos límites de la razón kantiana. Y todo eso empezó cuando buscó tiempo y ocasión para «destruir» su anterior saber libresco, para averiguar e inventar lo que pensaba. Se pueden intuir en este diario las ideas pedagógicas que dieron lugar a proyectos educativos innovadores entre finales del XIX y comienzo del siglo XX (Maria Montessori y la Casa dei bambini, John Dewey y The New School o Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza). Estos proyectos representaron esfuerzos exitosos en la adaptación de la educación a un nuevo sujeto pedagógico y a un mundo que debía ser racionalmente explicado y, a la vez, sentido y vivido como algo propio.
Pero hay otra historia que también me gustaría comentar y que, directa o indirectamente, conecta con otros viajes, algunos de los cuales exploraron el mundo conocido y abrieron puertas a realidades virtuales en proceso de descubrimiento.
Una combinación de desarrollo científico, tecnología y fuerza de voluntad hizo posible que el 20 de julio de 1969 los astronautas Neil Amstrong y Edwin F. Aldrich pisaran la superficie de la Luna. Pero, a la vez que se alcanzaba este hito histórico, se producía otro acontecimiento casi de igual importancia: las imágenes fueron vistas por seiscientos millones de personas en todo el mundo. La televisión conseguía que, en forma vicaria, cualquier ser humano de nuestro planeta pudiera viajar hasta ese lugar remoto y sentir el empequeñecimiento de lo cotidiano. La visión de un mundo globalizado y observable a través de las cámaras de televisión instaladas en satélites que circunnavegan el planeta era el comienzo y su continuación la expansión creciente de un mundo digital y virtual que permitía mirar en todas direcciones, pero, sobre todo, «mirar desde afuera» (Google Earth, GPS, etc.).
El 24 de noviembre de 1963, a través de las pantallas de sus televisores los norteamericanos fueron testigos, del asesinato de Lee Harvey Oswald... Así empieza el excelente prólogo que el teórico de la comunicación Roman Gubern escribiera para el no menos excelente libro colectivo de Edmund Carpenter y Marshall McLuhan (1974) cuyo sorprendente título para la época fue El aula sin muros. Podríamos dar cuenta de un pensamiento profundamente enraizado en los tiempos de la guerra del Vietnam, de las revueltas de París del 68 o de la primavera de Praga del 69. Periodo en el que los individuos, en especial, los jóvenes tenían razones sobradas para desconfiar de las instituciones políticas, económicas y educativas, pues un medio como la televisión, centrado en la información y el entretenimiento, les mostraba una realidad más allá de lo que el mundo académico podía ofrecerles. Los profesores más críticos cuestionaban el poder político que obliga a los jóvenes a realizar su servicio militar en guerras cruentas cuyos escenarios se encontraba en el otro extremo del mundo (la guerra de Vietnam o las guerras coloniales de Portugal). Sus críticas podían centrarse en datos y argumentos bien elaborados; sin embargo, este conocimiento, que Bruner (1988) denominaría paradigmático, se vería también reflejado en imágenes y relatos grabados por las cámaras y las voces de los reporteros de guerra. Si los intelectuales «demostraban» los peligros de banalizar el mal, los relatos de los corresponsales de guerra «mostraban» el mal en sí mismo. Televidentes de todas las edades podían ver morir a sus jóvenes desde la sala de estar. Esto explica que la prensa y la televisión quedaran vetas de los conflictos bélicos que vinieron después (Afganistán o Irak). Tal vez no sería la primera, pero sí una fase más en la demolición de los muros, los del hogar y los escolares. A partir de entonces la pregunta que los educadores deberíamos hacernos es: cómo lograr que los nuevos sujetos educativos combinaran los conocimientos de dos mil años de cultura escrita y quinientos de cultura impresa con la capacidad de mostrar de los nuevos medios, desde la radio, el cine o la televisión a los medios digitales (Instagram, Facebook, etc.).
El impulso reformista
Pero, si concebimos las crisis como estadios en la dirección de un proceso histórico emancipador –solo será emancipador si así lo decidimos entre todos–, entonces es necesario trazar las líneas que nos ayudan a comprenderlas. Para el caso de la Educación Superior en tiempos modernos, podríamos establecer el jalón en una reforma educativa iniciada cuarenta años después de que Herder emprendiera su viaje y que, tal vez, fuera la madre de todos los cambios grandes y pequeños que han sobrevenido después. Nos referimos a la Reforma Humboldt llevada a cabo en la Universidad de Berlín hacia el año de 1809. Al igual que el viajero y naturalista Alexander von Humboldt, su hermano, el humanista y reformador Wilhelm von Humboldt, podría ser considerado el viajero del «espíritu alemán» a través de un camino distinto representado por la transformación social de la educación superior.
En sus documentos sobre la reforma en las universidades, Humboldt señalaba algunos de los objetivos que se habrían de perseguir para una educación al servicio del individuo y de la comunidad nacional.
• La educación debe...




